1.
Desde el sofá contemplo
la luna casi llena.
Me sostengo a ritmo y oleaje
en esta partida de póquer
y tú en mis pupilas
como nieve en brazos del invierno.
Contemplo la luna entera
y llega hasta mí
el ronroneo de los gatos,
la extraña sensación
de enamorarme en primera persona.
Hay alguien que me empuja
y sobrevivo a la caída.
Sueño con poseer más brazos
y alcanzar todas las distancias,
el horizonte que se aleja.
Entre tú y yo no existe el desamparo
y todos los objetos se transforman
en pájaro o acaso en bellos tigres
que arañan mi sillón
cuando despierto y pido disciplina
en el nombre de los ausentes
y el vórtice del miedo.
2.
Te abrazo y todo es perpendicular
al misterio de tus ojos,
el enclave en la factoría de tu mirada,
el asiento hueco,
los vehículos deshinchados
en cualquier esquina de mis sueños.
Abandono el oficio de las prisas
y deposito en el aire
el contenido de mis bolsillos:
el temor, la indiferencia, el lugar
donde habita lo imposible.
Comprendo entonces la forma
que adopta el agua y la alquimia
de tu cuerpo transformado en oro,
la danza de las mariposas,
el ocaso detrás de las cortinas.
3.
La retórica del viento me susurra:
acaso sea yo el último superviviente.
Me acojo a la bondad
de todos los hombres y mujeres
que pueblan, sin saberlo,
este destino y su fuerza
de continente a la deriva.
Soy la explosión de un carguero
amarrado a puerto,
el silogismo de un vuelo rasante,
el alquimista que se expone
cuando nada se lo impide.
Combato en el trapecio contra la carpa
que me desenfoca el cielo.
Una y otra vez, camino lejos.
Una y otra vez te sostengo y me sostengo.
Es el latido de lo exacto, las coordenadas
del último libro y su tinta húmeda,
la caligrafía de un tahúr que oculta
bajo la piel los ases de la indiferencia.
4.
Amanece demasiado tarde
en los portales y tiembla
la flor entre las manos.
Es hora de acogerse al vuelo
de las aves migratorias,
de imitar al búho
en esas noches de intemperie
donde tú y yo,
como en un viaje hacia la nada,
nos conformamos y reímos,
lejos de todo,
y la luz en un candil
como único argumento.
5.
Nos dejarán solos
frente al número Pi,
animales que zozobran
muy cerca de los cepos oxidados
y la mano del hombre.
Los ángulos del tiempo
en las campanas
y todas las iglesias.
Mañana será otro día
en la orilla de los sueños
donde nadie nos exigirá
una moneda.
Nos dejarán solos
al final de todo,
al final del tiempo
y sus coordenadas,
al final de esa bifurcación
y el barro enquistado
en la suela de las botas
y su arquitectura.
6.
De nuevo en el camino.
Detrás de las cortinas
el tiempo de las chimeneas
nos aguarda.
Un pozo dentro de la boca
perfora el agua
y su sed de envergadura.
Los pasos no son lo mismo
aquí, allá, en el hemisferio
norte y el frío del invierno.
Mi patria es tuya
cuando pierdo los sentidos
y me descalabro.
Regreso a mi cabaña
en algún lugar del bosque
donde la geografía
se oculta de las brújulas
desorientadas y los planos
que olvidaron
las carreteras secundarias.
7.
Me lo dijo Frida: el color no es el cansancio.
Recordé entonces los pinceles en aguarrás
de todos los ausentes.
También me dijo Bécquer que volverán las golondrinas.
Me asomé a todos los balcones como un discípulo
del día y su pretexto de comportarse a cada hora.
Me lo recordó García Lorca: los amantes caminan.
Y entonces quise levantarme de la cama,
a pesar de que mis zapatos de cristal se los llevó
la Cenicienta.
Me lo recordó Frida: el color alberga la esperanza.
Abandoné entonces el lamento y lo perdido,
la insana costumbre de vestirme a toda prisa,
cuando la ropa pesa
y las polillas aguardan su festín de medianoche.
Adolfo Marchena (Vitoria-Gasteiz, España, 1967)
Ph / Jorge Macchi / 5 notas. 2006. Papel, cable de acero. Dimensiones variables