La gesta de un idioma íntimo/ Delfina Korn

(Sobre Las grutas, de José Fraguas, Palabras Amarillas, 2020)

¿Cuándo comenzaron a formarse las grutas? Es la pregunta que el narrador de esta novela se formula al comienzo del libro. Las grutas de la decepción, del desamparo, del sentirse abandonado. Cuando creemos que mamá está llegando del supermercado y no es ella, cuando esperamos a que un amigo con quien nos peleamos responda a una carta de ¿Querés volver a ser mi amigo? Si, no, tache lo que no corresponda. Cuando nos caemos de un caballo quieto frente a los primos homofóbicos y multimillonarios. Pero también, ¿qué sucede en las grutas? Sucede la magia, como un piquito que nos damos abajo del banco diariamente con un compañero que el resto del tiempo nos ignora, mientras ambos pretendemos que se nos cayó algo y nos acercamos gateando a buscarlo. Otro beso, el que nos da Héctor, el compañero de la Colimba del que estamos perdidamente enamorados, secretamente en los pasillos. Un beso confuso, en el cuello, que quiere y no quiere decir nada, pero que alimenta una fantasía desenfrenada que nos termina aniquilando.

En este libro, José Fraguas pone el ojo directo sobre lo más chiquito, lo minúsculo, lo marginal de las historias. No en vano llevaba al taller de Hebe los borradores de esta novela en papelitos chiquititos con letra minúscula que a Hebe la exasperaban. No importan las grandes hazañas, las grandes palabras, hechos o actos que sucedieron entre dos personas. Lo que importa está en los detalles marginales.

El narrador pasa una y otra vez por las grutas porque hay cosas que es necesario pensar, analizar, repasar. Lo hace con la misma fe que José me enseñó a mí. “La novela ya está escrita en alguna parte”, me dijo un día. Cuando uno se está rompiendo la cabeza sobre cómo seguir con algo, con un proyecto, con cualquier cosa en la vida. Saber que uno solo debe comportarse como un médium, permitir que las cosas lleguen, observarlas, estudiarlas, tratar de aprender algo. Ellas ya existen. Sobre si un libro que alguien escribe y publica se leerá o no se leerá, me dijo: “Son botellas al mar”. Es un consejo de la misma fuente de sabiduría. Un texto llegará a quien le tenga que llegar cuando tenga que llegar. Esa misma fe está infusionada en la voz del narrador de Las Grutas.

Pero, ¿qué hacer con los “amores casi”, como los define José, esos romances imaginarios que nunca llegan a concretarse y que nos dejan en la más oscura de las cavidades, o con los «mail bomba», esos que mandamos en un momento de ira y rompieron una amistad valiosa? ¿Qué hacer con la decepción, la desilusión, cómo escapar de las grutas mentales? El narrador se va moviendo a través de una serie de relaciones amorosas y de amistad que lo tocan de formas muy particulares, y a lo que presta atención siempre es a las marcas. Las marcas solo pueden estudiarse a través de lo sutil. ¿Cuáles fueron los pequeños destellos brillosos, los fuegos artificiales de una relación? ¿Cuáles fueron las espinas?

“Las oquedades interiores son un espacio recóndito y secreto cuyos íntimos recovecos permanecen olvidados o desconocidos hasta para uno mismo”, escribe José.

¿Cuántos pliegues, cuántos matices, tiene una persona, una historia de amor, un recuerdo? ¿Podemos encontrar un significado único y definitivo a una experiencia que tuvimos? ¿O el significado también va cambiando con el tiempo, gracias a pequeños descubrimientos de la memoria que llegan con la escritura?

En esta novela, José despliega todo un entramado de recuerdos, para acompañarnos, porque el libro hace compañía, a acompañarlo a través de un recorrido que busca solamente la más cara de las ambiciones: conocerse uno mismo. Descubrir algo. Al principio, como corresponde, no se sabe bien qué. Al final tampoco, pero hay mayor aproximación.

El narrador de Las grutas fantasea con ser cura y termina viéndose forzado a ser soldado. Entre la fe y la guerra, descubre la amistad, que es su trinchera personal. Y allí, la posibilidad de inventar un lenguaje clandestino que es su forma de estar en el mundo. Juego, pero también, estrategia de supervivencia. Quizás José no lo sepa pero las palabras que inventó con sus compañeros de colegio se fueron desperdigando por todo Buenos Aires. Como un collar de mostacillas que se rompe y van cayendo las piezas, ya me he encontrado en los lugares más remotos con personas que conocen el idioma de José, cuya gesta está narrada en Las grutas. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo llegaron estas palabras hasta acá? ¿Cómo viajan las palabras? Viajan a través de las personas como nosotros viajamos a través de los lugares. Viajan porque las mueve un deseo tan simple y a la vez conmovedor que es quiero que sepan que existí, que en este lugar yo estuve.

El narrador de Las grutas siente exactamente lo opuesto a eso en cada una de sus relaciones amorosas: en cualquier momento, esta persona va a desconocer mi existencia para siempre, mi vida pende de un hilo. Cada amor es una bomba de tiempo. ¿Cuántos minutos faltan, cuántas horas, para que suceda el apocalipsis? Pero hacia el final, descubre nada más ni nada menos que la fórmula secreta del amor eterno: “Una tarde subí al colectivo y llegó un pensamiento a mí como una revelación. No era el habitual rumiar obsesivo, el carburo mecánico sobre Diego, otro costicismo o alguna otra cuestión. Era sobre la naturaleza misma del amor. Habían tenido que pasar muchos años para ver algo muy simple, que el amor llega simplemente cuando uno…” Y aquí me detengo, no es para no “espoilear” pero tienen que leer el libro para entender lo que esta revelación significa para el personaje y lo que puede significar para uno. Pero es esta revelación la que lleva al escritor a la acción, a ser instrumento de su destino y no objeto. Comienza por formularse una pregunta: ¿cuándo comenzaron a formarse las grutas?

Delfina Korn, 2020

Ph / Edward Weston, Océano, 1936