Cinco poemas / Ezequiel Martínez Estrada

SOLO

Has vivido el revés de tu destino.
Te ofrecieron amor y no quisiste;
fortuna y gloria, y preferiste el vino
de la sabiduría, que es tan triste.

Y ahora, al final de tu camino,
buscas a Dios, que sabes que no existe.

(La Prensa, 1955)

TEJES

Tejes. Callamos. Yo leo,
que es mi modo de tejer.
La casa empieza a tener
frialdad de mausoleo.

—Hace frío.
—Sí; hace frío.
—Pon otro poco de leña.
En el cuadro un árbol sueña
y frente a él corre un río.

—Rafael no viene más.
—Ya no viene más Irene.
—¿Y Dora?
—¿Y Pedro?
—¿Y Tomás?
—Ya ninguno de ellos viene.

Además, ¡cuántos se han ido
por éste o aquel sendero!
Otros nacieron, pero
también los hemos perdido.

Transcurren unos minutos
en una quietud tan pura
que el tejido y la lectura
son perfectos y absolutos.

—¿Oyes? Salen de la escuela
los chicos.
—Pues, ¿qué hora es?
Hablan y cantan. Después
sólo queda una estela.

—¿Han llamado?
—Sí, han llamado.
Nadie ha llamado a la puerta.
Está la calle desierta
como un camino olvidado.

El reloj marca una hora
cualquiera en la eternidad.
Esta sí es la soledad.
Nunca la sentí hasta ahora.

—Es tarde.
—Es tarde.
          Cerramos
la llave de luz. Salimos.
—Hasta luego.
          Y nos dormimos.
Y después despertamos.

SUEÑO

En la silla de mimbre te has quedado dormida
con un fin de sonrisa en la boca entreabierta.
Está como en cenizas la brasa de tu vida
y por un poco de aire no acabas de estar muerta.

En las manos se aduerme la luz, como si entrara
por entre carne y piel, y sobre tu regazo
cae un trozo de sombra que te mancha la cara,
apretándose, justa, a la curva del brazo.

De tus párpados fluye cierto noble sosiego
que en la frente inclinada se aclara y se depura,
como algo invulnerable que sobre el cuerpo ciego
pusiese una invisible defensa de armadura.

Y me quedo en la orilla de tu sueño profundo
que en su total parálisis todo olvida y desdeña,
como si hubieras sido escamoteada al mundo.
Tú no eres nada ahora y yo soy el que sueña.

Te observo fijamente, doblado ante el abismo
que nos separa; evoco tristezas y alegrías
y voy recuperándote como algo de mí mismo
que hubiese desgastado el roce de los días.

Nuestros seres quedaron distantes, en el trato
diario. Somos islas y el mar se extiende entre ellas.
Nos llegan las señales, a través de ese hiato,
con la clara fatiga de las viejas estrellas.

Pero aunque me separa de tí, que estés dormida,
este abismo que ahonda mi espíritu despierto,
algo acopla por dentro tu vida con mi vida.
Vivimos y morimos los dos; eso es lo cierto.

Tu rostro me revela nuestro común destino
y hay en él ciertas huellas de que antes no hice caso,
que son como la impronta del dolor paulatino
de toda tu esperanza y todo mi fracaso.

De pronto me da miedo lo blanco de tu frente
y, arrastrado en el vértigo de estas ideas que urdo,
concibo que podrías morirte de repente,
¡y es un arma cargada mi pensamiento absurdo!

Te digo alguna frase a media voz y apenas
hacia mi vos estiras tu mano en vano empeño,
porque está como anclada con seguras cadenas
en el fondo del mar en pleamar del sueño.

Quizá también mañana yo duerma un sueño fuerte
y a tu vez me contemples con temor infinito,
sin saber que me he ido, soñando, hasta la muerte.
Yo no podré tender las manos a tu grito.

(de Humoresca, 1929)

ELEGÍA

Sintiendo el casi bárbaro pavor de lo absoluto
y la atracción simpática del hambre de la tierra,
echo estas cuatro estrofas de hiel en tu sepulcro
igual que cuatro garfios para tu carne muerta.

Sé bien que estás viviendo aquí o en otro sitio,
dentro o fuera del ámbito del espacio y del tiempo,
en horrible simbiosis empotrado en tus hijos,
enquistado en sus vidas, como un gusano fétido.

Ojalá cuando el sueño te devoró los ojos
y te impulsó hasta el fondo sin fondo de la noche,
tu fuga no dejará tras sí para nosotros
ni la estela encendida en su caída enorme;

que volatilizada tu materia y extinta
tu psique, fueras menos que la nube que pasa,
¡porque los malos quedan pesando en nuestra vida
y los buenos nos llevan la muerte de ventaja!

(de Nefelibal,1922)

PENA

Este hastío, esta pena o esta melancolía con que te miro, Noche, solo la mitad es mía.
Una serie infinita de seres abolidos se asoma persistentemente a mis sentidos y me congela el alma con diabólico influjo.
Lleno de muertos, soy un nigromante, un brujo que ve lo que otros vieron, que oye según la vieja costumbre.
En realidad no tengo ojo ni oreja.

De modo que esta angustia de contemplar tu abismo,
esta tendencia al llanto, Noche que eres yo mismo,
es la máquina bárbara que aún se encanta o se aterra.
La Tierra es toda espíritu y yo todo de tierra.

(1924)