El espíritu solipsista (III) / Claudio Martyniuk

La soledad al pensar. El cenote mental explorado por el andante del Cuarteto de Cuerdas Nº 3 de Brahms. Y quizás se alcanzara alivio en el acto de escribir: las manos, el movimiento de los dedos, los útiles, el salto a la acción, la voluntad que impulsa un hecho.

No comprender, pero reconocer un tono que da felicidad, ese tono de un genio: aquello que sintió Wittgenstein ante la poesía de Georg Trakl.

Yo no llego a entender la poesía de Trakl, pero su lenguaje me deslumbra, y es lo que mejor idea me da de lo que es el genio.
LW

No comprender. Las diferencias de formas de vida, de los lenguajes, de los esquemas conceptuales o configuraciones de saber, las diferencias se reconocen, y sobre ese suelo de reconocimiento, con voluntad y empatía, puede seguirse la dirección hacia al entendimiento, removiendo los obstáculos. Reconociendo discontinuidades, traspasando lo inconmensurable (de existir, ¿cómo dar cuenta de eso?). Y, su reverso, ¿cómo demostrar que la traducción, o comprensión, es correcta? La acción: pensar en la práctica como respuesta.

Reconocer, como si existieran contenidos similares (intuiciones, datos sensoriales, impresiones, sensaciones), y las diferencias fueran formas (interpretaciones, esquemas, categorías, conceptos) aplicadas sobre esos contenidos dados.

Desarreglar los sentidos: acción poética-filosófica. Una y otra vez, ideas y fenómenos, materia y forma, estimulaciones y aderezos conceptuales, sustancia y estilo, teoría y datos: abandonar los dualismos. Eliminar. Y dejar las cosas como están (en realidad, las cosas nunca fueron alcanzadas por la filosofía: deja todo como está).

Desarreglar el solipsismo. Y comprender el movimiento del pensamiento (de W) por su contexto,  por su historia, por un mundo común. Y comprender sus pensamientos, eso de su propiedad privada que, en buena medida, lo donó, lo hizo un bien público. Comprender eso propio como impropio: le pertenece a la forma de vida, al suelo que lo fecundó. Advertir lo poco que logra ese comprender.

Descender a la desconfianza, arrojarse al atardecer lúgubre, a la soledad sin estrellas, y reconocer una subjetividad sin centro, una mirada vacía. El propio desvalimiento expresivo, un deslizarse de sombras en una barca de angustia. Soledad salvaje que consume ilusiones y no responde al deber de luz. Al pozo del solipsismo, al otoño de ausencia de yo y de pérdida de mundo. En esa disolución, el lenguaje hecho óxido, herrumbre sinsentido: crisis poética, fracaso del mimetismo.

Escapar, haciendo del lenguaje una forma superior al yo, a su singularidad opaca, arruinada. Escapar hacia la práctica, escapar del silencio al lenguaje exterior.

Tractatus: lo arrancado al lenguaje/pensamiento/mundo como último escalón de autenticidad. Eso, lo místico, dolorosa opacidad, eso se nihiliza en Investigaciones filosóficas, un libro escrito a su modo en la academia, para la academia. Se disipa el misterio, el esclarecimiento recorre superficies. La desolación, el desgarro ya no se muestran. La pasión es desplazada y en su lugar emergen el trabajo y el rendimiento intelectual. Lo más sentido, hasta el dolor, más que nada el dolor, parece remitir en silencio a lo escrito en el Tractatus. Estirar el pensar, saber que se debe, que es el deber académico. Ese mandato institucional W lo cumple, lo cumple ante su afuera.

W, insólita expresión de solipsismo: manteniendo su método, trastocó en Investigaciones filosóficas su perspectiva lógica, transfiguró tensiones lingüísticas y disolvió enredos. ¿Purificó, decantó su sensibilidad? Ya no la expuso, queda velada, en el retraimiento. Sus últimas palabras, testimonio público de una vida feliz.

Comprender como operación mental, empatía que parece transferir esencias indecibles desde una cámara mental interior a otra; simpatía que parece saltar límites internos y acceder a estados mentales ajenos: analogía que extiende los estados mentales de una persona a otra. Esta caracterización parece desmontada por Wittgenstein con su famosa crítica al lenguaje privado, disolviendo cierto escepticismo que acompaña a la angustia epistemológica del solipsismo (acaso no a la angustia epistemológica, esa bruma densa, matiz que no se alcanza a disipar).

Memoria, necesaria pero no suficiente para reconocer. El reconocimiento, acción que roza lo puro.

Dar forma al pensar, escribir desde esa caverna, desde las ruinas de la presencia de uno, desde lo que excede la reflexión y se da por jirones arrancados al más acá de la existencia. Vacío de unificación, el vértigo del solipsismo muestra abismo, catástrofe.  La forma, como un huracán que arrastra ese vértigo por el mundo, por la exasperación de la prosa del mundo; ella a veces, excepcionalmente, golpea las cosas y crea claros, hace lo visible. ¿Nombrar a eso “forma”? Eso, voluntad.

El desgarro, la hondura se muestran en el Tractatus: solipsismo orgánico, radical. Investigaciones filosóficas resulta de la práctica solipsista metodológica. Y sentir la cultura en ruinas, la forma de vida desfondada, extrañeza, lejanía del mundo, ajenidad (y también sentimiento comunitario: darse al hospital, solicitar hospitalidad). La dimensión espiritual del Tractatus, ese comunicar silencio, la puntuación trágica, la disipación del aura, la reducción del sentido, la melancolía solipsista, en IF esos rasgos se atemperan, se esconden al decir y aun al mostrar. Persiste lo poco que logra la acción de esclarecer.

Ninguna fascinación por la forma de vida, apenas una lejana aproximación, observando, mostrando regularidades, encarnando prácticas, siguiendo reglas, y el dolor en lo privado de lenguaje. Forma de vida, velamiento de la voluntad, sombras y también calma en su oleaje: no hay dramatismo en IF. La claridad no enceguece, la oscuridad de época se desliga de la infelicidad y el silencio. La clarificación lingüística no roza el dolor. En esa superficie, lo común, lo regular, el hábito que habita en la sociedad.  El amparo ya no se busca en la soledad de una caverna en los fiordos de Noruega.  

Se retira la desgracia, la claridad se reduce a lo público La forma de vida concentra la certeza. La forma de vida, esa frontera, no es todo lo que hay. Algo queda como piedra en el yo, salvaje. Eso, el león de W, no puede ser entendido. Un silencio íntimo se esconde en la forma de vida, se abandona a su viento, se queja, se resigna, se muestra fuera de lugar, se desliza en discordia, se inclina al aislamiento, retrae su presencia, camina, se mueve, observa la falta de alma. Existencia extraña en la forma de vida, que acoge la angustia y busca una compañía que haga cálida la soledad.  Lo que petrifica en la forma de vida,  eso que ata la voluntad al camino,  vacío que se vuelve pasivo, que sigue la regla. ¡Ay vida feliz!

Enseñar como mostrar solipsismo: un profesor que traduce en voz alta el movimiento de su pensar; otro que escinde su pensamiento del recitado de una clase que se reitera cada cuatro meses. La dimensión social, lo público: espectadores que de tanto en tanto interrumpen el hilo y desvían el fluir de las abstracciones. La suspensión, la acción pedagógica: epojé que pone entre paréntesis a estudiantes, existencias reducidas a orejas pasivas. Esto es una clase solipsista; a su modo, equilibrio entre una clase social (una acción institucional) y una clase natural (más allá del pensamiento salvaje).

Leer Ágape se paga,  de William Gaddis.  Interpretar un libro, como Glenn Gould interpretó a Bach; mejor, como habría afirmado que quería interpretarlo: borrando la interpretación. Gould anheló ser un Steinway, eliminando lo que media entre Bach y el piano. Odiar interferir en las proposiciones de un libro. Ser esos enunciados, seguir ese movimiento sin mediación. Ser el texto, ¿otro modo, un modo vegetal, de ser solipsista?

La soledad del gato de Schrödinger. Y la angustia epistemológica.

Cura: ágape, experimentar ser uno en el mundo común, abierto al aura, donando el matiz singular, compartiendo.

Tras la embriaguez romántica, el fracaso, la sombra del mundo en la imitación lingüística. Simulación, simulacro, fracaso que exaspera y puede llevar a la desesperación.

Música, para olvidarse de uno: el método Schopenhauer. Paz en los pensamientos. Paz en la sensibilidad. Paz en la voluntad.

Claudio Martyniuk
Ph / Michael Kenna, 1997