Gris al fondo (XII) / Hugo Savino

Mañana gris ardilla en Barracas.

Los emocionales te sacan de la lectura, no quieren que te disuelvas en los libros, se mueren de envidia atornillados a sus sentimientos, a su teatro de humildad, de amor. Compasionales. 

Ropero de madera de una sola puerta con espejo, cajonera en la parte inferior y adornos metálicos plateados en la parte superior   heredado de la abuela. Gloria se mira, sus propios ojos la miran, lánguido pestañeo, y se ve bellísima hoy. Celia pasa en imagen fugitiva por el fondo del pasillo y la perdemos.

El polen de primavera temperley flota por toda la calle y seguimos hasta la casona de ese sociólogo de tres al cuarto. Convoca en su casa, charla privada. ¿Quién nos arrastra? Todo el aire de la época  está ahí, más denso que el polen, más, es el aire de esa gente culta, horrible de fatalidad histórica. Duró lo que duró. Estornudé un poco y se cortó. Camino de la estación, el viento barrió todo y nos empujó a mordiscones.  

Lectores que te corrigen.

Se nace tres veces, fecha del padre, fecha de la madre, fecha de uno. Esos dos nacimientos los cuento en pasado, no soy el único testigo, pero lo cuento yo. 

Escribirlo blanco sobre negro: punto de vista del relegado. Pero no tengo la intención de forzar ningún olvido.

Gloria lee Poemas del Norte.

Y yo camino bajo el cielo noroeste. Junto norte más norte del ensueño.

El pasado, un postigo del pasado por donde entra el viento vuelve de repente. El viento revolvía los cánsones de May, que dibujaba en un rincón y Juan Carlos y yo conversábamos en la otra punta de la mesa larga del comedor. Esta figura reaparece, la anoto y se va con el mismo viento.

Cuaderno de Luis Cardoso. Elia está hipnotizado por algunos libros del saber. Esos que salen de la fosa de los piojos. Se enroscó, cae en tentación a deberes, Sarmiento en el camino de polvo rumbo al colegio. Lo invitan y va. La fosa del chamuyo. Se sube al  colectivo y va. (Jueves 8 de febrero)

¿El tema? Un objeto cualquiera. 

Por ejemplo: Pipa e´Moco en el pasado de dos novelas y nunca dije que verlo sacarse el sombrero de lona o de lluvia era un  cuadro de Daneri.

El falso escritor de la vida moderna nació haciendo elitismo burgués. Lo lleva en la suela de los zapatos. Busca reseñistas en todos los sucuchos y bares y rincones de la patria.

La garrapata de la tristeza te busca el cogote. Cuidado tres veces.

Lola va por el tiempo azul de la mañana montes de oca hacia la estación Constitución. ¿Nuevo trabajo? 

Hay mucha niebla y hay que esperar a las nueve de la mañana para que se disipe. A la tarde el patio estará asoleado y se sentará en una sillita y leerá. Mirada no fija de soñadora que dejará la casa. Conoce el paño soñar desde las novelas. Se le dio bien desde chica el novelar de lectura. Ahí aprendió a desertar. Es un trote único y solitario, por eso la mayoría elige no leer, o solo algunos libros de una vez para siempre. El patio sol de otoño y lleno de plantas y canteros será una ausencia. Pero será después, unas estaciones primavera más tarde. A la niebla le sigue el sol. Medio aforístico, pero así se da. Celia pasa de una a otro y se instala.

Gama de grises que anoto aquí. Se me había olvidado el gris rosado. Era el de una pared de la casa de la esquina. Entraba por el zaguán y cuando estaba del otro lado de la cancel, en el patio aplaudía y salía alguien de una de las piezas y me decía que Chango dormía. Yo era tempranero y él un larguero casi hasta el mediodía. 

No hay arranque. Por ahora no hay partida. Apenas incursiones más allá de Constitución. ¿Lola y su nuevo trabajo? Oficinas de la nueva empresa en Diagonal Norte. Va caminando por Bernardo de Irigoyen. Discreción y poco taconeo. Apenas, en la mañana de colectivos y pocos coches, todavía. Viento, apenas, brisa diría.

Hay un rojear del cielo de la mañana, yo lo miro desde el café, me senté aquí a las seis, y miro a la gente, miro los encuentros, a lo lejos, o a unos metros, entran en el café o siguen de largo, es un pasar del tiempo, de lo pasajero de vecinos o empleados que arrancan a trabajo o a mandado, todos van en cámara lenta, nadie pisa fuerte, hoy por lo menos. Hasta que cada uno se queda solo metido en su yugo.

Rincones de la piojera. Ayer estuve ahí, había mateada larga y me aburrí. Mucha franela, mucha mentira. Huir de las mateadas largas y cortas, tomar mate solo. Lo poco que sos va a más poco en la franela emocional. Ahí se entrega el alma al punto cruel.

Elia a Luis Cardoso, ayer, en caminata por la calle Lima: «No le saques el cigarrillo al loco». 

La Turca de Roque Juan, la suicida o posible suicida o suicida imaginada, todavía vive en La Boca – no es tendera ni tiene mercería. Ojos verdegris, pelo renegro, sin canas, arrugas y capas de pasado.

De familia ese chapoteo en el rebusque. También hubo piojera.  Hay pasado y está el imán del elitismo poético para escapar de ese pasado.    

Y así, ahora, azul grisáceo del cielo de la siete, antes de ir a negro estrellado y nos paramos en la esquina y nos quedamos callados, hoy no hay nada que decir, solo hay un hartazgo del entre-emocionarse y nos perdemos cada uno a la cucha.

No llego al aislamiento justo, ese que te pone en el camino, que te aleja, que te enseña a cerrar la boca.

El barrio era una conspiración de cuernos, de delaciones ínfimas y cuereos en los patios de inquilinato y en las esquinas. Los patas de bolsa eran mañaneros. Nadie los vio nunca a ciencia cierta pero leyenda y fábula tuvieron su hora hasta que me despegué y crucé el puente. Salí empujado por el viento del noroeste, a pata, y tiré al riachuelo lo que había que tirar. Y me puse a vivir solo en el Tiempo y en un Espacio reducido que iba moviéndose y nunca amplié, fui, y salí rápido, mucho abrazo, mucho hermano, mucho arquitecto o profesor, no quise hacer elitismo artístico, no quise, malditos sean todos los que me saquean el bolsillo. Entonces, en esa mañana de mañanas crucé el puente.

Irma sigue alforzando en algún lugar de la memoria, y el viejo fauno de la familia sigue en su caserón de Lomas de Zamora, guardado en la cocina, té con limón y una tostada a las cinco de la tarde y con los pinceles resecos en latas rojas y sus cuadros colgados. Ex-pintor desde la salida del sol de algún día.

Y Lola se fue para el centro y un poco más allá, a pocas cuadras Gloria arrancaba con Luis Cardoso Barracas al sur,  y Celia seguía durmiendo y todo se abría para un posible hápax. Una de tantas mañanas.   

Un mes atrás, con Julio y su novia, fuimos a otro asado en lo del Negro Jorge. Otra vez bandoneón y guitarra y una noche beroniana. En el piso desnivelado de empedrado estaban las mesas. Un cordero en la cruz y la parrilla al costado. El corralón era música y adoquín.

Hoy el sol de invierno pega fuerte y calienta la casa. Todas las ausencias siguen ahí. Son días. Entra el Negro Jorge, traje gris oscuro de saco cruzado, impecable, camisa celeste. Él también busca su paso clandestino. No el del Noroeste. Tiene otros sueños, otros paisajes. Pero los dos estamos lejos todavía. Hoy nos juntamos para hablar de cosas casi confidenciales. Todos se callan. Ya era casi de noche, se ven bien unos a otros en la luz del café, el cielo negrea con una mancha naranjagris, es el cielo del noroeste. La calle esta desierta, en el café solo nosotros y Ramiro, lejos, en un rincón de la barra, hojea unos papeles. Café de 24 horas abierto. No se oye ni un ruido, solo nuestro silencio. Arranca Celia.

El traje color té con leche – en algún lugar de la misericordia,  pero ¿todavía en la cabeza? Quizás. ¿Pero fue a agriado? Agriado más seco más necesitado no puede esperar nada de los amigos que trabajan en la fosa de piojos. Así que, largá traje té con leche en la cabeza y salí de ahí. 

Cuaderno de Luis Cardoso: Todo lo que no escribí, no lo escribí yo. Y todo lo que escribí, lo escribí yo. (Sábado 10 de febrero).

Del otro lado, en el rincón que daba a Suárez, se sentó esa cara de la soledad, sin rescate posible. Esas cosas me las como solo. Como casi todo ahora. Nostalgia de novela en el bolsillo.

Todos mis antepasados, ese toco de italianos, de uno y otro lado, estaban cortados por la misma tijera de sastre, no hubo ni un famoso entre ellos y menos un rico, inmigrante bajados de un barco, patasucias, y eso me persigue hasta hoy. Casi todos mis amigos o camino a ex-amigos borraron barco, conventillo y ragú. Triunfó el mito: compadrito, o chantre del peón o gaucho y bandera o criollo de profesión. Por suerte está Macedonio Fernández.

Sacarse a los parásitos de encima. No es fácil. Es una troupe que se odia y habla el mismo lenguaje, lee los mismos libros e impone las mismas reglas. De género a género pone a todos sus payasos en fila y les da a cada uno un papel. Hay que dar la vuelta y salir. Para otro lado. Rehacer y desandar el camino como dijo alguien, por el amor y el odio. Único tratamiento. ¿Único?  

Tan poco fácil como atravesar el Paso del Noroeste. 

Lista de autores que nunca leeré. Tampoco leeré libros en los que figuren como epígrafe. Toleraré, con guantes, a los amigos que los lean o los frecuenten.     

Los soretes que no pueden leer, esos genios mancados, desvalorizan los libros, las novelas, sobre todo, que los locos de    metáfora llevan en el bolsillo. Novela en el bolsillo es escudo arno.  

Hay peón, y hay peón urbano. No hay solo lirismo provinciano del peón. Sube a un camión, pone la lona sobre las bolsas de arroz o de café, aviso de tormenta en el cielo negro, orden de retirar la lona, no hay reparto, tampoco se paga el día.

Hubo café del pasado, bar de Don Antonio, o Café Maipú. Hay café del futuro, La Orquídea. Después volvíamos a casa, tarde, suburbio y Puente, sobre todo en el verano que empujó a la primavera. Era la vida de los libros leídos. No había lugares al sol.    Ni resurrección ni vida futura. Solo esas mesas de la conversación.

Hubo piezas de hotel miserables, pensiones, antes de los premios y las menciones y la vida respetable, maldita y lacrosa. Y estaban los rumores, ahí, dando vueltas. Los más respetables eran los hijos de la clase obrera, seguía el hijo del burgués profesional o el aristócrata porteño o de provincia. Los hijos de no sindicados no entraban. Sobre todo si leían libros no permitidos. Libros  censurados, hundidos en el olvido y tragados por la ignorancia sesenta. Perdedores de esa guerra del lenguaje.  

Bueno, teóricos de lo mismo, nunca fui joven. 

Cuaderno de Luis Cardoso: Albert Ayler: «Yo utilizaría estas melodías como punto de partida y varias melodías  simples  se desplazarían en el interior de un mismo fragmento. De una simple melodía a texturas complejas, luego de nuevo a la simplicidad y, de ahí, hasta los sonidos más complejos, más densos.» ¿Es cantar la bola de entrada? ¿Y? (Lunes 12 de febrero) 

A la princesa de la emoción se le congeló hace años la lectura.  

No entienden nada de las reiteraciones, o repeticiones, o murmullos de las voces que insisten una y otra vez. Nada de nada. Entonces, hay que cerrar esas no conversaciones, seguir, dejarlas atrás.

El tema es un objeto, nada más, sonoro o silencioso, lo hago hablar. Tampoco conservo el hilo, qué se pierda.  Inevitablemente se perderá. No me interesa la prueba. Tampoco hay que entretener a nadie. 

Mi hermana Carmen viene de Elia.

Me lo encontré al  hermano menor en el Maipú, solo, en la mesa del fondo, lejos de las ventanas, me senté con él y hablamos de algunas cosas. Secretos infames. Veré si los escribo. El gemelo rascó lo que pudo y con ese poco de pelecho se salvó, traje gris, camisa celeste, o saco azul, pantalones grises y camisa celeste o blanca. Zapatos negros. Siempre esa combinación, y todo es mejor con plata, y si no, mejor cerrar el pico. Apartarse. Floro sabía correrse, llegaba al café Maipú y se iba a un rincón, mesa del fondo, reitero,  agarraba una silla, bajaba la cabeza, leía el diario, y cada tanto escuchaba las voces de otras mesas. No creía en ningún hilo de la salvación. Me sentaba a su mesa y arrancábamos. La interminable conversación que no entraba en la no banda.

El hermano menor nunca pudo fingir. Anti-socarrón al límite  de perder la paciencia con el burlón, el tarado burlón de esos años. Floro tampoco tuvo juventud, ni barrio obrero, ni padre sindicado, ni elección posible. No podíamos no fracasar.

Cuaderno de Luis Cardoso. Yo traduzco:

«Sobre la anarquía.

Mi estimado colega,

Cuando tenga el número de La Plume que le agradeceré haber puesto finalmente en las manos a Kropotkine, Eliseo Reclus, Oscar Wilde, Camille Pissarro, Grave y otros, leeré, admiraré, simpatizaré; pero ¿antes? y no me pida tratar, en el espacio de una esquela, el tema en el cual, para ubicar una palabra,  es preciso la autoridad esencial de esos santos y maestros.»

Elia lleva la marca pegada a la suela de los zapatos. Hijo de familia que hace esos picnics de domingos que terminan a eso de las siete, la hora más gris del domingo. Casi crotos con sandwich de milanesa. Ni una posibilidad de pertenecer al patriciado de la parodia o del populismo precioso. No ocupan la cabeza de los escritores conubarno, amaestrados por la época y los sociólogos becados por la familia. No están cuidados o mimados como los obreros sindicados o los changos folclorizados. No. Los someto a una «prueba por el domingo». Veremos qué da. (Miércoles 14 de febrero).

La vieja banda de escruchantes se disolvió en el 61. Hubo dos muertes ese año, una fue la de Roque Juan. Dispersión y solo Floro reapareció. Un pasado, nada para mostrar. Y tampoco prueba de nada.  Y por las dudas, soy el dueño de los contra-ataques para no ir de cabeza a lo que canto. Floro siempre avanzaba solo.

Cuaderno de Luis Cardoso: Mis enemigos se disfrazan de cordero. No olvidar lo que escribe Michaux: «El lobo que entiende al cordero está perdido, morirá de hambre…» Me meto esta frase en el bolsillo y le pongo un poste esquinero. (Jueves 15 de febrero).

Voy al callejón sin salida, no quiero, por qué voy al callejón sin salida, por qué voy a estudioso y de qué. Un paso: atreverse.

Luis Cardoso va a nota de Cuaderno o de Diario (se enoja si digo Diario – no entiendo la diferencia que hace) y tiene toda una biblioteca.

Mensaje de Rafael a Luis Cardoso: «Es nuestro destino, por suerte esos grandes nos acompañan en la vía paranoica, pero igual es muy importante el disfraz del que hablás, no hay que dejarse engatusar por esos corderos.»

Nos pasamos el día dando vueltas alrededor de ese libro raro, ni epigrama, ni aforismo, ni fórmula, solo líneas asesinas. Figuras. La de ese filósofo que rasca en algunos poetas para liquidar toda la poesía, quiere un príncipe de los poetas para no leer más. Hoy damos vueltas sobre ese eje, sobre los que no leen, no pueden leer, y se envenenan. Son corderos que te piden el alma. Te comen la voz. Que los acompañes al rincón de la impostura. Seguimos con esa figura. Está la línea sobre el arado y el no arreglo. Es posible un no arreglo con los ideólogos de la literatura. No pasa nada boncha amaestrado, no está el abismo después de decir no.

Floro lo lleva siempre en el bolsillo. Único libro con el que sale. Como si fuera una cita copiada en un papel.. Y cada vez que nos juntamos meditamos alguna línea. Me gusta la palabra meditar. Floro y yo éramos capaz de guardar secretos. De los tiempos inconfesables del escruche. Y Aquiles mandó la traducción de la línea: «La reja del arado no está hecha para la negociación.» Me gusta más que la mía.

A los escritores amados se los lee por la vía del odio y del amor. De la venganza y del afecto. De las palabras que te tragaste si lo conociste, por ejemplo cuando criticaban a Claudel o a Céline y les «perdonabas la vida».

¿Dónde metés la cabeza Elia? ¿En qué manías, círculos? ¿Te entregás como un paquete atado? No sos narrador. No se te da. No hagas deberes, no, otra vez no. Soltalos. Siempre no a la concesión recíproca. Hay tentativa de celos y tentativa de postergación. Tentativas maldita. No meto la cabeza ahí. No quiero. 

Anoto en otra libreta. Tapa roja y hojas cuadriculadas. Arranco ácido, o sea, idiota, y bajo el copete, yo también sueño con libros no leídos. Releo la nota de los escritores amados. ¿La dejo, la recontra subrayo, la tacho, le doy otra vuelta? ¿Borro huellas? Otra vuelta siempre es negocio, concesión recíproca. ¿Cuidar las formas? ¿Cuáles? ¿O quedarse ahí, en el otario que acompaña? Mejor juntar esos dos libros y cruzarlos. Lola llamó. Me espera. Almuerzo de año nuevo en su casa. Con Gloria, Celia, Luis Cardoso, Orlando y yo. Floro dijo no a mi invitación. Amuchamiento con recuerdos e historias que no le dicen nada.

¿Siempre hay que ser algo en estos círculos de angustiados? Siempre.

Ahí todos viven de confirmaciones fugitivas que transforman en confirmaciones posibles que terminan en hechos confirmados de un rumor al otro. El rumor de la malicia. El agotamiento y la renovación de la malicia. Todo estancado de una mes a otro, la mismo retahíla de polillas que solo quieren comerse el tapiz.  

Piojo y pollila: a seguir teorizando. No sé si puede ir más lejos del que inventó las figuras. Hay que probar.

Las polillas que conozco nunca sabrán por mí esos dos o tres secretos por los que matarían. Polilla mata literatura, piojo se sube por el cogote del autor venerado.

Pero hoy estoy enroscado en mi chifladura de los nombres perdidos, que son huellas perdidas, almas perdidas. Hago una lista, la anoto en mi cuaderno. Nombres que están en el culo del tiempo de Barracas. Cada tanto la chifladura de los nombres entra por la ventana, incontenible, y hago lista, no resuelvo nada, pero nada de nada. Y es justo cuando estaba seguro de que el tono existía, esa ilusión de control que llaman «tener el tono», «alcanzarlo», miles de entrevistas alrededor de esa inexistencia. Mi Grial va por otro lado. ¿Queda claro esclavos del tono?

¿Hoy? Metido en la angustia. ¿Pido disculpas otra vez?

En el Norte, ese soñado aquí, leo que se levanto en enero un viento del noroeste que se llevó la neblina, dejando el cielo limpio.     

Rebujo de papel en el suelo.

Se acordó de los mediodías de septiembre, sus preferidos. Caminaba sola por Barracas. A veces, pocas, con Luis Cardoso. Montes de Oca hasta California y bajaba hasta Patricios, a la derecha y se perdía. Sola. Me pidió prestado El coronel Chabert y fui a verla hasta Avellaneda, nos encontramos en el café de Pavón y Mitre. almuerzo. Con resonancia a evocación de pasado profundo, como quien dice: hoy hablo porteño profundo. Gloria me dice que trata de no contar nada, de anotar contra contar. Sabe que contar al borde de confesar te pone en las garras del marmota. Te regalás. La escucho y no digo nada. Gloria no quiere que diga nada. Come despacio. Y me habla implacablemente. Sabe que puede y va al frente. Sabe que queda acá. Que no soy testigo. Esta vez no anota, cuenta. Yo tampoco lo anotaré. Ayer, viento estriado por las antenas, hoy casi brisa que entra por la ventana abierta. 

Victorino: años de levantarse antes de que se oculte la luna. En invierno: camiseta de frisa y bufanda. El hijo pierde años con pelotudos que se acuestan a esa misma hora, bohemia, y terminan de alcahuetes del patrón. Mierda apollinaire al elitismo bohemio.

Tenía un gato sin pedigrí. A veces lo trataba como a un perro. 

Cuaderno de Luis Cardoso: Cuidado con «la rabia constante sin altibajos».  Me deja la guardia baja como para que la caterva de dormidos que suelo frecuentar me aplique el punto cruel con sus consejos de angélicos que atrasan veinte libros. Atraso de libro da dormido alma bella que cree que Tsvietáieva es un elefante en un glaciar. Los cretinos de la rutina angélica ocupan todo el terreno. (Lunes 19 de febrero) 

Está lo que se olvida. Lo que no le podés preguntar a nadie. Está lo que no se olvida, lo que olvido yo, lo que algún secuaz  hace que olvida, yo me guardo muchas cosas que me contaron, confesiones a veces, lo extremo ese no contar, nunca cuento nada de lo que me confían, no sé dónde lo aprendí, en novelas policiales, o en el café, no sé, código, nada más, lo que no se olvida algunos se lo guardan para traficarlo. ¿Dónde? ¿Y para qué?

Cuaderno de Luis Cardoso. Hoy no quiero escribir este cuaderno. O ya no lo quiero escribir más. ¿Por impublicable? ¿Por inútil?

Elia está marcado por esas pérdidas, a fuego. Habla la misma lengua pero avanzó varias líneas hacia la soledad y ya sabe que no hay aliado, no puede haber, es mucho pedir, sabe, quién sos para pedir aliado, terminó con la comedia de la soledad y la incomprensión y se metió en su queja de interiorísima. (Martes 20 de febrero)

El lector está ahí, al acecho, es un hijo de puta que espera tu caída, mejor darle las cosas modestamente, adora la humildad, todo esto no lo inventé yo, estoy casi en plagio, está recontradicho pero nadie lo escucha, todos tratan de conquistarlo, casi me arrepiento de algunas de las cosas que dije, lo ofendí, creo, es un argumentista, ve el objeto y avanza, y saca conclusiones, te amenaza con el calvario de las sanciones, el peor es el lector que deja de escribir, es extremo como esteta, radical, no te perdona un lirismo, o una descripción, un porteñismo, te quiere ahí, en esa huella que abrió un día, en el pasado de su escribir, hay que odiarlo, tratarlo por el odio, solo, el amor no va con él. Convertirlo en lector enemigo. Igual está a la espera, en su retiro, en su cueva de consejero, espera el retorno para volver a desfilar, a re-afiliarse, a rebuscar en las celebridades más jóvenes, sus pollos, gimnastas de la literatura, eléctricos, angélicos, hilados, eso sí, nada de vacío del tiempo, nada de agujeros del cielo o indecisiones, no, narraciones sólidas, con el aliento de los viejos maestros de la vanguardia, un Diluvio de sujeto-verbo-predicado sin ese molesto nudo rítmico, gallo arrinconado en el gallinero del pasado.  

Todos los recuerdos de la impotencia, de la falta de marroco, de la cocina de madera incrustada en el patio, de Irma baldeando el zaguán, de la llegada de Roque Juan al mediodía de un sábado con ese cajón de alimentos, un lujo, todo eso ante los imbéciles que te dicen cómo escribir o leer, todos los mancos de la lectura, mierda a los que  que no te dejan leer a Paul Claudel. 

Es un snopes del pasado –zapatillas casi rotas, pantaloncito azul desteñido, remera roja,  que patea contra el portón Alpargatas una pelota de goma– con educación pictórica.

Poetisa en trance de la mañana a la noche, se arrodilla en la esquina y le habla al mendigo, camina otro poquito y se conduele un poco más, otra cuadra, otro pobre, le saca lustre a la mesita ratona del living, mesa de estilo.  Lloriqueo poeta no es poema, es poesía.

Los dormidos del cut up se comen la voz entre ellos, burlones, mancos de lo desconocido. Se juntan y murmuran siempre la misma novela que nunca llegan a leer hasta el final.  

¿Todo gris? No, gris casi intenso con toques naranjas o amarillos, en un rincón una línea blanca, un poco de superficie gris y un amarillo que chorrea. 

Lo éxodo sigue de una novela a la otra. Lo zapatilla descolorida contra guillermina marrón también, acompañando. Todo entra en la memoria.

A veces, cada vez menos, me voy por ese camino de los farsantes que se hacen los indiferentes, atragantados en sus filosofemas, no tengo que estar ahí, no tengo. Tampoco «perder enigmas».

Zapatillas de lona descoloridas en el patio del colegio más delantal blanco blanquísimo o blanco tirando a amarillo más aire de la primavera.

Joven pobre sale de llotivenco y aprende a leer a Balzac, y en francés, quede claro, y no se deja encandilar por joven universitario sarmientino  destino Karl Marx y futuro alcahuete de algún poder.  

Elia a Luis Cardoso: Nunca fui joven.

El ser: fábula griega.  

Cuaderno de Luis Cardoso. Hoy pesco de lo que aparece. De lo que sube a la superficie. Entre el verdín de la orilla. Acepto que me puedo desdecir, una disposición que recupero. Todo lo inmovilizado está ahí, maldito. Esa familia de crotos domingueros que vuelven en el camión al llotivenco escuchando  el acordeón del primo Aprea. Son fragmentos de recuerdos, uno detrás de otro, vienen así y los anoto. En desorden. No es un proyecto narrativo, no, ese horror, esa jaula, no, es como aparecen, a saltos, casi un ejercicio espiritual, pongamos. Es un clásico el pasado que insiste, en pasiones del alma, en odios recalcitrantes, en leyenda dorada, en mitomanía. Muchas ramas de la rememoración. Pero todo va a insistencia. Crotos de picnic dominguero con rastrojero y camioncito, más acordeón, ni parodia, ni grotesco, ni cuento rioplatense, ni novela del interior, solo campo de figuras para nadie, que no está en la imaginación de nadie, todos estos por debajo de la línea de flotación de la retórica del sonido y lo escuchado en la calle, escenas hundidas, borradas por la herencia florenciosánchez de los escritores preciosos, ni un solo trabajador ideal aquí, solo ese rejunte de vestidos con ropa barata, marionetas de alguna bastardía lejana. Banda de secos. De parque de la ancianidad, banda de gritones que ofenden al poeta con un pie en el andén a La Plata,  banda de analfabetos que enojan a Eugenio Cambaceres,  banda de vagos alrededor de una mesa de madera entre los árboles, nombres que perdieron el apellido, y a veces los encuentro en este presente, rasco en el principio de ese rascar:  lo que sale como irrupción –¿no te gusta mi sintaxis? ya sabés– de lo inmovilizado al conflicto en puerta con los negros del mediodía del otro picninc que también iban a ofender a los Cambaceres compasionales. Dos bandas de pulguientos que se bañaban una vez por semana. Y en tacho de zinc. Medianera del patio abandonado hasta la destrucción. Y no seré el invitado de esa demolición de medianera a ladrillo amontonado. Achique de pasado. El griterío de esos cosos del picnic sigue su camino no gaucho, no peón de campo, solo changas, nada heroico, poceros, barrendero de estación, nada literario, que no llegaron a ferroviarios, apenas se quedaron al costado de las vías. Y ausencia de taller no fue independencia. Los patrones, en algún lugar, en jardín de árboles y cerco de ligustrina, y sillas de mimbre, despreocupados y lejos de los gritos, y con la retórica muy arriba, van de scon a café. Narro un poco, son las cinco y allá, en el parque de la ancianidad, el correntino de la banda del chamamé se acerca y pide un poco de agua a mate y se lo dan y hay una efímera conexión de pulga a grone, escena lafontaine si quieren,  correntino novio de Amanda, que sale únicamente los domingos de la cueva del yugo, día de franco, agradece a tano Aprea, que pide yerba y vuelve al otro acordeón. Re-pedido de pulga a grome. Mal olor, corte de los milagros y ausencia de silencio. Y esto, devoto enemigo, no es realismo, no insistas, ni proyecto narrativo, pala gherardi, pico o mameluco se quedaron en el galpón de Sarandí, y reino de los domingueros cuando hacen casa. Mis penas solo a mis oídos, en mis oídos, no hay nadie. Lo dijo el otro monstruo, no se puede hablar con los «carente de molestias», aburridos y sentados en alguna parte y con el verbo en medio tono,  cretinos del seudo-poema, siempre desalojando intrusos, siempre palazo al meteco, «poetas divinos». Patrones del local, y dueños del desalojo detestan a croto anti-trabajador ideal. Estoy en mi huelga. No curtir mendrugos de lunáticos de la teoría. Gloria nació leyendo a Gadda y por eso nunca perdió el tiempo leyendo a Marx. Y yo pierdo tiempo confesando ruinas a falsos amigos, explicaciones aburridas y formales de mi sequía, se escapan, le pasan el cierre relámpago al bolsillo. Sufren y se aburren, al mismo tiempo. Se protegen.  Hijos de patrones que hablan alto. Escribir cuaderno es volver a huelga. A soledad. A mutismo. Anotar ese patio de adoquines y no compartirlo, solo anotar. Compartir es un no escribir. Dejarse tragar por el baile de los sentimientos. Mi bolsillo innoble. No dejarse levantar la moral, regla de oro, no pedir cuartel. Solo mantenerse en esa idea de un Norte de la infancia, aprender que ese sol del Norte es frágil, por la lectura. Pondré alusiones de cada una de las obras amadas, olvidarlas a medias, o recordarlas a media, o a veces recitarlas de memoria palabra por palabra, para mí mismo, pero encerradas en un libro. Maldito teatro de las emociones que entra por la ventana. Hay algo negro en el alma de los que te piden confesión, algo de mierdoso anti-infinito, te quieren ahí, la reciben, sacerdotes enmascarados, y siguen de largo, no miran atrás, te soltaron, ya saben algo más de tu inocencia, otro día, con frases enroscadas en la lengua, vendrán por más. Dan vueltas alrededor de la confesión, se la tragan, es algo buitresco, te la arrancan y después la van a vomitar en otro oído y es una cadena del contar que se pierde en el infinito. Hay un infinito de la maledicencia. Compasional.  Llanto anuncia traición. Buitre en el horizonte. Hacía frío y el rojo con toques naranja y gris del cielo estaba ahí, del otro lado del río. No acogotado en religión poética, tampoco arrodillado, escucho en el pasado a los dos coros del picnic dominguero en ese mediodía a tarde del simulacro de la igualdad, en ese pase de manos de un poco de yerba y café, que une a los coros acordeónicos,  anti-gregorianos, gritones, barriales, ofensivos de gestos, todos ahí, por un rato en la falsa fraternidad soñada por lo patrones en su jardín, con el mate amargo y el termo o taza de té y scon y sus sentencias descangalladas, populacho culto, lejos, muy lejos del picnic, y de las voces y de la música de la industria cultural. Cae la tarde en el Parque de la Ancianidad, y voy a salir del pasado de mi vida y a dejarlo aquí documento de un instante, de un conflicto siempre abierto. Todo lo que quedó vuelve a la canasta de mimbre y a casa. Destino sarandí, el patio chorizo de las parras de uva blanca.       (Miércoles 21 de febrero)    

Lola a Elia: «Cada cita cien olvidos», así que por hoy basta. Una comida, un café, sin citas, una, ¡por favor Elia! Un poco de concentración.   

Personajes de Elia que retomo:

La vieja Quirina.

«y hay desolación de Lucio en pieza de pensión y hay distorsión de esquina.»

¿Dónde está Raquel?

Hugo Savino
Ph / Guy Bourdin, Campo de trigo