Gris al fondo (XVI) / Hugo Savino

Lunes. Ese día mañanero, tranquilo, rutina del mate en el balcón y asomo de brisa y evocación desde la foto. Calma continua hasta la caída de la tarde que miré desde la sala con la luz apagada, codo apoyado en la mesa de campo que arrastro desde Temperley regalo de tía Ángela con cuatro sillas de la misma madera todo muy poco gastado un marrón tirando a claro con una frutera en el centro. Ese fue todo mi día.  

Martes. Novela de Francis Ryck por la mañana –en la primera que leí, hace unos meses, una hija fraude, una asesina profesional, liquida a alguien, a ese padre que no era, y que se embarca en la ilusión que provoca el ablande. Esta va por otro lado. No me la cuento así va a olvido y la releo.  Y por la tarde el cuento Belleza azul. Impresionante. Dante me manda una carta larga, veinte páginas, llenas de detalles y con algunas citas y me baja el copete. Me reta un poco por mi falta de precisión para fijar un encuentro y otras yerbas. «Ya pasaron treinta años desde que el capitán James Ross fue a buscar el Paso del Noroeste.» Mensaje de Retama que insiste –como crítica– en «mi porteñismo». El arte y la provincia y los guardianes de obra que creen que poner libros en la novela es intelectual y que aconsejan conversión a provincia. Se cocina a fuego lento en la misma salsa.  Él solo lee en clave provinciana y yo nací en Olavarría y Patricios. Es amigo de todos mis enemigos pero me busca roña. David Goodis no se separaba de su Underwood. No hablaba de lo que escribía. Nunca fui joven y tengo que trabajar con gente que fue joven, muy joven, re-contra joven, y sigue en el perfeccionamiento obstinado de esa imagen. Y me froto a ellos y traduzco para ellos y me dejo explotar por ellos. Me condeno a un exceso de humildad que va a ridículo. Franela con héroes del «despilfarro» maquillado. «[…] puede agregar que como él,  nos encontraremos a partir del mes de abril en el estrecho de Davis.» Me meto aquí y me olvido. Camino alargado hasta el regreso. Hasta ningún olvido. Hasta que oír un poco más, hasta meterme adentro de la historia. Metido ahí: espejo, mesa, cuadro, ventana y maceta. Y chirrido de puerta.  

Miércoles. Rutina del mate. «El viento se transformaba en huracán y tendía a empujar al brick hacia la costa de Irlanda.» Lola se quedó en casa. A Luis Cardoso lo perdí de vista.  Leo. Esta semana David Goodis. Sordidez, la traigo de mis años patio de inquilinato. No me asombra. De no ser joven para siempre. Arco iris de patio de inquilinato a conventillo. Deshago flecha esotérica qua va de abajo hacia arriba con pausa de consulta a libros sagrados que te comen la voz, te la estraga, retazos de tela que despliegan y cortan los maestros tenderos del arte y la literatura, y te empujan a ruta del papel  de seda para envolver naranjas. De ahí a sordera y canon. Ruta del canon.  

Jueves. Mucha queja. Casi a mendigo de reconocimiento. Cambio el eje. Música: Why not de Marion Brown. Y a Julio de Caro por una entrevista que leí. Y esa novela llena de colores, grises con toques naranja, azul índigo. Responder desde los libros. Yo me entiendo. Paranoia más atenuada. Rafael experto en paranoia. Salgo a comer con Rafael. Comemos en el  restaurante que huele a grasa de Defensa entre Hipólito Irigoyen y Alsina. Ahí, siempre ravioles de ricota y espinaca. Rafael, bife con papa hervida. Agua. Esta semana estoy harto de los tipos que veneran el vino. Ahí estamos casi afuera del pasado. «El barco se inclina hacia el noroeste y prolonga las orillas de Noruega.» Sueño de niño esclarecido hasta lo insoportable. 

Viernes. Rutina del mate. Rutina del yugo. El cuadrado de jardin que los árboles y tres arbustos componen, y la calle que se pierde hacia el  polígono industrial. Me cuento otra escena de la mañana. Escribo esto a las seis y lo retomo, con luz de día, dos horas después. Sigo leyendo. Saque de dos horas a biografía. Muchas fotos de los años cincuenta acompañado de amigos y mujeres salidas de la peluquería. Una se parece a una foto de Irma en el Parque Lezama. ¿Por qué tengo que estar en la pajarera de narradores? ¿Qué hice? ¿Por qué tengo que amucharme?

Sábado. Me levanto tarde. Lectura. Trabajo muchas horas. No tomo nada. La cosa pastilla no es lo mío. «Dijo: esto le da la razón a los que buscan el Paso del Noroeste.». Una invitación muy repentina, entusiasta, camino a volatilizarse, no soy negocio. Se lo pensará y haré como que no me dijo nada. Leo un Diario y hay una alusión alcahueta a uno de mis escritores preferidos. Estuve por preguntar y me di cuenta de que entraba en el mismo magma rumor de la agresión por procuración. Volver a compartimento estanco, extremar secreto y cerrar la boca. Un perro blanquísimo pasa por la vereda de enfrente. Orejas paradas y arrastra a su dueño.

Domingo. Comprar un cuaderno con hojas cuadriculadas. Si es posible tapas azules. Tengo que cambiar de marca, el que venía usando ya no se fabrica. Contestar dos cartas. Buscar aliados solo en los libros. No ser el pesado que se exige. Solo es solo. Cita: «Los pequeños burgueses de cualquier condición me consideran como una idiota –y me tendrán miedo– ellos consideran a Alia como una idiota –y no le tendrán miedo.»  El viejo tópico de por qué se pone una cita, que es como firmarla, como que uno la hace suya. Sí, de acuerdo, funciona así. Pero hay que escribirla sin explicar nada. Releo. Me gusta releer. Lola sigue caminando por el tiempo.  

Lunes. Me perdí en otras lecturas. Me alejé. Hablé mucho y leí a marcha forzada. Me gusta leer de a un libro por vez y me empujé  a diletante. Solo para meterme en la charlatanería. Releo Belleza azul para entrenar el oído –para escapar tentación a circo. Salí y recibí clases de literatura. Amasijo pedagógico. Pedagogo fuera del marco va a juez. Te llenás la cabeza con tus opiniones. Te escuchás «imbécil honesto». Bar repleto con gente que no se baña. Estoy atado al mostrador. No quiero irme. Puedo hacerlo. Nadie me espera. Incluso me siento de espalda a la calle. A Requejo no le gusta esa posición. Él siempre de frente a la calle. A la espera.  Quiere saber quién entra. Tiene la cabeza llena de novelas policiales. Más paranoico que Rafael. Ejercicio espiritual que trae de Concordia. 

Martes. Cuando avanzan en este río marrón de perdición, o cuando  cruzan el puente, se convierten en figuras pintadas que flotan hacia el Norte. No sé si el camino es peligroso, ellos van en su cabeza viajeros del Forward. Yo los escribo de un rincón al otro, me meto en el cuadro, ni manera ni método, escapo de los aleteos del moscardón universal, voy, abro una ventana y la cierro y abro otra, y a veces todo el día, y a veces un rato, no depende de nada, y aparecen cosas que estaban olvidadas y otras que van a olvido, a esquina, a no memoria, a la deriva y nadie las ve. Esas también me gustan mucho, si puedo las pesco. Y esta ese domingo de pascuas que arranca por la palabra azul porque Celia se puso ese tapadito de paño azul y justo yo estaba arrinconado, no podía hacer nada, ahí, en ese rincón mirando por la ventana que da a Montes de Oca, soñando, y esa entrada me sacó esa palabra y la puse, en la última línea de la hoja, y ahora tenía que volver y empezar por arriba desde el margen. 

Miércoles. El apenas quejido del viento roza las hojas de los árboles y chica contra el vidrio de mi ventana paseando perro. Un rato más tarde la historia de Eloísa, la dactilógrafa ahogada en el Riachuelo. Salió así. En melodrama. Releo Belleza azul. Lo tengo que memorizar. A Kroner no le interesa el zafiro. Esa es su fuerza, descartar lo que no le interesa. El control de la curiosidad por el bolsillo del otro es básico para tener secuaces. Descontrolado de confidencia no es confiables. No puede ser secuaz. Abrir la puerta y patearlos. Fondearlo.  Melodrama con mujer, Alma, que abandona y se ríe de Clayton, reventado a patadas en un depósito de un muelle. Bueno, leo. No me olvido, alma rencorosa memoriza escenas que merecen venganza. O llegar hasta el resentimiento. Hoy la casita de tus viejos Lola: ¿a qué hora? 

Jueves. Hoy no salgo. No tengo ganas. Me quedo en casa.  Leo. Hago cuaderno. Teléfono bajo. Lola no vuelve hasta la noche. Tarde clara, despejada. Retranca en la cocina con cuaderno hojas cuadriculadas. 

Viernes. Alma: «primero el dinero, el resto viene después». Me resumo: belleza azul camina con sombra de buitres que la rondan. Buitre disfrazado de tipo serio con mirada fija a puerta del bar quiere invertir la propuesta, el resto primero. Subjetividad absoluta de la vigilancia no quiere pagar sus deudas. Le dije ayer que la mosca no siempre va a su terrón. ¿Qué vigila?  

Sábado. Vuelvo a la biografía. Leía y visitaba a Henry Miller. Le gustaba Sostakovich. Y los trajes azules. Esto último me gusta mucho de él. Durante años usé trajes azules. Era un andrajoso al borde de vagabundo, se recosía las etiquetas de marca en trajes que le regalaban o que compraba en venta de ropa usada.  Nunca llegué a esa cima. Solo usé el traje color té con leche forro interior gris de mi primo Lalo hasta que todo el traje sacó brillo intensísimo. Eclosión de brillos. Sus amigos detestaban sus libros. Los leían por arriba,  o no los leían y los  reventaban en la doctrina del rumor. Tengo que memorizar estos fragmentos como manuales de guerra. Salto a traducción, unas horas. Changa. Y cuentan otro pasado, otro mundo, un flotar entre amores y flores y comunas. El poeta de la leyenda dorada me clasificó en «el camino de las ratas». Comuna, amor, espiritualidad y flores contra fábrica, guardapolvo gris y libro de contabilidad que llené rigurosamente. Llegó Arno Schmidt y me salvó. Y puso lo envejecido, flores, esoterismo, metafísica, magia, lo envejecido apenas ayer, en el recuerdo. No, lo envejeció él. Lo mando al museo. Lo agrisado en sí es la peste. Lo camino a comuna, más peste. Tengo mis libros, mis subrayados, mis citas, mi cuaderno. Estoy sentado en este bar y miro por la ventana. Afuera llueve y se arma cuadro porteño a más porteño. 

Domingo. Mate. Lectura. Una hora de yugo traducción. El olor a domingo entra por la ventana. Y estoy metido en esta novela impresionante y voy por un río y sigo esa orilla con ellos. Y pienso en que hace mucho que no obedezco mandatos y reglas y orientaciones de nadie. No sé por qué pienso en eso. ¿Tan esclavo fui? ¿Tan obediente? Voy por esa orilla y escucho mi soledad, la sigo mientras la leo. El más lector de ellos dejó el volumen de El último mohicano en la casa. Leer en la mañana del domingo lo que viene de la noche del sábado. Subrayar esas frases sublimes y memorizarlas y no escribir sobre lo que se lee, no, ni una línea, no contarle a nadie, o sí, a Santi o a Grace que adoran estos cuentos de hadas infinitos que van por la orilla del Riachuelo y son leídos en una cocina de algún barrio.

Lunes. El azul agrisado de la mañana del mate y la acumulación de rencor. Alma es la reina de la estafa. Belleza  azul  del atardecer, ojos verdes, voz fatal de novela policial. Puede ser Lola, sí, por qué no. Sigo. Me re-cito: no me defiendo de lo que me gusta. Pero me falta algo: no defenderme de los que me critican, de la puñalada trapera. Alma responde: «Soy estafadora por momentos, el resto del tiempo soy una mujer». Alma sabe que el espacio se puede reconquistar, el tiempo no, se pierde. La estafa  se pone en movimiento. «Los ojos no mienten nunca.» Puente a viejo melancólico inevitable que camina en sentido inverso a la no-banda y se refugia en el fondo de un inquilinato en Sarandí. Casi otro cuadro Lacámera que se llamaría «Viejos de inquilinato rodeados de macetas». No quería que lo miraran viejo choto en banco de plaza y tampoco compañía de jóvenes de la juventud  de la carrera de ratones literaria. Ni ratón ni banco de plaza ni fosa de los piojos. Solo. 

Martes. Mate y yugo traducción. Escucho Fresedo-Pacheco. Me rescato del universal reportaje, de la dictadura sociológica. De los traidores. Me meto en mi paranoia. Recurro a mis libros de siempre, releo contra los que no releen. Pacheco canta Muñequita de París. Boliche largo y angosto Corrientes entre Montevideo y Rodriguez Peña, ahí conversábamos en las tardes atorrantas del no trabajo.

Miércoles. Más rutina de la traducción.  Tres horas. Tres páginas.   Estoy enredado en la temática del libro. No sé. Se me impuso la temática y no me deja avanzar y tengo que cobrar, haga pausa y  leo vida de un poeta que me gusta mucho y aparece su flanco cancherismo sarcástico. Muy cagones e imbéciles los sarcásticos. ¿De qué se defienden? Mejor leerlos, no conocerlos, llevar a Paul Claudel en el bolsillo. Mostrarles la tapa y ya está. Quieren escribir y que los lean. Es mucho las dos cosas juntas. Por la ventana del verano, el ruido flotante de la derrota, de los telares de la fábrica. 

Jueves. Hoy no traduzco. Me aburrí. Leo, hago cuaderno. Tengo que llevarme cinco libros, releerlos y arrancar de nuevo, tengo que salir de este mamarracho de seriedad en la que quedé embarcado.  Volver al movimiento seguido de cuaderno que arranca en margen izquierdo y sigue, cuidando no tachar o corregir ante llamado de fantasma maestro ciruela. Llamá a Irma Elias. Te busca hace una semana. Uno de los hermanos Chaussard me hizo llegar el Verne que quería releer,  el de mi mis 12 años, el que me había regalado el señor Allan Kardec.  Mis autores y mis libros secretos ya no coinciden con los de mis amigos. Derraparon a saber.  Se terminó, no hay más secuaces, entran en el agujero negro donde los espera el gusano de la normalización, hay que seguir solo. 

Viernes. Mañana en Banfield. Mesa en el patio, debajo del alero, pegada a la pared, con frutera Diomede tres manzanas rojas toques amarillos y una verde. Más sillón de mimbre donde se sienta Juan Carlos. Yo en silla respaldo recto. Parece obvio, pero no es tan obvio. O es casi. No me lo explico en este cuaderno. Ni en ningún lado. Voy poco a poco a retaceo de explicación. Me fui por el patio de atrás, sin avisar, había mucho ruido y mucha conversación y me fui por Montes de Oca hacia el río, caminé solo por la orilla hasta la Vuelta de Rocha, punto de algún origen si me pongo a darle vueltas a la cosa. Hay que seguir así, ignorados, perdidos en Buenos Aires.

Sábado. Gloria lee El coronel Chabert. Hoy trajo el libro al café y lo puso sobre las mesa: «Las mujeres les creen a loa tipos que rellenan sus frases con la palabra amor», y se calló. Luis Cardoso lo agarró y se puso a hojearlo y tampoco dijo nada. Y Gloria preguntó: «¿Quién prohibió leer a Balzac?». Aquí somos rasquetas lectores que no se dejan comer la voz. «¿Muchos libros Elías? ¿Eso también está prohibido? ¿Muchas citas? ¿Mucha novela? Y, sí, todas.» Re-visita al gallinero Sarandí hoy a la mañana: una gallina picoteba maíz pegada a la pared amarilla y descascarada. Medir a los que cree saber de mí lo que yo no sé.  No-rasquetas que te hacen las cuentas. Abandonarlos a su suerte, y seguir, como dijo Esther: se armaron para no escuchar. O soy un aburrido. Y también dejarlos atrás, es lo mismo. Rasqueta no casa con no-rasqueta.

Domingo. Seis de la mañana. Más trabajo. Lola duerme. Silencio de la mañana dominguera. Café. ¿Me aburre este cuaderno? Un poco. No lo suelto. No puedo soltarlo. Una manera de no dejarme orientar. Sigo tabla a la deriva. Cuento con la seguridad de que los amigos o ex-amigos no me leen. Ni me escuchan. Estoy a salvo. Ya me metieron en el rumor de la malicia. Estoy a salvo. No es queja, a pesar del no que encabeza. No. Y no se enteran. Y no quieren saber nada y Balzac para terminar con la cola ratona de un romanticismo que arrastro de lo rasqueta barrial al cloqueo que te arrastra a manifiestos, a proclama, a justicia, a ridículo con ridículos, a mendigo de reconocimiento. Fue el tiempo en que quise trepar un poco. ¿Trepa barrial? Sí. Y un día salí, me empujé hacia afuera de la ratonera y volví, y me senté en el café Maipú. 

Lunes. No quiero olvidar ese pasado. A veces lo invoco a veces viene solo. A veces me llama Luisa y me lo cuenta. A veces la llamo yo y se lo cuento. En esos dos años de corredor de herramientas voy por Monte Grande y entro en un comedor para viajantes de comercio y me siento en la mesa comunitaria y me presento en mi extrema timidez, pero me presento y uno me alcanza la panera y me dice su nombre y van cayendo todos y desde ese día esa fue mi mesa,  y como carne al horno con papas y casi silencioso y tramo para mí  los sueños de viaje y reconcentro al perdido que soy y anclo aquí dos mediodías a la semana y poco a poco abro más la boca y veo que escuchan y esta mesa redonda la hago muy secreta y cada uno tiene nombre pero igual están perdidos, como yo, pero aquí todo es privado y secreto y, lo abandonado y lo perdido, lo que se cuenta en esta mesa no sale de aquí. Estoy lejos del ejército activo de la red del murmullo. Así que puedo poner la cabeza en la luna y en las estrellas y en las mañanas. El viento se llevó todo el ruido de la calle.  

Martes. La garrapata del saber anda de ronda. Así que leo  novelas. La fosa de piojos, mancos de imaginación, un día te mira, y te tienta, y vas y te llena de orientación, esta semana estoy  con esa idea fija, la meto en mi trama, y por dos días no salgo, solo hago  novelón de 500 páginas. Es un viaje de soledades particulares. Y vuelvo a pensar en los tipos misteriosos y taciturnos de la mesa redonda de la pensión de Monte Grande. Qué difícil es rescatarse, y nadie tiene la culpa, metiste solo la cabeza en la ratonera, solo re-contra solo. La ratonera de los tipos que te asustaban. Tan imbéciles como vos. Andrajos que daban sermones. Sigo haciendo novela y hay más espacio. Y está el odio y está la admiración, dos venenos en el alma y de cabeza a la consternación, y de cabeza a pedir una silla en la fosa de los piojos, a darles tu voz. Alma contra ser. Tristezas del alma. Héctor Pacheco y el cantor. El secuaz del rincón al fondo, mesa del lado de la ventana. Siempre. 

Miércoles. Balzac para no hacerse ilusiones. Para reconocer las distancias. Godofredo, mi secuaz. Unos pasos afuera y te ponés a tocar la puerta de esa distancia, la casita del bosque de todas las reglas y prohibiciones. Balzac para desintoxicarme. Para no tentarme. Para no chapotear en la historia de aquel tiempo, esas ruinas. Dos deshechos caminan junto a Pipa e´ Moco, hacen trinidad en la esquina de Brandsen y Montes de Oca, lejos de su territorio, cruzaron el puente y están en la Plaza Colombia. Banco de plaza, cuatro palmeras de fondo dos sentados y Pipa e´Moco parado hace su discurso. ¿Le habla a Santa Felicitas? ¿Al foro? ¿A los otros dos? Los tres conversan en ese paraíso de sol mañanero.

Jueves. El Allan Kardec de Barracas, el que me regaló Los  quinientos millones de la Begún siguió viviendo en el departamentito de la ante-terraza hasta que lo perdí de vista. ¿Mudanza? Se perdió en las arrugas sinuosas de Barracas hacia el centro y más allá. Yo subía dos escaleras, la puerta y la ventana de su casa, cueva, daba al primer descanso, después otra escalera y llegaba a la terraza –ahí iba a ver el mono que se había escapado de la casa del bolsero de la otra cuadra y anduvo tres días por lo techos hasta que los empleados municipales lo enjaularon. Seguí haciendo terraza mucho tiempo. El ancla de las lecturas de obvio a re-obvio en las historia de un niño twain. Fatalmente terracero, algo solitario, melodramático. Hubo traqueteo de pausas en el recuerdo, achique, reculada, limé porque en una de las pausas cedí a los consejos narrador, flanco cagón, tímido, voz estrangulada. Lo cruzaba a Pipa e´Moco cuando salía de la piecita y venía a Barracas y nos íbamos de caminata y me preguntaba si seguía haciendo cuaderno todos los días. Si creía que solo había que someterse al don y no quejarse, o entrar en la cola de la fila boncha de las ideas. Porque no me animaba a estar solo. Fue hace años. Pero es hoy. Todo es hoy y eso da miedo. Pero medio alcahuete de la traición y la indiferencia. O del futuro. O de nada. Profeta tiene el lenguaje en el cuerpo. Pipa e´ Moco me trae cita (su costumbre de ir al punto) :«y yo considero que uno debe asumir el fracaso, sino no se empieza ni siquiera a vivir o a hacer algo con la vida de uno.» Y liquidamos la retórica del fracaso, hartante Gris blanco de tormenta en el horizonte. Los árboles siguen pelados, los vecinos salen con sus perros y se meten por la calle que lleva al polígono industrial, hacemos los mismo pero sin perro,  vamos al bar y no encontraremos a nadie. No hay reunión en la cima. «Las piedras de la ciudad» esconden bares que resisten, como el material, solemne Pipa e´ Moco. Mirada al aire, a los ausente que lo escuchan, según él. Escribe el cuaderno de las ausencias remotísimas de su familia, que pasan en imagen, por su cabeza. Condenado a hacer lista. Nombres contra borramiento. Me de el libro que llevaba en la bolsa y que tenía en el ropero, una traducción que respeta la puntuación del autor. Todo el gris blanco tormenta de ayer, barrido por el viento.

Viernes. ¿Qué quiere cambiar? ¿Por qué lo aburre casi toda la literatura? ¿Y a quién le interesa ese aburrimiento? Si cree que le interesa a  alguien es que quiere que lo incluyan. 

Sábado. Leo a Ensayos sobre el mundo del hampa. El primer ensayo trabaja la poetización del hampón por parte de los escritores. Y la ilusión de la reeducación. Varlam Shalamov : «Los Relatos de la Kolimá no son relatos en tanto tales, el tema está ausente de ellos, los personajes clásicos igual.» (Carta a Alexandre Kremenski). Shalamov para no seguir la tentación de personaje clásico. Y escapar de la tentación a tema Ya están hechos y me gusta leerlos. No soltar a Shalamov.  Y: también está el entusiasmo mentiroso, los que leen pegados al franeleo lectura.

Domingo. Impresionante el libro de Paudras. Me gusta mucho eso que dice de cómo se prepara Bud antes de tocar. Se concentra para esperar lo nuevo.

Hoy: cagado de miedo, de superstición. Me paso pidiendo disculpas por mis invenciones.

Toque a mendigo de lectura. El libro se estrelló contra una pared. Quedó en familia.

Las rutinas: lo que más me gusta. Rutinas de café, de lectura, de mate, de hacer este cuaderno, de aislarme, de leer lo que quiero. 

Lunes. John Lewis : «Los pianistas se parecen todos a Bud, o a algún otro, pero Bud no se parece a nadie.»

Sus elogios son puro humo.

El libro de Francis Paudras, otra vez.

No perder de vista que no gano un peso.

Que no podría pagar ni la factura de la luz.

Del capítulo Audrey: Bud se encuentra con Gil Evans y este le dice «Bud, sos el pianista más grande del mundo» y Bud :«¿Ah sí? Entonces conseguime un trabajo.»

El nivel de hostigamiento a Bud de parte de algunos músicos es muy fuerte. Celos, envidias.

En el capítulo In the mood for a classic, Paudras cuenta el encuentro con el pianista clásico Samson François, que admiraba a Bud. François lo iba a escuchar al Blue Note y se sentaba en una mesa y no se acercaba. Francis los presentó, no se dijeron nada, solo se agarraron las manos.

Martes. Traduzco textos cortos. Botella al mar. Guglielmina dice que Kerouac hizo una: « Declaración de guerra a esta violenta historia de los Estados Unidos, a la mentira prolongada de su tiempo. Melting plot

Salgo un rato. Voy a Los Leones. Brioche y café. miro por la ventana. Hago cuaderno. Temprano. ¿Qué anoto hoy? Me repito. Y bueno, me repito.

Miércoles. Mate. Cielo gris azulado. ¿Leer o escribir? Eso no existe. ¿Poeta no lee novelas? Eso no existe. ¿Tan excepcional se cree el poeta que no lee novelas?

Camino al tiempo olvidado una y otra vez. Rasco esta nota de una libreta vieja: El abogado Ariberto Mignoli: «Una pena verdaderamente, porque esto [la difamación] de alguna manera vuelve inútil todo lo que había entre nosotros.» Mañana escribo la lista de mis difamadores. Y nunca más tomo en cuenta lo que firman. Esto, citar, también es hacer cuaderno de notas.

Jueves. Leo a Francis Ryck. Todas las novelas que pude  conseguir. Copio esta cita: «No critico la enseñanza que se imparte, simplemente no me concierne.» Trabajar para incorporar ese «no me concierne» No es fácil. Exige hablar poco. Sigo escribiendo mi novelón, mi melodrama y entro en el camino al tiempo olvidado y la llamo a Luisa y le pido que me cuente si el viejo corralón de los andaluces tenía suelo de adoquines a la entrada y era ahí donde nos sentábamos a tomar mate. Piel de cocodrilo del camino al tiempo olvidado y del tiempo para el olvido. De un olvido a más olvido.

Viernes. Tengo que grabarme esta cita: «Simplemente existe una miseria que hay que defender hasta el final, en el trabajo y fuera del trabajo». Y defenderme de la difamación, y de los rumores y de los falsos lectores y de los falsos amigos y de mí mismo –y no soltar ese núcleo, no perderlo, meterse ahí, subirse al Forward y no dejarse enseñar.

Sábado. Hablarse en serio. Miro por la ventana los tres árboles que van de pelados a hoja verde intenso. Gloria lo ama, y no lo quiere convertir en un hombre respetable. Rara avis que viene de Avellaneda. Y él es un poco un Óblomov, hay que arrancarlo de la cama a fuerza de radio alta, portazos y taconeo. «el silencio está entre mis mejores atributos». Me falta. Tiendo a la confesión. La fábula de que te escuchen.  Otra pava de mate. El príncipe de la filosofía, intoxicado por la plomería de sus lecturas,  saca su moralina y me dice que mi condición de clase baja obrera me impidió ir más lejos, hasta el final. ¿Adónde? ¿Hasta qué final? Soy de ninguna clase, mi familia nunca estuvo sindicada. No hicimos vacaciones. No me lee el príncipe del fluir. El Forward sigue hacia el Paso del Noroeste, en el laberinto de los glaciares. Quiere intentarlo, entre asmático y ligero. Un poco más y va remolcador asmático. El viento iba a tormenta y empujaba al brick para atrás, lo arrastraba a la costa de Irlanda.

Sí, mañana hay huelga general, me quedo en casa. Lo querían guía de la Revolución y se obstinó en escribir. Ahora dejo cuaderno y lectura, Lola está en lo de Celia. Voy hasta el Tren Mixto, como con Rafael. Nos quedaron varios temas pendientes: paranoia, sobre todo, trabajo, doble vida, no dejarse conocer, berretismo ocultista.

Domingo. Es domingo el filósofo, quiero decir el príncipe, no trabaja, bueno a eso que el llama trabajo, está conmovido por las tragedias. Y se lo cree. Llora para la clientela en su columna dominical. Es 1965 en el universo entero, cierro el diario y me meto en el cuaderno. Lola duerme. 

Lunes. «Yo que ya no tengo tu voz». Hay tantos resentimientos como personas. En mi caso es: hasta el resentimiento.

Gadda leía al Cardenal de Retz, somos cuatro justos. Y: Arbasino: «Gadda estaba especialmente interesado en las ‘preguntas’ sobre los diversos ‘matices’ en las ‘mélanges’ lingüísticas lombardas, según clases y épocas y dentro de las familias.»

Ayer todo el día en casa. Hoy tampoco salgo. No meto en ningún vacío. Solo que no salgo. Novelas y memorias y biografías. Mañana almuerzo con Terry y nos contamos los libros que leímos. A la mañana, traducir. Al mediodía, escribir. Después un poco de lectura.

Finalmente él quería ser la voz del pata sucia. No le bastaba con escribir. Lo puse en la línea del difamador.

Martes. Ahora entró la ventana y el conjunto de cuatro árboles de la vereda de enfrente y los perros con sus dueños, los dos dan vueltas y hacen una brevísima parada infaltable por el rectángulo de pasto. No quiero ir a sencillo, no me interesa eso que llaman claridad. Entra el recuerdo y llega el olvido, mismo movimiento, así se mueve este desorden.

Miércoles. Desayuno con Orlando. Pasa antes de ir para Avellaneda. Está enroscado en el «haremos y escucharemos». Se deseduca auto-didácticamente. Café con leche y brioche y él medialunas. Mierda al mito alcohol. Tres veces. Por Caseros viene el citroën verde Luis Cardoso con su pájaro loco en el guardabarros derecho. Orlando me dice que no damos el perfil de poetas marginales o provincianos a más marginales. Y sí. No damos. Entra El Pata y me saluda. Se sientas en otra mesa con un amigo. Seguimos un rato más y nos vamos. Le hago señas al Pata, un gesto de rueda con el brazo que dice «paso esta noche». Orlando deja caer: «no es fácil escuchar al oído intrínseco». Cita robada. Ayer trataba, Celia, no Orlando, de llevarme a poesía del pata sucia –no Celia, no hago tema generales, estoy adentro del inquilinato, sigo caminando por la pre-calle hacia la casa del pata sucia, no pongo ojos de comadreja social, estoy   pata adentro y casi nunca vamos al campo del azul verdoso, mesa de picnic familiar con camioncito estacionado, tampoco respondo esas preguntas de manual que me hacés, no se qué es, estoy adentro.    

Jueves. Como lamento no haber estudiado en ese Nacional, me respetarías un poco más. Te hieren mis orígenes. Es una mañana cada vez más gris, le pongo nota del ayer, le pongo una taza de café, fatal, sobre mesa ovalada sofá para sentarse y dos sillitas bajas enfundadas respaldo duro, escena entre 1958 y 1960 y María e Irma reciben primas pajueranas que tartamudean ante una escaleras mecánicas. Pero antes del paseo un mirlo cantor acompañó los saludos y abrazos en el pasillito del jardín. El tero seguía ahí. Viene de otros libros. «No dejo que me jodan.»  Y es el mismo. 

Viernes. No tengo que dejar que me jodan. Que entre el consejo, se fue gato, se murió gato, no entra gato suplente. No aporto socialmente hablando. Amigo del ayer que sigue ahí. Me habla mucho de Julio Verne.

Sábado. Escribo encima de algunos libros. Eran cuatro en la Rusia de esos años, solo cuatro poetas. La quinta vendría unos años después. Memorias, tres tomos. No los suelto.

Me mando mensajes por este cuaderno. Y por los libros que leo releo. Llegando la noche me pongo a carburar salida en caminata hacia la bajante a sur. En mi impropia manera de caminar hacia el Norte. Termino un cuaderno y arranco con otro. Más que costumbre, más que rutina anotadora. Es de olvido a reapariciones estrictamente escritas. Elias te estás olvidando de tu estupidez, de tu indigencia, te dejás cercar y te puede gustar y pronto vas a opinar y no vas a parar hasta querer ser una referencia. Y vas a regalar tu indigencia, tu voz envuelta en papel de envolver naranjas.     

Hugo Savino, Madrid, 2025
Jiří Kolář / Homenaje a Baudelaire. Partitura de poema sonoro, 1963