Conflicto está escrito en primera persona. Sin duda la escena ocurre en Valvins. El apólogo cuenta cómo el narrador se eligió, en la campiña, un punto de observación desde el cual puede mirar, sin ser visto, a trabajadores del ferrocarril. Casi a la manera de un voyeur, devora con los ojos el espectáculo; reconoce allí, como en un cuadro viviente, la ausencia de unidad que corroe a la sociedad moderna; experimenta su causa más profunda: entre el poeta y el trabajador, «ningún motivo para encontrarnos juntos». Ni siquiera un motivo para intercambiar alguna palabra, quizás imaginariamente. El narrador cuenta en detalle una discusión ficticia, de la que subraya de entrada que ella nunca llegará a empezar. «Un contacto puede, lo temo, no intervenir entre hombres.»
Está demás decir que el pueblo no existe. Él no tiene otra definición que la de los hombres en contacto y ninguna efectuación mas deseable que la palabra intercambiada entre trabajadores de la lengua y trabajadores de la materia. Ahora bien nada de eso se cumple. Muy al contrario, Conflicto parte de la ambivalencia suscitada, en el poeta, por el encuentro de proletarios en el trabajo: «Alternativas […] de simpatías y malestar», «Un nerviosismo de estados contradictorios, pájaros, desvirtuados». El conflicto que da su título al texto es abordar un conflicto interior.
Los efectos del caos social pesan sobre el poeta, que no llega a hablarle a los trabajadores, salvo en la imaginación; esos efectos no pesan menos sobre los trabajadores, que no llegan a hablarse entre ellos, aunque solo fuera en los momentos de ocio: «Los compañeros aprecian el instante, a su manera, se ponen de acuerdo, entre cena y acostarse, acerca de los salarios o interminablemente discuten, en el decorado tumbados.» Llegó el domingo, a la hora en que «Las constelaciones se inician en su brillar», el poeta acude al lugar habitual: «La brigada del trabajo descansa en la reunión pero vencida. Ellos encontraron, uno después del otro que la componen, aquí tumbados en el pasto, el impulso apenas, tambaleándose todos como bajo un proyectil, de llegar y caer en este estrecho campo de batalla: qué sueño de cuerpo contra el montículo sordo.» Subrayamos el léxico militar, brigada vencida, proyectil, campo de batalla, cuerpo (del ejército). La derrota tiene una causa inmediata: «un número considerable de vasitos»; ella tiene una causa profunda: la afasia del pueblo, condenado, cuando no duerme, a no tener otra elección que disputar interminablemente u ocasionalmente, insultar.
Porque el momento violento llega en el apólogo; recuerdo real o ensoñación inventada, un altercado estalla entre el narrador y un vagabundo. Peón caminero un poco vago y no ferroviario, escribiríamos, borracho inveterado y no bebedor de domingo, no se sabe si invierte la figura del trabajador auténtico o si acentúa los rasgos de este último para develar su verdad. Por un lado, los «obreros consentidos del montón» –del montón en tanto que encarnan todas las versiones del trabajo manual a la vez, consentidos por eta razón misma–; por el otro, el holgazán, el miserable, aislado, mal hablado, detestable, hostil: ¿los primeros encontraron su negativo en el segundo o su revelador? ¿La lucha de clases toma nace en la camaradería afable de los primeros o en el salvajismo del segundo? Sea lo que sea, su paso no cambia nada; ningún diálogo es posible, ningún encuentro se produce, aunque solo fuera un intercambio de puñetazos. Clase trabajadora o clase peligrosa, figura respetable o gesticulante, el pueblo permanece ausente.
Peor, aparece víctima de sí mismo, condenado por su propia debilidad: la bebida . Los ferroviarios [1] –utilizo expresamente la ortografía moderna– beben cuando trabajan y cuando no trabajan. «Borrachins», «un número considerable de vasito», las calificaciones vuelven al hilo del texto. Referencias muy destacables puesto que están acompañadas de un juicio. Para describir a los trabajadores desparramados sobre el suelo, aturdidos por el vino, aparece la palabra flagelo: «este cúmulo de un flagelo». El gramático, sin duda, diagnosticará una comparación oculta; el demostrativo puede en efecto asegurar esta función cuando retoma, en el sentido del discurso, una designación anterior. Aquí, los cuerpos cubren el suelo, igual que el trigo afectado por una plaga. Pero más allá de la comparación rústica, el vocablo le hace eco a un tema común del higienismo: la bebida, plaga de las clases trabajadoras. Que no se crea que la temática está reservada a los que sostienen el orden burgués; se la encuentra al contrario entre los revolucionarios, que consideran al alcoholismo una esclavitud para la clase obrera. Ella se vuelve explicita, cuando Mallarmé se confronta con el peón caminero [2]: « “¡Basura!” acompañado con los pies en la reja, insulta violentamente: entiendo que la amabilidad nombra, ¡eh! incluso viniendo de un curda, tipo grandote con la cara en los barrotes, esa cara me ofende a mi pesar…» Un paso más y la borrachera se vuelve destino: «imposible […] perfeccionar la obra de la bebida, acostarlo, anticipadamente, en el polvo» ¿Por qué por adelantado? La conclusión lo explica: «El mal que lo arruina, la borrachera, contribuirá a ello, en mi lugar…»: «al punto que sabiéndolo, sufro a causa de mi mutismo, mantenido indiferente, que me hace cómplice.» Salvo que este remordimiento no hace más que subrayar la inevitabilidad del proceso: un día, la bebida matará al bebedor. La misma inevitabilidad llevaba a la guillotina al pobre niño de las calles. Amar al pueblo tal como debería ser, no significa que se deba amarlo tal como es. Más vale mantenerse a distancia.
De lejos, sin que se intercambie una palabra, la clase obrera suscita en el poeta una emoción casi religiosa; de cerca, bajo la avalancha de insultos y de golpes, el individuo peligroso lo ofende y lo inquieta. Sin dejar de creer que el sueño físico puede únicamente permitir una proximidad; únicamente él puede arrancar a los ferroviarios del adormecimiento social que es vida cotidiana, alternancia de tareas duras y de descansos vociferantes.
Gracias a lo cual el episodio se convierte en su contrario. Habrá bastado con el cambio de la línea de horizonte y del punto de fuga: «Estos artesanos de tareas elementales, me es lícito, vigilándolos, al lado de un río límpido continuo, mirar allí al pueblo…» El pueblo tal como debería ser empieza a existir desde el instante en que los individuos se duermen y se callan, siempre que el poeta los mire. Para que el poeta condescienda a mirarlos, el pueblo tal cual es debe mediante su silencio y su inmovilidad, imitar la muerte de sus individuos.
«Momentáneo suicidio», escribe Mallarmé a propósito de ese momento. La expresión debe ser tomada a la letra. El pueblo que el poeta ama es el pueblo muerto.
Traducción: Hugo Savino
DE: Profils perdus de Stéphane Mallarmé, Minuit (Perfiles perdidos de Stéphane Mallarmé)
Ph / Jean Claude Milner
[1]Cheminot: ferroviario.
[2] Chemineau. Juego de palabras entre chemineau (vagabundo) y cheminot (ferroviario).