«Hoy no hay tiempo para la eternidad». Este nuevo libro de María Mascheroni mantiene una distancia, respetuosa y arisca a la vez, con sus dos libros anteriores, El cansancio de los hijos y Blues de las almas inquietas. Ya desde el título nos presenta un problema: “Hoy no hay tiempo para la eternidad”. No dice que la eternidad no existe, o que no hay tiempo para nada, tampoco que se acabó la eternidad, ni que era un mito ni que es una nostalgia. Dice Hoy: el tiempo y la eternidad giran en torno a hoy.
Hoy, ahora, cuando no tenemos tiempo para ser eternos, sin embargo, tiempo y eternidad no se excluyen; sencillamente están desencontrados. Podrían no estarlo. Puede ser que mañana volviésemos a ser eternos, o a estar en la eternidad: cuando tengamos tiempo.
¿Entonces, necesita tiempo la eternidad? ¿Sólo comparece si le damos tiempo, si la escuchamos, si la dejamos ser con nosotros, en nosotros, ahora, sin esperar a morir?
“Eterno”, en este libro, no significa inmortal sino otra cosa, más cercana a nuestras experiencias. Eterno por ahora. “La eternidad –dijo William Blake- está enamorada de las obras del tiempo”. Envuelta en el tiempo, la eternidad descansa.
“El tiempo –había dicho Platón- es la imagen móvil de la eternidad”. ¡Tremendo poeta, Platón el filósofo! Lástima que La Filosofía, historizada, taxonomizada, fue separada de la poesía. Y así fue que se forjó el estereotipo de un Platón “platónico”, que denigra el tiempo -lo que nace, lo que muere, lo que aparece, lo que cambia- frente a una eternidad que siempre fue es y será. Pero cuando leemos, dice, “el tiempo es la imagen móvil de la eternidad”- y la eternidad no viene después de la muerte. Y el tiempo no está afuera de la eternidad, ni la eternidad fuera del tiempo… Así Platón nos lleva a un enigma que está en el corazón del libro de María.
Yo lo veo, al Platón que escribió esa frase, acercarse a esta danza entre lo viviente perecedero y lo eterno viviente, diciendo: ¡por fin alguien deja de separar el tiempo de la eternidad! ¡Como si no fuesen una especie de cinta de moebius, el pliegue temporalísimo de la temporalidad! Si él hubiese leído el libro de María, se hubiera alegrado de hallar ahí una aliada, una cómplice, en su loca idea de que vivir –estar en el tiempo- es un modo extraño de movernos en la eternidad.
Extraño es vivir, entonces, si prestamos atención a cómo es el asunto.
Comenzó después de su muerte y dejé que sucediera –leemos en la primera página del libro. No se trata de recuerdos, aunque participe a pleno la memoria. Decidí, una y otra vez, no abandonar la conversación. Sucede que hablo de un vínculo incorpóreo, sideral, extraterreno. La transformación sufrida por ambas partes es definitiva.
Las fronteras entre el sueño y la vigilia nos dan una pista: adónde vamos cuando dormimos, de dónde venimos, quiénes somos, cómo se nos cuelan esas irrupciones en nuestras vidas despiertos.
No sé quién fue el primero que distinguió entre niñez e infancia. Niñez = un período de la vida que se extiende hasta la pubertad. Infans = que no habla. Esa dimensión de lo preverbal está presente, de una manera insidiosamente callada, en Hoy no hay tiempo para la eternidad. El riesgo asumido por la poeta fue ponerle palabras. ¿Para que exista? ¡No! para albergar eso que no va a dejar de existir, para hacer más real lo que existe.
Escuchar: ¡mamá! mamá?
un susurro que es un grito en medio de la soledad de la noche en
una ciudad vacía
que de nuestras bocas emerja un susurro que ruega: mamá
mamita a los diez años, como a los treinta, a los
cincuenta a los ochenta, no importa, como si algo no hubiera crecido como si esa
palabra agazapada no se hubiera separado y pudiera aún
mecernos en cada noche atribulada del alma.
Hay otros modos de existencia, dice Etienne Souriau. Otros modos, no entre dos polos, no como gradaciones de una gama. Son otros. Inconmensurables. Inmedibles: nos redimen de la medida, nos transportan a dimensiones, volúmenes, de realidades superpuestas. Nada que elegir, nada que comparar. Ni caos ni desorden. Lejos de la clasificación, de la calificación. El libro de María se deja penetrar por estas realidades clandestinas. Y entra, humilde y audaz, dicho en palabras de Saer, “en esa clandestinidad tan rigurosa y secreta, la de los muertos.”
Acecho cada día un modo de existencia sutil, al límite de la no existencia. Busco en mí,
en vos, entre los animales o entre las cosas. Esta tarea se me impone cuando Vira muere.
Ya decirlo suena a traición. Decir que muere.
Vira es mi madre.
María dice que escribe esto porque va a morir. No lo dice, no, no podría decirlo aunque lo pensara, sonaría a falso. Entonces lo escribe; lo leemos en la página 55: escribo esto porque voy a morir (…) Pronunciar algunas palabras puede iniciar la catástrofe.
La poeta se dirige abierta, llana, al lector, para encontrarse ahí, en la intemperie sin fin, para contarle que su desafío es “acercarme a otro modo de existencia”.
Hace apenas quince días, mientras volvía sobre esta presentación, recordé un texto que María escribió hará unos diez años para un libro sobre la poesía y la muerte, que ella tituló “Consenso Inútil”. Releyéndolo, encontré lo siguiente:
¡La vida es tan, tan frágil cuando la separamos de la muerte! La muerte es percibida como algo que cesa. Una interrupción del fluir de la vida animada. Un estado de cosas estable sólo para la inteligencia. Ninguna sustancia inquieta. El día nace y muere. El amor nace y muere. La noche no. La vida nace y muere. La muerte no. Alguien, una conciencia viva en el mundo, en los otros, se retira hacia la espesura no visible (…) Y ese murmullo ensordecedor de las transformaciones (…) se llama muerte.[i]
No es inusual que los muertos empiecen a ser presentes después de muertos. En una primera impresión pareciera que Mascheroni le habla a un muerto, más específicamente a una muerta, concretamente a su madre, a la que se remitiría imaginaria, nostálgicamente, en ese abstracto modo incognoscible y expulsivo de existencia que llamamos “la muerte” o “los muertos”. Pero
Existimos vos y yo aún hoy, con la diferencia de estado que nos separa. Muerta vos, viva yo, seguimos caminando por las playas del sur. Y mientras el resto de mi vida se compacta y se dilata en una pulsación desconcertante, tu tiempo se despliega expandido en la eternidad.
Viva yo, muerta vos, existimos aún hoy: uno y otro modo de existencia simultáneos –lo que todos sabemos pero no sabríamos decir si alguien, en este caso María Mascheroni, no lo escribiera.
¿Cree Mascheroni que los muertos están en alguna parte? ¿Y quién no? Desde las tumbas hasta los recuerdos, en el cielo o en el infierno, en la cocina y en las pesadillas, en el horizonte próximo, en la feliz inexistencia de existir.
Pero si se hubiese tratado de un recuerdo, de una fantasía, si hubiese sido un deseo, una evocación, este libro no existiría.
Hoy no hay tiempo para la eternidad es el testimonio, diría, o mejor, la aspiración, a atrapar las hebras, tan reales como inconcebibles, donde se hacen presentes nuestros muertos en su manera de vivir como muertos.
Laura Klein
María Mascheroni / Hoy no hay tiempo para la eternidad (Hilos Editora, 2025)
PH / Lee Miller / Retrato del espacio (Portrait of Space) Siwa, Egipto, 1937
[i] Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (Diez miradas diversas sobre poesía y muerte), Compilación y prólogo por Enrique Solinas, Ediciones Ruinas circulares, Buenos Aires, 2015.