Entrevista a Stefano Maltese: Los Beatles fueron una influencia decisiva / Nicolás Caresano

Stefano Maltese nació en Palermo, Sicilia, en 1955. Es saxofonista y compositor y desde hace algunas décadas esculpe un lenguaje florido en el marco del jazz italiano. Ha colaborado con notables músicos de jazz, como John Tchicai (quien participara en Ascension de John Coltrane), Evan Parker (integrante de Music for Large and Small Ensembles de Kenny Wheeler) y Marylin Crispell, una de las representantes más insignes del New England Conservatory of Music.

Dos álbumes insulares de Maltese —Red y Blue, grabados en la Chiesa di San Pietro en Siracusa junto a Marylin Crispell — exhiben brochazos de color europeo y recuerdan el sonido gris y cenital del sello ECM. Otros, como Double Mirror (Time to Jazz, 2015), dan cuenta del lenguaje torrencial del free y evocan la escena del jazz norteamericano de los sesenta. 

Continuador de estéticas que despuntaron hace más de medio siglo, Maltese afina su oído y se pregunta de qué modo pueden hablarnos todavía. ¿Cuál es su propósito? La idea, parece responder su música, consiste en extender la tradición.

En alguna entrevista dijiste que el punto de partida de tu asombro musical fue “I Am the Walrus” de Los Beatles.

Los Beatles fueron fundamentales. Cuando era chico, su música se escuchaba en todos lados. Yo intentaba sintonizar fragmentos con la radio a válvulas de mi madre. A los doce años empecé a tocar la guitarra; aprendía solo y luchaba por sacar alguna canción suya. En un momento compré el 45 RPM de “Hello, Goodbye”. Cuando escuché el lado B, “I Am The Walrus”, se me abrió un mundo nuevo: en esa canción se mezclaban la voz de Lennon, que repetía la misma nota mientras los acordes progresaban, los violines y los cellos con sus glissandos, los cornos al unísono, los coros que iban y venían, el texto surreal y ese corte que abre un mundo nuevo y extraño en la parte final, ese crescendo inusitado que termina con la disolución, con ese fragmento de King Lear que Lennon encontró con la radio. Entendí que, con imaginación, en la música se podía hacer de todo, y decidí que iba a ser músico. Más tarde llegaron Led Zeppelin, Hendrix, Allman Brothers Band y el blues (Muddy Waters, Buddy Guy, John Lee Hooker, Lightin’ Hopkins, Sonny Boy Williamson II). Desde entonces, siempre he tocado blues. El jazz llegó bastante tarde, cuando decidí tocar el saxo, a los 23 años.

¿Como desarrollaste tu estilo?

Empecé a pintar cuando era chico. A los 14 años, hice mi primera muestra. Probablemente la práctica de las artes visuales y mi tendencia a ser un iconoclasta me llevaron a tocar todo lo que podía imaginar. Además, he sido autodidacta en todos los instrumentos que aprendí, lo cual me ha empujado a armar mi propio lenguaje.

Chet Baker ha sido una influencia evidente entre los trompetistas italianos. Enrico Rava y Paolo Fresu le han consagrado más de un homenaje a su repertorio y su sonido. ¿Ha habido para los saxofonistas un caso similar?

No todos los trompetistas italianos han sido influenciados por Chet Baker. Creo que Rava se ha interesado más por Miles que por Chet, por lo menos en sus años formativos. En cuanto a los saxofonistas, creo que las influencias más decisivas han sido Charlie Parker y John Coltrane. Supongo que también depende de las generaciones y los ámbitos, porque también están los que fueron influenciados por Steve Lacy, Eric Dolphy o Lee Konitz. En mi caso, cuando empecé a tocar el saxo de manera autodidacta, tocaba sin referencias porque no conocía nada del jazz. Más tarde, el que más me sorprendió fue Lester Young, aunque también estuvieron Parker y Dolphy, que me inspiró a estudiar flauta y clarinete bajo.

Fuiste el fundador del Festival de Jazz de Siracusa, Laberinti Sonori. ¿El jazz siracusano se distingue en algo del de Roma o el de Trieste?

No creo que exista el jazz siracusano, como tampoco el de ninguna otra ciudad. Seguramente haya habido momentos en los que el jazz de Roma o el de Milán estimuló la programación musical y la actividad de ciertos músicos. Lamentablemente, en los últimos años se ha asentado en muchos el deseo de complacer al público. El jazz se ha reducido así a una forma de entretenimiento, cómplice de la superficialidad de la prensa y de otros medios de divulgación. En cuanto al festival Laberinti Sonori, seguramente hayamos logrado crear un público atento e interesado en una programación con un amplio rango expresivo y cercano a la actualidad del jazz.

¿Qué dirección está tomando el jazz italiano?

En mi modo de ver, el jazz italiano está tomando desde hace tiempo una dirección que no me interesa en absoluto: música cursi, inexpresiva, complaciente de un público sin exigencias. Las cosas más lindas las hacen los músicos que hace tiempo están de gira: Nexus, de Daniele Cavallanti y Tiziano Tononi, Roberto Ottaviano, Gianni Gebbia (como solista o con el Magnetic Trio). Entre los nombres más recientes, cabe destacar a Roberta Maci, saxofonista y flautista de notable talento, con un lenguaje decididamente personal, y que también tiene una interesante faceta como compositora.

Hace poco hablamos de literatura siciliana y mencionaste a Gesualdo Bufalino. Por lo menos en Le menzogne della notte, Bufalino exhibe un lenguaje barroco, recargado. ¿Qué te interesa encontrar en la literatura?

Bufalino es un gran escritor. He leído toda su obra y he tenido la suerte de conocerlo y pasar tiempo en su casa. Hablábamos sobre todo del cine de los años 30, 40, del cual él era un gran conocedor. Escribió las notas de la tapa de mi álbum “Sombras del Sur”, una suite dedicada a Sicilia. No sé qué es lo que busco exactamente en la literatura. Como toda forma de arte, creo que tiene que ayudar a ver lo que no se ve.

Has tocado con músicos de jazz estadounidenses y con músicos de jazz europeos. ¿Son dos maneras distintas de concebir el género?

Tal vez en los músicos norteamericanos se siente una pertenencia natural a la tradición del jazz. En buena medida, los músicos europeos no muestran esta pertenencia con tanta evidencia. Esto les ha permitido a los europeos moverse en direcciones expresivas más autónomas, aún si los resultados no han sido siempre interesantes. Indudablemente músicos como Evan Parker y Keith Tippett —por nombrar sólo algunos— han elaborado un lenguaje original. Pero el discurso es complejo y cada músico es poseedor de una poética propia.

¿Podrías decir algo acerca de Charlie Parker? ¿Y del Gato Barbieri?

Escuchaba al Gato Barbieri cuando todavía no conocía el jazz ni tocaba el saxo. Hablo del período de Chapter One, Two, Three o Four. Me gustaban su voz, su ritmo, sus melodías y el entramado con instrumentos tradicionales como el charango o la quena. Por cierto, en los años sesenta frecuenté durante algún tiempo el grupo argentino Americanta. Llegué a tocar el charango y el tiple en un concierto suyo en Roma. A Parker, en cambio, lo escuché por primera vez cuando empecé a tocar el saxo. Me gustó inmediatamente. El sonido de su saxo alto era único, los solos eran fluidos. Escuchaba una y otra vez “Now’s the Time” y “Out of Nowhere”. En ese momento, yo tocaba el alto y el soprano. Después de Parker, empecé a estudiar también el alto.

¿En qué músicos te interesa leer el presente del jazz?

En líneas generales, raramente encuentro algo interesante. Si hay por ahí un concierto de la ICP Orchestra, voy a escucharlo. Siempre escucho con placer a Evan Parker, a Sophia Domancich, a Marylin Crispell, que además son músicos de mi generación o la generación precedente con los que he tocado. Lo cierto es que su música me parece interesante, algo que no puedo decir de las últimas generaciones.

¿Para quién tocás? ¿Para vos, los músicos que te acompañan o el público?

Para mí. Si no fuera así, ¿qué podría transmitirle al público? Cuando toco, quiero compartir mi música con el público y con los músicos que tocan conmigo, pero esto es algo que sólo puedo hacer si expreso lo que siento. De esta manera se arma una implicación colectiva que, en los mejores momentos, crea una dimensión separada de la realidad, un paréntesis de vida en el espacio-tiempo.

¿Qué rol tiene la música en la sociedad?

La potencia de la música es enorme. La buena música siempre ha ayudado a los seres humanos a modificar sus propias percepciones, estén ligadas a la persona o al ambiente en que se vive. No por nada hoy se usa más que nunca para determinar ambientes sociales.

¿Qué hacés cuando no estás tocando?

Siempre he dedicado mucho tiempo a la composición, sobre todo a la música orquestal. Cuando tengo tiempo, pinto. La pintura fue mi primer lenguaje artístico. También me gusta el cine, y en especial el de la década de 1920: Eisenstein, Murnau, Dreyer, aunque hoy en día me cuesta encontrar una película que me guste. Leo, escribo y camino. Caminar me ayuda a pensar y a olvidarme del mundo.

Nicolás Caresano
Ph/ Stefano Maltese