Selección de Lomo de Dragón. Buenos Aires-Montevideo: La Flauta Mágica. 2025. Edición y prólogo de Roberto Echavarren.
Seguido de: «Debe ser que nos hicimos viejos» por Laura Estrin
Ara Ymã
en los primordios no había nada
era un lugar sombrío
sólo existía el océano primitivo
lava con filetes de luna nueva
ni siquiera había vidas
I.
franja de luz matinal
entrada de amarillos al fondo
bandada de pitidos locos, delirantes de extravagancia
en una atmósfera de aguajales
fugaces olores de melocotones hechiceros
II.
perpetua vibración, radiaciones, gases, rayos
nada cesa de crujir en penumbra
gravita el palo borracho cardado como madonna rizada
mi corazón se dilata de alegría
aunque el golpe contraiga recuerdos de dolor
III.
lo que bebe
el pájaro
no es agua
sorbe venas de dragón
husos de hambre y duelo
densidad espesa
del otro lado, maníacos del amor
esquinan murmullos incesantes
ruidos en la noche
alertas de monte
con olor de transpiración
habrás de levantar una piedra
enfrentar la densa humedad
que permanece inmóvil
sudor como niebla
luz irradia el yatay
se desliza en cascada
como ramas nudosas
mil años entre las rocas
ahora está naciendo
un lugar optimado
monte virgen
gavilán y pajarito
doblez de sapo ensartado
despanzurrado a cielo abierto
quien olvida fácilmente
asume el fantasma del sapo
tripa ruidosa
bajo la capa de polvo
duendecillo rojo brinca
desorbitadas chillan las gallinas
azotan con rapidez sus alas
ensangrentadas
de sexo y paliza
se fisura la coraza
enfrentas la densa humedad
que colma los intersticios
aprietas los dientes
aguantas
el destornillador al rojo vivo
pausa de un gorrión
salvaje animal equino
busca el hoyo
como serpiente ascendente
remota boa infernal
descreas en murmullo
descrees en sudor
desaprendes ira, pena
aprendes la risa
para airearnos con otras del desprecio
IV.
del otro lado estuvo muerto
brillos como dijes colgantes
de limón bravo
nada, nadie
solo presente de anís-estrella
habrás de descreer
sin certeza, indomable
del viejo hábito nuboso, espumoso
de tu modo de ver, de respirar
el dolor teje cenizas, todo oído
rumor deespíritus celestes kutucari
truenos que el joyador cincela
–yãpirari, yãrimari– la vista clavada en su vértigo
ningún viento de copos flotantes, solo negros fúnebres
de muertos errabundos con terror de arder
agua a raudales
entre los dedos
limpia el pecho del cielo
se filtra como agua nos filtramos
abajo, fermentación de la espuma
bajo ella inundada
nada, nadie
solo flujo sin rumbo de verde selva
se alza y deja caer
certeza de nada, la más líquida en subida
años, días transcurren
mismo lugar
un solo golpe en catacumba
última fuerza del mono-de-la-noche
de sangre caliente
me hago cosa entre las cosas
sombra entre las sombras,
infiltración insostenible de jupará
de iarara horari, deesquilo wayapaxi
frente a hojas extáticas
sobras extraviadas de lo sólido
sin reflujo, penden de la franja verde azulada
del aire sobre el agua trashumante
ráfagas de espasmo
que renuevan el latido
de una ropa o envoltorio
que oculta una forma humanoide,
los animales de hoy
sacuden cualquier arnés para liberarse
de la amalgama de furia
raya el garrotillo
confín de gran tamaño
percute el cuero
como escozor de gárgara
en la oscura bahía que se hincha
V.
algo se ensancha, emana de tu tumba
intensidad de garras
se empapa de venas
una burla que respinga y endereza
husos para hilar
las cosas plenas como detritus
de libélula o caracol
más allá de la ceguera
seres inquietos entre balancines
tocan flujos translúcidos
olor de malva contra el cielo rojo
en las entrañas, en la cresta diagonal
el tufo a muerta
con sabor a gravedad
la tierra firme, inundada
leve, ágil violáceo azul negro
desenterrada ensoñación de nubes
gravedad casi sólida
despega los latidos espumosos de olas
que gozan con hechuras esquivas
detener lo ocurrido de aire líquido
para que pierda su compacidad
en espumas esponjosas
volver a repetirlo como ritual en sordina,
el velo hay que perforarlo
el dolor es el velo sin melancolía
“cuando el deseo se vuelve doloroso, teje”,
ella solo puede volar con su cuerpo,
hacer desaparecer horas de dolor-imagen,
estrago exquisito de horror que tira de aquellas
abierto el umbral
los mordiscos arrancan
castillos de aire
frescos iones
que no se confunden con la tierra
vapores, corrientes ascendentes
calor de rayos solares
además, esa nube es magnífica
hirsuta navega entre púas o espinas
y tuerce el roble
cerdoso
como pelos a contrapunto
estremece su anular
de conchas rotas
del otro borde
satisfecho apenas,
el deseo
guarda cenizas
restos de algo
heridas de guerra, males volátiles
VI.
pantanoso horizonte
como gargantas ululando
en la noche
próximas de heridas
húmedas, gelatinosas
quiere chumbo de rayos
por encima
de cualquier querer
ajeno
en el temblor de la espera
bajo la piedra
que levantes
la vida intensa
de las cosas, se tensa en titilación
hacia la convulsión de la demora
para entrar en estado de árbol
“partirás de un letargo de animal lagarto”
sopor extendido
a las tres de la tarde
“a las tres de la tarde, en el mes de agosto”
dentro de dos años
“crecerán en nuestra boca
la inercia y la cizaña”,
sufriremos cierta descomposición
“hasta que salga la cizaña en la voz”
todo sucede como sí,
espuma de aire líquido
goza su compacidad
en un asombro y desplome encrespado
de un espíritu antiguo y poderoso de manos muy habilidosas
el consumo de carne
jamás libre de connotaciones caníbales
retrotrae al animal carbunclo,
aquel tiene un lucero en la mitad de su frente
y ojos de fuego que paralizan a cualquiera que lo vea
crece un cementerio bajo el peso de un fardo
insoportable sin hallar salida, repeluzno…
sentí hallarme cabalgando en hermoso caballo blanco
galopaba por entre árboles frutales
que regaban el camino
el primer claror de la aurora corta el sueño
volaba hacia mundos extraños, inciertos
no me había dado cuenta del animalito
que salió de mi lado a la espesura,
entró en trance como la cizaña
inflorescencia simple y larga
cómo decir al pasar,
para saber tricotar hay que poder llevar una casa
sin devenir feroces
punto a mano transitivo sin máquina tejedora
VII.
no, no hay azul
solo restos de cabezas de tormenta
de pesadilla y temblor
estremecidas
día tras día, por un desplome rápido
nódulos se repiten
asemejan a una colonia
de insectos
menos que individuos
que desconocían ese lado
en ellas todo es difuso
nada queda delegado
ningún órgano específico
no tienen
organización centralizada
austera anarquía
distribuye olores e intrigas
sin centro de mando
resisten depredaciones
catastróficas, continuadas
sudamos mala hierba
sorprendidas
indignadas, piscando
asintiendo impotentes
encontramos grietas
exigencias póstumas
no es agua
ella sorbe venas de dragón
husos de hambre y duelo
ranuras de sagrado terror
aquella maleza
crece rápido
reproduce su furia
invasiva
suple sin esfuerzo a las nativas
como piel de serpiente que raspa
de aquel lomo decapitado
memoria de nuestras cáscaras
luchando como nonatos
no nos reconciliamos con la corriente
el centro del cielo ya no está firme
desagota con violencia en el piélago
sin retorno por abundancia dificultosa
de enumerar y contar como piños
pulverulencia de veredas ya gastadas
resultan frágiles para continuar las azofras
corazón inocente, gaseoso, brumoso
voló en pedazos sin quejas, en un tris
es posible decir “hop”,
sobre el lomo del dragón
VIII.
microclima de zumbidos
nadie aquí, salvo grava mojada
para la descarga
solo el zureo bajo y repetitivo
vibra decisorio
IX.
cuchillera de osarios sepultados
de fijeza temeraria
acaba la sordina
se dilata en apagada entonación
kutucari dibuja “el olor de los árboles”
X.
y después nada
nada,
vacío,
no conocía ese lado,
oblicuo.

Debe ser que nos hicimos viejos por Laura Estrin
(Sobre Lomo de Dragón de Adrián Cangi)
“Beckett también discutió con Harvey sus sentimientos sobre su propia escritura.
Escribir era para él, dijo, una cuestión de ´bajar debajo de la superficie´
hacia lo que describió como ´la auténtica debilidad del ser´.
Esto se asoció con un fuerte sentido de la inadecuación de las palabras
para explorar las formas del ser.
´Todo lo que se dice está muy lejos de la experiencia´,
´Si realmente te pones a la altura del desastre,
la más mínima elocuencia se vuelve insoportable´.»
Condenado a la fama: La vida de Samuel Becket
James Knowlson
Adrián Cangi escribe a sus padres, Tsvietáieva los memora en “Mi madre y la música” y “Mi padre y el museo”. La poeta los memora con su prosa entrecortada, definida por el ritmo musical de la infancia autobiográfica, consigue trasladar los recuerdos a través del tiempo perdido, a través del espacio real y los abre ante nosotros, reviviendo la pulsión de aquellas primeras inquietudes, de su madre y su piano, del hechizo artístico que ya desde tan niña vibraba dentro de ella. Y nos confiesa que “El sueño de un museo ruso de escultura nació, lo puedo decir sin temor, el mismo día que mi padre”. “Una cosa más. Por naturaleza soy muy alegre. Necesitaba muy poco para ser feliz. Una mesa mía. La salud de los míos. Un clima cualquiera. La libertad entera. –Y nada más. Pero obtener así esta desdichada dicha, en esto no sólo hay crueldad, hay estupidez”. La vida debería alegrarse de quien es feliz, alentarlo en ese don “tan poco frecuente”, clamaba en Confesiones, en agosto de 1940. El 31 de agosto de 1941se ahorcó en Yelábuga, Tartaristán, agotada de la mala dicha histórica sobre su cuerpo. (Tsvietáieva, me dice Cangi, supo de su borde y su vacío: “No puedo no marcharme, pero tampoco puedo no regresar: así es como un hijo le habla a su madre y un ruso le habla a Rusia”. Y agrega, que hay una justa distancia, en la desdichada dicha: “No me dejaré seducir por mi lengua materna, ni por su promesa de leche”. Y en su insistencia me recuerda que Milita Molina, en una versión de La misma música, dice que: “Si la literatura es siempre descolocada es porque escribiendo no se gana identidad: se pulveriza la identidad. No escribimos para encontrarnos sino para perdernos y la publicación nos obliga (aunque sea por un momento) a enfrentarnos a ese simulacro de identidad que somos cuando decimos Yo. Se supone que hay la identidad de un autor, uno mismo ve su nombre como acoplado al título de los textos y lo ve ‘entero’, ‘unificado’, y se ‘espanta’. Esto lo supo Henri Beyle (Stendhal) de entrada, Y como un iluminado escribió: ‘Ha muerto el genio poético, ha nacido el genio de la sospecha’).
Insisto que Cangi escribe a sus padres, no los memora, pone sus cuerpos en el poema, hace expreso acto de escribirlos, recuerda sus cuerpos, sus gestos, sus maneras y, sobre todo, su irse. Al escribir los cuerpos los ficciona, no los cuenta como quien dice: “Me había jurado no olvidar la infancia”. Lo hace en acto descarnado, entre lo vivido imposible de decir y lo rodeado en la fatiga de la espera. Pertenece su escritura a quienes fabulan la experiencia vital sosteniendo el desespero sin resuello. Creo que “Es triste / porque la tristeza es siempre vieja”. Cangi no escribe para “Quedarse para siempre / en una biografía larga”. Aunque un dejo plebeyo de su grafía abre un humor satírico de destellos y promisorias transformaciones. (Me confiesa mientras le digo con porfía que su libro me excede: “Me revuelvo en una voz que se busca a sí misma y me entrego al acto sin atenuantes. Solo restan unas vibraciones y unos colores. Dura y cierta la frase de Knowlson, conversada de más con Milita Molina: “si realmente te pones a la altura del desastre, la más mínima elocuencia se vuelve insoportable”. Me dice al oído: “Presiento que lees, mi querida, elocuencia en algún grado”. Y confirma ante mi carcajada: “¡Que problema la distancia justa! Ojalá pudiera… La “desdicha dicha” puede ser “estupidez”. Hay que traspasar la crueldad de la mirada junto con cualquier eminencia…”).
Hace tiempo que entiendo a la experiencia, lo real vivido, como enlace o deícsis necesaria para lo literario, escribir lo que se vive, se siente, se padece, es decir, todo lo contrario de alguna gratuidad, y allí, justo encuentra, “fundamento” la escritura: Autor-Obra. Echavarren lo dice en el prólogo, recorta y define la muerte de los padres en Lomo de Dragón, y cómo es esa muerte: “su tema, en las figuras de los padres. No escribe una elegía, un canto ante la pérdida. Es más bien un forcejeo entre las ánimas o sombras de cuerpos conocidos en su piel, en su musculatura, en su enfermedad, en su debilitamiento, cuerpos vividos cuerpo a cuerpo, a cuerpo presente (…) Nada más lejos aquí del conflicto generacional. El hijo salva a sus padres, en cada uno de sus brazos levanta a un padre, y los sostiene en alto; yo estoy sano y me encargo de ellos, constato sus huellas, sus existencias. Por lo tanto, están vivos”. Echavarren conoce la obra de Adrián Cangi, puede acompañarla bien al decir: “Descubrí que el nombre de una madre muerta es un grito nunca ajeno a un pájaro que modula y resuena (…) La madre está viva porque no deja de producir efectos (…) Piedad hacia los ancestros. Hacerlos participar en el banquete de la vida. Siguen siendo comensales”.
Entretanto, Cangi escribe sobre Libro de autor (2024) con afecto y entrega. Lo hace sin demora. No espera nada, solo escribe. (Me dice sabiendo que anoto todo por escriba: “También entiendo la escritura como el ‘aquí’ encarnado y por eso la incisión de la letra es deshaderente, como su doble de proximidad en el ‘allí’ de la grafía, contrario por cierto a cualquier gratuidad simulada o formal”. Recuerda en el intercambio una nota al final del libro Lomo de dragón: “Pascal Quignard anota: ‘Escribir no consiste en bendecir. Escribir es bajar la mano al suelo o a la piedra, o al plomo, o a la piel, o a la página, y anotar el mal’”. Y me exaspera como a Milita Molina, pero me salen carcajadas como a ella: “Nada confesional me convoca. Como cualquiera fui impactado por unos hechos y algunas prácticas. Restan improntas, a veces esquirlas y otras manchas. Se dirá que me impulsan algunos fraseos interrumpidos, voces coloquiales y mordiscos de algunas lecturas. Insisten euforias trágicas y algunos berretines vanos. Hacen la bitácora de la escritura, una mezcla de tristeza y deseo, sin melancolía. Una deseada pérdida de las anécdotas de vida, culminan en senderos de atmósferas oblicuas y jamás transparentes. Me dejo llevar por las facetas de algunas corazonadas, propias de oleadas de la manifestación verbal”. Y agrega para mi sorpresa un gesto de su fiel provocación: “Aunque viejo, por suerte, no llegué solo a este entuerto…”).
El libro de Cangi, lleno de epígrafes de geniales autores (cuatro por poema da cuenta de un archivo gozoso), luego incluidos en la construcción de la escritura, dentro del poema, es saber (bien aprendido) que se hace propiedad. Además, la presencia palpable, legible, de lo “religioso” (en sus términos: “una fe en este mundo y nada más…”) que hace a toda poética que se precie, en Lomo de Dragón –diría– se vuelve existencia contundente de transformaciones del lejano Oriente, chinerías –diría, sin más, Nicolás Rosa– y cito de nuevo a Echavarren que lo dice mejor: “No se trata de la resurrección de los muertos, como en la parusía cristiana, sino de la renovación de las estaciones”. Cangi, sabemos, siempre ha sido extremo y, también, además, encima, siempre anda en andurriales “barrocos” y “barrosos”. Con exquisitos autores se rodea, en complejos cruces y teorías lectoras. Con palabras de allí derivadas, inventadas o armadas se hace una lengua y un mundo propio que acuna a sus padres en sus padecimientos y muertes, así se inventa una especie de delirio, de fantasmagoría que ha vivido y ahora traspone. Entonces, con esas magias terribles, alcanza hermosos versos, como cuando cercano al de Ajmátova, a “el dolor traza páginas cuneiformes”, escribe: “el dolor teje cenizas…” o, cuando anota: “…la vista clavada en su vértigo”. Su “hiper inteligencia lúcida” (no menos sensible y escéptica) arma Lomo de Dragón como un experimento o un aparato trágico, artefacto tejido que encantaría a nuestro maestro Nicolás Rosa.
Con versos (no converso) como “raya el garrotillo / confín de gran tamaño” hace ruidos entre las letras y mientras teje espera, preámbulo, espera, demora: lo que puede narrarse, ponerse, decirse, la espera, ¿el tiempo muerto que antecede a la muerte? (Me confiesa en un audio que da risa, casi como si fuera una clase elocuente: “Ante el proceso de despedida –a veces larga despedida como la mía– solo se escribe la espera. No se refiere la mía a una actitud de espera pasiva o a la simple anticipación de un evento futuro. Más bien, se vincula con la experiencia de lo que estaba por venir, la potencialidad del evento y la capacidad de la diferencia para transformar lo real. En lugar de esperar pasivamente, hice el camino con demoras de una espera activa, de una disposición para encontrarme con lo inesperado y me dejé atravesar por la experiencia que me transformó…”. Y deja la clase y entra en el libro: “Ante mis padres enfrenté un proceso de agotamiento de ciertas formas de expresión y de la capacidad de generar sentido. Caminé en el filo del agotamiento vital, experiencia lejana de la simple fatiga o del cansancio…”).
Cangi arrastra toda la “vanguardia” (“solo el zureo bajo y repetitivo / vibra decisorio”), trasunta todos los movimientos y traqueteos de las lenguas de vanguardias argentinas y latinas, en sus versos suenan variados Lezama Lima, suenan múltiples Néstor Perlongher, pero también pluralidades de Oliverio Girondo, o tal vez no, pero parece que hubiera hecho tronar a Borges con los ritmos que sus palabras traen. Por ejemplo, en: “…cómo decir al pasar, / para saber tricotar hay que poder llevar una casa / sin devenir feroces / punto a mano transitivo sin máquina tejedora”. También, por supuesto, engarza “retaguardias” a sus lenguas, términos y cifras que trae de “cangilescas ciencias” (recordemos su formación europea, nada despreciable por aprendida, donde Cervantes es uno de sus epígonos): “en un nanosegundo liviana como el aire / una atmósfera de trillones de toneladas”. Mejor dicho, arrastra una retahíla de discursos de mezcla, de saberes que acumula y trasfunde: “sus bellos ojos se llenan de lágrimas / codicia sorda que fuerza el aire / canal estrecho fricativo y dental / frescura contorneada de sol negro”. Así acompaña a la madre muerta, acompaña el cuerpo de la madre, de su madre mientras, también, se hace hueco para la pérdida de su padre. (Y de manera inesperada, me cita un gesto que “hace hueco”, de otro de sus libros Antibiografía. Declaraciones impropias (2022) y dice: “Recuerdo casi de memoria aquella frase de Cervantes: ‘Llenósele la imaginación de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos como de pendencias’. En nuestra vida actual, el Quijote permite imaginar heridas, desafíos, batallas, amores, requiebros, pero, sobre todo, disparates sanadores. La serie de requiebros son la base de las diferencias en la repetición del hábito. Y solo en ellos se traman diferencias. Me siento más cerca de pensadores que abordan lo real de frente y con entereza, despejando o evocando sus dobles y aceptando sus virtuales de modo crítico por su condición trágica. Pero sí deseamos imaginar de modo radical como el personaje de Cervantes imagina, tenemos que intentar vaciar la causa para que existan sus consecuencias como efectos azarosos”).
Y retomo, debe ser que nos hicimos viejos porque comparto su devaneo de versos así conseguidos en esta retrama de la infancia, de la vida pasada que ya tenemos y en la muerte de los padres. Leo: “la infancia puede ser un fino estilete / clavado en la gola / y no se saca fácilmente / como la muerte de otro / es la partida de su mirada / cuando llega la temporada de apagarse” y, eso que leo me hace pensar, también, retomando, que en la demasía que es este libro hay muchas otras cosas, hay cosas… Cosas vederes, cosas vederes… Sancho que no crederes: la infancia, ya allá lejos, en la muerte, en los padres y en el recuerdo del limonero amarillo: “ crecí entre ramilletes / la casa no era un bosque / solo hojas celosas / de un limonero amarillo”. Limonero real –diría yo en mi necesario realismo–, Limonero real, diría Nicolás Rosa –siempre literario– trayendo un libro que le gustaba: El limonero real (1974) de Juan José Saer, donde el ritmo que escande la repetición a orillas del río, dice: “Amanece. / Y ya está con los ojos abiertos”. Diría limonero real, porque veo un árbol frutal perenne, con frutos de sabor ácido y aroma fragante. Cangi sabe de estas tramas, y justo “allí”, elije “amarillo”. Un común sentido literal, donde tal vez… no queden ni cosas ni lugares “reales” para su decir. (Piensa en voz alta, y me lo dice casi desconfiando, “Sandy Tolan en El Limonero: Un árabe, un judío y el corazón de Oriente Medio (2006) narra la historia real de dos personas –un judío y un palestino sefaradí– que se entrelazan. A lo largo del relato, Tolan explica con gran detalle la lucha entre ambos, bajo el limonero”. Aunque me recuerda que la novela no es de nuestro agrado, y repone las carcajadas tantas veces vividas, cuando Milita Molina nos decía: “chotos bajo el peral”, tienen “nostalgia de la literatura” … “Y esa nostalgia dice mejor que nunca: ‘debe ser que nos hicimos viejos’”. Y replica, elegante y juguetón: “Nos van quedando vederes, que no crederes…”).
Y, aún, creo que el exceso de este libro se me hace Góngora –escribir difícil para que los brutos crean que es Góngora– recuerdo que decía Libertella, pero seguro que me equivoco… vos ves mejor, Adrián… (Y no me responde nada…, aunque lo hace Echavarren de modo indirecto: “El español de la lengua poética del siglo diecisiete no es difícil. Todavía lo hablamos. Quevedo acusó a Góngora de ridiculizar el idioma español con sus ‘neologismos’. Resulta que los términos que Góngora ingresó a la lengua culta son los mismos que utilizamos hoy”); –como le dice Tsvietáieva a Rilke a un año de su muerte en Carta de Año Nuevo– expresando su dolor y su búsqueda de consuelo en la poesía, como una especie de monólogo lírico. Incluso puedo seguir y abundar sin red o “camino a la red” –como dijo Shklovsky que vivió Mandelstam– porque recuerdo que Milita Molina sabía y decía de este relato del exceso-amor de hijo-madre en Cangi. La jueza eterna, el oído tísico, lo vio-lo escuchó y supo de este libro: literaturas con literaturas se chocan, mejor dicho. Cangi se volvió resistente a la jueza eterna porque escuchó “allá ellos”. (Me lee y recuerda que escribí: “Libertella citó del diario del norteamericano Kerouac: ‘Nadie me comprende. Piensan que estoy loco. Lo único que deseo es ser amable y educado, y luego irme por mi cuenta solo como siempre. Eso no se hace’. Héctor era un solitario muy amistoso, se ve que él también corría a anotarlo. No desconfiaron de él, pero en un momento, por el 2000, ese mercado lo abandonó a su entera suerte. Ningún mercado banca perder presencia, importancia, Libertella se había desentendido de él con esa frase-gesto que pudo compartir con Nicolás Rosa: ‘allá ellos’”).
Adrián Cangi hace un “réquiem”, claro, insomne, cierto: “la vida parece una metamorfosis donde solo se permanece en vigilia / sin saber ni día ni hora en el que nazca una visión de la muerte / que conoce sus descansos en el óbito cuando aparecen los incisivos / corre la esperma sin retenes ante ella y ella viene cuando quiere / ni más tarde ni más temprano esa muerte no se calcula ni previene / ‘la vida al fin le empezó a sonreír / mostrándole todos los dientes’”; el tiempo de la muerte es quebradizo / la descomposición de la carne / es lenta aún a pesar de las cavidades / sólo descompuesta la pulpa / los huesos al fin se desligan / para unirse en el fondo de lo viviente”. Lomo de Dragón, –libro de un loco razonante– como nos llamaba Nicolás Rosa, profesa una pasionaria: “extraña misión / liberarnos de nosotros mismos / humilde y extraña misión / desanudar el lazo”. “Qué es lo que viste? Los muertos tienen márgenes de maniobra”, “¿interpreté bien la farsa de vida hasta el final donde la mirada mata?” (Y lo escucho, porque me escucha, cuando me cuenta que Milita Molina le dice “poseído”: “¿Por qué no un entre- ¡tanto! ¿Un entre-(¡tenerse!)? También ese tenerse –que es un haberlo y perdido–. Llegamos lejos: al fastidio, de la vida, de hotel: ¡a esa primura! ‘La vida entera me he jugado para entre(tener) entre(tener) y entretener y entretener y entretener’ … (acá lo paran) … ‘ese fastidio’, completa el poseído. ‘no te quedaba otra’”).
Pero leo, y me parece que al final, los versos se aligeran, se repiten y cambian, de frases largas pasa a engarzar algunas más cortas, la prosa de la vida queda lejos pero siempre ocurre, y me pregunto: ¿qué es ser extremo, que es una escritura extrema, abundosa, del deseoso que huye sin huir, pero amando-riendo? Y Lezama Lima que trae a Osvaldo Lamborghini, tan certero en “¿Que tanto lío con la muerte? ¡Si es como sonreír! Reímos, sin embargo, y lloramos. O reímos. O lloramos. ¡Y no podemos sonreír nunca!”. La enorme trama citacional de este libro convoca a los mejores, claro, de Silvia Plath a Herman Melville, a Bruno Schultz… Entonces Lomo de Dragón responde, como dice Savino, que dice Claudel: “Escucho. No siempre entiendo. Pero igual respondo”. Libro que replica autores y obras largamente leídas y traídas a la escritura, me confirma todo el tiempo que nos hicimos viejos, incluso más allá de la mitad del camino de la vida: “se escribe en la mitad de la vida / cuando nadie nos mira / cuando nadie ya escucha”. Y pienso que para poder con este libro hay que entresacar lecturas, genio, maneras y años, porque tal como aquí dice: “la vida se registra en lente convexa para ayudar a regresar a los muertos”. Y creo como Tsvietáieva que: “La vida es un camino con múltiples encrucijadas, y cada elección que hacemos define nuestro destino”. Entonces habrá que seguir leyendo, seguir haciendo lugar a los que ya no están y seguir escribiéndolo.
Ph/ CHEMA MADOZ, 1993
Debe estar conectado para enviar un comentario.