A pocos días de su muerte, «de la inespantable -para ella que la decía con Mansilla» (*) Cuarta Prosa la recuerda con este relato publicado en su último libro, “Destrezas del desesperado” (Cántico 2024).

Millta es arisca, altiva. Milita es en presente. No sale mucho los últimos años, salió bastante antes -dice.
Dedica horas a la conversación y a la amistad. Enseña eso, el tiempo. Lee como rastrillando, se sabe de memoria algunos autores. De reojo controla el presente, tiene noticia de casi todo.
La vida no es el último tramo, tampoco es sumaria, es caos o mezcolanza, es previsible imprevisible.
Sus grandes amigos Gabriel, Néstor, Carmen, Beba, la Japo y Luisma, las mellizas, Alejandra, Enrique, Chela, Ricardo, Carlos, Isabel, Luis, dos o tres más, de ellos entraba y salía. Américo, Hugo C.L., Miguel Y Silvana. En otros lugares estaban Hugo, Esteban, Andrés, Mariano. Los años con Adrián. Más tarde Eduardo, María, Agustina, David, Miguel, pocos más fueron sus últimos contertulios.
No le gustaba moverse, se decía criolla, enamoradiza y olvidaba, un sube y baja de pasiones. Maestra de vida, tejía en literatura. Soñadora, dura, también romántica. De manos y dedos finos, de superspicaz mente peroradora.
Así como se vive, se escribe, se muere. Una música que amaba o un estilete (más que un estilo). Milita fascinó, irritó, enojó, maltrató, ella decía que olvidaba. Parecía que solo le bastaba con ella misma pero no era, no fue así, el problemita del amor -como jugaba a decirlo- era su tema.
El relato que elijo para recordarla, abisma y vuelve a tocar, cerrando un justo círculo sus primeros libros, esos personajes etéreos y terribles que la decían a ella misma.
Se preguntaba risueña, tuvo sus grandes eras de humor como tuvimos largos años de caminatas, si yo escribiría su biografía, Nicolás nos llamaba chismógrafas. También nos retrató juntas y separadas Juan Carlos Gómez, La flauta traversa y La francotiradora.
Laura Estrin, Quequén, Enero 2025
*Laura Estrin

LOS ENVOLVENTES / MILITA MOLINA
Obra de teatro inédita en un solo acto, 2000. ACTO ÚNICO
Dos caballeros elegantes, impecablemente vestidos pero sin la menor ostentación, pasean con apariencia despreocupada por la costanera de una ciudad balnearia. Van en diferentes direcciones. En el exacto momento en que se cruzan, se miran sorprendidos, aunque es todo tan fugaz e instantáneo que casi no hay una disponibilidad de tiempo extra como para que alcancen a lucir asombrados o perplejos o estupefactos. En todo caso el movimiento es similar al que se produce cuando un fósforo nos quema un dedo involuntariamente: una suerte de sorpresa puramente “posterior” o tardía, un “ya pasó lo que pasó” que constituirá la atmósfera en la que ambos se moverán a partir de ahora. Un clima intempestivo y diferido. En síntesis: la sorpresa no da tiempo a pensar. Súbitamente y al mismo tiempo, se detienen uno frente al otro -como si hasta la sorpresa tardía hubiese desaparecido del mismo mecánico modo en que se ha manifestado-, hecho que se pondrá de manifiesto en el tono casual de la conversación que van a entablar, y que hace que los efluvios de la sorpresa posterior persistan y se transformen en la atmósfera escurridiza y aun delicuescente que impregnará toda la escena. Hasta este preciso, preciso momento -como quien dice hoy por hoy- son perfectamente desconocidos el uno para el otro. Sin embargo, ninguno de los dos se mostrará asombrado de ponerse a conversar con el otro, y se comportan como si fueran vecinos que se cruzan a diario intercambiando información sobre el estado del tiempo. El resto del paisaje (sobre el que nuestros caballeros se recortan como si se estuvieran saliendo de la escena, o mejor, como si flotaran o levitaran sobre ella) conforma una superficie en la cual los cuerpos amenazan con desintegrarse y ser reabsorbidos por el fondo en una madeja indiscernible de millones de puntos. El aire está húmedo, transparente: bastaría que alguien se echase a llorar para que todo fuera salado. Pero nadie va a llorar; y el aire se mantendrá de una transparencia casi enloquecedora, produciendo la impresión de que los cuerpos están “calados” por flechas de luz húmeda. El silencio de la escena es perfecto. El repiqueteo sordo y repetitivo del mar parece dejarla en una condición más silenciosa aún que si el silencio fuera total: como si la mecánica de producción de situaciones en voz baja -tan poco usual en nuestra época- encontrará allí su lugar. Para poner en escena esta obra es importante tener en cuenta que las así llamadas indicaciones actorales, tanto como las descripciones de los personajes, están pensadas como posibles “infiltraciones” en los parlamentos de los personajes, pero evitando cualquier alteración del tono protocolar de toda la obra.
CABALLERO 1: (Con impecable amabilidad, inclinando la cabeza en un movimiento que funciona al mismo tiempo como un saludo y un impulsor de su parlamento. Su tono es imperativo pero no autoritario. Sin embargo -o tal vez por ser puramente apelativo- logra comprometer al otro definitivamente, sin siquiera esperar respuesta, lo enlaza con sus propias palabras, le da caza a medida que habla) —Aunque usted no lo quiera, esta noche -en algún momento-, no sé en cuál -pero en alguno- yo formaré parte de su mente y usted de la mía. Es inevitable: ¡seré su paisaje! ¡No necesitaré hacer nada para ello! Ya nos ha ocurrido. (Ruborizándose y continuando con voz solemne). Sería completamente inapropiado que me atribuyera alguna participación en esto. No, no podría… no sería propio… no podría. (Se amonesta con una convicción completa, como si supiera de toda la vida que así como lo que está ocurriendo tenía fatalmente que ocurrir alguna vez; cuando ocurriera -y a quien le ocurriera- nadie podría evitar pronunciar un parlamento exactamente igual al suyo actual. Tal vez por eso su tono es ahora absolutamente seguro y confiado, casi canchero de tan suelto -si el estilo del personaje lo permitiera) No, no será necesario hacer nada, ni moverme de casa, ni volver a pensar en usted… (Se relaja como si lanzar ese primer tiroteo de palabras hubiera sido lo más difícil de la situación, sonríe débilmente y junto con su pose más light y ligeramente dandy cambia a un tono liviano como quien provoca a un amigo a una apuesta banal, en una comedia de costumbres, ociosamente, tomando el té en el invernadero o recostado sobre la empuñadura color marfil del elegante bastón de aya, soñador, arrobado) Más aún… podría cruzarme de brazos con la mente en blanco, no recordar su existencia y aun así… (Retoma su tono imperativo pero introduciendo algo de dramatismo dentro de los límites de su tono monótono fáctico general y, como avergonzado de haberse dejado llevar por una lasitud indebida, retoma también el tono moral) Aunque usted no lo quiera, esta noche yo formaré parte de su lluvia de nieve… poblaré su mente… estaré allí… (Desasosegado, inquieto) vaya a saber bajo qué forma, bajo qué idea, bajo qué brillos, temblores, ecos, gritos. (Se exalta). Disculpe mis inútiles anticipaciones, pero es inevitable cuando se trata de la vastedad infinita de la lluvia de nieve. (Mira hacia arriba extasiado) Ahora mismo la estoy viendo caer… miles de partículas tropezándose y yo las sigo … me pierdo, me voy con ellas, fallo en mi despreocupada persecución y usted ya forma parte de mi lluvia de nieve… (se detiene y usando un tono ligeramente incriminatorio) Usted conoce este tipo de cosas tan bien como yo… No quiero hacer el tonto. (Se dibuja en sus labios una sonrisa enfermizamente débil como la que queda impresa en el rostro de un asmático que se pasa la vida tratando de animar a los que lo rodean para que dejen de espantarse por un ahogo del que no tienen la menor maldita idea) Usted sabe mejor que yo que lo único que puedo es agregar -analogías- y agregar -analogías- y agregar… (Con amabilidad)… – analogías-, agregarlas. Agregar con amabilidad analogías. (Sonriendo abierta y despejadamente. El cambio súbito no es por eso forzado: todo lo contrario) También sé detenerme a tiempo, no se alarme.
CABALLERO 2: (Que lo ha escuchado con extrema atención pero mirando hacia un punto fijo, como si el Caballero 1 se reflejara en un espejo). —Sus recursos expresivos pueden resultar interesantes -y creo que usted los disfruta lo suficiente como para saber de qué hablo- pero no me conciernen… creo que importan en otro nivel, ¿me entiende? Incluso no dependen de nosotros… en otro nivel, ¿me entiende?… (El modo de decir «¿me entiende?” es algo vulgar, como de guiño de ojos entre compinches, pero esa actitud dura sólo un instante. Inmediatamente, cambia al mismo tono del otro caballero). «Aunque usted no lo quiera, esta noche yo formaré parte de su lluvia de nieve». ¡Déjeme decirlo! (No es para nada una súplica, el tono es intempestivo y casi autoritario: dando caza, pescando al otro tal como lo hizo el Caballero 1 oportunamente). ¡Déjeme pronunciar a mí las benditas palabras, deme la oportunidad de saborearlas, escupirlas, hacer con ellas lo que me venga en gana! ¡Déjeme librarme a mí también de ese hechizo!… ¡por favor déjeme librarme de palabras tan bellas!… (Se avergüenza de haberse dejado llevar por la emoción y adopta un aire amigable y casi trivial) Estoy seguro que usted jamás pensó en levantar los ojos, por un momento al menos -precisamente- cuando yo pasaba, por un momento al menos -precisamente-. Doy por descontado que le ha resultado tan incómodo como a mí reconocer que alguien se había apercibido de usted, lo había captado con su mirada tan impúdicamente, distrayéndolo de su paseo solitario al atardecer. (Con genuina curiosidad e inclinándose levemente hacia su compañero como si fuera una pregunta extremadamente reservada) ¿Se sentía unido al rumor del mar? ¿Se sentía así de gigantesco un momento antes de que nos cruzáramos? (Más soñador que curioso, sensual casi) ¡Ay!, seguramente iba usted imperceptible para todos, imperceptible para usted que es lo que importa. (Con fría resignación) ¡Qué buen momento hemos arruinado! (Vuelve de la ensoñación) Lamento que nos hayamos incomodado hasta este punto estrictamente impropio. (Con solemnidad) Resuena en mi pecho una oscura voz responsable (asustado), me incomoda, me lastima, es como una piedra que me raspa las entrañas… (Como tomado por esa voz) Siento que nos hemos traído de lejos por capricho, por ocio, por gratuidad, por vanguardistas, sí por vanguardistas. (Exigente) ¿Me entiende?, en otro nivel, ¿me entiende? (Pensativo como si se le acabara de ocurrir algo) ¿Le pasa esto a menudo?… (Comprensivo y sutilmente didáctico) No quisiera avergonzarlo, pero es común que las personas que desean ser imperceptibles resulten en cierta medida atrayentes ¿me entiende?… Lucen tan decorativas… son una verdadera provocación para la indiscreción humana…una perita en dulce, si me permite el atrevimiento…. (lo que dice le da algo de risa pero se pone serio de inmediato y hasta sombrío) ¡Vivimos en el malentendido!…. es una de las tantas figuras del Gran Equívoco Universal… Lamento que nos hayamos molestado así… Lo lamento… Verdaderamente me apena.
CABALLERO 1: (Seco y algo despectivo) —Yo también lo lamento y no lo puedo culpar: olemos lo imperceptible… quiero decir: lo percibimos… Inmediatamente supe que usted es otro perro fiel al aroma de lo imperceptible… Inmediatamente supe también que es a nuestro pesar, (acongojado) a nuestro completo pesar. Si le sirve de algo me gustaría que sepa que, por cierto, tampoco yo hubiera deseado un encuentro que solamente ahondará el vasto y complejo mundo de la lluvia de nieve. Y, por supuesto, -lo que no es menos digno de atención- eso profundizará necesariamente nuestro sentido tan humano de la soledad. (Completamente convencido) Es natural.
CABALLERO 2: (Ensoñado aunque sin cambiar el tono cortés de una conversación casual) —Usted formará parte de mi lluvia de nieve. Yo formaré parte de su lluvia de nieve. Dos desconocidos en paisajes desconocidos… perdidos sin estar… nosotros, de antemano perdidos, como ahora… (Pasa a un tono práctico radical como de quien planifica algo con entusiasmo) Pero no nos desanimemos… supongo que su estado de ánimo será decisivo (se frota las manos con expectativas de disfrutar)… digo… le dará el tono a la situación, la famosa “atmósfera” . (Sonríe para sí como quien recuerda algo gracioso) En cualquier caso –como dicen- no es mucho lo que yo puedo decir… Se trata de “su” lluvia de nieve. (Ensoñado y con expresión satisfecha, algo relamida) ¡Cada quien con su lluvia de nieve! “Como pececitos que tremulan y suben y bajan y bajan y suben y doblan y vuelven titilando en la pecera”.
CABALLERO 1: (Avergonzado) —No intente entretenerme.
CABALLERO 2 (Avergonzado también) —Ensayaba un modo lírico popular que nos alegrara.
CABALLERO 1: (Con tono más afectuoso que amable) —Yo intentaré distraerlo lo menos posible… Cuente con eso. (De repente, como si pensara que es posible cambiar radicalmente la perspectiva de lo que ocurre, cambia también a un tono resueltamente optimista) ¿Y si no fuera necesario preocuparnos? (Se exalta dentro de los límites impuestos por sus impecables modales) Es posible, (habla pensando en voz alta) digo solamente que “es posible” contemplar el hecho de que usted me olvide completamente y entonces yo no formaría parte de su lluvia de nieve y ninguno de nosotros debería disculparse anticipadamente con el otro por el carácter involuntariamente intrusivo de este encuentro. Más aún, sería como si el encuentro pudiera borrarse, como si no hubiese existido nunca…
CABALLERO 2: (Casi alegre, como si el optimismo del otro se le hubiera filtrado) —Agradezco haber dado con una persona tan decorosa, tan confidencial, pero a esta altura de los acontecimientos me atrevo a decir que podría no haberlo visto y recordaría cada línea de su rostro. Bastaría una voz parecida a la suya diciendo (lo imita)…“Es posible contemplar el hecho… (Se toma la cabeza y señala un punto ni siquiera minúsculo, virtualmente lejos, en la arena, con desesperación señala algo) Bastaría eso, una nada, un grano de arena indiscernible para todos menos para mí, una partícula de la lluvia de nieve -en fin-, bastaría un guijarro microscópico en mi zapato y yo, ¡zas!, recordaría este encuentro y con el martillo de mi escrupulosidad (no rechace por favor mi alegoría) intentaría molerlo hasta la disolución, como si este encuentro nunca hubiese existido. (Alucinado, perdido) Y nunca se terminaría de reducir… y tendría que seguir golpeando y golpeando y loco me volvería loco en mi desesperación por disolverlo. (Se recompone) Yo también sé detenerme a tiempo y no quisiera empalagarme con mis propios recursos expresivos. (Sin bajar demasiado el tono de la voz, pero en forma confidencial) Voy a confiarle la verdad: soy un cobarde…
CABALLERO 1: (Silencio)
CABALLERO 2: (Avergonzado) —Me imagino que odia las confidencias… pero me acomete una necesidad compulsiva de que lo sepa, un impulso irrefrenable, como si me hubiera dado un ataque de risa o algo así… (Efectivamente no puede parar y continúa hablando pese a la actitud indiferente de su compañero y a su propio pudor) Soy cobarde. Los ejemplos que podría darle se amontonan en mi cabeza, pero prefiero ir directo al grano, al corazón, al carozo… (Confidencial) Soy de ese tipo de hombres que no pueden imaginar los grandes dolores. (Casi al oído) Soy de la raza de los miniaturistas cobardes… me pierdo en el detalle. Sí: soy un miniaturista del dolor, un artesano, un orfebre paciente que usa las hilachas del dolor donde sea que se encuentren.
CABALLERO 1: (Que ha abandonado la indiferencia por una genuina preocupación) —Creo que no está siendo justo: Yo diría que pensando así, usted todavía es prisionero de una concepción épica que aspira a lo general, a lo panorámico. Es esa bendita y vieja esclavitud. Me animaría a asegurar que usted piensa que nuestro sentido de la acción se ha empobrecido hoy… No señor, esa es una equivocación muy propia de una época que no se cansa de proclamar su añoranza por los grandes relatos… ¡Antiguallas!… ¡Fatales melancolías!… ¡Patrañas!… Yo en cambio veo en usted al hombre del detalle, al caballero de la infinita paciencia, al artista de la Nada… (seco) En fin, veo en usted al artista contemporáneo, al artista a quien le han hecho creer que ha llegado tarde, que ha venido después…Los críticos lo han acomplejado, es sólo eso.
CABALLERO 2: (Se reblandece) —Tal vez tenga razón… (condescendiente consigo mismo) Si pudiera alguien medir mi infatigable capacidad de reconstrucción. (Más disgustado aún por su nueva flaqueza, menea la cabeza muy triste) ¡Mentira! ¡Mentira! Qué rápido soy para engañarme a mí mismo y aceptar justificaciones… soy sólo un cobarde, un pequeño cobarde, un eunuco cobarde… ¡Y todo por esa fatal incapacidad para imaginar los grandes dolores! (Monotemático) Por mi cobardía, en fin…
CABALLERO 1: (Cortante) —No volvamos a lo mismo… estoy seguro de que no se trata de cobardía ni de una mala disposición de su espíritu. Me animo a dar fe de que usted encierra dolores enormes en una bolsa de té del día anterior o en una arruga ínfima de la sábana… dolores que el hombre valiente que usted idealiza ni sospecha. Ya se lo manifesté: usted no tiene mirada panorámica… eso es todo, va al grano del grano del grano, al detalle, a un primer plano focalizado y restringido… (Se repliega) Disculpe la audacia de caracterizarlo así, pero me pareció adecuada. No piense que pretendo ayudarlo a conocerse o alguna tontería así. (Se ruboriza) Ni siquiera me mueve cierta pasión insensata por emitir algún juicio. Intentaba darle mi perspectiva, lo que dicho así es bastante absurdo ¿no? (Se queda fijo y repite burlón) ¿Darle mi perspectiva? ¡Qué gracioso!
CABALLERO 2: (Agradecido, pero para nada convencido). —Sea como sea tiendo a hacer insignificante o trivial el dolor. No tengo el menor sentido de las proporciones… Si lo tuviera, ni siquiera lo hubiera mirado. (Cambiando de tema y suplicando) Por favor, cuando llegue el momento, no subraye en mi parlamento esto de la cobardía. Y si lo hace, si tiene la necesidad de hacerlo, no deje de aclarar que mi cobardía tiene la virtud de expresar también el tono que imagino para la Gran Tragedia, la Tragedia fuera de toda proporción… (Desesperado) No hay medida… no hay medida… no hay medida…
CABALLERO 1: (Complacido y conteniendo ligeramente la risa) —Cualquier cosa que digamos es inútil pero me gusta mucho escucharlo hablar: me divierte su estilo. Su voz trae la memoria de la lluvia de nieve y del famoso parlamento: (reitera con el tono del comienzo) “Aunque usted no lo quiera esta noche yo formaré parte de su lluvia de nieve” .
CABALLERO 2: (Replicando con la misma admiración) —No: no es mi voz, es la suya la que acompaña la lluvia de nieve, es su voz la que estimula las miles de asociaciones de un Dios Espléndido lanzando su lluvia de nieve… (Se interrumpe bruscamente como si el otro lo hubiera obligado a hacer el ridículo) No se quite méritos… es inútil…
CABALLERO 1: (Escéptico) —De necesidad virtud, si lo prefiere… Blessings in disguise.
(PAUSA)
CABALLERO 1: (Continúa después de la pausa. Algo creído) —De todos modos, es verdad que podría relajarme, no tomar todo esto siquiera en consideración… en cierta medida, usted ya forma parte de mi lluvia de nieve, yo formo parte de su lluvia de nieve. (Se ensombrece) Pero me inquieta su voz cuando dice que “será esta noche, yo estaré cenando con mi mujer, ella levantará la mirada hacia mí y en algún momento fugaz, cuando deje de mirarme, por ejemplo, la lluvia de nieve caerá sobre mi alma y usted será parte de ella, por un instante, al menos”.
CABALLERO 2: (Divertido) —Me atrevo a juzgar que es usted demasiado artista, pero a mi manera yo también lo soy. De hecho estaba pensando que desearía ser incluido en su lluvia de nieve tal como soy, en alguna escena realista, digamos… (se ruboriza) aparecer con mi color de cabello, con mi verdadero rostro… bueno… algo así: caprichos estéticos tontos de un tipo vanidoso. Berretines…
CABALLERO 1: (No pudiendo contenerse) —Lo entiendo perfectamente: yo tengo mis propias debilidades. Estaba a punto de pedirle que me incluya de cierta manera, pero en contraste con sus aspiraciones de carácter realista, yo me puse como más… impresionista… (Avergonzado) Iba a pedirle que retenga cierta tristeza de mi mirada… (controlando su entusiasmo) Puede servirle para impregnar alguna imagen indefinida… un estado de ánimo fugaz, un momento vacío…
CABALLERO 2: (Seco también) —Usted avanza demasiado… En este terreno no podemos suponer nada. De hecho yo no pienso que su mirada sea triste, hasta me animaría a decir que usted es un hombre más alegre que yo. Sí, sin dudas, creo que usted es un hombre predispuesto a la alegría: disponible, digamos. Si no estuviera ya incluido en mi lluvia de nieve hasta le diría que usted es de los que se despistan fácil y, por lo tanto, creo que eso lo vuelve más disponible para la felicidad. Pero ahora que vive en el paisaje de la lluvia de nieve (lo mira con tristeza) ha perdido toda posibilidad de saber qué otra vida hubiera podido vivir para ser más feliz.
CABALLERO 1: (Algo ofendido) —Lo dice como si fuera mi culpa o, al menos, mi decisión. ¿Cree usted que puede haber algo en mi temperamento capaz de dejarse llevar?… (Se acerca como si fuera a decir un secreto) ¿Una sutil concupiscencia de los ojos acaso? ¿Cree usted que fui yo quien lo miró primero? ¿A eso le llama osada e imprudentemente “disposición a la felicidad”?
CABALLERO 2: (Más seco) —No podría contestarle. Sólo sé que no valdría de nada sentirnos culpables… confiemos… tomemos el azar a nuestro favor. ¿No fue usted quien indicó de entrada que este encuentro no tenía normas previas?
CABALLERO 1: (Seco también él y algo ofuscado) —Dije que no las conocía y que tampoco quería conocerlas. No me interesan las razones: las cosas ocurren y razones hay para todo, los destructores de razas y de naciones, los dictadores, los que cometen los crímenes más repulsivos, todos han tenido siempre sus razones. Pero eso no me impide seguir pensando que es usted quien quiere involucrarme en cierta “legalidad de los hechos”…
CABALLERO 2: (Con un enfado algo infantil) —Piense lo que quiera. Ahora no tengo ganas de hablar.
CABALLERO 1: (Infantil también) —¡Qué fácil! Así cualquiera. (Se produce un silencio. Ambos se miran de reojo, sonríen tímidamente: todo ocurre con una suavidad de trazos que hace que apenas se perciba este movimiento en el que han cruzado la sonrisa cómplice, pero es un movimiento inolvidable hasta para quien, por lo que sea, apenas recoge las migas del mantel de la alegría y de la gracia. Inmediatamente el Caballero 1 continúa)
CABALLERO 1: (Turbado) —Logró descolocarme: es más rápido que yo, más imaginativo… ¿Sabe que usted me inspira?… (Embelesado mira hacia el cielo y con un gesto clásico le pide silencio a su compañero) ¿La escucha caer? ¿Está viendo caer la lluvia de nieve?… (Absorto) Usted estará sentado comiendo con su mujer (empieza a mirarlo fijo). Empezará a mirarla fijo, de un modo penetrante, inquisidor… llegará a los labios, seguirá su masticación, su saliveo, su lengüeteo… (Extasiado) ¡Puedo verlo!… ¡Puedo verlo!… ¡Todo en primer plano! -como mi cobardía- toda la luz está iluminando esa boca y la carne de los labios es una enorme masa de pulpa surcada de estrías luminosas y voraces…
CABALLERO 2: (Sardónico) —¡Qué manera de aprovechar el silencio! (Admirado) Usted es más que un artista, usted sabe lo que es la oportunidad, el momento, la ocasión que no hay que dejar pasar. Debería rendirme a sus imágenes… (Se inquieta) Y, sin embargo, yo no veo lo mismo. Aunque me esforzara no lo veo… (Vuelve al tono suavemente sardónico) ¡Ventajas de la absoluta autonomía de la lluvia de nieve!… (Absorto) No, no ocurrirá así… (Se va entregando a la ensoñación) Ya habremos terminado de comer, la cámara enfocará la mano derecha de Inés jugando con una miga de pan. La miga se escapará y ella comenzará a perseguirla. Escucho ya el tamborilleo de sus manos finas reptando por el mantel, la mesa se llenará de miguitas minúsculas, ella empezará a traerlas con sus manitas de cera, sus uñas pequeñas y filosas quedarán flotando en la escena rasguñando el abismo…
CABALLERO 1: (Más sardónico aún) —¡Lo veo!… ¡Lo estoy escuchando!… Usted atormentará a su mujer… le lanzará preguntas que ella no podrá responder. “¿De dónde crees que viene esa mirada? ¿Conoces acaso el tono de esa voz?”.
CABALLERO 2: —No haré nada de eso… Elisa…
CABALLERO 1: (Lo interrumpe) —Elisa es mi mujer…
CABALLERO 2: (No deja notar ninguna confusión) —Desde luego, no quise entrometerme…
CABALLERO 1: —Continúe.
CABALLERO 2: (Turbado) —Decía que no haré nada de eso. Inés sólo me verá espantando una mosca o mirando el reflejo de la luz en el espejo de la sala.
CABALLERO 1: —Y después de apagar la luz y mirar a la pared, abrirá y cerrará los ojos muchas veces tratando de borrar el marco de la ventana de su retina: y volverá a aparecer y lo volverá a borrar, y volverá a aparecer y lo volverá a borrar… Bueno, usted sabe cómo son estas cosas.
CABALLERO 2: (Casi feliz) —Cómo no saberlo, ese es el momento en que cuento las ovejitas del Inmenso Corral de la Desilusión. (Se pone colorado) Disculpe mi modo amanerado y cursi… pero es verdad: las llamo así: las ovejitas del Inmenso Corral de la Desilusión, si me permite otra vez la alegoría.
CABALLERO 1: (Casi feliz, también) —No se disculpe por su retórica. Me resulta simpática: no se preocupe. Incluso conozco a alguien que ha empezado una campaña a favor de la alegoría, un escritor que me inspira gran entusiasmo. Pero no cambiemos de tema (Se queda pensativo) ¡Qué paz respira su lluvia de nieve!, una paz más inmensa que su desilusión… En cambio en mi lluvia de nieve hay animales salvajes que se cuelan para despedazarme … (De repente lo mira y se ríe) Siento que ha querido sorprenderme otra vez, ha logrado que me exponga… me ha dejado en ridículo, me ha obligado a cacarear como una gallina asustada…
CABALLERO 2: (Lanzado) —De ninguna manera. Soy yo quien debería disculparme porque me siento sucio y miserable frente a la épica de su desencanto, mi desilusión es una torta de bodas en la campiña que el sol va derritiendo en una mesa barata plagada de moscas. Y no hubo un sólo mendigo que quisiera tomar las sobras… (Dolorido) En cambio usted parece haber sido un luchador, un hombre que ha ofrecido su cuerpo al mundo para ser devorado. Un cristiano arrojado a los leones…
CABALLERO 1: (Sumamente incómodo) —No puedo hablar más… Es demasiado personal… (Se agita) debo volver a casa… Y a usted le convendría… “seguir con su camino”, digamos.
CABALLERO 2: (Atontado) —No puedo hablar más… Es demasiado personal… (Se agita) debo volver a casa… Y a usted le convendría… “seguir con su camino”, digamos. (PAUSA)
CABALLERO 1: (Se recompone) — ¿Le gusta la música de mi lluvia de nieve?
CABALLERO 2: (Como si se hubiese cometido una injusticia) —Es… mi lluvia de nieve.
CABALLERO 1: (Imperturbable) —Es… mi lluvia de nieve.
CABALLERO 2: (Como atrapando algo que se va abriendo paso en su cerebro) —Era de suponer que esto terminaría así. Es la legalidad de los hechos que siempre se impone.
CABALLERO 1: (Desorientado) —Daría cualquier cosa por escuchar la ejecución que usted hace de “Aunque usted no lo quiera esta noche yo formaré parte de su lluvia de nieve.”
CABALLERO 2: (Triste) — Usted ya la ha escuchado.
CABALLERO 1: (Desesperado) —Pero me gustaría escuchar más: ¡ser su melodía!
CABALLERO 2: (Infiltrado de desesperación le repite) —Aunque usted no lo quiera esta noche formará parte de mi lluvia de nieve… seré su melodía, no su paisaje: su melodía.
CABALLERO 1: (Agónico) —¿Puedo?
CABALLERO 2: (Inclinando la cabeza con pudor) —Por supuesto.
CABALLERO 1: (Arranca con una alegría luminosa) —Aunque usted no lo quiera esta noche seré su melodía… su musiquita en la cabeza… ¿Por qué sonríes me preguntará ella siguiendo con su cabeza los latidos de mi tintineo… prenderá un cigarrillo y las volutas se desvanecerán al ritmo de la musiquita y todo, todo el aire será su melodía… Detente me dirá ella…
CABALLERO 2: (Preocupado) —Qué ingenua pobrecita. Creo que no podrá tolerarlo.
CABALLERO 1: (Alarmado) —Tal vez deba advertirla.
CABALLERO 2: (Agónico) —No serviría de nada.
CABALLERO 1: —“Como pececitos en su cabeza…” “Cada cual con su lluvia de nieve”.
CABALLERO 2: —“Como pececitos en su cabeza…” “Cada cual con su lluvia de nieve”. Los caballeros continúan su camino como si nunca se hubiesen detenido. Caminan hasta salir de cuadro, sin volverse, con aire casual. Ambos van mirando el mar. El sol es una bola dorada a punto de caer detrás del mar y la transparencia –en su casi agonía- es aún mayor: es de esas claridades que producen ganas de llorar.
Milita Molina
Ph / Takuma Nakahira, 1971
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