Gris al fondo (XI) / Hugo Savino

Viejas traducciones de libros descatalogados. Que leí cuando era un niño prodigio y los forraba con papel madera.

Aquí estoy, en esos años, soy uno de los tipos más solos de Barracas. No quiero nada, no desmemorizo nada, no me muevo, me siento frente a la ventana y miro pasar a la gente. No fumo. Lo de siempre. Los tipos de la calle, de empleado de banco a vendedor de domésticos metidos en un balde, entra el lustrador de zapatos y saluda en general y arranca con el gerente de la sucursal del Banco Nación, sigue con el peluquero y ni lo miro de reojo, lo dejo en su rutina, entra el diariero y vocea un poco y se va al mostrador, no importa el título, tampoco si está ronco, hay ronquera y ronquera crónica, y hay coñac, vocea lo que nadie podría vocear, grita la segunda edición de la mañana. El padre de Orlando, de punta en blanco, lee el diario en un rincón y va de titular a contenido. Es casi oveja por oveja esa rutina. El vidriero está en la barra, no le gustan las mesas, prefiere atornillado a la charlatanería de los que toman coñac a las ocho de la mañana.

Sí, hay una lata coñac tempranera en el fondo que solo termina cerca de las nueve. Es la desgana de primerísima instancia, fundante casi.   

Todo contra-universo será detectado por la policía del pensamiento y querrá llevarte ridículamente al suicidio. O farol o veneno. O algo más ajustado a la época. La gente más venenosa es la que  que simula leerte. Acá, entonces, nada ajustado a género, a tradición, a parodia, ninguna premisa, o a lo que sea. Nada que se ajuste.

Lola, suéter de punto color ladrillo, metida en su arrogancia argentina, termina de desayunar y se va. No estoy a la altura.

Viene el clon triste del relato. Y de los lugares comunes. Viene del exterior. Presenta su libro en una librería muy conocida. Me invita y voy. Remueve todo lo ya recontra-dicho y lo pone de atrás para adelante y así toda la noche. Sacerdote de la palabra auténtica hasta el aburrimiento. 

Los tipos que saben de bares solo buscan exilio ahí. De anclaje en anclaje.

Y a veces hay resoplo de hastío de los imbéciles que juegan a distante.  Así que me aparto, siempre me aparto de ese resoplo de hastío.

Qué irritación entre las novelistas y los novelistas de la neo-vanguardia, todos fijados a los modelos paródicos, la garantía junto a la no lectura que les sirve para escribir prólogos y chamuyar y hacer correr rumores y difamaciones y no angustiarse.

Nombres y sugerencias. Esa alianza.

Gloria está sentada bajo un árbol, los ojos en el aire que no miran nada. O el vacío que dejó la lluvia de la noche.

De perdido a vagabundo. 

Nunca me pudieron robar las cosas que están en mi voz. Apenas  copiarme alguna figura.

Las mujeres ya no se escapan con cantores italianos.

De no apariencia física, de tapadito gris y valija de cuero barato en Constitución, a cuello pasablemente largo casi escrito por Mansilla, cetrina, con pelo castaño y ojos color miel. De expresión inexistente a la gracia de las provincianas al límite de la extranjera, doble exilio, en la otra vereda de lo innato, y otra vez rechazo descarado de todos los modelos exigidos. ¿Así fue la Turca de Roque Juan? Hay Turca del pasado. Y no hay Turca del presente. Fue de una memoria a la otra y se perdió en la Avenida Patricios de los años cincuenta.

Doblemente aplastado: sequía y nadie con quién hablar.

El miope que soy se queja.

El seco que soy se queja.

Se queja en voz baja, no confiesa nada.

Ese que seré y que no escribe nada que entre en la regla de los géneros, se queja. Ni literatura fantástica ni cuento, ni parodia, ni gauchesca, ni peón, ni ese adentro/afuera de la lectura de mis amigos, nada de eso. Solo anotar. Del otro lado estoy yo y tal vez más allá, aparecerá alguien. Que no conozco.  

De familia no sindicalizada. Muy por debajo del proletario. Todos los que están por arriba de ese debajo: enemigos.

Hay un niño de verano tórrido sentado en una plaza, en el medio del sol, todos sus amigos se fueron a esos hoteles del obrero argentino y él se quedó solo, no tiene nada que ver con Dostoyevski, que quede claro lector y escritor de parodia y de cut-up, no, es verano de un niño en una plaza de Bahía Blanca sentado debajo de un árbol.  

Primero el canto de los gallos, después el ruido de las cacerolas hasta el silencio de la media mañana. Y el desayuno ya fue y ya terminé de despertarme y salgo y me voy por Montes de Oca hacia Constitución, y entro por la Nueve de Julio y ya está. El resto del día no lo cuento.

  Sí, un satori se da en cualquier lado. Solo hay que seguirlo.

Mi consigna sigue en el bolsillo: si no se entiende, si no les suena, vayan a otro lado. Al Alma que canta, ahí está todo.

Cuaderno de Luis Cardoso. Anotar a media mañana: falta de plata. Manera de protegerme todos los días de los que hablan espiritualidades. Franeleros. O te dicen cómo editar, o te dicen que es una lástima que no edites, o te recomiendan cómo conseguir trabajo. Todas las medias mañanas en tu cuaderno. Insistir: cuaderno, no diario. (Domingo 27 de agosto)

Agujero de soledad en el estómago.

Nota en hoja cuadriculada para Luis Cardoso.

Evitar contar cosas al sesgo en las que  transmitís tu desesperación. La bestia llena de psicología te espera en la esquina, quiere tu confesión, quiere tus quejas, la más amiguísima de esas bestias te pasará por el tamiz de la interpretación, cuando termine serás el inútil quejoso que no supo ganar plata. Te arrancarán todas las quejas, y te dejarán seco, y después te tirarán por la ventana. Es el rasgo más característico de eso que se llama amistad. El capítulo que estás escribiendo es el más importante.

A Luis Cardoso le falta el Cardenal de Retz. Siempre le digo que  quiere un lugar en esa mentira llamada ensayismo argentino.      

Recurro entonces a los pocos amigos re-contracurtidos en el ayer, recontraquemados en el pasado.

La banda de ratones analfabetos sale a la calle.

Últimamente, voy con mi paranoia en el bolsillo, la llevo a todos lados. Maldita.

Pero también llevo mis citas.

Los piojos de las voces maliciosas lo perseguían hasta Brest. ¿Su paranoia? Lean. Hermanos y primos del piojo participaban de la cacería. 

Cuaderno de Luis Cardoso. El idiota que soy camina por Suárez hacia el café y descubre que quiere que le reconozcan todo lo que leyó y que le paguen por eso. No sabe y lo sabe que si alguien te presta atención es más o menos dos minutos, no más, y corre a otros brazos. Por lo menos no soy un sincero de la crueldad, esa especie aburrida y gritona. (Lunes 28 de agosto)

Gloria entra en el bar. De todos nosotros es la que mejor saber hacer bar. Mujer más bar más arte de la conversación. Siempre preservando su secreto, sugiriéndolo para desesperación de Luis Cardoso. Que cree que es el único que le puede bajar la bombacha.

En esta historia están prohibidos los saqueos de casas, cada uno en la suya, nada de vida comunitaria, ni de fumata pelotuda de cigarrillo que circulan, y todos miran el techo y suspiran, solo se hace bar y hay mucho secreto. O solo nombre y sugerencia.

Yo no escribo tramas. Armo escenas, figuras que pasan.

Cuaderno de Luis Cardoso. El chantre de la estética parda me objetó una frase que traduje. Me sugirió otra traducción. Yo estaba con Amadeo en La Orquídea, él entró y se sentó a nuestra mesa. Estaba descubriendo a Lucio Mansilla y nos quiso dar una clase. Lo paramos en seco con una contra clase de Amadeo. Escuchó y después me miró y soltó su corrección. Le dije que en una segunda edición lo modificaba. Seguí la regla de Mallarmé: no responderle a los que no saben leer. Se fue por Avenida Corrientes hacia el centro. (Viernes 15 de septiembre)

Opacas salitas con sillones para el té de las primas de Roque Juan en Valentín Alsina donde ya no había calles de tierra. Íbamos en algún día de la semana y llevábamos facturas y yo leía revistas de historietas. Otra escena.

Celia fue pasajera de a monedas, de tren carreta, de pocos pesos en el bolsillo, de salir a descampada, con sus bártulos de provinciana norteña, toda una escuela del realismo. La saco de ahí. Sí, viene de ahí, pero sin origen, metida en otras pecas del tiempo. Hay que descubrirlo. No viene envuelta en penumbras, no. Tampoco sé cómo vino. Hoy está aquí.

¿Cuándo duerme Luis Cardoso?

De repente toda la distancia.

De incierto a más incierto. Todos los anti-mendigos del reconocimiento van llegando al bar de Montes de Oca y Olavarría. De La Luna a La Ronda. Ese itinerario. Hoy me siento lejos de la ventana. Hoy no quiero entender nada. No quiero ninguna respuesta. Odio las respuestas. Mañana tampoco quiero entender nada. No quiero explicarle nada a nadie. Que nadie me explique nada. No tengo ideas. No las quiero tener. Hoy no quiero hablar. Mañana, no sé. Tal vez con Gloria, mientras toma mate. Si no está Celia. Hoy, y siempre, que se noten todos los vestigios del pasado. Todos los que aparezcan. Son los secuaces de cualquier vida. Irresolubles y cambiantes. No salimos, hoy no salimos a la descampada. Iniguales y anclados en estas mesas pegadas a la ventana. Desarrebatos y vía a fiaca y más conversación. Mañana de lluvia, arranque del otoño.

Toda vida de artista sufrida caerá en manos de la pereza  estudioso que se llevará la ganancia. O tal vez, si se cruzan, caiga en manos del amateur. Es el boyar.

La novela de Aníbal. Nadie puso en escena una madre así. Se la arrancó a todos los puritanos de la evocación programada.

Cuaderno de Luis Cardoso. Elia escribe libros de mierda que nadie quiere leer. (Sábado 16 de septiembre)

Los ojos de Celia: ¿grises?

Perdí esa cita sobre el viento.

Todo el mausoleo de su pasado volvió de repente, solo porque le di espacio, ahí, en esa mesa del Tren Mixto, y habló y empezó desde el fondo, antes me preguntó si trabajo en algo, le dije que me mantiene Gloria, que mantiene la casa, la de ella y la mía. Cerré el pico y él  metió en el tiempo. 

El fracaso se puso de moda, ser escritor no profesional se puso de moda entre los escritores profesionales, todo se pone de moda. Hay que cruzarse de vereda. Lo servil pisotea todo, cuida el terreno, le pone alambre de púas, pero aunque oculto por la lluvia se te ve la piel de borrego. Viento intenso que llega del sur.

Todas las impotencias compartidas se juntan a conversar. Pero el resentimiento se fue por la ventana, lo limpia la lluvia y la sudestada. Ahora todo se enrosca en las discusiones casi metafísicas. Las heridas son ridículos reclamos de mentiras consentidas para seguir la ronda de la noche. Nos vamos por Suárez hasta Patricios y de ahí al Parque Lezama.

Cuaderno de Luis Cardoso.  Me levanto muy temprano.

Sueño que me ahorcan, me resisto. Horrible pesadilla. Hoy no escribo nada en este cuaderno. No quiero contarme cosas que son muy muy mías. Hoy, mañana no sé. No quiero darme consejos. Los detesto. (Jueves 21 de septiembre

Con la ropa de cada tanto Luis Cardoso entra en la mañana única de este 22 de septiembre y pisa la vereda casi baldeada, camina pegado a la pared, le pide disculpas a la portera y busca una vía despejada de conocidos y amigos, hacia el Norte. Hoy  quiere ausencia, de llegadas a Retiro, de valijas de cartón, de melodramas y enaguas sobre la cama, de desayuno, de reclamos, de cartas, de modelo de poesía, de vehemencias, de preguntas, de condenas, de fotos, de mesa de café, del peligro de hacer una banda, del tedio amuchamiento, todo a la ausencia.

Suicidio por ahorcamiento con farol y chaleco rojo. Registrado en un poema del siglo XIX y en una novela argentina de los sesenta. Son esas líneas que se cruzan en un punto y que un día pescás. Como la luna atorranta que se continúa en dos líneas que olvidé y no puedo rescatar. Por ahora.

Luis Cardoso sigue por Bernardo de Irigoyen, caminata no asmática, la cabeza con asociaciones a dharma, campo de figuras de hielo y frío y botas y las historias de exploradores que le contaba Elia hace años, y que eran la fidelísima reproducción de las que contaba Roque Juan a la hora de la siesta.  

Una mañana abro un libro y descubro ese fragmento que trajo doblado en cuatro en su bolsillo saco de tweed, con letra clara y legible, que me hizo leer en una mesa de la Ópera y que volvió a doblar y me regaló y puse en este libro. Veinte líneas, sintaxis lenta, con toques bruscos, sacudidas, no se puede contar, hay que leerlo. 

No va en orden cronológico.

El viento no me tiene rencor.

Gloria me cuenta la historia del Hotel Oso Negro. Viene de una de sus novelas preferidas. Me trae una fotocopia con la no-historia del que la escribió. Pero igual me cuenta la nota, y más,  y la escucho. Es una enciclopedia de novelas y memorias ignotas. Lleva muchos libros de ventaja y eso le complica la vida. Hace café. Cargado como me gusta. Tiene trama y argumento, le digo. No entendés nada Elia, hoy no entendés nada. Hoy justamente. Tenés que leerla antes de abrir la boca. El hilo es que la gente que puede pagar lo que quiera se queja. Por quejarse. Para reírse de los pobres. ¿Sabés qué es reírse de los pobres? La tentación de las puertas falsas que termina en perro afligido y molido a palos, llegado el caso. Menos contás menos te entran. Menos decís menos te conocen,  menos te mostrás menos te meten la mano en el alma de tu pasado,  la manía de la confesión, maldita confesión Elia. Hoy no hay ni una gota de viento, nuestra gota de viento diaria, hoy ni eso. Es un efecto de lo que releo. ¿Que a veces se traga lo que vivo? ¿O mis notas? La crueldad es lo que se traga todo. Elia, finalmente el trío sigue la línea del norte. Lo que te interesa. Tu obsesión. La mejor manera es la que no exploraron los otros según Howard. No hay que achucharse, el maestro impotente no quiere que sigas. Te lo dejo aquí.  

La de los que se creen buenos. Un poco filosófico Elia, pero es vida interior, te guste o no.  

Cuaderno de Luis Cardoso. Elia no quiere aceptar que socialmente perdió la guerra. (Martes 3 de octubre)  

Me tomo el Roca en la estación Hipólito Yrigoyen y me subo al vagón asmático, último asiento del vagón y miro por la ventanilla. Lomas. Voy a tomar mate con Irma. El tren del sur pasa a las 9 de la mañana, el que tomo yo. En el andén, una onda del viento del Noroeste barrió el frío.

Lo estrafalario sigue su marcha. Lo tímido reflota. Lo silencioso, la no confesión es mi mejor lado. O, mi lado favorable. Protegerlo.

¿Por qué tengo que ceder a la cronología? ¿Por qué tengo que abrir ventanas para que se entienda algo? ¿Qué hay que entender? No hay letra.

Repito y a veces repito sin matices. Ahora vuelvo a entrar en el libro de la patria de los borrachos, y lo releo de un saque. En el cielo azul bordado del blanco de un avión publicitario no hay ni una nube y el viento corre despacio y me acompaña en este viaje  a la cueva de la relectura. Banda de saltimbanquis perdidos que vivían acodados a la barra. Y siempre el pasado a veces maldito a veces paraíso, siempre mentiroso, ahí, que no se deja olvidar. Es o rojo naranja o amarillo toques marrón, es entre esos dos momentos de vasos de la mañana acodados a la barra, y afuera chaparrones que atraviesan el sol. El negro Agüero está solo en el fondo, en una mesa, siempre se resta.

Cuaderno de Luis Cardoso. Suene como suene, las voces eternas están cosidas en la solapa del sobretodo de Elia. Con hilo azul. Y como el tiempo no acaba, ahí estarán. Lo pensé el otro día mientras estábamos solos hablando en Los Leones. Mesa de mantel blanquísimo, café y brioche con manteca. Seguimos anclados en la zona, apenas avanzamos un barrio, ningún viento a favor, hay escasez de empuje, hay desconfianza, hay miedos, hay capas de franela que atan. Y hay agujero sagradísimo de ausencia de gato para Elia. Y para mí tampoco hay tiempo lineal, pero hay cuaderno. (Jueves 12 de octubre

Allá, pasando la línea fronteriza de Barracas, la hoja extensa y azul del cielo me protege mientras camino por Lima. Del otro lado, un poco más al Sur, si miro a la derecha y hacia atrás, por Avenida Caseros, el hotel ya libre de chinches donde vive Negro Agüero. A esta hora de la mañana solo camiones que descargan piezas de telas y carteros que arrancan temprano. 7hs 15m de una mañana, esta. La hora del oficinista no está muy lejos.

Por abajo de la tela muchos toques de amarillo-verde acompañados de alguna pincelada roja. Me cruza un tipo con un bastón de senderista que va hacia Plaza Constitución.  

Cuaderno de Luis Cardoso. Shalamov: «Hojeo con emoción mis cuadernos de la Kolyma. Me producen una tempestad de emociones, esas hojas que traje del Norte con las letras descoloridas trazadas con tinta química» (Lunes 16 de octubre)

Cada uno de nosotros su aguantadero. Cada uno su papel y lápiz. Cada uno su impublicable. Y cada uno sus cruces. Cada uno toca su brasa y no lo cuenta o lo cuenta, depende. No hay languidez, no hay tristeza, hoy nada de eso. Hay mirar a árbol verde intenso sin toque amarillo y un mirar esquivo al interior del boliche lleno. Propiedad: la ventana que da a la Avenida.

Cuaderno de Luis Cardoso. Para dejar constancia. Poema: Pino enano. Se aproxima el invierno. Nieve y vida cautiva. Relato: paisaje del Extremo. Norte, taiga y tundra que se juntan, abedules, árboles enanos, bayas acuosas amarillo claro, alerces. Y al cabo de trescientos años, un pino enano. (Jueves 19 de octubre)

Orlando, ¿me seguís? No sé. Me escribía cartas hiladas, cito, destemporadas, bien en su ley de recaptura de lo que daba vuelta, de lo que estaba en el aire,  él me inició en la noción de operación maula. Muy alejadas unas de otras. Y curtía con nuestro Wilde y como a vos, le gustaban las intensas lluvias. La conversación duraba horas y, como ahora, tratábamos de no estar sitiados. Siempre ese intento de saltar el cerco. Yo detesto los glosarios apriorísticos que algunos enconchan en la lengua. Escriben con preaviso declamatorio de vanguardia. Le ponen un tapón de corcho a todo lo que tocan. Orlando me pide un nuevo juramento para su secreto. Celia, en otra mesa, para sus oídos brujos.      

En ese gris entre la tarde y la noche casi no la veo venir, muy difícil distinguir esa silueta fantasma que cruza Montes de Oca con corte de luz, solo agita la mano que sale del tapado beige y apenas la distingo, lo pelirrojo en sí está debajo de un gorro o boina, el resto de la no-banda tiene los ojos y la cabeza en el Norte, Orlando cuenta una historia de exploradores atrapados en la nieve, un clásico que pone nuestras almas en suspenso. Lo Talmud Orlando en el Paso del Noroeste. Y yo me descuelgo y solo la miro venir y pisar la vereda y me hace un saludar y sigue de largo. Y vuelvo a la historia. Lejos muy lejos en el Norte, me reengancho  en esos sonidos descuajeringados de Orlando y sus trenes de trocha angosta por las laderas de Alaska. La esquina solitaria metida en la llovizna y el viento no te invita a la calle. Aquí seguimos.

Hugo Savino

PH / Imogen Cunningham, 1929