
Si buscas la bienaventuranza, caminas por un sendero que ha estado ahí todo el tiempo, esperándote, y la vida que deberías estar viviendo es la que estás viviendo. Dondequiera que estés, si vas en pos de tu bienaventuranza, estás gozando de esa renovación, de esa vida que hay dentro de ti, continuamente.
MOYERS: Lo que me llama la atención cuando leo lo que has escrito sobre el impacto del medio sobre los relatos es que estos pueblos (los pueblos de las praderas, los cazadores, los pueblos de las selvas, los cultivadores) están participando en su paisaje. Son parte de su mundo, y cada elemento de su mundo es sagrado para ellos.
CAMPBELL: La santificación del paisaje local es una función fundamental de la mitología. Esto puedes verlo muy claramente entre los navajos, que identificarán una montaña del norte, una montaña del sur, una montaña del este, una montaña del oeste y una montaña central. En una tienda navajo, la entrada siempre da al este. El fuego está en el centro, que corresponde a un centro cósmico, con el humo saliendo por el agujero del techo de modo que el aroma del incienso vaya a las narices de los dioses. El paisaje, el espacio en que se vive, se convierte en un icono, un cuadro sagrado. Dondequiera que estés, estarás relacionado con el orden cósmico.
Cuando contemples una pintura navajo en arena, habrá una figura envolvente, que puede representar un espejismo o el arco iris o cualquier cosa, pero siempre será una figura que rodeará al resto, con una apertura al este para que el espíritu nuevo pueda entrar. Cuando Buda se sentó bajo la higuera sagrada, miraba al este, que es la dirección del sol naciente.
MOYERS: En mi primer viaje a Kenia visité, en lo que había sido la orilla de un lago, un asentamiento primitivo, y me quedé hasta la caída de la noche, sintiendo la presencia de toda la creación; bajo el cielo nocturno, en ese lugar inmenso, sentía que pertenecía a algo antiguo, algo que en gran medida seguía vivo.
CAMPBELL: Creo que es Cicerón quien dice que cuando entras en un bosque muy alto, se te hace evidente la presencia de la divinidad. En todas partes hay bosques sagrados. Recuerdo que siendo un niño pequeño, yo adoraba un gran árbol muy viejo en el bosque, pensando: «Tú sí que has visto cosas». Creo que este sentimiento de la presencia de la creación es un instinto básico del hombre. Pero ahora vivimos en una ciudad. Todo es piedra y cemento, todo fabricado por manos humanas. Tendrás un mundo diferente si creces en un bosque con las ardillas y los búhos. Ahí todas las cosas te rodean como presencias, representando fuerzas y poderes y posibilidades mágicas de vida que no son tuyas y, sin embargo, son parte de la vida, y es algo que se abre a ti. Entonces oyes el eco dentro de ti, porque tú eres parte de la naturaleza. Cuando un indio sioux tomaba el calumet, la pipa, la tendía con la boquilla hacia el cielo de modo que el sol fumara primero. Y después se dirigía siempre a los cuatro puntos cardinales. En ese marco espiritual, cuando te diriges al horizonte, al mundo en el que estás, estás en tu lugar en el mundo. Es un modo diferente de vivir.
MOYERS: En The Mythic Image caracterizas el centro de transformación como aquel lugar sagrado donde los muros temporales puedan disolverse para revelar una maravilla. ¿Qué significa tener un lugar sagrado?
CAMPBELL: Hoy día es una necesidad absoluta para todos. Debes tener un cuarto, o una cierta hora o rato del día, donde no sepas lo que dicen los periódicos de la mañana, ni quiénes son tus amigos, ni qué debes ni qué te deben. Es un lugar donde simplemente puedes experimentar y sacar a luz lo que eres y lo que podrías ser. El lugar de la incubación creativa. Al principio puede parecerte que ahí no sucede nada. Pero si tienes un lugar sagrado y lo usas, con el tiempo algo sucederá.
MOYERS: Ese lugar sagrado hace por ti lo que las praderas hicieron por el cazador.
CAMPBELL: Para ellos el mundo entero era un lugar sagrado. Pero nuestra vida se ha vuelto tan económica y práctica en su orientación que, cuando eres adulto, las exigencias del momento sobre ti son tan grandes que apenas si sabes dónde diablos estás, o qué es lo que te proponías. Siempre estás haciendo algo que te exigen. ¿Cuál es tu estadio de felicidad? Debes tratar de hallarlo. Enciende el tocadiscos y pon una música que realmente adores, aun cuando sea una música barata que nadie se tome en serio. O lee el libro que más te gusta. En tu lugar sagrado tienes el sentimiento de «adoración» ante la vida que aquellos pueblos tenían respecto del mundo entero en el que vivían.
MOYERS: Hemos hablado del impacto del paisaje en la gente. Pero ¿qué hay del efecto de la gente sobre el paisaje?
CAMPBELL: La gente reclama la tierra creando lugares sagrados, mitologizando los animales y plantas: ocupan la tierra con poderes espirituales. Se vuelve como un templo, un lugar para la meditación. Por ejemplo, los navajo hicieron un trabajo maravilloso en la mitologización de animales. En las pinturas de arena navajo puedes ver pequeños animales, cada uno con su propio valor. Ahora bien, estos animales no son representados de forma natural. Están estilizados. Y la estilización se refiere a sus características espirituales, no a las meramente físicas. Hay una mosca grande, por ejemplo, que a veces vendrá volando a posarse sobre tu hombro cuando estés caminando por el desierto. En los mitos navajo es conocida como la Gran Mosca, también como Pequeño Viento. Les susurra a los jóvenes héroes las respuestas a todas las preguntas que les hacen los padres cuando los ponen a prueba. Gran Mosca es la voz del espíritu sagrado revelando la sabiduría oculta.
MOYERS: ¿Y cuál es la finalidad de todo esto?
CAMPBELL: Reclamar la tierra. Transformar la tierra en la que vivían en un lugar de importancia espiritual.
MOYERS: Entonces, cuando Moisés contemplaba la Tierra Prometida, no estaba haciendo más que lo que otros líderes espirituales han hecho por sus pueblos. Estaba reclamando esa tierra.
CAMPBELL: Sí. Recuerda la historia del sueño de Jacob. Cuando Jacob se despierta, el lugar se vuelve Bethel, la casa de Dios. Jacob ha reclamado ese lugar con una cierta significación espiritual. Es el lugar donde Dios sembró sus energías.
MOYERS: ¿Existen actualmente sitios sagrados en este continente?
CAMPBELL: Ciudad de México era un sitio sagrado, una de las grandes ciudades del mundo antes de que los españoles la destruyeran. Cuando los españoles vieron por primera vez Ciudad de México, o Tenochtitlán, era una ciudad más grande que cualquiera de las de Europa. Y era una ciudad sagrada, con grandes templos. Ahora la catedral católica ocupa el sitio donde se alzaba el templo del sol. Ahí tienes un ejemplo de reclamo de la tierra por parte de los cristianos. Transforman el mismo paisaje en su paisaje poniendo su templo donde estaba el otro templo.
Nuestros padres peregrinos, por ejemplo, le dieron nombre a los lugares a partir de nombres bíblicos. Y alguien en el norte del Estado de Nueva York tenía la Odisea y la Ilíada en la mente, de donde salieron Itaca, Utica y tantos otros nombres clásicos.
MOYERS: En cierto sentido, se está ungiendo la tierra donde se cree que hay energía que dará vigor a sus habitantes. Hay una relación orgánica entre la tierra y las estructuras que la gente construye sobre ella.
CAMPBELL: Sí, pero eso terminó con la aparición de las metrópolis.
MOYERS: En Nueva York, ahora, hay una competencia para ver quién construye más alto.
CAMPBELL: Es una especie de triunfo arquitectónico. Es la ciudad misma afirmando que somos un centro de poder financiero, y miren lo que podemos hacer. Es una especie de pirueta acrobática de virtuoso.
MOYERS: ¿Dónde están los lugares sagrados hoy?
CAMPBELL: No existen. Sólo quedan unos pocos centros históricos donde la gente puede ir a pensar en algo importante que pasó allí. Por ejemplo, pueden ir a visitar Tierra Santa, porque es la tierra de nuestros orígenes religiosos. Pero toda tierra debería ser santa. Uno debería encontrar el símbolo en el paisaje mismo de las energías de la vida allí presente. Es lo que hacen todas las antiguas tradiciones. Santifican su paisaje.
Es lo que hicieron los primitivos habitantes de Islandia, por ejemplo, en los siglos VIII y IX. Establecieron sus diferentes asentamientos en una relación de distancia de 432.000 pies romanos uno de otro (el 432.000 es un importante número mitológico conocido en muchas tradiciones). Toda la organización del paisaje islandés quedó establecida basándose en esas relaciones cósmicas, de modo que dondequiera que vayas en Islandia, estás, por así decirlo (y si conoces tu mitología), en sintonía con el universo. Es la misma mitología que hallas en Egipto, pero en Egipto la simbología tomó una forma diferente porque Egipto no es circular, Egipto es alargado. De modo que ahí tienes la diosa del cielo como una Vaca Sagrada, con dos pies en el sur y dos en el norte; una idea rectangular, por así decir. Pero la simbolización espiritual de nuestra propia civilización es algo que básicamente se ha perdido. Es por eso que resulta tan maravilloso ir a la pequeña y encantadora ciudad de Chartres, en Francia, donde la catedral sigue dominando al resto, y oír el tañido de las campanas cuando la noche da paso al día, y cuando la mañana llega al mediodía, y otra vez cuando el día se vuelve noche.
Considero a Chartres mi parroquia. He estado allí varias veces. Cuando era estudiante en París pasé un fin de semana entero en la catedral, estudiando incluso sus más pequeñas figuras. Estuve tanto tiempo allí dentro que una vez el portero se me acercó a mediodía y me dijo: «¿Le gustaría subir conmigo a tocar las campanas?». «Claro que me gustaría», le dije. Así que subimos por la torre hasta la gran campana de bronce. Había una pequeña plataforma como un sube y baja. El se puso en un extremo, y yo en el otro, y había una barra para agarrarnos. Le dio un impulso, y ya estábamos en movimiento. Empezamos a subir y bajar, y el viento nos agitaba el cabello, allá en lo alto de la catedral, y la campana empezó a sonar debajo de nosotros: «Tolón, tolón, tolón». Fue una de las aventuras más emocionantes de mi vida.
Cuando todo terminó, el hombre me hizo bajar y me dijo: «Quiero mostrarle dónde está mi cuarto». Bueno, en una catedral tienes la nave, después el crucero, y después el ábside, y alrededor del ábside está el coro. Me hizo pasar por una puertecita en medio del coro, y allí había una camita y una mesita con una lámpara. Cuando miré por la pantalla del coro, allí estaba la ventana de la Virgen Negra… y allí era donde vivía este hombre. Vivía en estado de constante meditación. Era algo muy hermoso y conmovedor. Desde entonces he vuelto una y otra vez a Chartres.
MOYERS: ¿Y qué encuentras allí?
CAMPBELL: Me devuelve a una época en que estos principios espirituales daban forma a la sociedad. Puedes decir qué es lo que está dando forma a una sociedad fijándote en cuál es el edificio más alto. Cuando te acercas a una ciudad medieval, la catedral es lo más alto que hay. Cuando te acercas a una ciudad del siglo XVIII, es el palacio político el más alto. Y cuando te acercas a una ciudad moderna, los edificios más altos son los de oficinas, los centros de la vida económica.
Si vas a Salt Lake City, verás todo esto ilustrado ante tus propios ojos. Primero se construyó el templo, en el centro mismo de la ciudad. Es el sitio apropiado porque el templo es el centro espiritual del que fluye todo en todas direcciones. Después el edificio político, el Capitolio, fue construido a un lado, y es más alto que el templo. Y ahora lo más alto de la ciudad es un edificio de oficinas que se ocupa de las finanzas, tanto del templo como del edificio político. Es la historia de la civilización occidental. Del gótico, pasando por los periodos magníficos de los siglos XVI, XVII y XVIII, a este mundo económico en el que vivimos hoy.
MOYERS: Entonces, cuando vas a Chartres…
CAMPBELL: …regreso a la Edad Media. Vuelvo al mundo en el que me crié de niño, el mundo de imágenes espirituales de la Iglesia católica, y es espléndido.
MOYERS: ¿No es pura nostalgia? ¿No es sólo el pasado lo que te conmueve cuando estás ahí?
CAMPBELL: No, es el presente. Esa catedral me habla del alma, del espíritu del mundo. Es un lugar para la meditación, y basta caminar un poco por él, sentarse, mirar tantas cosas hermosas como existen en su interior.
MOYERS: La catedral de Chartres, que tanto amas, expresa una relación del hombre con el cosmos, ¿no es así?
CAMPBELL: Sí. La catedral tiene la forma de una cruz, con el altar en el centro. Es una estructura simbólica. Ahora se construyen iglesias como si fueran teatros. La visibilidad es importante. En la catedral, no existe el menor interés por la visibilidad. La mayor parte de lo que sucede tiene lugar fuera de tu campo de visión. Pero lo importante allí es el símbolo, no el espectáculo. El espectáculo se lo saben todos de memoria. Lo conocen desde los seis años.
MOYERS: ¿Por qué siguen yendo a la catedral entonces?
CAMPBELL: Ahí reside toda la cuestión del mito. ¿Por qué queremos volver a hablar de estas cosas? Porque nos ponen en contacto con la arquetipología esencial de nuestra vida espiritual. Asistir a un ritual día tras días te mantiene en contacto.
MOYERS: Pero ahora no lo hacemos.
CAMPBELL: Hemos perdido contacto con esa clase de preocupaciones. El objetivo de la vida primitiva era vivir en una constante conciencia del principio espiritual. En los palacios asirios, puedes ver una bestia compuesta con cabeza de hombre, cuerpo de león, alas de águila y patas de toro: cuatro signos del zodíaco que han sido reunidos para hacer de ellos guardianes de las puertas.
Estas mismas cuatro bestias, que están asociadas con la visión de Ezequiel, son los cuatro evangelistas en la tradición cristiana. Recuerda la oración: «Mateo, Marcos, Lucas y Juan, bendecid la cama en la que yo duermo». En esta plegaria tú ocupas el centro, el lugar de Cristo, y los cuatro puntos cardinales que te rodean son los cuatro brazos de la cama.
Ahora bien, este mandala representa al Cristo apareciendo desde más allá del Espacio-Tiempo. Estas cuatro bestias representan el velo del Espacio-Tiempo, velando la eternidad, y el Cristo en el centro constituye la ruptura, el segundo nacimiento, la venida del Señor del Mundo del vientre de la diosa universal, el Espacio-Tiempo.
MOYERS: Dices que una catedral como la de Chartres simboliza el conocimiento de un campo de sentido que trasciende la ley y está presente arquitectónicamente no sólo en las formas de la piedra majestuosa sino también en el gran silencio que rodea y habita estas formas.
CAMPBELL: Toda referencia espiritual última lo es al silencio más allá del sonido. El mundo hecho carne es el primer sonido. Más allá de ese sonido está lo desconocido trascendente, lo incognoscible. Puede ser llamado el gran silencio, o el vacío, o la trascendencia absoluta.
MOYERS: Cuando te oigo hablar sobre la manera en que los mitos nos acercan a nuestros lugares sagrados, y de cómo los paisajes conectaron a los primeros seres humanos con el universo, empiezo a pensar que lo sobrenatural, al menos como tú lo entiendes, en realidad es sólo lo natural.
CAMPBELL: La idea de lo sobrenatural como algo que está por encima de lo natural es una idea asesina. En la Edad Media fue ésta la idea que transformó el mundo en algo muy próximo a una tierra baldía, una tierra en que la gente vivía vidas no auténticas, sin hacer nunca algo que realmente quisieran, porque las leyes de lo sobrenatural les exigían que vivieran dominados por el clero. En una tierra baldía, la gente desarrolla propósitos que no son propiamente los de ellos sino que les han sido impuestos como leyes inexcusables. Esto es asesino. La poesía trovadoresca de amor cortesano en el siglo XII constituyó una protesta contra esta violación de la alegría de la vida con coartada sobrenatural. Lo mismo puede decirse de la leyenda de Tristán y de al menos una de las grandes versiones de la leyenda del Grial, la de Wolfram von Eschenbach. El espíritu es en realidad el aroma de la vida. No es algo que flota sobre la vida, sino que surge de la vida. Esta es una de las cosas más gloriosas en las religiones de la diosa madre, en las que el mundo es el cuerpo mismo de la Diosa, divino en sí, y la divinidad no es algo que dé órdenes desde arriba a una naturaleza caída. Hubo algo de este espíritu en el culto medieval de la Virgen, del que surgieron las hermosas catedrales francesas del siglo XIII.
No obstante, nuestra historia de la expulsión del Paraíso considera corrupta a la naturaleza; y ese mito corrompe para nosotros todo el mundo. Por ser considerada corrupta la naturaleza, todo acto espontáneo es pecado y no debemos ceder a él. Tienes una civilización totalmente diferente y un modo de vivir totalmente distinto si tu mito presenta la naturaleza como caída o si la naturaleza es en sí una manifestación de la divinidad, y el espíritu es la revelación de la divinidad como algo inherente a la naturaleza.
MOYERS: ¿Quién interpreta, para nosotros, hoy, la divinidad inherente a la naturaleza? ¿Quiénes son nuestros chamanes? ¿Quién interpreta para nosotros las cosas no visibles?
CAMPBELL: Es función del artista. El artista es en la actualidad el transmisor del mito. Pero tiene que ser un artista que comprenda la mitología y la humanidad y no simplemente un sociólogo con un programa para ti.
MOYERS: ¿Y qué hay de la gente corriente, de los que no son poetas ni artistas, o que no han gozado de un éxtasis trascendente? ¿Cómo sabemos de estas cosas?
CAMPBELL: Te diré un modo, un modo muy bueno. Siéntate en un cuarto y lee… lee y lee. Y lee libros buenos, escritos por buenos escritores. Tu mente ascenderá a ese nivel, y tendrás un hermoso, suave y prolongado éxtasis. Esta comprensión de la vida puede ser una comprensión constante en tu vida. Cuando encuentres a un autor que realmente te atrape, lee todo lo que haya escrito. No digas «Oh, ahora quiero ver qué hizo fulano», y no te molestes en absoluto con la lista de bestsellers. Lee todo lo que este autor tenga para darte. Y después lee lo que él haya leído. Comprobarás que el mundo se abre de un modo consecuente con un cierto punto de vista. En cambio, cuando vayas de un autor a otro, podrás decir la fecha en la que escribió tal poema suyo, pero él no te habrá dicho nada a ti.
MOYERS: De modo que los chamanes funcionaron en las sociedades primitivas como lo hacen ahora los artistas. Entonces desempeñaron un papel mucho más importante que el de ser nada más que…
CAMPBELL: Los chamanes tuvieron el papel que tradicionalmente se les asigna a los sacerdotes en nuestra sociedad.
MOYERS: ¿Los chamanes eran sacerdotes?
CAMPBELL: Hay una diferencia importante, me parece, entre un chamán y un sacerdote. Un sacerdote es un funcionario de tipo social. La sociedad adora a ciertas deidades de cierto modo, y el sacerdote es ordenado como un funcionario para realizar ese ritual. La deidad a la que está consagrado es una deidad que ya estaba allí antes de que él apareciera. Pero los poderes del chamán están simbolizados en sus propios familiares, deidades de su propia experiencia personal. Su autoridad procede de una experiencia psicológica, no de una ordenación social.
MOYERS: El chamán ha estado en un lugar donde yo no he estado, y me lo explica.
CAMPBELL: También, como en el caso de Alce Negro, el chamán puede traducir algunas de sus visiones en actuaciones rituales para su pueblo. Eso significa trasladar la experiencia interior a la vida externa del pueblo mismo.
MOYERS: ¿Esto fue el comienzo de la religión?
CAMPBELL: Personalmente, creo que así es como empezaron las religiones. Pero es apenas una suposición. En realidad no lo sabemos.
MOYERS: Jesús va al desierto, experimenta una transformación psicológica, vuelve y le dice a la gente: «Seguidme». ¿Algo así sucede en estas culturas elementales?
CAMPBELL: Sí, según los testimonios que tenemos. En casi todas las culturas cazadoras encontramos un aspecto chamánico.
MOYERS: ¿Por qué particularmente entre cazadores?
CAMPBELL: Porque son más individualistas. El cazador es un individuo, en el sentido en que no lo es un granjero. Trabajar la tierra y esperar a que la naturaleza te diga cuándo hacerlo es una cosa, pero salir de caza… Cada cacería es distinta de la anterior. Y los cazadores deben prepararse en habilidades individuales que exigen talentos y capacidades muy especiales.
MOYERS: ¿Y qué pasó con el chamán en la evolución humana?
CAMPBELL: A medida que la vida asentada en aldeas fue adquiriendo importancia, el chamán perdió poder. De hecho, hay una maravillosa serie de historias y mitos de algunos de los indios norteamericanos del sudoeste, navajos y apaches, que eran originariamente cazadores, que descendieron hasta un área donde se había desarrollado la agricultura y pasaron a un sistema agrícola de vida. En sus historias de los orígenes, hallaremos un típico episodio muy divertido en el que los chamanes caen en desgracia, siendo entonces reemplazados por los sacerdotes. Los chamanes dicen algo que ofende al sol, y el sol desaparece, y entonces dicen: «Ay, no puedo hacer volver al sol». Hacen todos sus trucos, y el relato los describe con una crueldad muy cínica y cómica. Pero sus trucos no sirven para que el sol vuelva. A partir de ahí los chamanes quedan reducidos a una sociedad chamán, una especie de sociedad bufonesca. Son magos con un poder especial, pero ahora su poder está subordinado a una sociedad mayor.
MOYERS: Hablamos del efecto sobre la mitología de las praderas donde se cazaba, ese espacio claramente circunscrito por el horizonte con la gran cúpula del cielo encima. Pero ¿qué pasa con los que vivían en el denso follaje de la jungla? Ahí no hay cúpula del cielo, ni horizonte, ni sentido de la perspectiva… sólo árboles, árboles, árboles.
CAMPBELL: Colin Turnbull cuenta una interesante historia sobre un pigmeo que nunca había estado fuera de la selva, al que llevaron a la cima de una montaña. El pobre hombrecillo estaba aterrorizado. No podía juzgar la perspectiva o la distancia. Pensaba que los animales que veía pastando en la llanura, en la lejanía, estaban cerca, y eran pequeños como hormigas. Se sintió totalmente confundido y volvió corriendo al interior de la selva.
MOYERS: La geografía ha hecho mucho por dar forma a nuestra cultura y a nuestra idea de la religión. El dios del desierto no es el dios de las llanuras…
CAMPBELL: …ni el dios de la jungla, o mejor los dioses, en plural, de la jungla. Cuando estás en el desierto con un cielo y un mundo, puedes tener una divinidad, pero en la jungla, donde no hay horizonte y nunca ves más allá de diez o doce metros delante de ti, esa idea no existe.
MOYERS: ¿De modo que proyectan su idea de Dios en el mundo?
CAMPBELL: Sí, por supuesto.
MOYERS: Su geografía da forma a su imagen de la divinidad, y después la proyectan y la llaman Dios.
CAMPBELL: Sí. La idea de dios siempre está culturalmente condicionada, siempre. Y aun cuando un misionero aporta lo que él piensa que es Dios, su dios, ese dios se transforma adaptándose a lo que la gente puede considerar como divinidad.
Hay una divertida historia sobre un misionero inglés en Hawai, al que fue a visitar una sacerdotisa de la diosa Pele. Ahora bien, una sacerdotisa de Pele es, en cierto sentido, una encarnación menor de la misma Pele. Así que el misionero estaba realmente hablando con la diosa. Le dijo: «He venido a traerle un mensaje de Dios». Y la sacerdotisa dijo: «Ah, ése es su dios; Pele es el mío».
MOYERS: La idea: «No tendrás otros dioses más que yo», ¿es una idea puramente hebraica?
CAMPBELL: No la he encontrado en ninguna otra parte.
MOYERS: ¿Por qué este dios único?
CAMPBELL: Es algo que no comprendo. Comprendo el énfasis que se pone en la divinidad social local, en gente que está viviendo en un desierto. Tu compromiso entero es con la sociedad que te está protegiendo. La sociedad es siempre patriarcal. La naturaleza es siempre matrilineal.
MOYERS: ¿Piensas que las religiones de diosas emergieron porque, en la domesticación de la raza humana, las mujeres jugaron un papel dominante en las actividades agrícolas de esas primeras sociedades?
CAMPBELL: No hay duda alguna sobre ello. En ese momento, las mujeres se convierten en los miembros más importantes de la sociedad en cuanto a poder mágico.
MOYERS: Había sido el hombre cazador…
CAMPBELL: Sí, y ahora el poder pasa a la mujer. Como su magia es la de dar a luz y alimentar, lo mismo que hace la tierra, su magia da base a la magia de la tierra. En la tradición primitiva, la mujer es la primera cultivadora. Sólo después, cuando se inventa el arado en los sistemas de cultura avanzada, el hombre pasa a primer plano en la agricultura. Y después la simulación del coito, con el arado abriendo la tierra, se vuelve una figura mítica dominante.
MOYERS: De ahí los diferentes enfoques del mito, que tú has llamado «el camino de los poderes animales», «el camino de la tierra sembrada», «el camino de las luces celestes» y «el camino del hombre».
CAMPBELL: Esto tiene que ver con el sistema simbólico a través del cual la condicion humana normal del tiempo se simboliza, organiza y toma conocimiento de sí misma.
MOYERS: ¿Y qué es lo que valora?
CAMPBELL: Los valores serán resultado de las condiciones que gobiernan la vida. Por ejemplo, el cazador siempre se dirige hacia el animal. Su vida depende de la relación que tenga con los animales. Su mitología se desarrolla hacia el exterior. Pero la mitología agrícola, que tiene que ver con el cultivo de la planta, la siembra, la muerte de la semilla, por así decirlo, y la aparición de la planta nueva, se dirige más hacia dentro. Entre los cazadores fueron los animales los que inspiraron la mitología. Cuando un hombre quería obtener poder y conocimiento, se internaba en la selva, oraba y ayunaba, y entonces venía el animal a enseñarle.
Entre los agricultores, el maestro es el mundo vegetal. El mundo de las plantas es idéntico en sus secuencias a la vida del hombre. De modo que ya ves, ahí hay una relación interior.
MOYERS: ¿Qué pasó con la imaginación mítica cuando los seres humanos pasaron de la caza de animales a la siembra de semillas?
CAMPBELL: Hay una transformación dramática y completa, no sólo de los mitos sino de la mentalidad misma, creo. Un animal es una entidad total, está dentro de una piel. Cuando matas a ese animal, está muerto, es su fin. En el mundo vegetal, en cambio, no existe el individuo completamente contenido en sí mismo. Cortas una planta, y nace otro retoño. La poda es beneficiosa para la planta. Todo está en constante proceso de ser.
Otra idea asociada con las selvas tropicales es que de la putrefacción viene la vida. He visto maravillosos bosques de pinos californianos con inmensos tocones de enormes árboles cortados décadas atrás. Y de ellos salen esos brillantes hijuelos que son parte de la misma planta. Si cortas un miembro de una planta, le crece otro. Arranca un miembro de un animal, y salvo que sea cierta clase de lagarto, no volverá a crecerle.
Por eso en las culturas selváticas o agrícolas hay un sentido de la muerte que de algún modo no es muerte, una muerte que es necesaria para que la vida se renueve. Y el individuo no es del todo un individuo, es la rama de una planta. Jesús usa esta imagen cuando dice: «Yo soy la viña, y vosotros las ramas». La imagen de la viña es totalmente distinta de la de animales separados. En una cultura agrícola, se practica el cultivo de una planta que será comida.
MOYERS: ¿Qué historias ha inspirado esta experiencia del agricultor?
CAMPBELL: El tema de las plantas comestibles que crecen del cuerpo desmembrado y enterrado de una deidad sacrificada o un personaje ancestral aparece en todo el mundo, pero particularmente en las culturas del Pacífico.
Estas historias sobre plantas penetran en realidad en lo que normalmente consideramos áreas de caza en toda América. La cultura norteamericana es un ejemplo muy claro de la interacción de culturas cazadoras y exclusivamente agrícolas. Los indios eran principalmente cazadores, pero también cultivaban maíz. Una historia algonquina sobre el origen del maíz habla de un niño que tiene una visión. En esta visión ve a un hombre joven que viene a él con plumas verdes en la cabeza y lo invita a ejercitarse en una lucha. Gana, y vuelve al otro día y otra vez gana, y así siempre. Pero un día el joven le dice al niño que la próxima vez él debe matarlo y enterrarlo y cuidar el sitio donde lo haya enterrado. El niño hace lo que le ordenan, y mata y entierra al hermoso joven. A su debido tiempo, el niño vuelve al sitio y ve el maíz que ha crecido sobre el lugar donde el joven fue enterrado, o plantado, podría decirse.
Ahora bien, este niño ha estado preocupado por su padre, que era cazador pero viejo. El niño se había estado preguntando si no habría otro medio, además de la caza, de conseguir comida. La visión responde a esta preocupación. Y al final del cuento el niño le dice al padre: «Ya no necesitamos salir de caza». Debió de ser un momento muy importante para estos pueblos.
MOYERS: Pero la idea es que el hombre emplumado en la visión tiene que morir y ser enterrado antes de que la planta pueda crecer de los restos de su cuerpo. ¿Esa historia se repite en otras culturas agrícolas?
CAMPBELL: Sí. Un duplicado de esta historia tiene lugar en la Polinesia, por ejemplo. Hay una niña a la que le gusta bañarse en determinado estanque. Una gran anguila también nada en ese mismo estanque, y día tras día, roza el muslo de ella cuando está bañándose. Pero un buen día la anguila se transforma en un joven y se hace su amante por un momento. Después él se va y vuelve, y se vuelve a ir y otra vez vuelve. Pero un día cuando viene, le dice, lo mismo que el hombre emplumado en la historia algonquina: «Ahora, la próxima vez que venga a visitarte, debes matarme, cortarme la cabeza y enterrarla». Ella lo hace, y de su cabeza enterrada crece un cocotero. Y cuando tomas un coco, ves que tiene el tamaño de una cabeza. Puedes ver ojos y los pequeños nódulos que simulan la cabeza. Si hemos de creer lo que nos dice la mayoría de nuestros antropólogos, no hay conexión entre las culturas del Pacífico y las de América Central, de donde proceden nuestros mitos agrícolas.
MOYERS: De modo que tenemos la misma historia naciendo de culturas no relacionadas entre sí. ¿Qué significa esto?
CAMPBELL: Es una de las cosas más asombrosas de estos mitos. He estado trabajando con este material toda mi vida, y sigo perplejo por lo perfecto de las repeticiones. Es casi como un reflejo, en otro medio, de la misma cosa, de la misma historia. En lugar de cereal, o maíz, es un cocotero.
MOYERS: Lo increíble para mí de estas historias de las culturas agrícolas es que por primera vez hay gente que surge del vientre de la tierra. La imagen del vientre materno reaparece una y otra y otra vez en estas historias.
CAMPBELL: Es especialmente notable en las leyendas del sudoeste norteamericano, donde surgieron los primeros hombres de la tierra. Salieron del agujero de emergencia, y eso se convirtió en el lugar sagrado, el eje central del mundo. Está asociado con una determinada montaña.
La historia dice que había gente en las profundidades, que en realidad no era gente, que ni siquiera sabía que era gente. Uno de ellos rompe un tabú que nadie sabía que era un tabú, y empiezan las inundaciones. Tienen que ascender, salir trepando por una cuerda por el agujero en el techo del mundo… y entonces aparecen en otro mundo. En el relato de una historia, los chamanes se vuelven agresivos en su modo de pensar e insultan al sol y a la luna, que entonces desaparecen, de modo que todos quedan en la oscuridad.
Los chamanes dicen que, claro, ellos pueden hacer volver el sol, y tragan árboles y hacen salir los árboles a través de sus vientres, y se entierran a sí mismos en el suelo con sólo los ojos asomando, y hacen todos estos grandes trucos chamánicos. Pero los trucos no funcionan. El sol no vuelve.
Entonces los sacerdotes dicen, bueno, ahora que pruebe el pueblo. Y el pueblo son todos los animales. Este pueblo animal se pone en círculo, y bailan y bailan, y es la danza del pueblo la que hace surgir una colina que crece hasta ser una montaña, convirtiéndose en el centro elevado del mundo, del que nacen todos los humanos.
Y entonces sucede una cosa interesante, igual que en el Viejo Testamento: todo lo que hemos oído es la historia de este grupo particular, los navajos, digamos. Pero cuando salen, ya están allí los poblados y sus gentes. Es como cuando nos preguntamos de dónde sacaron esposas los hijos de Adán. Se trata de la creación de este pueblo, y el resto del mundo ya estaba allí por otro accidente.
MOYERS: Es la idea del Pueblo Elegido.
CAMPBELL: Claro que lo es. Cada pueblo es, según él mismo, un pueblo elegido. Y es más bien divertido que los nombres que se dan a sí mismos signifiquen, por lo general, humanidad. Para los otros pueblos tienen nombres más extraños, como Caras Raras o Narices Torcidas.
MOYERS: Los indios de los bosques del noreste norteamericano cuentan sobre una mujer que cayó del cielo y dio nacimiento a mellizos. Los indios del sudoeste cuentan una historia de mellizos nacidos de una madre virgen.
CAMPBELL: Sí. La mujer del cielo originalmente procede de una base cultural cazadora, y la mujer de la tierra de una cultura agrícola. Los mellizos representan dos principios contrarios, pero principios contrarios muy diferentes de los representados por Caín y Abel en la Biblia. En la historia iroquesa, un mellizo es Brote o Niño Planta, y el otro es llamado Pedernal. Pedernal le causa tanto daño a su madre cuando nace que ella muere. Ahora bien, Pedernal y Niño Planta representan las dos tradiciones. El pedernal es usado para afilar la hoja con la que se matan animales, por lo que el mellizo llamado Pedernal representa la tradición cazadora, y Niño Planta, por supuesto, representa el principio agrícola.
En la tradición bíblica, el niño planta es Caín y el niño pedernal es Abel, quien en realidad es un pastor más que un cazador. En la Biblia, entonces, tenemos el pastor contra el agricultor, siendo el agricultor el que resulta detestable. Se trata de un mito de cazadores o pastores que han llegado a un área de cultura agrícola y denigran al pueblo que han conquistado.
MOYERS: Suena como una guerra de colonos en el viejo Oeste.
CAMPBELL: Sí. En la tradición bíblica es siempre el segundo hijo el ganador, el bueno. El segundo hijo es el recién llegado, es decir, los hebreos. El hijo mayor, o los cananeos, ya estaba viviendo allí antes. Caín representa la postura de la ciudad de economía agrícola.
MOYERS: Estas historias nos dicen mucho sobre algunos conflictos contemporáneos, ¿no te parece?
CAMPBELL: Sí, así es. Resulta fascinante comparar la reunión de una sociedad agrícola invasora o de un pueblo invasor de cazadores o pastores en conflicto con los agricultores. Hay equivalentes exactos por todo el planeta: dos sistemas en conflicto y conjunción.
MOYERS: Has dicho que la mujer que cayó del cielo ya estaba embarazada y la mujer que dio a luz en la tierra a mellizos también lo estaba. ¿Qué te sugiere el hecho de que en tantas de estas culturas haya leyendas de vírgenes que dan a luz a héroes que mueren y renacen?
CAMPBELL: La muerte y resurrección de una figura de salvación es un tema común en todas estas leyendas. Por ejemplo, en la historia del origen del maíz tienes esta figura benigna que se le aparece al joven en una visión, y le da el maíz y muere. La planta sale de su cuerpo. Alguien tiene que morir para que la vida emerja. Empiezo a ver este increíble esquema de la muerte dando origen al nacimiento, y el nacimiento dando origen a la muerte. Cada generación tiene que morir para que la siguiente pueda nacer.
MOYERS: Tú escribes: «De los montones de ramas y hojas caídas, nacen brotes nuevos, cuya lección parece ser que de la muerte surge la vida, y de la muerte de esta vida un nuevo nacimiento. Y la tenebrosa conclusión que puede extraerse es que, para aumentar la vida hay que aumentar la muerte. De acuerdo con esto, todo el cinturón ecuatorial de este planeta se ha caracterizado por un frenesí de sacrificios: sacrificios vegetales, animales y humanos».
CAMPBELL: Hay un ritual asociado con las sociedades de hombres en Nueva Guinea que realmente pone en escena el mito de la muerte, la resurrección y el consumo canibalístico en una sociedad agrícola. Hay un campo sagrado con tambores que suenan, y cantos, y después pausas. Esto dura cuatro o cinco días, sin parar. Los rituales son aburridos, sabes, te agotan, pero luego te abren el camino a algo más.
Al fin viene el gran momento. Tras la celebración de una auténtica orgía sexual, se produce la quiebra de todas las reglas. Los jóvenes varones que son iniciados en la vida de hombres tienen en este momento su primera experiencia sexual. Hay un gran cobertizo de enormes troncos, apoyados en dos de ellos. Aparece una joven adornada como una divinidad, y la hacen acostar debajo del gran cobertizo. Los jóvenes, que son seis, más o menos, al ritmo de los tambores y cantos, tienen su primer coito, uno tras otro, con la muchacha. Y cuando el último de ellos está en pleno abrazo, los troncos de apoyo son retirados, los del techo caen, y la pareja muere aplastada. Una vez más se ha producido la unión de macho y hembra, tal y como eran en el comienzo, antes de que tuviera lugar la separación. Es la unión de la concepción y la muerte. Ambas son lo mismo.
Después la pequeña pareja es retirada y asada y comida esa misma noche. El ritual constituye la repetición del acto original del asesinato de un dios seguido por el don de la comida de parte del salvador muerto. En el sacrificio de la misa, te dicen que éste es el cuerpo y la sangre del Salvador. Tú lo incorporas, te recoges, y el divino alimento comienza a trabajar dentro de ti.
MOYERS: ¿Cuál es la verdad a la que apuntan los rituales?
CAMPBELL: La naturaleza de la vida misma debe ser hecha realidad en los actos de la vida. En las culturas cazadoras, allí donde se hace un sacrificio tiene lugar un don o un soborno a la deidad, que es invitada a hacer algo por nosotros o a darnos algo. Pero cuando se sacrifica una figura en las culturas agrícolas, esa figura en sí misma es el dios. La persona que muere es enterrada y se transforma en alimento. Cristo es crucificado, y de su cuerpo brota el alimento del espíritu.
La historia de Cristo implica una sublimación de lo que originalmente era una imagen vegetal muy sólida. Jesús está en la Rama Sagrada, el árbol, y él mismo es el fruto del árbol. Jesús es el fruto de la vida eterna, que estaba en el segundo árbol prohibido del Jardín del Edén. Cuando el hombre comió del fruto del primer árbol, el árbol del conocimiento del bien y el mal, fue expulsado del Jardín. El Jardín es el lugar de la unidad, de no dualidad de macho y hembra, bueno y malo, Dios y humanos. Comes la dualidad, y debes irte. El árbol del regreso al Jardín es el árbol de la vida inmortal, donde sabes que Yo y el Padre somos uno.
Regresar al Jardín es el objetivo de muchas religiones. Cuando Yahvé expulsó al hombre del Jardín, puso dos querubines en la puerta, con una espada en llamas entre ambos. Ahora bien, cuando te acercas a un santuario budista, con Buda sentado bajo el árbol de la vida inmortal, encuentras en la puerta dos guardianes: son los querubines, y tú pasas entre ellos rumbo al árbol de la vida inmortal. En la tradición cristiana, Jesús en la cruz está en un árbol, el árbol de la vida inmortal, y es el fruto del árbol. Jesús en la cruz, Buda bajo el árbol: son las mismas figuras. Y los querubines en la puerta, ¿quiénes son? En los santuarios budistas verás que uno tiene la boca abierta y el otro cerrada: miedo y deseo, un par de opuestos. Si vas hacia un jardín de esos, y esas dos figuras son reales para ti y te amenazan, si temes por tu vida, es que todavía estás fuera del jardín. Pero si ya no tienes ligaduras con la existencia de tu yo, sino que lo ves como una función de una totalidad más amplia, eterna, y te inclinas por lo más grande antes que por lo más pequeño, entonces no temerás a esas dos figuras, y pasarás.
Lo que nos mantiene fuera del Jardín es nuestro propio temor y nuestro deseo en relación con lo que pensamos que son los bienes de nuestra vida.
MOYERS: ¿Todos los hombres en todos los tiempos han tenido ese sentimiento de exclusión de una realidad última, de la bienaventuranza, del goce, de la perfección, de Dios?
CAMPBELL: Sí, pero también hay momentos de éxtasis. La diferencia entre la vida cotidiana y la vida en esos momentos de éxtasis es la diferencia entre estar fuera y dentro del Jardín. Vas más allá del temor y el deseo, más allá del par de opuestos.
MOYERS: ¿Entras en la armonía?
CAMPBELL: En la trascendencia. Se trata de una experiencia esencial en la mística. Mueres en la carne y naces en el espíritu. Te identificas con la conciencia y la vida de la que tu cuerpo no es más que el vehículo. Mueres como vehículo y te identificas en tu conciencia con aquello que el vehículo transporta. Es Dios.
Lo que tienes en las tradiciones de la vegetación es esta idea de la identidad detrás del despliegue superficial de dualidad. Detrás de todas estas manifestaciones está la luz única, que brilla a través de todas las cosas. La función del arte es revelar esta luz a través del objeto creado. Cuando ves la hermosa organización de una obra de arte bien compuesta, no dices más que «¡Ajá!». De algún modo esa obra se dirige al orden que hay en tu propia vida y te lleva a la comprensión de las mismas cosas de las que se ocupa la religión.
MOYERS: ¿Que la muerte es vida y la vida es muerte, y que las dos están en concordancia?
CAMPBELL: Que debes crear un equilibrio entre muerte y vida; son dos aspectos de la misma cosa, que es la existencia, el devenir.
MOYERS: ¿Y eso está en todas estas historias?
CAMPBELL: En todas. No sé de ninguna historia en que la muerte sea rechazada. La vieja idea de ser sacrificado no es en absoluto lo que pensamos. Los indios mayas jugaban a una especie de baloncesto en el que, al final, el capitán del equipo ganador era sacrificado en el campo de juego por el capitán del equipo perdedor. Le cortaba la cabeza. Ver el sacrificio como la última recompensa del triunfo en tu vida es la esencia de la idea sacrificial.
MOYERS: Esta idea de sacrificio, especialmente de los ganadores, no podría ser más ajena a nuestro mundo. Nuestro tema principal hoy es que el ganador se lleva los premios.
CAMPBELL: En este ritual maya, el juego tenía por objeto que el jugador fuera digno de ser sacrificado como un dios.
MOYERS: ¿Piensas que es cierto que el que pierde su vida, la gana?
CAMPBELL: Es lo que dice Jesús.
MOYERS: ¿Crees que es cierto?
CAMPBELL: Lo creo… si la pierdes en nombre de algo. Hay un relato, escrito por misioneros jesuítas del siglo XVIII en el este del Canadá, sobre un joven guerrero iroqués capturado por una tribu enemiga. Lo condenan a ser torturado hasta morir. Los indios del noreste tenían la costumbre de torturar sistemáticamente a los hombres cautivos. La prueba debía ser soportada sin quejas. Era la prueba última de la auténtica virilidad. El joven iroqués debe soportar esta horrible prueba; pero, para perplejidad de los jesuítas, él parece estar celebrando sus bodas. Va muy adornado y canta en voz alta. Sus torturadores lo tratan como si fueran sus anfitriones y él un huésped honrado. Y él juega el juego con ellos, sabiendo todo el tiempo qué fin le espera. Los sacerdotes franceses al describir el hecho se sienten horrorizados por lo que interpretan como una cruel parodia, y caracterizan a los torturadores del joven como bestias sanguinarias. ¡Pero no es así! Se disponían a ser los sacerdotes que sacrificarían al joven guerrero. La ceremonia sería un sacrificio en el altar, y el joven, por analogía, sería Jesús. Esos mismos sacerdotes franceses celebraban la misa todos los días, y la misa es una réplica del brutal sacrificio de la cruz.
Hay una escena equivalente, descrita en los Hechos de san Juan apócrifos, inmediatamente anterior a la crucifixión de Cristo. Es uno de los pasajes más conmovedores de la literatura cristiana. En los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, se menciona simplemente que, al concluir la celebración de la Ultima Cena, Jesús y sus discípulos cantaron un himno antes de que él se marchara. Pero en los Hechos de san Juan tenemos una transcripción palabra por palabra de todo lo que rodeó el canto del himno. Antes de salir al jardín, al final de la Cena, Jesús les dice a los presentes: «¡Bailemos!», y todos se toman de las manos formando un círculo, y mientras giran a su alrededor, Jesús canta: «¡Gloria a ti, Padre!».
A lo que el círculo de apóstoles responde: «Amén».
«¡Gloria a ti, Verbo!»
Y otra vez: «Amén».
«¡Naceré y sufriré!»
«Amén.»
«¡Comeré y seré comido!»
«Amén»
«¡Vosotros que bailáis, ved lo que hago, pues vuestra es la pasión de la humanidad, que yo sufriré!»
«Amén.»
«¡Me iré y me quedaré!»
«Amén.»
«¡Estaré unido y uniré!»
«Amén.»
«Una puerta seré para ti, que me llamas… Un camino seré para ti, que caminas.» Y cuando la danza termina, sale al jardín para ser apresado y crucificado.
Cuando vas así a la muerte, como un dios, con el conocimiento del mito, vas a tu vida eterna. ¿Qué hay en eso que pueda entristecernos? Hagámoslo magnífico… como así es. Celebrémoslo.
MOYERS: El dios de la muerte es el señor de la danza.
CAMPBELL: El dios de la muerte es al mismo tiempo el señor del sexo.
MOYERS: ¿Qué quieres decir?
CAMPBELL: Es increíble: uno tras otro, descubres estos dioses que son a la vez dioses de la muerte y de la generación. En la tradición del vudú haitiano, Ghede, el dios de la muerte, es también el dios del sexo. El dios egipcio Osiris era el juez y señor de los muertos, y el señor de la regeneración de la vida. Es un motivo básico: lo que muere ha nacido. Necesitas muerte para tener vida.
Éste es el origen de la cacería de cabezas en el Sudeste asiático, especialmente en Indonesia. La cacería de cabezas es un acto sagrado, una matanza sagrada. Antes de permitirle a un joven casarse y tener hijos, debe salir y matar. Si no hay muerte, no puede haber nacimiento. El significado es que una generación debe morir para que pueda venir la siguiente. No bien concibes o das nacimiento a un niño, tú eres el muerto. El niño es la nueva vida, y tú eres simplemente el protector de esa nueva vida.
MOYERS: Tu hora ha llegado.
CAMPBELL: Por eso es que hay una profunda asociación psicológica entre la concepción y la muerte.
MOYERS: ¿Hay alguna relación entre lo que estás diciendo y el hecho de que un padre o una madre den su vida por un hijo?
CAMPBELL: Hay un espléndido ensayo de Schopenhauer en el que se pregunta: ¿cómo es posible que el ser humano pueda participar tanto en los peligros o dolores del prójimo que llegue a sacrificar su vida por el otro sin pensar, espontáneamente? ¿Cómo es posible que de pronto se disuelva la que consideramos la primera ley de la naturaleza, que es el instinto de conservación?
Hace cuatro o cinco años se produjo en Hawai un hecho extraordinario que ejemplifica este problema. Hay allí un lugar llamado Pali, donde los vientos provenientes del norte pasan por un gran desfiladero entre las montañas. A la gente le gusta ir allí a sentir el viento en el pelo, y a veces a suicidarse… ya sabes, algo como saltar desde el Golden Gate.
Un día, dos policías iban en coche por la carretera de Pali cuando vieron, al otro lado de la barandilla que impide que los coches caigan, a un hombre joven disponiéndose a saltar. El coche de policía se detuvo, y el agente que estaba a la derecha salió justo a tiempo para agarrar al joven, pero lo hizo cuando éste ya saltaba, por lo que fue arrastrado, y habría caído si no hubiera llegado a tiempo el segundo policía que los levantó a los dos.
¿Comprendes lo que sucedió de pronto en ese policía que habría dado la vida por salvar a un desconocido? Todo lo demás en su vida se desvaneció (su deber para con su familia, para con su trabajo, para con su propia vida), todos sus deseos y esperanzas simplemente desaparecieron. Habría podido morir.
Después, un reportero de un periódico le preguntó: «¿Por qué no dejó que saltara? Podía haber muerto usted». Y su respuesta fue: «No pude dejarlo. Si hubiera dejado saltar a ese joven, no habría vivido un día más de mi vida».
¿Por qué? La respuesta de Schopenhauer es que una crisis psicológica de esa naturaleza representa la aparición de una conciencia metafísica, que nos dice que tú y ese otro son uno, que eres uno de los dos aspectos de la vida, y que tu aparente unidad separada no es sino un efecto del modo en que experimentamos las formas bajo las condiciones de tiempo y espacio. Nuestra verdadera realidad está en nuestra identidad y unidad con el todo de la vida. Es una verdad metafísica que puede ser comprendida espontáneamente bajo circunstancias de crisis. Pues se trata, según Schopenhauer, de la verdad de tu vida.
El héroe es el que ha consagrado su vida física a una especie de comprensión de esa verdad. El concepto de amar al prójimo tiene por finalidad conectarte con este hecho. Pero ames o no a tu prójimo, cuando esa comprensión se apodera de ti, puedes arriesgar tu vida. El policía hawaiano no sabía quién era ese joven por el que se sacrificaba. Schopenhauer dice que, en menor escala, eso mismo sucede todos los días, todo el tiempo, moviendo la vida en el mundo, haciendo que la gente realice actos altruistas por los demás.
MOYERS: Entonces, cuando Jesús dice «Ama a tu prójimo como a ti mismo», quiere decir «Ama a tu prójimo porque él es tú mismo».
CAMPBELL: Hay una hermosa figura en la tradición oriental, el bodisatva, cuya naturaleza es una compasión sin límites, y de cuyos dedos se dice que mana ambrosía hasta las profundidades del infierno.
MOYERS: ¿Y qué significa eso?
CAMPBELL: Al final de La divina comedia, Dante comprende que el amor de Dios da forma al universo entero, hasta lo más profundo del infierno. En buena medida se trata de la misma imagen. El bodisatva representa el principio de compasión, que es el principio curativo que hace posible la vida. La vida es dolor, pero la compasión es lo que le da la posibilidad de continuar. El bodisatva es alguien que ha logrado la inmortalidad, pero voluntariamente participa en los dolores del mundo. La participación voluntaria en el mundo es algo muy distinto de haber nacido simplemente en él. Es exactamente el tema de la afirmación de san Pablo sobre Cristo en la Epístola a los Filipenses, según la cual Jesús «no pensó que la divinidad era algo a lo que encaramarse, y tomó la forma de un siervo aquí en la tierra, hasta morir en la cruz». Esa es una participación voluntaria en la fragmentación de la vida.
MOYERS: Estarías de acuerdo entonces con Abelardo en el siglo XII, que dijo que la muerte de Jesús en la cruz no fue el pago de un rescate, o un castigo aplicado, sino que fue un acto de expiación para con la raza humana.
CAMPBELL: Esa es la interpretación más sofisticada de por qué Cristo tuvo que ser crucificado, o por qué eligió ser crucificado. Otra, anterior, fue que el pecado en el Jardín del Edén había puesto a la Humanidad en manos del Diablo, y Dios tenía que redimir al hombre de ese usurero, el Diablo. Entonces ofreció su propio hijo, Jesús, como redención. El papa Gregorio dio esta interpretación de Jesús como cebo para pescar al Diablo. Es la idea de la redención. En otra versión, Dios se ofendió tanto por el delito en el Jardín que se enfureció y expulsó al hombre más allá del alcance de su compasión, y entonces lo único que podía volver a poner de acuerdo al hombre con Dios era un sacrificio que sería tan grande en su importancia como lo había sido el pecado. Un simple hombre no podía realizar ese sacrificio, por lo que el hijo de Dios mismo se hizo hombre para pagar la deuda.
Pero la idea de Abelardo era que Cristo vino a ser crucificado para evocar en el corazón del hombre el sentimiento de compasión por el sufrimiento de la vida, y eliminar así de la mente del hombre la ciega servidumbre a los bienes de este mundo. Es en la compasión por Cristo donde nos volvemos hacia Cristo. Y el herido se convierte en Salvador.
Esto queda reflejado en la idea medieval del rey herido, el Rey del Grial, que sufre de una herida incurable. Una vez más el herido se convierte en el salvador. Es el sufrimiento que evoca la humanidad en el corazón humano.
MOYERS: Entonces, ¿estarías de acuerdo con Abelardo en que el anhelo de Dios que sienten los hombres y el anhelo de humanidad que siente Dios se encuentran en la compasión frente a la cruz?
CAMPBELL: Sí. En cuanto hay tiempo, hay sufrimiento. No puedes tener un futuro si no tienes un pasado, y si estás enamorado del presente, se vuelve pasado, sea lo que sea.
Pérdida, muerte, nacimiento, pérdida, muerte… y así sigue. Al contemplar la cruz, estás contemplando un símbolo del misterio de la vida.
MOYERS: Por eso hay tanto dolor asociado con la verdadera transformación religiosa o conversión. No es fácil perderse uno mismo.
CAMPBELL: El Nuevo Testamento enseña a morir respecto de uno mismo, literalmente sufrir el dolor de la muerte del mundo y sus valores. Es el vocabulario de los místicos. Ahora bien, el suicidio es también un acto simbólico. Expulsa la postura psicológica en la que uno se encuentra en un momento determinado, de modo que uno pueda pasar a otra mejor. Se muere a la vida cotidiana para acceder a otra distinta. Pero, como dice Jung, más te vale no dejarte atrapar en una situación simbólica. No tienes que morir en realidad, físicamente. Todo lo que tienes que hacer es morir espiritualmente, y renacer a un modo de vida más amplio.
MOYERS: Pero parece algo tan lejano de nuestra experiencia actual. La religión es fácil. Uno se la pone como quien se pone un abrigo y se va al cine.
CAMPBELL: Sí, la mayoría de las iglesias no sirven más que para agradables reuniones sociales. Te gusta la gente que encuentras allí, son gente respetable, son viejos amigos, y tu familia los conoce desde hace mucho tiempo.
MOYERS: ¿Qué ha sucedido en nuestra cultura actual con esta idea mítica del salvador que se sacrifica a sí mismo?
CAMPBELL: Durante la guerra de Vietnam, recuerdo haber visto en la televisión hombres jóvenes en helicópteros yendo al rescate de sus compañeros, con gran riesgo para sí mismos. No tenían la obligación de rescatar a ninguno de esos jóvenes en grave peligro. Allí volví a ver lo mismo, la misma entrega sobre la que escribió Schopenhauer, el sacrificar la propia vida por otro. A veces los hombres confiesan que aman la guerra porque los pone en contacto con la experiencia de estar vivos. Al ir a tu oficina todos los días tú no sientes esa experiencia, pero de pronto, en la guerra, sientes a través de un desgarramiento que estás vivo. La vida es dolor; la vida es sufrimiento; y la vida es horror… pero, por Dios, estás vivo. Esos jóvenes en Vietnam estaban verdaderamente vivos al enfrentarse a la muerte por sus compañeros.
MOYERS: Pero un hombre me dijo una vez, tras años de estar en el andén del metro: «Muero un poco todos los días cuando bajo aquí, pero sé que lo estoy haciendo por mi familia». Hay pequeños actos de heroísmo, también, que tienen lugar sin intenciones de obtener notoriedad. Por ejemplo, una madre lo hace con el aislamiento que soporta en bien de su familia.
CAMPBELL: La maternidad es un sacrificio. A la terraza de nuestra casa en Hawai, acuden pájaros a alimentarse. Todos los años hay una o dos madres pájaro. Cuando ves una madre pájaro, a la que su progenie reclama comida, con cinco pichones, algunos más grandes que ella, cubriéndola con sus reclamos… «Bueno», piensas, «éste es el símbolo de la maternidad, este dar tu sustancia y todo lo que tienes a tu progenie.» Por eso la madre se convierte en el símbolo de la madre tierra. Ella es la que nos ha dado a luz y de la que nos hemos alimentado, en cuyo cuerpo hemos encontrado comida.
MOYERS: Cuando hablas, pienso en otra figura de tu libro The Way of the Animal Powers que me impresionó por su parecido con Cristo. ¿Recuerdas la figura del salvador en la leyenda de la creación de los indios pima?
CAMPBELL: Sí. Es una historia instructiva. Es la clásica figura del salvador que aporta vida a la humanidad, y la humanidad lo destroza. Ya conoces el viejo dicho: Salva la vida de un hombre y tendrás un enemigo para el resto de tu vida.
MOYERS: Cuando el mundo es creado, el héroe emerge del centro de la tierra, y después eleva a su pueblo de las profundidades a la superficie, pero ellos se vuelven contra él y lo matan no una sino varias veces…
CAMPBELL: …llegan a pulverizarlo.
MOYERS: Pero siempre vuelve a la vida. Al fin se va a las montañas, donde los rastros se confunden tanto que nadie puede seguirlo. Es una figura del tipo de Cristo, ¿no es así?
CAMPBELL: Sí, lo es. Y también está el tema del laberinto. Los rastros son confusos deliberadamente, pero si sabes el secreto del laberinto puedes ir a visitar a su morador.
MOYERS: Y si tienes fe, puedes seguir a Jesús.
CAMPBELL: Puedes. Con mucha frecuencia una de las cosas que aprendes como miembro de las religiones de misterio es que el laberinto, que impide el paso, es al mismo tiempo el camino a la vida eterna. Este es el secreto último del mito: enseñarte cómo penetrar en el laberinto de la vida de modo tal que prevalezcan los valores espirituales.
Es también el problema de La divina comedia, de Dante. La crisis llega «en medio del camino de la vida», cuando el cuerpo empieza a decaer y otra completa constelación de temas aparece en tu mundo onírico. Dante dice que, hacia la mitad de su vida, se vio perdido en una selva peligrosa. Y allí se vio amenazado por tres animales, que simbolizan el orgullo, el deseo y el miedo. Después aparece Virgilio, personificación de la visión poética, y lo conduce a través del laberinto del infierno, que es el sitio de quienes han quedado varados en sus deseos y temores, los que no pueden acceder a la eternidad. Dante fue transportado hasta la visión beatifica de Dios. En menor escala, tenemos la misma imagen mitológica en esta historia de los indios pima. Su cultura estaba entre las más primitivas de Norteamérica. Y ahí usaron, a su modo, esta imagen altamente sofisticada, análoga a la de Dante.
MOYERS: Has escrito que «el signo de la cruz debe ser visto como signo de una eterna afirmación de todo lo que ha sido o será. Simboliza no sólo el momento histórico del Calvario sino el misterio a través de todo el tiempo y el espacio de la presencia y participación de Dios en la agonía de todos los seres vivos».
CAMPBELL: El gran momento en el mito medieval lo constituye el despertar del corazón a la compasión, la transformación de la pasión en compasión. Este es el problema, en general, de las historias del Grial, compasión por el rey herido. Y aparte de eso también tienes la idea que postuló Abelardo como explicación de la crucifixión: que el Hijo de Dios bajó a este mundo para ser crucificado y despertar nuestros corazones a la compasión, y así apartar nuestros pensamientos de los intereses groseros de la vida material y volverlos hacia los valores específicamente humanos de la entrega de uno mismo en el sufrimiento compartido. En ese sentido el rey herido, el rey mutilado de la leyenda del Grial, es el equivalente del Cristo. Está ahí para evocar la compasión y así devolver vida a una tierra baldía y muerta. Ahí nos encontramos con una idea mística de la función espiritual del sufrimiento en este mundo. El que sufre es el Cristo, que ha venido ante nosotros para evocar eso que transforma al animal de presa humano en un ser humano válido. Esa cosa es la compasión. Es el mismo tema que toma y desarrolla James Joyce en Ulises: el despertar de su héroe, Stephen Dedalus, a la virilidad, merced a la compasión compartida con Leopold Bloom. El despertar de su corazón al amor y la apertura del camino.
En la siguiente gran obra de Joyce, Finnegans Wake, hay un número misterioso que se repite constantemente. Es el 1132. Aparece como una fecha, por ejemplo, o invertido, como una dirección: 32 Oeste, calle 11. En cada capítulo del libro, de una forma u otra, reaparece el 1132. Cuando yo estaba escribiendo A Skeleton Key to Finnegans Wake, probé cualquier método imaginable para dar con el sentido de ese bendito número 1132. Recordé que en Ulises, cuando Bloom vaga por las calles de Dublín, cae una bola de la torre para indicar el mediodía, y él piensa: «La ley de la caída de los cuerpos, 32 pies por segundo». Treinta y dos, pensé, debe de ser el número de la Caída; en ese caso 11 podría ser el de la renovación de la década, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10… y entonces, 11, y todo comienza de nuevo. Había tal cantidad de sugerencias complementarias en Ulises que me hicieron pensar: «Bueno, lo que aquí tenemos es quizás el número de la Caída, el 32, y el de la Redención, el 11; el pecado y el perdón, la muerte y la renovación». Finnegans Wake tiene que ver con un hecho que ocurrió en el Phoenix Park, un importante parque de Dublín. El fénix es el ave que se quema a sí misma hasta morir y vuelve renovada a la vida. El Phoenix Park entonces se transforma en el Jardín del Edén donde tuvo lugar la Caída, y donde se plantó la cruz sobre el cráneo de Adán: O felix culpa («O Phoenix culprit!», dice Joyce). De modo que tenemos la muerte y la redención. Parecía una buena respuesta, y es la que di en A Skeleton Key.
Pero una noche, cuando preparaba una clase para mis estudiantes de mitología comparada, estaba releyendo la Epístola de San Pablo a los Romanos y tropecé con una curiosa frase que parecía resumir todo lo que había tenido en mente Joyce al escribir Finnegans Wake. San Pablo había escrito: «Porque Dios hizo a los hombres desobedientes para así poder mostrar su misericordia con todos ellos». No se puede ser tan desobediente como para que la misericordia de Dios no te alcance. «Peca con valor», dice Lutero, y comprueba cuánta de la misericordia de Dios puedes invocar. El gran pecador es el que más despierta la compasión divina. Esta idea es esencial en relación con la paradoja entre la moralidad y los valores de la vida.
Así que me dije: «Bueno, vaya, era de esto de lo que estaba hablando Joyce». Así que lo anoté en mi cuaderno de notas sobre Joyce: «Romanos, capítulo 11, versículo 32». ¿Te imaginas mi sorpresa? ¡Ahí estaba otra vez el mismo número, el 1132, y sacado directamente del Libro Sagrado! Joyce había tomado esa paradoja de la fe cristiana como lema para el gran trabajo de su vida, el libro en el que describe sin piedad las profundidades de la monstruosidad pública y privada de la vida y la acción humanas en la carrera pecaminosa de la historia del hombre. Está todo ahí… contado con amor.
MOYERS: ¿Los occidentales pueden captar la experiencia mística que deja atrás a la teología? Si estás aprisionado en la imagen de Dios de una cultura donde la ciencia determina tus percepciones de la realidad, ¿cómo puedes experimentar este último terreno del que hablan los chamanes?
CAMPBELL: Bueno, la gente lo experimenta. Los que lo experimentaron en la Edad Media en general fueron quemados como herejes. Una de las grandes herejías de Occidente es la que pronunció Cristo al decir «Yo y el Padre somos uno». Fue crucificado por decirlo. En la Edad Media, novecientos años después de Cristo, un gran místico sufí dijo: «Yo y mi amado somos uno», y él también fue crucificado. Y camino de la cruz, rezaba: «Oh Señor, si les hubieras enseñado a ellos lo que me enseñaste a mí, no me estarían haciendo esto. Y si no me hubieras enseñado, no estaría pasándome. Bendito sea el Señor y todas sus obras». Otro de los místicos sufies dijo: «La función de la comunidad ortodoxa es dar al místico su deseo, que es una unión con Dios, mediante la mortificación y la muerte.»
MOYERS: ¿Qué es lo que ha derribado esta experiencia hoy?
CAMPBELL: Es característico de la democracia que la regla de la mayoría sea vista como efectiva no sólo en política sino también en pensamiento. En pensamiento, por supuesto, la mayoría siempre se equivoca.
MOYERS: ¿Siempre se equivoca?
CAMPBELL: En asuntos de este tipo, sí. La función de la mayoría en relación con el espíritu es tratar de escuchar y abrirse a alguien que haya tenido una experiencia más allá de la comida, el abrigo, la progenie y la salud.
¿Has leído Babbitt de Sinclair Lewis?
MOYERS: Lo leí hace muchos años.
CAMPBELL: ¿Recuerdas la última línea? «Nunca he hecho lo que quería en toda mi vida.» He ahí un hombre que nunca siguió el camino de su felicidad. Bueno, yo oí realmente esa frase cuando estaba enseñando en la Universidad Sarah Lawrence. Antes de casarme almorzaba y cenaba en restaurantes de la ciudad. El jueves por la noche era el día libre de las criadas en Bronxville, por lo que muchas familias salían a cenar fuera. Una noche estaba yo en mi restaurante favorito, y en la mesa vecina había un padre, una madre y un niño flaco de unos doce años. El padre le dijo al pequeño:
«Bébete el zumo de tomate».
Y el niño dijo: «No quiero».
Entonces el padre, en voz más alta, le dijo: «¡Bébete el zumo de tomate!».
Intervino la madre: «No lo obligues a tomarlo si no quiere».
El padre la miró y dijo: «No puede ir por la vida haciendo lo que quiera. Si hace sólo lo que quiere hacer, está muerto. Mírame a mí. Nunca he hecho nada que haya querido hacer en toda mi vida».
Y yo pensé: «Cielo santo. He aquí la viva encarnación de Babbitt».
Ese es el hombre que nunca siguió el dictado de su corazón. Puedes tener éxito en la vida, pero después lo piensas… ¿qué clase de vida ha sido? De qué ha servido… si nunca has hecho lo que quisiste hacer, en toda tu vida. Siempre les digo a mis estudiantes: Id donde vuestros cuerpos y almas quieran ir. Cuando tengan un sentimiento, no lo soltéis, y no dejéis que nadie lo destruya.
MOYERS: ¿Qué pasa cuando obedeces a tu corazón?
CAMPBELL: Llegas a la felicidad. En la Edad Media, una imagen favorita, que aparece en muchos, muchos contextos, es la rueda de la fortuna. Está el eje de la rueda, y el aro que da vueltas. Por ejemplo, si estás atado al aro de la rueda de la fortuna, estarás, o bien arriba, bajando, o bien abajo, subiendo. Pero si te has situado en el eje, estarás en el mismo lugar todo el tiempo. Tal es el sentido del voto de matrimonio: te tomo en la salud y la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, subiendo o bajando. Pero te tomo como mi centro, tú eres mi bienaventuranza, no la riqueza que podrías darme, ni el prestigio social, sino tú. Eso es obedecer a tu corazón.
MOYERS: ¿Cómo le aconsejarías a alguien abrir esa fuente de vida eterna, esa bienaventuranza que está ahí, a nuestro alcance?
CAMPBELL: Continuamente tenemos experiencias que pueden guiarnos, una pequeña intuición de dónde está la bienaventuranza. Es preciso aferrarse a ella. Nadie podrá decirte qué aspecto tendrá. Tienes que aprender a reconocer tu propia profundidad.
MOYERS: ¿Cuándo conociste la tuya?
CAMPBELL: Oh, cuando era niño. Nunca dejé que nadie me apartara de mi camino. Mi familia me ayudó, siempre, a hacer aquello que en lo más profundo de mi ser yo quería hacer. Ni siquiera advertí que hubiera algún problema.
MOYERS: ¿Qué podemos hacer los que somos padres para ayudar a nuestros hijos a reconocer su bienaventuranza?
CAMPBELL: Debes conocer a tu hijo y estar atento a él. Puedes ayudar. Cuando yo enseñaba en la Universidad Sarah Lawrence, tenía una reunión individual con cada una de mis estudiantes por lo menos una vez cada quince días, durante media hora más o menos. Si estás hablando sobre cosas que los estudiantes deberían leer, y de pronto tropiezas con algo a lo que un estudiante realmente responde, puedes ver cómo sus ojos se abren y le cambia la expresión. Allí se ha abierto una posibilidad de vida. Todo lo que puedes decirte es: «Espero que este chico no deje escapar eso». Cuando lo conservan, han encontrado la vida allí mismo, en el aula, en medio de ellos.
MOYERS: Y no es necesario ser un poeta para hacerlo.
CAMPBELL: Los poetas son simplemente los que han hecho una profesión y un estilo de vida de estar en contacto con su bienaventuranza. La mayoría de la gente se interesa en otras cosas. Se interesan en actividades económicas y políticas, o se ven involucrados en una guerra que no es la que les interesa, y bajo esas circunstancias puede ser difícil aferrarse a este centro umbilical. Es una técnica que cada cual debe inventarse de algún modo.
Pero la mayoría de gente que vive en ese reino de lo que podría llamarse intereses ocasionales posee la capacidad, que está esperando a ser despertada, para pasar al otro campo. Lo sé, porque lo he visto en muchos estudiantes.
Cuando enseñaba en una escuela secundaría sólo para varones, les hablaba a los jóvenes que estaban tratando de decidirse respecto de la carrera a seguir. Venía a verme un muchacho y me preguntaba: «¿Le parece que puedo hacer esto? ¿Le parece que puedo hacer aquello? ¿Le parece que puedo ser escritor?».
«Bueno», les respondía, «no sé. ¿Puedes soportar diez años de desilusiones sin que nadie te responda, o piensas escribir de entrada un best-seller? Si tienes agallas como para seguir en lo que realmente quieres, sin importarte lo que pase, entonces adelante.»
Después venía el padre y decía: «No, debes estudiar Derecho, porque ganarás más dinero, ya sabes». Pues bien, éste es el aro exterior de la rueda, no el eje. No obedecer a tu corazón. ¿Pensarás en la fortuna, o pensarás en tu felicidad?
En 1929 volví de Europa como estudiante, tres semanas antes del crac de Wall Street, así que estuve cinco años sin trabajo. Simplemente no había empleos. Para mí fue un gran momento.
MOYERS: ¿Un gran momento, la Depresión? ¿Qué tuvo de bueno?
CAMPBELL: No me sentía pobre, sólo sentía que no tenía dinero. En aquel entonces la gente era muy buena entre sí. Por ejemplo, yo descubrí a Frobenius. Me asaltó repentinamente, y tuve que leer todo lo que hubiera escrito Frobenius. Así que escribí a una librería que había conocido en la ciudad de Nueva York, y me mandaron todos aquellos libros diciéndome que no tenía que pagarlos hasta que tuviera un empleo… cosa que sucedió cuatro años después.
Había un viejo maravilloso en Woodstock, Nueva York, que tenía una propiedad con unas pequeñas chozas que alquilaba por veinte dólares anuales a cualquier joven que a su juicio tuviera un futuro en el arte. No había agua corriente, sólo un pozo y una bomba aquí y allá. El viejo decía que no instalaría agua corriente porque no le gustaba la clase de gente a quien atraía el agua corriente. Fue allí donde hice lo más básico de mis lecturas y mi trabajo. Fue grandioso. Entonces sí estaba consiguiendo mi bienaventuranza.
Pues bien, llegué a esta idea de la bienaventuranza porque en sánscrito, que es la gran lengua espiritual del mundo, hay tres términos que representan el borde, el sitio desde el cual lanzarse al océano de la trascendencia: Sat, Chit, Ananda. La palabra Sat significa «ser». Chit significa «conciencia». Ananda significa «bienaventuranza» o «éxtasis». Pensé: «No sé si mi conciencia es la adecuada o no; no sé si lo que sé sobre mi ser es lo correcto o no; pero sé dónde está mi éxtasis. Así que me aferraré a él, y eso me dará conciencia y ser». Creo que funcionó.
MOYERS: ¿Alguna vez llegamos a saber la verdad? ¿Alguna vez la hallamos?
CAMPBELL: Cada cual puede tener su propia profundidad, experiencia, y alguna convicción de estar en contacto con su propio sat-chit-ananda, su propio ser a través de la conciencia y la bienaventuranza. Las personas religiosas nos dicen que en realidad no experimentaremos la bienaventuranza hasta haber muerto y haber ido al cielo. Pero yo deseo acumular todo lo posible de esta experiencia mientras todavía estamos vivos.
MOYERS: La bienaventuranza es ahora.
CAMPBELL: En el cielo lo pasarás tan maravillosamente bien mirando a Dios que no tendrás en absoluto una experiencia propia. No es el lugar donde vivir la experiencia… Ese lugar está aquí.
MOYERS: ¿Alguna vez, cuando sigues el camino de tu corazón, tienes la sensación, como la tengo yo por momentos, de que te ayudan manos invisibles?
CAMPBELL: Siempre. Es milagroso. Yo tengo incluso una superstición que ha crecido en mí como resultado de la acción constante de las manos invisibles: que si sigues el camino de tu corazón te colocas en una especie de sendero que ha estado allí todo el tiempo, esperándote, y la vida que deberías estar viviendo es la que estás viviendo. Cuando puedes ver eso, empiezas a encontrar gente que está en el camino de tu corazón, y que te abre las puertas. Yo digo: «Persigue tu felicidad y no tengas miedo, y las puertas se abrirán donde menos lo sospeches».
MOYERS: ¿Has sentido simpatía por el hombre que no tiene medios invisibles de ayuda?
CAMPBELL: ¿El que no tiene medios invisibles? Sí, pobre, es el que mueve a compasión. Verlo tropezar sin rumbo cuando todas las aguas del mundo están a su alcance realmente produce compasión.
MOYERS: ¿Las aguas de la vida eterna están ahí? ¿Dónde?
CAMPBELL: Dondequiera que tú estés… Si estás obedeciendo a tu corazón, estás disfrutando de su frescura, de esa vida que hay dentro de ti, continuamente.
El poder del mito / Joseph Campbell en diálogo con Bill Moyers, 1988 / Emecé Editores, 1991 Barcelona
Traducción: César Aira
Ph / Joseph Campbell