Thomas Johnson / Última entrevista a Andrei Tarkovsky 

Tomado de “Mes films sont des prières: Entretien avec Andrei Tarkovski”, en Nouvelles Clés, octubre de 2001.
Traducción de Nicolás Caresano.

Andrei Tarkovsky, 1979

Thomas Johnson: Cuando uno mira sus películas, tiene la impresión de que usted está decepcionado con la humanidad. Diría que en su cine existe un sentimiento de vergüenza por formar parte de ella. ¿Ve alguna luz al final del túnel?

Andrei Tarkovsky: Es tan estúpido el optimismo como el pesimismo. Son conceptos sin sentido. La gente es optimista por razones políticas o ideológicas, porque no quiere decir lo que piensa. Hay un viejo proverbio ruso: un pesimista es un optimista bien informado. En términos ideológicos, la postura del optimista es maliciosa. Es teatral, vaciada de sentido. Por el contrario, lo propio del hombre es la esperanza. Es la ventaja del ser humano. Los hombres nacen con esperanza. Uno no pierde la esperanza cuando se enfrenta a tal o cual realidad: la esperanza no es racional. Se fortalece contra toda lógica. Tertuliano tenía razón cuando dijo: Creo porque es absurdo. La esperanza tiende a crecer incluso entre los acontecimientos más sórdidos. Y esto es así porque el horror, tal como la belleza, inspiran esperanza a quien cree.

Thomas Johnson: ¿Cuáles son los sueños que más lo han marcado? ¿Tiene visiones? 

Andrei Tarkovsky: Estoy interesado en mis sueños, son muy importantes para mí, pero no me gustaría revelarlos. Lo que puedo decir es que mis sueños se dividen en dos categorías. Están los sueños proféticos, los que me llegan del más allá, de un mundo trascendente, y están los sueños azarosos, estimulados por la realidad cotidiana. Los sueños proféticos llegan cuando estoy por dormir, en la transición de la vigilia al sueño, cuando mi alma se separa del mundo de la llanura y asciende a la cima de la montaña. El hombre comienza a despertar suavemente cuando se desprende del mundo de las llanuras. Ahí su alma todavía es pura y las imágenes de sus sueños están cargadas de sentido. Son estas imágenes que traemos desde lo alto las que nos liberan. El problema es que se mezclan con las imágenes cotidianas y se vuelven difíciles de recuperar. De lo que estoy seguro es de que, allá arriba, el tiempo es reversible. Lo cual demuestra que el tiempo y el espacio existen solamente en la encarnación material. El tiempo no es objetivo.

Thomas Johnson: ¿Por qué le disgusta Solaris? ¿Es porque no es triste, como sus demás películas?

Andrei Tarkovsky: Creo que ahí logré materializar bien cierta noción de la conciencia. El problema es que hay demasiados aparatos pseudocientíficos. Las estaciones espaciales orbitales, la tecnología, todo eso me irrita muchísimo. Los modernos inventos tecnológicos son para mí símbolos del error humano. El hombre moderno está obsesionado con su desarrollo material, con el costado pragmático de la realidad. Es como un predador que ya no sabe tras qué presa ir. El interés del hombre por el mundo trascendente ha desaparecido. El hombre, de hecho, se está convirtiendo en una especie de gusano, en un tubo que traga lo que tiene delante y deja una estela de basura detrás. Que no le sorprenda si en algún momento engulle la tierra misma. ¿Qué sentido tiene ir al espacio exterior si sólo nos distancia del problema fundamental del hombre: la armonía entre el mundo espiritual y el material?

Thomas Johnson: ¿Cómo se ubica en relación con el modernismo?

Andrei Tarkovsky: Como un hombre que tuviera un pie en un bote y el siguiente en otro. El primer bote va en una dirección, el segundo en sentido contrario y yo estoy por caerme en el agua. También la humanidad se encuentra así. Veo un futuro muy oscuro si el hombre no se percata de que se está engañando. Sé que tarde o temprano lo hará. No puede simplemente morir como un hemofílico, desangrándose durante el sueño porque se rascó antes de ir a dormir. El arte debe estar ahí para recordarle al hombre que es un ser espiritual, que es parte de un espíritu infinitamente más vasto al que debe retornar. Quien se abra a estas preguntas, quien simplemente se las formule, ya está espiritualmente salvado. No es la respuesta la que importa. Sé que, a partir de ese momento, el hombre no puede seguir viviendo de la misma manera.

Thomas Johnson: Por extraño que parezca, las personas a las que les gustan sus películas disfrutan la ciencia ficción de Spielberg. También él está fascinado por el universo de la niñez. ¿Ha visto sus películas? ¿Qué es lo que piensa?

Andrei Tarkovsky: Al hacer esta pregunta, usted demuestra que no tiene la menor idea de lo que está diciendo. Spielberg, Tarkovsky… es todo lo mismo. ¡Está equivocado! Hay dos tipos de directores: los que ven en el cine una forma de arte, se hacen preguntas y ven en el trabajo una especie de sufrimiento, de don, de obligación, y los que lo ven como un medio para hacer dinero. Eso es el cine comercial. E. T., por ejemplo, es una historia diseñada y creada para gustarle a la mayor cantidad de gente posible. Spielberg logra su cometido. Bien por él. Por mi parte, nunca perseguí esta meta. Para mí, eso está desprovisto de interés. Pongamos un ejemplo: en Moscú hay diez millones de habitantes, incluyendo turistas, y hay apenas tres espacios para escuchar música clásica: el Tchaikovsky Hall y el salón grande y el pequeño del Conservatorio. Muy poco espacio, y sin embargo nadie dice que la música ya no forma parte de la vida en la USSR. Todos están satisfechos, porque, en realidad, alcanza con la mera presencia de esta forma espiritual y divina que es la música. Para mí, el arte popular es absurdo. Por sobre todas las cosas, el arte es aristocrático. La música sólo puede ser aristocrática porque, en el momento de su creación, expresa aquello a lo que tiende inconscientemente la masa, expresa el nivel espiritual al que aspira. Si todos fueran capaces de comprender la obra, se volvería ordinaria como el pasto de los campos. No existiría esa diferencia de potencial que engendra el movimiento.

Thomas Johnson: Sin embargo, usted es extremadamente popular en la URSS. Cuando hay un film suyo, la gente se pelea por las entradas.

Andrei Tarkovsky: En primer lugar, en la URSS soy un director prohibido, lo cual genera curiosidad en el público. En segundo lugar, espero que los temas que intento abordar vengan del fondo del alma y que se vuelvan tan importantes para los demás como lo son para mí. En tercer lugar, mis películas no son una expresión personal, sino una plegaria. Cuando hago una película es como un día festivo, como si prendiera una vela o pusiera un ramo de flores delante de una imagen religiosa. El espectador entiende que hablo con sinceridad. No invento un lenguaje para parecer más simple, más tonto o más inteligente. La falta de honestidad destruiría el diálogo. El tiempo me ha favorecido. Cuando las personas comprendieron que hablaba una lengua natural, que no fingía, que no los tomaba por idiotas, que decía sólo lo que pensaba, entonces empezaron a interesarse en lo que decía.

Thomas Johnson: ¿Piensa usted, como Solzhenitsyn, que el mundo occidental está perdido y que la verdad sólo puede venir del Este?

Andrei Tarkovsky: Estoy lejos de todas estas profecías. Dado que soy ortodoxo, considero Rusia mi tierra espiritual. No renunciaré jamás, incluso si no volviera a verla. Algunos dicen que la verdad vendrá de Occidente, otros de Oriente. Felizmente, la historia está llena de sorpresas. Asistimos a un despertar espiritual y religioso en la URSS, lo cual es algo bueno. Pero la tercera vía está lejos de aparecer.

Thomas Johnson: ¿Qué hay después de la muerte? ¿Tiene la impresión de haber viajado hasta allí? ¿Cuáles han sido sus visiones?

Andrei Tarkovsky: Creo en una sola cosa: que el alma humana es inmortal e indestructible. En el más allá puede haber lo que sea, no tiene importancia. Lo que llamamos muerte no es la muerte. Es un nuevo nacimiento. Una oruga se transforma en mariposa. Creo que hay vida después de la muerte, y entiendo que esto resulte angustiante. Sería más fácil pensar que somos como un teléfono que al final se desconecta. Dios no tendría importancia y podríamos vivir como quisiéramos.

Thomas Johnson: ¿Cuándo descubrió que tenía una misión que cumplir y que se debía a la humanidad?

Andrei Tarkovsky: El deber es con Dios. La humanidad viene después. El artista recolecta y concentra ideas que están en la gente, que son la voz de la gente. El resto es trabajo y servidumbre. Mi posición estética y ética se define en relación con este deber.

Thomas Johnson: ¿Qué sería lo último que le gustaría decirle a los hombres antes de dejar esta tierra?

Andrei Tarkovsky: Lo esencial lo he dicho en mis películas. Me resulta imposible subirme a un pedestal que, por otro lado, nadie me ha construido.

Thomas Johnson: En su libro Esculpir el tiempo, usted escribe: Occidente grita sin parar: ¡Mírenme! ¡Soy yo! ¡Miren cómo sufro! ¡Cómo amo! ¡Yo, yo, mío! ¿Cómo ha resuelto el problema del ego del artista?

Andrei Tarkovsky: No lo he resuelto. Diría que siempre he sido influenciado por el encanto de la cultura oriental. El hombre oriental está llamado a darse como regalo a todo lo que existe. Mientras que en Occidente lo importante es mostrarse, afirmarse. Esto me parece patético, ingenuo, desprovisto de espiritualidad y poco humano. En este sentido, me estoy volviendo cada vez más oriental.

Thomas Johnson: ¿Por qué renunció a filmar la vida de E. T. A. Hoffmann?

Andrei Tarkovsky: No renuncié. Lo dejé para más tarde. Hacer El sacrificio era más importante. La vida de Hoffmann estaba destinada a ser una película romántica. Pero el romanticismo es un fenómeno típicamente occidental. Una enfermedad. Cuando un hombre envejece, ve su juventud como los románticos ven el mundo. El romanticismo fue un movimiento espiritualmente rico, pero los románticos no supieron usar bien su energía. El romántico embellece las cosas, hace lo que hago cuando no estoy en mi mejor versión: me invento. Invento el mundo en vez de crearlo.

Thomas Johnson: ¿Por qué en el principio era el verbo, como nos recuerda la última frase de El sacrificio?

Andrei Tarkovsky: Hemos cometido una injusticia con el verbo. El verbo es milagroso cuando es verdadero. Hoy se lo utiliza con el fin de esconder lo que se piensa. En África se ha descubierto una tribu donde no existe la mentira. El hombre blanco ha intentado explicar sin éxito este fenómeno. Intente usted comprender la mística de esas almas y comprenderá por qué en el principio era el verbo. El estado del verbo nos habla del estado espiritual en el que está el mundo. La distancia entre el verbo y su sentido no hace más que crecer. Es extraño. ¡Es un enigma!

Thomas Johnson: ¿Vivimos el fin del mundo?

Andrei Tarkovsky: ¿Una guerra nuclear? Ni siquiera sería una victoria demoníaca… Sería como un niño que, jugando con fósforos, prendiera fuego su casa. Nadie se atrevería siquiera a acusarle de pirómano. Espiritualmente, el hombre no está listo para vivir su autodestrucción. No tiene esa madurez. Todavía tiene que aprender de la historia. Si hay algo que hemos aprendido es que nunca aprendemos lo suficiente. Es una conclusión extremadamente pesimista. El hombre repite sin cesar sus errores. Es horrible. ¡Otro enigma! Creo que nos falta un trabajo espiritual muy importante para que la historia se eleve al siguiente nivel… Lo más importante es la información que el hombre debe recibir libremente, sin manipulación. Es la única herramienta positiva. La verdad sin distorsiones es el comienzo de la libertad.

PH / At the ‘Zerkalo’ film set, 1973–74
© Vladimir Murashko (MOSFILM Cinema Concern)