Arranque de sol mañanero, mi preferido. Tarde, hoy tarde. No salgo. En casa, solo, como si no conociera a nadie y tal vez no conozca a nadie. Sí, no conozco a nadie. Hoy no asomo la nariz, me quedo acá, mate y lectura. Es la mañana de las cigarras. Canto entonado que viene del fondo del jardín. No hay ni un bocinazo en la calle. Ni ruido de pasos.
Celia pasó ayer y me trajo un cuarto de café y hablamos y me contó de cuando la vida se le cambió a soledad y a viaje a la capital, pieza en Avellaneda. Y por unos meses a los tumbos hasta sacar la cabeza. La hizo corta. No se pierde ni por el momento ni para largo. Es un concentrado. Nunca tiene las palabras, por eso no tiene personaje. Le vienen mientras habla. Arisca a las cosquillas de lo lórico. No le hace las cuentas a nadie ni se las deja hacer. Yo no le hago novela de pasado. No tengo nada que contar o más bien, todo va a saco roto. Celia no se queda a dormir, vuelve a su pieza, vuelve a patita y cruza el Puente y atraviesa la noche de los cines y los bares de Avenida Mitre y sigue y se mete por Lavalle hasta Paláa, y de ahí a su pieza.
Marcha hasta Pedro de Mendoza. Muy temprano.
La paranoia de Elia. Situada. Y fracaso con reiteradas explicaciones hasta el hartazgo de la excusa. Y hasta saber por qué a rincón.
No descartar la idea de que hay gente que quiere deshacerse de uno. Incluso por razones nimias. O por aburrimiento o porque uno es un plomo. Un re-seco. Repetitivo. No siempre son razones heroicas.
Escribir lo que dicen que no se puede escribir o leer lo que dicen que no se puede leer. Escribir lluvia o describir en sus mínimos detalles la casa de Lomas de Zamora o describir incansablemente los dos conventillos de la calle Paláa o leer La mujer de treinta años. Y no hacer ningún manifiesto. Hacer las dos cosas, solo, en el café de la esquina y en casa, alternativamente.
No sé de qué cambio le habló Iris a Lola: ¿casa, novio, trabajo? Terreno cachuzo del amor, casa de años con los mismos muebles ya mudos y trabajo mustio al que entra siempre por la misma puerta.
Celia y miedo a bocacalle oscura que empieza en Montes de Oca. Calle oscura taconeada hasta el timbre del refugio.
Entre los recuerdos de Elia esa lejanísima visita a la Boca y la primera escalera mecánica a la que subió y ahí se hizo aficionado a las rampas y años después su sobrina Micaela a la que le enseñó a ver pintura le dijo que ella también era aficionada a las escaleras mecánicas y a las rampas.
No es una novela en el sentido estricto de los aburridos seminarios de los que no pueden escribir novelas, no, es la edición de un plan de novela. Quinientas páginas que terminé ayer. Y hoy las extraño. Y la hice larga, no quería dejarla. Todas las mañanas una hora y media de lectura. Soy un monje zen mañanero.
Entonces: paisajes de la memoria por donde deambula la tristeza.
Maldita montaña de comentadores que tratan de liquidar la literatura. Solo se trata de una cosa y el resto sobra o no sobra, no me interesa, solo me concentro en esa cosa.
Maestro de las vueltas taimadas. O de la manía carroñera de no respetar lo pactado, o una fecha o una cena, porque aparece algo mejor en el camino, toque maula: el kilombo de la polaca en el fondo de Quilmes, una posibilidad de conferencia bien pagada y llena de figurones en la Librería Romántica o una comida con algún director cultural. Mis amigos me esquivan y lo que escribo, pero no sé si les di en el blanco, no sé, creo que ni se enteraron. Mis enemigos saben más. Pescan en serio mis libros en la superficie de la indiferencia y los ponen en la segunda fila de la biblioteca. O los venden en el Parque Rivadavia. Tenemos esa reciprocidad. Y llega esa propuesta: no haré nada y no moveré un dedo ni para decir no quiero.
Cuaderno de Luis Cardoso. Me ofrece una traducción que rechazo. Proyecto en el aire sin adelanto ni futuro. No quiero salir de mi condición de ex-traductor.. Me llama Elia desde Monte Grande, termina su corretaje de herramientas a las siete y quedamos a las 8,30 en Los Leones. Sus amigos lo esquivan y cree que es porque lo leen y se enojan, iluso Elia. Sus enemigos, unos cuantos, amigos al mismo tiempo, qué no dicen en sus rincones fumata. Elia: metido en su ridícula importancia. Y su causa desesperada. (Miércoles 1 de mayo)
Elia a Luis Cardoso: Un elogio firmado por R. es lo mismo que nada, se enamora de las personas no de lo que lee. Me crucé con él y me preguntó si estabas enojado, no te encuentra por ningún lado. ¿Estás enojado? Lo energúmeno en vos sigue ahí, siempre primaveral. También crucé al Siempre Crítico y me habló de su próximo libro y me preguntó dónde andabas. Después de esa pregunta soy aliado a Luis Cardoso y su reputación de tipo responsable en alza. Juntaste al miserable con el fardante.
No encuentro la gramática en ninguna biblioteca, ni en la Nacional, así que pagaré el precio oro que me pide el librero de Congreso. La tiene en dos volúmenes encuadernados en tela azul. Sigo más o menos recluido. Lola sale hoy con su amiga Iris. También me llamó Óscar y me dijo que el fin de semana pasa por el café. Solo leo. Me siento desde la mañana con el mate y la pava macedonio y espero que entren los rayos del sol. Tengo libros de sobra para esta retranca del mundo. Al mediodía como en La Orquídea. Si venís, pago el almuerzo. Abrazo. Elia
Dejo afuera estas líneas: Los veo a todos ustedes, uno por uno o en banda pero no sé si los quiero ver, me veo y me re-veo y solo veo que cultivo lo aprendido, lo mecánico, y lo disimulo con jerga. Por lo menos no rasco buscando comentarios favorables.
Pasé por la casa de Óscar y su madre me abrió la puerta y me llevó al fondo. Es la señora invisible. Óscar estaba dándole a una pelota. Era su entrenamiento diario. Pasamos al mate en el mismo patio, mesita de hierro junto a un cantero, y le dije que venía a buscar el libro, hoy, sí o sí, que no me iba hasta que me lo diera. Fuimos hasta su pieza y fue directo a una pila enorme y me lo dio. Signo y poema, me faltaban. No lo acompaño a la presentación, todo el sarnoso ejército de burócratas estará allí. Me voy a casa. Sobre todo estará el rebelde oficial, con esos ojos azules inyectados en sangre. Y siempre moralmente contento de él mismo.
Gallo afortunado nunca te irás de aquí. Eso sí, solo serás figura para alguien con oído. Solo esa paciencia, ¿es mucho pedir? Sí, es mucho pedir. Luis Cardoso, iluso que pide que lo escuchen, se cree algo, traduce y se burla de la manía lengua argentina, la abolla un poco, le hace falta, menos parodia y más abolladura, más tropiezo, menos pulido, basta de lengua materna, soltarla.
No lo llamo, no quiero hablar del pasado.
Gloria nunca había necesitado la paz, desconfiaba de las personas bondadosas, esas que se arrodillan ante las viejitas desvalidas, sabía que era puro teatro, puro amor en general, moneda en la taza y ya está, desconfiaba Gloria de todas las declaraciones al aire, al foro, a la humanidad en general. Nació con el don del lenguaje y hablaba poco y casi siempre dejaba las mesas en las que había filósofos o ensayistas o profesores o lóricos. Gloria se sentaba exclusivamente con solitarios, encuentros pautados y cada uno vuelve a lo suyo. Nunca curtió el mito de la clase alta intelectual argentina. Nació leyendo y sabia leer una voz en la primera línea. No le explicaba nada a nadie, solo a ella misma.
El agua del Riachuelo se puso marrón oscurísimo y los remolcadores ya estaban anclados en la calma chicha del agua. En la otra orilla alucinada del ocaso empezaban a aparecer las primeras luces amarilla. Elia mira y no sé qué le pasa por la cabeza. Mira la sombra alargada de una columna y se va. Cielo bermellón. Entra en Barracas.
Notas del salto adelante: Simón leía Travestía en voz alta. Se mete en la promesa de escribir algo, me arrastra a esa promesa recontra vaga, a ese engaño futuro y ni él ni yo entendemos que todo estaba ahí, solo ahí, en esa lectura, en esa tarde, en la voz. No había nada que escribir, había que dejar que se pierda.
El pasado entra en tu alma a la vuelta de la esquina, viene así, taconeo de la angustia, de lo perdido. Las caras y los movimientos de los que fueron en el pasado. Vieja mordedura de los libros mágicos que están siempre ahí. Agarralos o dejalos. No aceptes tironeos, no entres en las cofradías, te comen la voz.
Aburridos y angustiados escritores, incluidos muchos de tus amados, que no dejan que el lector vaya por otros libros. Bendito el lector traidor al autor enconchado que se cree único. Con sus ridículas reglas de lo que se lee o no se lee. Tres veces mierda apollinaire al autor enconchado.
Ese día solo hubo un ratoneo de remolcadores en el Riachuelo, iban a dormir todo el domingo en ese rincón abajo del puente.
Gente que ahoga todas las traducciones en el horrible «se debe entender». Gente que dice leer o leerte y no lee y no te lee. ¿Por qué tiene que leerte? ¿Por qué se siente obligado a leerte? ¿Y yo obligado a dar a leer? Gente que habla de uno. Tarde o temprano esa gente habla de uno.
Los remolcadores duermen en el agua marrón a negro intenso. Solo los faroles del Puente con luz amarilla, y bajo hacia Barracas infinitamente y como en el Puentecito, solo y a la espera y afuera la noche a mas silencio, a mas líneas de sombras. No hay ladrido de perros.
Cuaderno de Luis Cardoso. Para Elia fue la ausencia de perro y algún gallo de la madrugada, y ahora, perdido escribe ausencia de gato, un zoológico de la ausencia, más veredas y árboles de Parque Patricios descubiertos en esa novela sublime, todo eso antes de que todos emigraran a la maldición escolar y se quedara solo, al costado. (Martes 21 de mayo)
Las llegadas silenciosas de la tristeza. Alejarse. Secuencia de árboles en el paisaje de este mundo. Árboles a beige con hojas re-verdes por Herrera todavía sin tráfico, a esa hora de la madrugada. Todo mi caminar zapatos suela de goma con apenas faroles encendidos y semi-oscuridad al tono del algún taconeo, no estoy solo, pero no veo a nadie. ¿Amalia vuelve a casa? Sensación de noche primavera, casi no tendría que escribirlo, pero me tiento y lo voy a escribir tres veces, porque sí. Y no era el camino del proscrito, no me hago ilusiones, ni me cuento fábulas, solo iba por la calle de noche, con la música de la noche, sonidos aislados, por Herrera, y oían los no lamentos interiores. Ni un alma que viva se cruzó en mi camino, solo esa insistencia con pausas de taconeo que resuena hacia alguna dirección. Mira las vías del tren y los rieles dormidos y la lejanía boca de lobo que da vértigo y la estación vieja rayos de luna y estrellas atorrantas. El cotorro no está lejos y no hago re-memoria, la hora azul en el pasado de mi caminar, la inminencia naranja del amanecer no da señales ¿o alucinaba?, silencio entreabierto de las ligustrinas y de los tilos, sigo mis pasos del regreso.
Repugnantes escritores del feísmo y de la burla, idiotas cancheritos de la parodia teorizada a la francesa. Cachivaches del estilo y más estilo. El escritor chipendale que se deja alcanzar por el estilo, lo va buscar.
Barracas infinito.
Leer solo, escribir solo, seguir solo.
Sentimiento de amurado.
A las perdidas vuelve el vestido de flores de verano de Irma debajo de la parra de Sarandí, en esa fiesta de Nochebuena. Y junto a ese resplandor la larga fila de censores que investigan tus lecturas. Banda de angustiados que pierden siempre el control. Banda de angustiados perdidos en todas las noches de su impotencia.
Hoy, a esta hora de luz del amanecer la calle Herrera tiene un color pan de centeno. Que a veces se va a color cobre. El Farol de Martín todavía está cerrado. Espero la puesta de sol en la plaza Herrera.
Se mete el Twain en el bolsillo y se va a trabajar.
Sol anaranjado de esas mañanas.
Y está la banda de angustiados que se vigila recíprocamente, que engendra aburrimiento recíprocamente, que se miente recíprocamente, mendiga algún lector, ese hipnotizado que no lee, que no sale de la cáscara vacía de los contenidos, educado en el formalismo, y que te tironea a la misa berreta de la auto-complacencia. No perder de vista el amor y el odio para leer.
Y de repente me encuentro que cita El Paso de los Vientos. Del que nunca oí hablar. A enciclopedia y a viejo atlas.
Y la promesa de anotar lo que dice sobre los vientos queda a medias, solo escucha que en ese estrecho entre islas el viento no tiene posibilidad de agarrarse al mar.
Los alucinados del distanciamiento, que van siempre hacia un interior más allá y siempre más allá, hacia algo vaguísimo.
Un remolcador sobre el agua marrón intenso pasa con un ronquido del dormir de las cuatro de la mañana. Solo, único, perdido, para que yo lo anote.
Y está el teatro de los modales, la voltereta de la educación, los sinceros y su maldad, los olvidadizos y su maldad, los subjetividad absoluta y su maldad, y los auténticos y su hilacha de veneno, esa parodia de persona, y siempre el odio repentino, el peor.
Gloria escribe sus notas. No tiene lector privilegiado. Ni siquiera Luis Cardoso. Tampoco Celia. Yo, ni ahí. Solita tu alma.
Ya no se puede ocultar que más acá y más allá de los simulacros del leerme, un día, así, en una charla aparecen esos agujeros en la superficie que señalan la mentira de ese comentario inflado, sobado de adjetivos, mutuamente inútiles, resquebrajados y cuarteados, metido en el durísimo trabajo de desprenderse del elogio, del mendigo de reconocimiento.
Terry, murió Pete, en México. Nos quedamos rengos.
Cuaderno de Luis Cardoso: Hoy: un poco de hostilidad en el aire. La belleza de la mañana mientras Gloria duerme. Estoy en la cocina ––vengo de una familia nacida en la cocina–– y entre esas frases luminosas que leo descubro en una nota que él leía a Hermann Keyserling, que tenía seis páginas de citas de esa berretada, vendedor de chocolates que no es peor que la plomería francesa, pero igual puede escribir sobre las mañanas como casi nadie, y siempre escribe lo que vive y anota «el encanto evanescente».
Ahí va, ya no llora la maldad.
Y de repente apareció la distancia. Flotaba en el aire y la retardábamos.
Mi delirio de persecución. No hay cambios. Solo tentaciones. Y sequía. Y alejamiento. Y ellos ahí están, ablandados, forrados, anclados en la buena conciencia, cascajos del rumor, de la mala fe, furiosos, no puedo analizar nada, todo está muy mezclado y una de las tentaciones es esa luz idiota del saber, y está lo que te abruma de los pelotudos, tres veces tan pelotudos como ese saber, contra eso solo esa línea que te salva y te vas a ese rincón y no explicás nada. Nada de nada.
Y si vas, están las imitaciones vacías que duran horas, lóricas, monologantes, traidoras.
Las notas de Gloria. Mate. Un poco de lectura. Un poco de anotar. Un poco de venganza. Le escribo una carta a Dante.
Tipos metidos en el agujero de sus creencias, callo de codo, callo en el oído, encajonados.
¿Quién contará la historia del arrogante que se creyó escritor? ¿Luis Cardoso o yo? ¿Quién de los dos pondrá en una balanza si vale algo o es un amasijo de lugares comunes? ¿Hay un metro para medir sus rimas? No llevará mucho tiempo el análisis de los materiales.
¿Sigue lo enroscado a enroscado?
No explicarles nada a los que piden explicaciones. No contarles nada. El mejor aprendizaje.
Ayer, Lola casi no habló. Creo que solo pidió un café. Elia: su envoltura de silencio, mútica, y no molestes.
Salir de planes narrativos, de las referencias, insistir contra esta tentación, no contar la historia de Enriqueta, ni como leyenda, tampoco eso de que el hermano era su hijo, muy vago, muy gastado. Hay un pero: es lo que se pierde.
Por el puente Pueyrredón, de bajada a la noche de la calle, voy a seguir hablando de todo eso y de la carta venenosa de Nora, con las maldades que el barrio, ese barrio tan cantado, circula de zaguán en zaguán. Dora es la flor y su tallo que nadie podrá matar. No se reconocerá. Anotado.
Pipa e´Moco cruzaba en sentido contrario, hacia Avellaneda. No estaba de viejo andrajoso semanas sin un baño. No. Tampoco es un viejo que olvidaré. No. Nunca hizo cuaderno. Ahora tenía ese berretín, se enamoró de Avellaneda, le gustaba pasar delante de la casa de Barceló y decía que lo vio a Ruggerito por Lavalle y Mitre y que habló con él. Y entró en el mutismo. Eso fue todo.
Pipa e´Moco no tiene familia. Celia y la suya se olvidaron recíprocamente.
Banda de huelguistas camino del Paso del Noroeste.
Y están los miedos. Y toda la soledad y los que tiran al amuche, a comuna, a confidencia, a confesión. Los imbéciles que saben, que creen que saben leer, garrapatas de libros inflados que no conocen la figura del amateur. Y mis ganas de escape, ese momento sublime del escape. Los horribles de poca imaginación.
Era sábado y tío Federico se ponía saco de pana y visitaba a su sobrina Irma.
Lustra su personaje literario, dirigido al aire, a nadie, ni al otro lado del espejo. Le saca brillo al busto de repisa que imagina ser. Ese teatro lejos de la teatralidad, rasqueta del decoro, es un estudioso. La corriente de los estudiosos. La comunidad de los estudioso. La tiranía de los estudiosos. Su estupidez. Notas al pie. Referencias. Que se comen todo. Siempre quieren una explicación.
Termina este párrafo y entiende por qué no gana un peso, corretaje en el horizonte, entiende su posición. La mirada al pasado. Y el aguante en esos libros. Y la sensación no tan perdida de bajar por el Puente a la noche tarde hacia Herrera y oír el chapoteo del río que queda atrás, solo eso, no había nada que decir, no había nada que explicar, qué tiene que explicar, a quién, ¿a lo arquetipos de la explicación?
Gloria en un rincón del café sola. Gloria anotando. Gloria tomando café. Gloria mirando por la ventana. Gloria saludando a un habitué. Gloria sola solísima. Gloria vuelve a su libro y se pierde.
Hoy no describo nada. Casi nunca describo nada.
Voy en el 95, línea marrón té con leche, por Vieytes y cuando llego a la altura del Borda desvío la vista del edificio y miedo a ser tragado. Reverberación del farol en el callejón —clásico y fatal de las novelas que leo, solo, sin comentarlas con nadie, se volvieron todos estudiosos, asustados, banda de angustiados de la nota al pie, de los personajes que se inventaron, y voy con el temblor de manos a cuestas, la derecha sobre todo, temblor de abstemio que no puede levantar la taza de café y pide agua o toma té, y no puede firmar. El idiota prestigio del temblor de manos del alcohólico.
No a ese libro, no a ese otro. Libros de declaraciones. Sí a ese puerto de barcos de pasajeros que salía para Italia en el año 1952. A ese libro, sí. Hay una foto en la cubierta de todo el vecindario rasqueta.
Aquí, la evocación es corralón de gallegos instalados a mate y bizocho de grasa a las cinco de la tarde, con visita de Irma arrastrando a Luisa y a Elia. Tarde de verano húmeda.
Lo rasqueta siempre en movimiento, vuelve y vuelve y se repite. No hay rasqueta en sí, hay una y otra vez. Creo que no me explico.
Desaparición del perro fox-terrier de la columna torcida, leyenda de la traición de Irma. No quiero contarla.
Ausencia de gato y carta de Pete acompañando mi tristeza, y desaparición de Pete, apenas ayer, que dejó sus libros y sus cinco gatos. Y muchas biografías. Loco de biografías. Se fueron por el agujero que los conejos hicieron en la cerca del jardín, es el círculo azul de los animales. Idos y fijos en una rama.
Y está el círculo de la olla podrida en la que te meten los poetas bajo juramento.
Y un día llegó la maldita avalancha pensante y esa misma olla se volvió irraspable, y nos cerramos en banda y nos fuimos rearmando de a poco, de a uno, los que quedamos y los pocos que aparecieron. Pero no hubo comunidad, ni banda, ni franela de confesión, hubo secuaz a secas.
Escritores que esperan noticias de sus libros.
Hay excluidos en esta mesa, son los que llaman a la policía, porque gritan, porque gesticulan, porque hacen mucho comentario de lo que van a hacer, porque no pueden guardarse nada, porque no saben callarse la boca, porque llevan y traen, porque se abrazan y se tratan con diminutivos, muñecos de aserrín.
Y años que pasaron, y Luisa baja la escalera y dos mujeres en la punta de la mesa de la cocina, Irma y María, las hermanas, mate y mantel de flores, hablan bajísimo, y el mundo pasa por ese murmulla barrial de dos viejas exiliadas de su pasado.
Notas de Gloria (junio):
Temblor de manos del abstemio ocupa todo el día. Agua de la canilla y fideos con aceite es más fuerte que farmacopea búnker.
La sensación de que todos son policías. No soy nada original —¿quién dijo que pronto habría más artistas que policías?
Tengo que recortar y pegar ese artículo sobre pájaros que emigran hacia el Norte frío y hacia el cielo gris-azulado de la mañana.
Y el otro sobre desterrados rusos —«Deportados para la eternidad», encargo el libro.
Trabajo todo el día y un poco más. Luis Cardoso me quiere arrastra a un acto de no sé qué, organizado por si sé quién. Me niego. Me voy a la cucha.
Junto citas sobre la traición. Me compré un cuaderno rojo oscuro como el birrete de un cardenal.
Todavía no aprendí a callarme.
Trato de reconstruir la secuencia de las tres lunas, solo me acuerdo de la atorranta.
Ayer perdí la funda de los anteojos. Era verde agua. Maldita torpeza.
Termino una novela y la arrastro varios días. Releo. Difícil hablar con la gente que no lee novelas.
Elia sangra por la herida: le patean su libro de un limbo a otro.
El tipo de la remera roja vuelve a pasar en sentido contrario, el perro va adelante y cada tanto da vuelta la cabeza para asegurarse de que su amo lo sigue.
Tratar de no extenderse en descripciones.
Elia se pasó tanto tiempo leyendo y escribiendo por una vereda y escribiendo y leyendo por la otra que terminó por creerse escritor. Ridículo escritor sin editor.
¿Se está por armar un personaje, por entrar en el teatro del no editado? Lola, decíle algo. Tocale el hombro.
Pataleo.
Perro que pasea con dueño es ahora la obsesión de Elia: mira por la ventana y dice: agujero de perro.
Luis Cardoso me bajó la bombacha atrás de la puerta cancel a las doce de la noche.
No tengo que reescribir ninguna nota y la frase la termino yo.
Llevar cuaderno de notas.
El Mosca me manda una postal. Ya zafó.
Repaso en la cabeza escenas preferidas de novelas.
Saqueo Eduardo Wilde.
Harta de la banda de lunáticos estancada en Barracas.
Luis Cardoso y Elia se enamoraron juntos y recíprocamente del Paso del Noroeste como si fuera verdad. ¿Se aburrían? Sentados en el umbral de Paláa a dos casas de la mía. Elia, abstemio radical, caso agresivo, cuando le insisten pone el vaso boca abajo, tiene muchos héroes borrachos. Y muchos abstemio radicales, absolutos. Hay algún chupasirio entre ellos. Es el que mejor lo protege de los monaguillos de la poesía.
Aburridas y mitómanas reseñas de libros. Desesperantes seres armoniosos que sirven de ejemplo. Hoy vi venir a las dos chirusas que iban por Corrientes y Paraná y crucé de vereda.
En el cuaderno 6 dice que sigue leyendo Las confesiones de San Agustín. Yo compré la edición de la BAC. Y también anota que lee al Príncipe de Ligne. Para leer hay que limitar la amistad con profesores y universitarios. Y con escritores esclavos de profesores. No ceder ahí. Hay bardeo armónico contra la soledad.
¿Tengo que pedir permiso para escribir notas?
Banda de aburridos con las manos en las rodillas, café en la mesa y listas de libros que no leen, metido en ese soy como soy de mala traducción.
«Transmite la sensación ominosa de melancolía».
Y de nuevo los insoportables moscardones que intentan venir sin que los inviten.
Ornette Coleman: «Tocar la música, no la estructura.»
También leo novelas sangrientas ¿y qué?
«Configuración de la irrealidad».
Vuelve el miedo. Siempre ahí.
Solo anotar. Fracaso. Salgo a comprar para el desayuno de mañana. Celia se queda a dormir.
Patéticos vigilantes de cómo se debe escribir.
Elia dice que «la fosa de los piojos» está ahí, siempre ahí.
Yo voy siempre de no-banda a no-banda.
Ayer fui con Elia a Pompeya, acompañamos a Irma. Ella iba a rezar por algo remotísimo. Y vi a tres mujeres que recorrían de rodillas el camino que entre hileras de bancos lleva de la puerta al camarín de la Virgen de Pompeya. Devoción murmurada, cuchicheo de sagrado, y gente sentada en los bancos.
Hoy, 5 cartas, tres muy largas. Las contesto a la noche.
Lista de personas que hacen promesas que no cumplen.
Elia llevó a Pipa e´ Moco de Viento del Noroeste a su última novela.
Y yo lo veo fumando sentado casi estatua de repisa en el banco de la plaza Herrera. A eso de las once.
«El gran tren chirriando a través de la noche.»
Mujeres que leen novela no necesariamente terminan bovary.
Esta luna no es atorranta, es luna llena a luna eclipsada entrevista al bajar del Puente en los callejones de Barracas.
Me gusta leerla porque hace cuadernos abandonados que otros editan y que tienen lectores dispersos que solo conocen los libreros.
Por hoy basta. Me cansé de tipear.
Hugo Savino, 2024
Ph / Subiendo las colinas, Rui Palha