Como el insensible paso del tiempo hasta que cae el velo y te das cuenta que han pasado ¡décadas!… Tanto tiempo ya y la distorsión del idioma se ha hecho carne como los nuevos hábitos en la comida y también en la amistad. Celebrar los encuentros, la conversación, la imperceptible mímesis que implica la adopción de una nueva tierra. O lugar. ¿El mismo idioma? Otra cadencia que se va aprendiendo sin que nunca dejes de ser quien eres…
¿Ves? ¡Ahí aparece! sin querer, sin pensar.
Ahora tengo que traducirme al porteño y es un esfuerzo que charlando con vos no existe porque va de suyo y tu solidez me sostiene. Tu impecable prosa. Y la historia … y tu sentido del humor.
Si en este tiempo algunas cosas me apuntalaron, con seguridad la mayor ha sido el diálogo sostenido con vos. Correspondencia, dirás. Pero las fundamentales charlas durante mis visitas, reveladoras y largas, en exteriores siempre… tu modo querido de disentir con franqueza… Y escuchar en mi vocerío, atentamente, la zozobra encubierta y maquillada.
Claro que no podría volver. No tendría energía para tanto. El poder de la inercia creo que dijiste una vez. Cuánto de verdadera decisión y qué proporción de inercia, cada día, el método repetitivo de lo doméstico y ahondando la huella sin atreverme a observar en mí, inquirir. ¡Ya sé!… Dirás inquisiciones y otras… más.
Y al fin, el cauce se abre y es inevitable reencontrarse.
Así había sido: volver al país –su propia ciudad– le produjo alivio, confusión, alegría. Como catarata volvía la memoria a restaurar nombres y hechos. La pertenencia debe ser el eco de una palabra intraducible, la emoción de un acorde que te desnuda. También fue encontrando la respuesta a su gran pregunta, el cómo. Largas caminatas, calles y avenidas, rostros fuera de foco, el ritmo del paso, un grafito en la mano para marcar el itinerario como un niño en la espesura, en el laberinto de si misma.
Porque ¿cómo se fraguan los nombres de nuestra ciudad? ¿De dónde sé yo ciertas palabras para nombrar determinada flor o espina? Esa malla fina y apretada se fue creando con el sabor del helado -específicamente aquel que nos tomábamos, sentados en el escalón de esa esquina frente al hospital, hasta que terminábamos el vasito y era exquisito comerse esa masita crocante con el resto del fresco del helado y su sabor… El escalón que nos acogía y refrescaba el trasero no era de mármol sino de baldosa jaspeada, amarilla en la base y moteada… Tal vez desde entonces, sin conocernos todavía, ya compartíamos recuerdos, Ruiz.
Ahí se abroquela la extranjería. Las huellas del pasado que no conocimos y gravitan en nuestras palabras, les da el color y canta nuestra canción. Nunca alcanzará mi vida aquí para que se me hagan hueso ciertos nombres, ciertas plazas que transito sin mella… y aunque hablemos el mismo idioma pronunciamos tan distintamente nuestras distintas historias.
Vos, Ruiz, “olvido que no es olvido sino muro de la infancia”: todas las entretelas de tu habla, la natural dignidad y hondura de tu comprensión. Y sobre todo, aparece con vos, el gesto familiar, entrañable, y me reconcilio en origen.
Fragmento de: La oportunidad adversa / Claudia Schvartz, Editorial Leviatán, 2024, Buenos Aires
Ph / Guillermo Kuitca / Sin título (Acoustic Mass), 2005.