H.A.Murena, el eremita / Lucía Mazzinghi

Para subsistir hay que permanecer un poco sepultado, porque todo lo que es tocado hoy por la historia queda muerto, convertido en un fantasma de sí mismo, aprendible, repetible, un producto industrial.  Esto dijo una vez Murena, el semi sepultado.

Alejado de cualquier canon, de la academia y del circuito de talleres y lecturas, a Murena se lo conoce más por sus ensayos que por sus novelas, sin embargo yo hice el camino inverso. Arranqué con Folisofía y de ahí fui hacia atrás, rastreando las novelas anteriores que no son tan fáciles de conseguir.

Se sabe casi nada de su vida personal pero sí sabemos que amaba los caballos por ejemplo, y que se casó dos veces: la primera con Alicia Justo y después con Sara Gallardo, con quien tuvo un hijo: Sebastián). También se ha chusmeteado un poco sobre su pelea con Viñas y sobre su vínculo con Victoria Ocampo y la revista Sur pero más que nada se lo ha criticado por esotérico, arbitrario, melancólico, inconformista y antiperonista.   

Lejos de todos y de cualquier consenso, Murena se encierra a escribir. Es un especie de eremita que vive atravesado por preguntas sobre el más allá, el punto inmóvil alrededor del cual giran todas las cosas, abogando por una libertad total de la propia escritura, ajeno a las modas, a los críticos y pensadores comprometidos, al boom latinoamericano, a la astucia mercadológica, a los que construyen sus quiosquitos y machacan siempre por la vía conocida, ajeno también a cualquier tipo de militancia y a la vanguardia. Opositer cuasi contra tudo. Isto daba me foerzas para continare (Folisofía). De la vanguardia decía que era asfixiante y dogmática y que estaba siempre atenta a las grandes masas consumidoras. Según él la vanguardia es aceptada porque confirma a su clientela en la tontería ilustrada, esa literatura happening ignorante de su propia ignorancia con la cabeza repleta de burbujas y gestos pour la gallerie.

¿A esto se debe tanto silencio respecto a su obra? Luis Thonis cree que una de las razones –aunque no se trate sólo de eso-, no reside en el desgarro de su escritura o las necesidades del campo editorial: sucede que basta con leer a Murena para entrever cuán extemporáneo era respecto de su época y cómo lo sigue siendo hoy día; cómo leerlo nos permite olvidarlo, evitar esa cotidiana marcha en columnas alienadas que va convirtiéndose casi en el único hábito de la cultura; es decir, leerlo impide toda manipulación animista, demagógica, la socorrida práctica de la nostalgia, la necrofilia sentimental y otros patetismos.

Murena se propone trabajar contra la ciencia y con el misterio, explorar esa zona oscura, sin respuestas, para potenciar el lenguaje y devolverle su opacidad, sacarlo de los protocolos. ¿Cómo hace? Escribe una tetralogía.

Barroca, grotesca, desmesurada, la tetralogía que él llamó El sueño de la razón está llena de un humor delirante que no pierde contacto con la realidad, una realidad desafinada, chirriante por momentos, también desoladora, escrita en una lengua hecha de pliegues y sombras, de malentendidos y errores y que alcanza su punto más extremo en la translengua de Folisofía, arqueología de la risa que no es ajena a la poesía (otra vez Thonis). No vamos a encorsetar en un género a esa lengua desbocada con la que Murena da a ver y hace oír su voz. Mirábanme porque dende la puericia más chequitita revelárame yo como espiecialista en mecánicos arteficios. Echéme estonce a cavilar y más loego fabriqué un pequeño motore, que valióme el silensioso aplaoso d los mis hermanastritos.

Murena: especialista en artificios. Epitalámica, Poliscuerpón, Caína muerte y Folisofía (publicadas entre 1969 y 1976) son las cuatro estaciones de un viaje por el lenguaje socavando cualquier totalitarismo y abrazado a la singularidad hasta alcanzar una loca sabiduría, una mística sin religiosidad. Sin profetas ni estetas, ni maestros ni científicos ni periodistas. A los tropezones, tantea en la oscuridad las paredes de una lengua que cada tanto suelta una risa liberadora, un crujido, un susurro, un sollozo. Muestra que a una palabra se le puede hacer expresar todo, incluso lo contrario de su significación convencional. Así el hombre siente que puede liberarse de la esclavitud de la lengua.

El árbol de la ciencia contra la poesía de Adán. Acá se juega algo importante. Murena sitúa la decadente situación de la cultura occidental que pretende saber todo, protocolizar todo, cuantificarlo e informarlo para así eliminar los errores y perfeccionar el sistema dejando afuera el azar y el misterio. Él propone recuperar una palabra que dé cuenta de lo inefable. Mostrar la otra escena, escribir desde el límite como potencia y no como déficit. La poesía no juzga, nombra mostrando, es sustantiva (y no adjetiva como la palabra de la ciencia), dice Murena en La metáfora y lo sagrado.

Epitalámica y el misterio de la felicidad matrimonial resuelto al convertir la casa en prostíbulo. En lugar de hijos: billetes, la libido bestial de Frifri satisfecha mientras Ludovico acepta la propuesta y se pasea por su casa silbando bajito como un rey sin corona.

En Poliscuerpón, el Protector guiado y manipulado por El canallita, instaura en el periodo Babel un lenguaje privado para cada individuo, ninguna palabra podía significar lo que había significado anteriormente, con lo cual la comunicación era directamente imposible, entonces se tendía directamente al gesto o al silencio. No buscaban una mayor comunicación entre la gente, buscaban su felicidad. La diferencia máxima.

En Caína muerte la que cuenta la historia es Conchita, una máquina, limpita, precisa y preciosa, sin rastros de nada subjetivo o basura residual. La hacendosa Conchita cuenta la colifatización de la bestia insospechada que tirando tarascones a diestra y siniestra, rompe el pacto milenario entre el perro y el humano a puro diente filoso y pelo erizado. Quequé revivía así el horror de la noche primordial cuando el hombre flamante echado del paraíso se encontró acorralado por las enconadas fieras. El arte de la perrería despierta carcajadas imbatibles. Aj aj aj. La máquina cada tanto suelta pitidos y crujires pero eso no le impide continuar fiel su historia hasta el final. Metrá pitrá tutó, la historia se acabó

En Folisofia: El idioma que mamá trajese en el equipo natal no era el csulú, ni el albaniés, ni el chucrute, ni el seniecse, ni mucho menos el chin, sino ¡el ganglio! ¡El ganglio! Fabla que non aveníanse con nienguna de las avenids de iste mundo. Et allí estábase la póbere con su metro ochenta latiendo, estallando, fricando en la vana espresividade de los gang y angli y kanglt y glangléngue.

Murena elige cuidadosamente las imágenes de las tapas de sus libros –dos dibujos de Goya en Epitalámica y Polispuercón y un fragmento de Estudio de demonios de Jerónimo Bosch en Caína Muerte. El goyesco sueño de la razón engendra monstruos y sobrevuela la tetralogía donde lo cómico y lo trágico coexisten y se mezclan. Entronizar la razón tiene sus consecuencias y entonces aparece por ejemplo la propuesta de poner el foco en los pies (lo supuestamente opuesto a la razón) y pensar y vivir desde ahí haciendo pedilogía, pedigrafía y pedisofía en Poliscuerpón donde el que triunfa al final es el tullido Nímas Nímenos 1° en su silla de ruedas, el que tuvo la suficiente lucidez para no tener una fe absoluta en nada y derrochar sus talentos sin levantar demasiadas sospechas, tejiendo entre las sombras y limpiándose cada tanto las uñas con un puñalito que era de su Tío Jaj.

Ludovico Barro y Africa Pedrada, el tirano tullido cuyo tío lo apodó: el canallita, José Quequé Mediocre y Dagoberto con el ojo piantado no son los héroes que uno puede esperarse en una novela. Son fracasados, locos, huérfanos, tullidos, ingenuos, con ellos aparece lo que nadie quiere ver, lo muestran sin concesiones.

No sabemos ni cuándo ni dónde ocurren las cosas, las novelas se sitúan en un anacrónico fuera de tiempo que remite a la Argentina de fines de los sesenta y comienzos de los setenta y al mismo tiempo no. Con Epitalámica las vicisitudes del amor, Con Poliscuerpón: el cuerpo, con Caína muerte, la caída, las transformaciones y la muerte, con Folisofía el lenguaje y el revés de la filosofía. Los fantasmas del amor, el sexo, el cuerpo, la muerte y el lenguaje formando un nudo, el nudo de la existencia humana que lejos está de ser total y unificada, más bien lo que hay son partes del cuerpo pululando por todos lados, mutilaciones, manipulaciones, hay falla, sátira, grotesco, violencia, humanos bestializados, sonidos de todo tipo, bailes carnavalescos que terminan en muerte, transformaciones, dominaciones, risa, ingenuidad, letras rebotando y Murena con la mirada puesta en otro lado, siempre más allá, en esa zona oscura, territorio abierto, inexacto.

Ningún miedo al ridículo, ninguna concesión.

Amor por el misterio.

Y apuesta.

Murena espera y observa esa otra escena y la escribe moldeando las palabras como plastilina.

No encuentro disculpa absoluta para lo que estoy escribiendo, aunque inexorablemente tenga que escribirlo, le dijo una vez a su amigo Raimundo Lida.

Anoto una última cita de Luis Thonis, no estamos hablando de la literatura como placer –la literatura y un helado son lo mismo–, sino en torno a lo que se enuncia en los límites del lenguaje. De la integridad de unos pocos sujetos en un contexto donde nadie resiste el menor archivo, de algo que no tiene que ver con la solemnidad ni con la trascendencia sino con una ética abrahámica de la vida que no excluye el humor y se niega a entrar en una Familia de muertos vivientes o participar del suicidio colectivo.

El lenguaje es el campo de batalla donde Murena decide dar su lucha galopando contra los muertos-vivos, los tecnócratas y las máquinas, los filisteos, el reinado de las ideologías y de los pensadores políticamente correctos, solo y a contrapelo del tiempo, ejerciendo el arte de volverse anacrónico.

Lucía Mazzinghi
Ph / H. A. Murena