Lucía Mazzinghi: Locas / Una lectura de Cynthia Eva Szewach

Ejercer el derecho a ser una decepción
 L. Mazzinghi

“Locas” cabe en una bolsita de nylon como algunas vidas tan heridas, pero resulta inmenso a la hora de ingresarnos por no decir internarnos en sus hojas.

Que las camas hablan, lo sabemos. Pero, la operación poética que realiza Lucía Mazzinghi con las camas números es el envés de la política que los utiliza como sello de anonimato, más bien los convierte en una especie de nombre propio. 

La profanación de las plegarias que hay en el libro no restituyen solamente el uso de los cánticos sin liturgia a un uso común, a veces descamisados, otras desgarradores, sino que deja también una residua que puede transformarse tantas veces como quiera en algún relato, en lo improfanable aún sacralizado bajo el modo de confesiones insistentes, en palabras que devuelven alguna dignidad perdida, en onomatopeyas o en un agujero infinito.

Exige lectores que no pueden abrir el libro en cualquier sitio y al mismo tiempo sí y entonces triturarlo en miniaturas escritas de una experiencia encarnada. Si se lee continuo vamos entrando en zambullida lenta en el hospital. Podemos oler los hedores, que quienes hacen estancia cotidiana pierden de olfatear de a poco. Ese acostumbramiento de utilería, para poder seguir. Pero “Locas” los transmite: “te los zampa”.  Los cuerpos despiden un olor agrio, vahos de pis rancio y sudor invaden la espera vana, a veces con una mezcla de chivo y tierra, que se entrelazan, lo imagino, con el perfume a tilo que ingresa, pero no adormece.  Quien está escribiendo entre locas se deja empañar el olfato sólo con letras por eso puede oler a veces el terror, la crueldad que las camas padecen, o la falta de piedad sin pudor en las condenadas de las tierras.

La lectura del libro me evocó entre muchas cosas a Bela Tarr en el comienzo de la película “Armonías de Werckmeister”. Muestra un grupo de hombres que en una especie de taberna están algo desahuciados, han bebido, están derrotados por la pobreza, tienen la mirada perdida, están cansados, atontados, caídos. Uno de ellos se propone organizar de pronto una variedad de danza, una coreografía que escenifica el sistema solar, sus movimientos de rotación, traslaciones.  Uno hace del personaje del sol, otro es la luna, otro la tierra. Primero se los ve destartalados, desacompasados, pero de pronto, casi todos se suman a participar, van a un ritmo acoplado, unidos por hilos imperceptibles y llegan a formar durante algunos minutos, por momentos, una danza común. Resulta conmovedor. Luego una puerta se abre y ellos pueden irse.

Quien está escribiendo entre locas, recibe susurros en sus oídos cuyas voces se le meten en el cuerpo, alguna de ellas la miran cuando corre sin detenerse, le graban su voz, le impregnan en cadena lo oidicho, se meten en sus sueños.  Mira detalles imperceptibles en los cuerpos y en los rincones del lugar. Hace valer una manzana mordisqueada, unos restos de uñitas fucsia mordidas, que quizá se convierten en mordiscos de tiempo en el oído.

Las camas no hablan solas, a lo mejor en “soledades en convivencia” como diría María Zambrano y  aunque no alcance para llevar al infinito la extensión de los límites o para mitigar tantos sufrimientos,  gracias a la manera de escuchar, estar, escudriñar, aguzar los poros hacia las precariedades que habitan la sala y  que pueden estar como dice la autora,  dolientes y enflaquecidas por amor quebrado a destiempo, regodeadas con el tajo oscuro de su muerte fallida, con las manos enterradas en los bolsillos, en cuerpos de un trazo.[1]

 Quien está escribiendo entre Locas quizá registre cada minúsculo gesto desde la cama de número ausente, cincuenta y siete, cama rodante, que, por creerla ausente, es tan presente. La esperan. Nombra las esperas, camina en ocasiones al ritmo de ellas. Nada fácil. Las temporalidades que nos hace llegar son intransferibles. Seis años de espera con una cucharada de azúcar. Días abrazada al cuerpo de una madre muerta.  Días alimentando un gatito muerto a jeringa. La foto descolorida de Eva. Un teléfono que nadie atiende: “Me pide varias veces que la acompañe”. “Cazo palabras al vuelo”.

Bocas femeninas, llenas, congeladas, desdentadas. Vidas de diferentes mujeres en hospicios, una a una o entrelazadas, algunas con nombre y rezo, algunas en un encierro injusto sin que alguien deschaleque su voz, su sexo, su pincel y que a veces se juntan con camas número para amarse en el libro, incluso reír. 

Se siente en la escritura, hecha con llagas del cuerpo, el mundo de barrios, ancestros, infancias muertas, tierras extranjeras, sangres, diluvios, maldiciones, la lucidez que puede brotar de los aullidos de la locura, como puede brotar una plantita entre los ladrillos.

Hay Hospicio de día, hay páramo de noche. Hay pasillos, jardín, hay donde volver, no hay donde volver, una enfermera indica sin mirar, otra mira sin indicar. Locas, inventa una transmisión.  Escribe un estado de escucha en las catacumbas sonoras y en la disposición a peregrinar, incluso navegar en el ripio de las lenguas.

Cynthia Eva Szewach

[1] El libro “Locas” de Lucía Mazzinghi, de la editorial Ninguna Orilla, 2023, está acompañado por dibujos muy bellos hechos por Sofía Bohtlingk