Siete poemas / Adolfo Marchena

1.

Desde el sofá contemplo

la luna casi llena.

Me sostengo a ritmo y oleaje

en esta partida de póquer

y tú en mis pupilas

como nieve en brazos del invierno.

Contemplo la luna entera

y llega hasta mí

el ronroneo de los gatos,

la extraña sensación

de enamorarme en primera persona.

Hay alguien que me empuja

y sobrevivo a la caída.

Sueño con poseer más brazos

y alcanzar todas las distancias,

el horizonte que se aleja.

Entre tú y yo no existe el desamparo

y todos los objetos se transforman

en pájaro o acaso en bellos tigres

que arañan mi sillón

cuando despierto y pido disciplina

en el nombre de los ausentes

y el vórtice del miedo.

2.

Te abrazo y todo es perpendicular

al misterio de tus ojos,

el enclave en la factoría de tu mirada,

el asiento hueco,

los vehículos deshinchados

en cualquier esquina de mis sueños.

Abandono el oficio de las prisas

y deposito en el aire

el contenido de mis bolsillos:

el temor, la indiferencia, el lugar

donde habita lo imposible.

Comprendo entonces la forma

que adopta el agua y la alquimia

de tu cuerpo transformado en oro,

la danza de las mariposas,

el ocaso detrás de las cortinas.

3.

La retórica del viento me susurra:

acaso sea yo el último superviviente.

Me acojo a la bondad

de todos los hombres y mujeres

que pueblan, sin saberlo,

este destino y su fuerza

de continente a la deriva.

Soy la explosión de un carguero

amarrado a puerto,

el silogismo de un vuelo rasante,

el alquimista que se expone

cuando nada se lo impide.

Combato en el trapecio contra la carpa

que me desenfoca el cielo.

Una y otra vez, camino lejos.

Una y otra vez te sostengo y me sostengo.

Es el latido de lo exacto, las coordenadas

del último libro y su tinta húmeda,

la caligrafía de un tahúr que oculta

bajo la piel los ases de la indiferencia.

4.

Amanece demasiado tarde

en los portales y tiembla

la flor entre las manos.

Es hora de acogerse al vuelo

de las aves migratorias,

de imitar al búho

en esas noches de intemperie

donde tú y yo,

como en un viaje hacia la nada,

nos conformamos y reímos,

lejos de todo,

y la luz en un candil

como único argumento.

5.

Nos dejarán solos

frente al número Pi,

animales que zozobran

muy cerca de los cepos oxidados

y la mano del hombre.

Los ángulos del tiempo

en las campanas

y todas las iglesias.

Mañana será otro día

en la orilla de los sueños

donde nadie nos exigirá

una moneda.

Nos dejarán solos

al final de todo,

al final del tiempo

y sus coordenadas,

al final de esa bifurcación

y el barro enquistado

en la suela de las botas

y su arquitectura.

6.

De nuevo en el camino.

Detrás de las cortinas

el tiempo de las chimeneas

nos aguarda.

Un pozo dentro de la boca

perfora el agua

y su sed de envergadura.

Los pasos no son lo mismo

aquí, allá, en el hemisferio

norte y el frío del invierno.

Mi patria es tuya

cuando pierdo los sentidos

y me descalabro.

Regreso a mi cabaña

en algún lugar del bosque

donde la geografía

se oculta de las brújulas

desorientadas y los planos

que olvidaron

las carreteras secundarias.

7.

Me lo dijo Frida: el color no es el cansancio.

Recordé entonces los pinceles en aguarrás

de todos los ausentes.

También me dijo Bécquer que volverán las golondrinas.

Me asomé a todos los balcones como un discípulo

del día y su pretexto de comportarse a cada hora.

Me lo recordó García Lorca: los amantes caminan.

Y entonces quise levantarme de la cama,

a pesar de que mis zapatos de cristal se los llevó

la Cenicienta.

Me lo recordó Frida: el color alberga la esperanza.

Abandoné entonces el lamento y lo perdido,

la insana costumbre de vestirme a toda prisa,

cuando la ropa pesa

y las polillas aguardan su festín de medianoche.

Adolfo Marchena (Vitoria-Gasteiz, España, 1967)
Ph / Jorge Macchi / 5 notas2006. Papel, cable de acero. Dimensiones variables