
Comienzo con lo que no me puede faltar, un epígrafe de mis rusos, este es de una carta de Nadiezhda Mandelstam a Varlam Shalamov (que como dice Hugo Savino, no son bailarines del Bolshoi):
“Me gustó su análisis de los sentimientos, cuando dice que la rabia (la verdadera, la de la juventud) se aloja bien cerca de los huesos. Brindemos entonces por la intransigencia. Porque ella está en el origen de ´la rabia que nos vuelve jóvenes´ y que sólo puede ser entendida por aquellos que saben dónde se aloja y por qué.”
Hay una indignación necesaria para escribir, como hay un tiempo, lecturas y lugares para hacerlo. Repito, hay una indignación necesaria para escribir, Emiliano la tiene. ¡¿Hay alguien acá que pueda dudar de eso?! Y esa indignación compone pasiones fuertes. Nicolás Rosa siempre nos hablaba de pasiones fuertes y pasiones débiles. Nicolás decía que es difícil representar las pasiones y por ahí escribe: “sólo hay un recetario de pasiones despojadas de pasionalidad. Por eso hablamos de la pasión. Cuando hablo de la pasión, no la siento y cuando la siento no puedo hablar.”
Creo que podemos decir, conociendo a Emiliano, que es un apasionado, un indignado, un muchacho de pasiones fuertes. Pero todo no va tan lindo, Nicolás también escribió que toda pasión tiende a la perdición (a él no le importaban las rimas internas del discurso), y decía que las pasiones llevaban a la perdición del mismo modo en que afirmaba que todo viaje terminaba en naufragio. Pero creo que Nicolás se escondía un poco de sus propias pasiones en estas teorías, no es el caso de Emiliano.
Entonces esas pasiones de las que mucho no se puede hablar y que andan en algunos espíritus pueden ser por escritas, también por algunos, no por todos, y vistas en los entresijos de sus frases. Y yo, acá, hablo de esa indignación, pasión-estado del alma de Emiliano que da paso, da cuenta y cuenta en sus libros.
En Gusanos incluso más que en Fundidor aunque no hagamos solo una cuestión desmedida con todo este asunto tan profundo porque Emiliano en Fundidor se la agarró con ciertos momentos de su vida mientras que en Gusanos con algo de su presente, con algo de la escena de sus días (laborales).
Lo que quiero rescatar es que Nicolás bien sabía que las pasiones hacen literatura, es más, la literatura las necesita, si no es solo liviandad o pajería o qué hay entre esas “dos tapitas” (como definía a veces el mismo Nicolás a los libros).
La pasión como acto, como emoción, como motor de escritura, perspectiva dura o romántica, de dobles, fantasmas, y de todas esas formas que significan sin decirlo directo, aunque lo griten. Las pasiones son las que pueden dar paso a todos nuestros personajes feos, oscuros, bajos: hablo de ese naturalismo que no está lejos de Gusanos, ese ´siniestro social´ -como también lo llama Nicolás.
Y hemos pasado de las pasiones a ciertas formas del relato, de un temperamento a un modo del narrar. Digo que pasamos del que es tomado por loco, por peleador, por maníaco y obsesivo, vamos del que es tenido por malo y nervioso, incluso, al autor contundente -término caro también a Nicolás Rosa. Un francés que yo no leo pero repito solo cuando dijo que el mundo le debe mucho a los nerviosos y como mi rusa dijo “nos repondrán”, entonces los junto y espero que alguna vez repondrán a los nerviosos.
Digo, además, encima, aún, que estamos otra vez en esa escritura potente que necesita un cuerpo, el cuerpo que sostiene la pasión en este caso. Creo que en nuestra literatura argentina ha habido varios autores dados a las pasiones, hoy no encuentro muchos. Circula mejor el no aventurarse en diatribas ni batallas que hacen perder público y editores, esos zombies -como los llamaba Luis Thonis. “Polemizar es casi lo mismo que suicidarse en un mundo tan reducido como el de nuestras letras”-dice un entrerriano casi desconocido que agrega: “Salvo muy raras excepciones, entre nosotros no se plantean disidencias de fondo porque no existe una efectiva libertad de opinión”.
Y ya les puse dos rusas y un entrerriano en la perspectiva polémica en que meto Fundidor y Gusanos, entonces ahora sigo con el quilmeño. Creo que cada autor escribe de nuevo el mundo, Quilmes o Flores, el mundo de Gusanos que lo rodea. Pero, también, Gusanos de Emiliano Scaricacciotoli va de Castelnuovo y sus Larvas a Barulo de Osvaldo Lamborghini. O esas son mis lecturas, quiero decir, con las que puedo iluminarlo. En esa línea puedo agarrar este realismo monstruoso que él teje y cruza en este nuevo libro. Todo lo contrario del realismo banal, sin son, que cundió a partir de los 90.
Las maneras literarias de Emiliano son ríspidas, ripiosas, durísimas. Una barahúnda de ex-hombres, como los llamó Gorki, aunque también los escribió literarios, líricos y sentimentales en Los bajos fondos. Pero prefiero las interjecciones, esos gritos puros conque los trata Celine o como los veía de nuevo Nicolás Rosa: como una verdadera corte de los milagros. Marginales, inmigrantes, pobre gente que Boedo no escatimó y en la que Emiliano, sin reparar en gastos, traspone en detalle ajustado a nuestra era en Gusanos.
Todos escriben su mundo (¡y yo, no sé por qué, me veo llevada a leerlo!). Pero a los amigos hay que leerlos, no dejarlos en la pila, como decía Raschella, y sobre todo cuando se trata de amigos con mundos indignados. Mundo bajo de pasiones fuertes -como decía recién. Mundo jodido bien escrito. Con nombres muy de época y zona (Yael, Keyla…) y sobrenombres de submundo. Mil nombres giran en ese agujero que Emiliano retrata y arma. Todos bien puestos, todos bajos -repito, o del reviente -como diría Milita Molina. Reconocibles, sí, todos conocemos un poco esos tipos y esos motes. Son esos seres que comercian con todo, venden y compran la poca vida que tienen. Rompen, matan, pero son y están al borde de nosotros mismos. Son alumnos y profesores, también, encima, porque “todos somos discípulos de alguien” -como dice el epígrafe del ensayo de Nicolás sobre Los sospechados de Milita.
Y crean, creanmé, que así le estoy armando una terrible y gran genealogía a Gusanos. Y no me olvido de los geniales relatos de Pablo Chacón. Otro forajido de nuestras letras que nadie quiere editar. Será por que escriben lo mismo. Pero parecido no es lo mismo, y esta es mi política.
Emiliano cuenta un mundo de escuelas y maestros, en todos los sentidos. Historia de bandas, de tiempos, de negocios chicos y sucios. Sucios de toda suciedad. Mundo natural o, mejor, naturalismo de posmundo. Hermandades para morir, historias de zona sur, de lo que está abajo en el mapa argentino. Grupos podridos –como escribí en el primer verso de mi primer libro, Álbum, copiando una frase de Lúkacs -de la que nadie se dio cuenta…
Y Emiliano conjugando pasiones fuertes en mundo bajo escribe para sobrevivir porque es difícil vivir ahí, así. Un plus sobre la frase de Benveniste que decía: “la literatura sirve para vivir”.
Y -sabemos- se sobrevive escribiendo la propia historia, la cercana, la del barrio y del trabajo, en este caso, la del Buenos Aires Sur, ¿también oeste?, escribirla del mismo modo en que Correas escribe algo de Once en sus relatos y algo del centro en el Capítulo 9 de Arlt Literato. Y la escritura así se hace argentina, sea hace propia y brillante, jugando con el sentido plateresco del término. Así Emiliano escribe con nombres de ministros recientes, pero también de viejos bien amasados. Con una lengua ajustadísima, verdadera, exacta. Consigue de ese modo buenos encuentros de palabras y fragmentos de conversaciones precisas, reales.
De esta manera compone Gusanos, su segundo libro. En Fundidor se le fueron volcanes de vida. Y sabemos que no se pueden apagar volcanes -como escribieron de Sade, y en este relato la argamasa de su trabajo trae un mundo en estampas, en personajes caídos de antemano, el mundo que nos rodea, que nos anda cerca, que nos cerca y amuralla.
Decían a veces algunos que ando con lápiz marcando qué sí y qué no (funciona) en los libros: en Gusanos, los sí son coherencia y cohesión de pasión y trama, insistencia y consistencia de violencia pero sobre todo: rabia, furor y enojo, el estado natural de Emiliano S., sus pasiones fuertes. Porque para escribir siempre hay que estar muy enojado, o muy dolorido, concepción trágica de la literatura que está perfectamente cumplida aquí. También con el lápiz de los no vi que (me) robaba algo del imperio del bien y de la Literatura no permitida. Pero hizo lo correcto, no se pueden apagar volcanes y soy yo la que elijo esta literatura ingobernable, la única que importa. Las novelitas periodísticas, los bomboncitos de alcoba, los dejo para otros.
El relato de Emiliano corre, violenta, acumula actos y gestos que como grumos van armando un friso real, una comunidad enferma, Hermandad -la llama, un grupo podrido muy verosímil, demasiado verosímil. Así, ahí, su lengua reúne políticas, poéticas y propiedades literarias entre nombres conocidos y otros que son máscaras, seguro.
Y elijo terminar con una infidencia, con una cita de un libro que está en imprenta, de Luis Tedesco, que se llama Agua negra la noche que dice: “Escribo, doy con la veta y sigo, escarbo hasta sangrar el zumo de la pulpa; cortar por lo sano, ese es mi método, no me tiembla el pulso si de escarbar se trata; hablo de método, no de estilo, el estilo es una paja, imagínense a un cirujano con estilo, el abdomen ahí, abierto en dos, y el tipo luciendo arlequines con el bisturí radiante”…
Laura Estrin, 2023
Ph / Maurits Cornelis Escher, Spirals 1953
Debe estar conectado para enviar un comentario.