
Más vale relatarlo que intentar convertirlo en teoría
Albert Begin
Hace varios años, estando ya en los finales de mi tesis Palabras para decirlo – lenguaje y exterminio[1], Laura Estrin[2], escritora argentina, judía, me regaló Una sola muerte numerosa –precioso libro de otra escritora argentina, judía, Nora Strejilevich[3]. Me dijo, imperiosa: tenés que leerlo. Y agregó: para acompañar el cierre de tu tesis. Leí; leí capturada por el texto que, lejos de acompañar un cierre, me zambulló en una renovada apertura. De pronto, éramos tres amigas, aunque Nora aún no lo sabía. Quizás Laura y yo, todavía tampoco.
No es fácil definir la amistad, pero no es difícil ver que puede ser una entrañable guía de lecturas. Y así como, al decir de Laura, la forma surge mientras se la escribe[4], la amistad surge, puede surgir, de la mano de la lectura. Más aún si se lee sumergida en una escritura de la que no queremos salir. Y ahí estábamos las tres, amigas en letras, leyendo. Escribo ahora tomada por ese modo de la lectura, ese modo de la amistad.

Hablamos una lengua inquietante. Una lengua que encontró su mala hora en el fondo del río de lodo de la dictadura argentina. Una lengua que, como el ángel de Benjamin, quisiera detenerse a despertar a los muertos y recomponer lo despedazado, pero la tempestad la arrastra de espaldas hacia adelante mientras van quedando tras ella las ruinas que se acumulan ante sus ojos. Una lengua en la que todavía estremece decir “parrilla” o “capucha” o ”traslado”. Una lengua que comparten testigos -no digo víctimas- testigos y asesinos. ¿Será la misma lengua? ¿Cuál era, en todo caso, la lengua del diario “Conviccíón” que el Alte. Massera, gestor entusiasta de la represión asesina, editaba dentro de la misma Escuela de Mecánica de la Armada, con material producido por los desdichados integrantes del así llamado “Consejo” o “Staff”, prisioneros quebrados -¿o no?- por la tortura?”
Esa lengua inquietante es la que la escritura de Nora se lleva de viaje -y acá viajar quiere decir no estar en ningún lado[5]- o, mejor dicho se la lleva al exilio, esa “vaca que da leche negra”. Es la lengua que navega con ella en los ríos de otras lenguas, como leemos en tantos de sus textos. En ellos ocurre que lehistakel, -verbo hebreo-, puede escribirse en castellano para mirar el agujero negro que una katiusha deja en el asfalto y que, a su vez, abre al agujero negro de la memoria[6].
En ellos, también, una amable pregunta en italiano, encontrada en el camino, puede diluirse en un concepto remoto, inentendible, uno que las neuronas no llegan a asimilar:
–Cosa faceva prima di venire?
¿Prima? Mejor no hablemos de primos que no están en ningún lado. Por eso les dicen desaparecidos. No, no, “prima”, antes. ¿Qué antes? ¿Cuál antes? ¿Cómo decir antes o después si “pasado y futuro son fronteras para las que no se tiene pasaporte”[7] ?
Esa lengua inquietante también puede sonar en inglés, el inglés de Shakespeare y el otro, el inglés diseñado para encandilar pupilas burocráticas[8]; el inglés usado para explicarle a un joven y azorado oficial de inmigración canadiense -al que se le está solicitando asilo- por qué sería bueno que él se acuerde de su apellido por si ella no vuelve a aparecer ese mismo día. O el inglés de un improvisado cartel en una cocina extranjera que cambia por un rato su disposición. Dice: Transfers are temporary, los traslados son temporarios. Y así resulta que, en inglés, los traslados no son mortales y pueden ser temporarios.[9]
En este mapa trastocado donde toda lengua vacila, tropieza, también hay un capítulo en “verdadero” español. Dice Nora en España: “apeadero quiere decir andén. Apenas un trueque de sinónimos y mi castellano sale andando solito” Y agrega: “(…) En este país, mi lengua no sufre de parálisis.”[10].
¿Es en verdad la misma lengua?
En Un día allá por el fin del mundo, Nora nos lleva a un país que, para ella, está vallado por una completa inaccesibilidad idiomática. En ese mundo incomprensible, nos encontramos con un nuevo modo del exilio: preguntarle algo a un viejo que habla una lengua ininteligible para una pidiéndole noticias sobre la propia historia.
¿Qué dirá ese hombre? Él sabe, él entiende, él le cuenta qué pasó con todos los que, a diferencia de la abuela de la narradora, no se fueron a tiempo. El hombre habla un polaco rústico, campesino; ella, el castellano argentino. Ninguno entiende una palabra de lo que dice el otro y, sin embargo, ambos comprenden perfectamente todo. En esa escena de conversación imposible, ¿en qué lengua se habla? ¿En una lengua inentendible o en otra, una que se entiende demasiado?
Cito: El viejo relata la saga que vine a no encontrar y me salpica con efímeros gestos que se disuelven entre sujeto, verbo y predicado.[11] La narradora pregunta con ademanes, y más ademanes; anota fechas, nombres, números en un papel que pone ante los ojos del viejo.
Él lee y asiente: tak tak (si, si).
Ella escribe:
1927, se fue mi abuela –
Tak.
¿Mataron al resto?
Taktak.
(El hombre imita el gesto de dispararle a una pared).
¿Fusilados?
Taktaktak[12]
¿Qué cínico duende de las lenguas hizo que esa afirmación repetida -taktak taktak taktak- mimara el vaivén espectral de un tren que resonará para siempre en la memoria de cualquiera que pregunte sobre esos fantasmas en cualquier pueblito junto al Vístula?
Ah, la lengua, la lengua: por continuidad o por discontinuidad siempre aterra[13]…
Pero, aún si la traducción permite alguna distancia, ¿qué hacer con tu vida en castellano? se pregunta la que habla[14] ¿Cómo contar las inenarrables historias que no están para ser contadas? ¿Cómo contar esos recuerdos que no se tienen y que no se pueden olvidar?
También Laura despliega esta pregunta en su escritura. Pero, quizás, en un movimiento inverso al de la escritura de Nora: en vez de sacar a pasear a su lengua, ella le arrima otras lenguas, lenguas que le hacen falta, lenguas que le hacen bien a la lengua argentina, como el ruso de Mandelstam y el de Tzvetáieva, o el polaco de Bozena Keff, o el ídish de Java Rosenfarb; lenguas que resuenan, de pronto, in mittn d’rinen, en medio del asunto, en medio de la cuestión, lenguas que se incrustan -Laura me enseñó el valor de las incrustaciones- en sus retratos.
Así, la escritura de Bozena Keff, que anuda tiempos enrarecidos, una madre que enloquece a su hija y Polonia como madre de los judíos, se sostiene en una voz ingente que -dice Laura- resuena con la misma potencia y la misma insistencia que otra voz, aquella que, en el poema del argentino Néstor Perlongher (1982), repite incansable: cadáveres, hay cadáveres.
Ritornello del siempre lo mismo, musiquita que no se soporta, locura de la repetición, insistencia de lo que nunca va a dejar de decirse.
La memoria es caprichosa, pero la memoria es justa -dice Laura-, extiende la vida y el tiempo de los que ya no están[15]. Y Laura -su escritura- extiende esa vida en forma de retratos, retratos escritos que conservan la voz de maestros y amigos, todos ahí presentes, anotados en presente, paisajes propios que van engarzándose como pequeños -así los llama ella- relicarios de escritura.[16]
Laura no habla de géneros, porque la escritura de la catástrofe descompone la forma misma[17]. Con su estilo singular, con su lirismo un poco compadrito y sus modos de francotiradora[18], Laura parece polémica, pero, en realidad, dice cosas sencillas.[19] Como dice Henri Meschonnic- polemizar polemiza cualquiera que tenga algo de poder y el poeta nunca lo tiene, solo escribe. Aunque en ese camino donde Laura concibe solo escrituras -dice- suele haber lugar para que se piensen o armen batallas y dualismos, porque la escritura es un campo privilegiado para enfrentar cánones. Para decirlo como lo dice ella, siguiendo a Mandelstam: en la literatura es siempre la guerra. (Agregaría: en la de Laura, seguramente lo es).
Y canon hay para casi todo, hasta para las memorias del horror, esas que Nora teje en el castellano rioplatense cruzándolo con las lenguas de sus viajes y al que Laura trae las memorias del Gulag tejidas en el ruso de algunos poetas o las memorias del Jurbn -la Shoah, el Holocausto-que suenan en lo que llama el “código del ghetto” en el ídish de una mujer que escribe. (Agrego entre paréntesis: Como dice Tzvetáieva -citada por Laura-, no todas escriben, sólo algunas entre todas.[20]).
Ni Laura ni Nora desconocen que, con el tiempo transcurrido, la distancia, la fatiga, el horror ya tiene sus parcelas adjudicadas, ya es materia trivial en más de un claustro. Ellas no desconocen que la sobrevivencia se estudia como si fuera un dato más; se vuelve resumen con su jerga obligada, su ignorancia de la derrota, su corrección exigida.
Conviene acá citar a Nora, cuando dice al cabo de una presentación suya: Me pregunto por qué aplauden. Acabo de mostrar la crueldad en la que estamos inmersos y todos tan contentos.
Y, sí, la memoria no excluye el “humor triste” -dice Laura- el horroreir como lo llama Leónidas Lamborghini o la risallanto, como la llama Norman Manea, algo tan propio de la escritura judía.
Hablamos de memorias tejidas en escrituras que se oponen a la profesionalización de la memoria, eso que instala protocolos y géneros, que organiza y administra, pero que no soporta la escritura. Porque en la escritura las memorias son a los saltos, como esos saltos y cruces entre las lenguas encontradas que sugieren historias no explicitadas, pero presentes; historias deslizadas en filigrana, sugeridas entre rumbos siempre en desvío, tan impredecibles como la trayectoria de un barquito a la deriva. Pero historias que siempre dejan un resto, algo que se filtra entre las palabras, quizás ese aire robado a los dramas de la historia[21] -al decir de Laura-. esa rajadura que se abre entre quien habla y quien escucha porque, como dice Nora: Cuando das testimonio siempre tenés que tener a alguien que te escuche. Algo que insiste y que retorna; que escapa a la palabra, aunque la persigue; que no puede silenciarse; algo que nunca cesa de insistir.
Llamamos a eso lo indecible, pero eso, indecible, no refiere a lo que no tiene lugar en los discursos codificados ni se reduce a una mística de lo prohibido de decir. Indecible es aquello que resta de cada embate del decir, que lo horada y que, a la vez, lo excede, eso que queda sobrando y se vuelve causa de un nuevo decir. Porque, como dice Nora, no hay ventana para asomarse a la desmesura de la verdad. Pero esa desmesura requiere ser dicha una y otra vez; otra vez; de nuevo.
Nora Strejilevich y Laura Estrin -cada una a su manera y creo que esas maneras dialogan entre sí -, hablan de la vida en castellano, en lengua argentina, porque eso también está en ese castellano cruzado de traducciones, inmersiones, contaminaciones.
Tomadas por lo indecible, ellas se sumergen en esos ríos, esas escrituras. Y, como lo quiere Albert Begin, lo relatan sin jamás volverlo teoría.
Perla Sneh
Buenos Aires, 21 de mayo, 2025
[1] Sneh, Perla, Palabras para decirlo – Lenguaje y exterminio . Paradiso, Bs. As., 2012
[2] Laura Estrin es poeta, investigadora y docente en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) desde 1992, en las cátedras Teoría Literaria III y Literaturas Eslavas. Investigadora en el Instituto de Literatura Argentina y en el de Artes del Espectáculo en el Área de Judeidad (UBA). Es autora de César Aira. El realismo y sus extremos (1999), Literatura rusa (2012), El viaje del provinciano (2018), Memoria irreversible (2019) y Libro de autor. Ensayo de literatura argentina contemporánea (2023). Tiene inéditos Ensayos sobre literatura judía argentina contemporánea y Sueltos. Diario de viajes. Sus primeros ensayos están en Políticas de la crítica (1999), Historia del ensayo argentino (2003), Las políticas de los caminos (2009) y Boedo. Políticas del realismo (2012). Fundadora y editora de Santiago Arcos, dirigió colecciones en Letranómada y en Años luz Editó Simbolistas rusos (2006), Tsvietáieva (2006, 2007, 2013 y 2019), Maiakovski (2015), Chejov (2010), Shklovski (2012), Dovlátov (2016, 2017) y Jlebnikov (2018). Compiló la prosa Zelarayán (2008), escribió sobre Libertella (2009, 2011), Ritvo (2011), Correas (2012) y Zelarayán (2015, 2022). Sus poemarios son Álbum (2001), Parque Chacabuco (2004), Alles Ding (2007), A maroma (2010), Tapa de sol (2012), Ataditos (2017), y Ánimas, Retazos de tiempo y Estaciones propias (aún inéditos).
[3] Nora Strejilevich es una escritora y docente argentina cuyo interés medular es el legado del genocidio a partir de su propia experiencia como sobreviviente y exiliada. Doctora en Literatura Latinoamericana (UBC). Fue profesora en Canadá y EE.UU. (1991- 2011), sobre todo en la Universidad de San Diego, California (SDSU). Realizó su trabajo en la Universidad de Chile, Santiago (2012) y en el Centro de Estudios del Genocidio de la Universidad de Tres de Febrero, Buenos Aires (2013). La Universidad de Konstanz (Alemania) la invitó a colaborar con su equipo de investigación sobre Narrativas del Terror y Desaparición (2013-2014). Ha dictado seminarios en Middlebury College (Buenos Aires, 2014-15) y, con el apoyo de la beca Fullbright, en la Universidad de Milán (2015) y en la de Valencia (2018). Ha publicado cuentos (Inventario, Anamnesis y otros), autobiografía (Too many names), poemas y ensayos. Una sola muerte numerosa (1997, 2006, 2007) le ha dado reconocimiento internacional, siendo galardonada con el Premio Nacional Letras de Oro para novela (USA 1996), se publicó en castellano (1997, 2006, 2007, 2018), se tradujo al inglés (A Single Numberless Death, 2002), al alemán (Ein einzelner vielfacher Tod, 2014) y al italiano (Una sola morte numerosa, 2018). Un día, allá por el fin del mundo (2019) es un libro autobiográfico sobre un exilio viajero que intenta imposibles fugas de la memoria traumática. Ensayos publicados: El arte de no olvidar: literatura testimonial en Chile, Argentina y Uruguay entre los ́80 y los ́90 (2006). El lugar del testigo. Escritura y memoria (2019) (Mención Honorífica del FNA, Argentina (2017).
[4] Estrin, Laura; Memoria irreversible – Un libro de retratos, Años Luz, Bs. As. 2019
[5] Sneh, Perla, “Lengua de frontera – Apuntes sobre Un día, allá por el fin del mundo de Nora Strejilevich”, en Hispanic Issues and Problems / Hispanic Issues On Line «Debates»: Volume 10 (Fall 2022):
[6] Nora Strejilevich, Una sola muerte numerosa, Alción Editora, 2006; p. 114. (En adelante citado como USMN)
[7] USMN 115
[8] USMN p.145
[9] Un día, p. 78
[10] USMN p. 110
[11] Nora Strejilevich, Un día, allá por el fin del mundo, Santiago, LOM, 2019, p. 245 (En adelante Un día)
[12] Un día, p. 249.
[13] Un día, p. 14
[14] Un día, p. 87
[15] Memoria irreversible, Introducción.
[16] Memoria irreversible, op. Cit.
[17] Estrin, 2012
[18] Laura Estrin; Libro de autor – Impresiones de una francotiradora, Eduvim, 2024
[19] Notas a lo lírico (Poesía Argentina Contemporánea de Mujeres), CUARTA PROSA https://cuartaprosa.com/2018/08/28/notas-a-lo-lirico-poesia-argentina-contemporanea-de-mujeres-laura-estrin/
[20] De ella dice Laura: Fue la que afirmó no escriben todas, escriben algunas entre todas cuando se desilusionó de una amazona; fue la que dijo que los poetas son negros, judíos y construyen en las afueras, la que supuso que lo importante es lo tercero, el mitten drinnen. La que supo que el mundo confundía el llanto con la gripe. Estoy hablando de Marina Tsvietáieva. No necesita más presentación. En “Notas a lo lírico”, Cuarta Prosa, 28 agosto, 2018 https://cuartaprosa.com/2018/08/28/notas-a-lo-lirico-poesia-argentina-contemporanea-de-mujeres-laura-estrin/
[21] Laura Estrin, “Lo judío – Figuraciones literarias”, trabajo presentado en Jornadas de estudios 90 años del acenso de Hitler y el nazismo al poder. Implicancias en America Latina hasta el estallido de la segunda Guerra Mundial (1933-1939), Org.: UNTTEF-UHJ; Sede: Universidad Nacional de Tres de Febrero, Buenos Aires 9-10-11 de agosto, 2023
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