Emily Dickinson: Tres poemas / Traducción de Christian Ferrer

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EL PARAÍSO NO ME SIMPATIZA

 

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Nunca me sentí a gusto –aquí abajo–
Y no me sentiría en casa –lo sé–
En los cielos hermosos.
El Paraíso –no me simpatiza–.

Porque allí siempre es domingo
Y el receso –nunca llega–.
El Edén ha de ser lugar solitario
Pulido atardecer –de día miércoles–.

Si alguna vez Dios saliera de visita –
O se tomara una siesta –
De modo que no nos vea – pero dicen
De Él –que es un telescopio

Perennemente mirándonos–.
Yo me escaparía
De Él –del Fantasma Divino– de Todo.
Pero allí sigue estando –el Día del Juicio Final–.

 

NO ES QUE LA MUERTE HAGA TANTO DAÑO*

 

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No es que la Muerte haga tanto daño –
Vivir –eso duele más–
Morir –es cosa distinta–
Algo magnánimo detrás de la puerta.

El hábito que tienen los pájaros –allá en el sur–
Cuando llega el tiempo de las heladas
Se inclinan por el vuelo –una mejor latitud–
Nosotros –somos los pájaros– que no partimos.

Temblamos ante las puertas de los granjeros –
Por cuyas renuentes migajas –
Pactamos – hasta que la nieve compasiva
Persuade –a nuestras alas– de irnos a casa.

 

 

*Poema enviado por Emily Dickinson a sus primas Louise y Frances, recientemente huérfanas, acompañando a esta esquela: “¿No estaba el amado padre tan fatigado, después que mamá se fuera, y no es casi dulce pensarlos juntos en estas noches de invierno? La pena queda de nuestro lado –queridas mías–, pero la alegría en la de ellos. Dejen a Emily cantar por ustedes, porque ella no sabe rezar”. / Enero, 1863.

 

 

FANTASMA DE MEDIANOCHE

 

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No es necesario ser una habitación –para estar embrujada–
No es preciso ser una casa
Hay más corredores –en la mente–
Que en los lugares materiales.

A medianoche –se está más a salvo–
Con los fantasmas del exterior
Que confrontando aquí dentro
A este huésped insensible.

Mucho más a salvo –ser perseguida, apedreada–
Por los pasillos de un monasterio
Que darse de narices contra una misma
En lugares solitarios –y desarmada–.

Estar escondidos –detrás de nosotros mismos–
Eso debería asustarnos
Un asesino oculto en nuestros aposentos
Es un espanto menor.

El cuerpo –hace suyo un revólver–
Pone cerrojo a la puerta
Pero se le pasa por alto
Un fantasma mayor –y más aún–.

 

Emily Dickinson / Traducción: Christian Ferrer