
Mi desprendimiento de la vida comienza a hacerse irremediable. Estoy emigrando, he emigrado llevando conmigo toda la pasión, toda la no malversación, no como una sombra exánime, sino con tal fuerza que podría ordeñar y embriagar todo el infierno. ¡Oh conmigo el infierno hablaría!
(Carta del verano de 1926)
Agosto, 2011
Llegamos a Kazán después de un largo día.
Las carreteras rusas. La belleza del paisaje, un sol fijo que se derrama en el tiempo de mi visión. Se quiebra el ritmo monótono del ojo, la tensión de la pupila que viaja.
Nika, al volante, sortea con inteligencia las amenazas de una ruta caótica, vertiginosa.
Julia y Elena cantan. La vida se desata en el entramado de sus voces que acechan, como abejas, la corola ardiente de la Memoria: romanzas, el folklore ruso, princesas blancas y los secuestros amorosos en mitad de la noche. Rusia es el nombre de leyendas y deseos escondidos, de secretos. Rusia, pienso, es también el carro del verdugo en el que, hace 70 años se llevó por las calles de Elábuga el cuerpo sin vida de Marina Tsvietáieva.
Miro por la ventana. El sol se hunde, con furia, detrás de un extenso bosque de abedules. Y es como si se incendiara, el horizonte. Selma, a mi lado, mueve los labios, entonando, apenas, palabras musicales: la canción tiene la densidad de la tierra, su aroma profundo, húmedo.
Dormimos en casa de Nika. A la mañana siguiente, nos buscan al amanecer. Tenemos un largo camino hasta llegar a Elábuga. La ruta atraviesa una geografía deslumbrante: luces pálidas sobre las colinas suaves, verdísimas. Los campos son inmensos, se expanden, parece, al infinito. Arboles, algunos pocos, incrustan sus raíces en el paisaje.
Al final de nuestro recorrido, nos espera Gulia, la Directora General de la Conservación de la herencia cultural de Elábuga. Es una mujer mujer alta, morena, decidida y enérgica. Ella lo ha pensado todo. Sus ojos inquisidores registran las discordancias, las modificaciones, los matices del mundo, cada vez más abierto, en que se mueve. Recibe a Selma con alegría.
La ceremonia religiosa ya ha acabado. Vamos directamente al cementerio. Ancianas vestidas de largas polleras negras, encajes pudorosos, sombreros. El calor es ardiente al mediodía. Periodistas, autoridades, el alcalde, funcionarios ligados a la Casa- Museo Tsvietáieva. El mausoleo de Marina es grande, de mármol negro. Un monumento para la poeta a la que, en vida, se condenó al aislamiento.
Ayúdeme, me encuentro en una situación desesperada.
La escritora Marina Tsvietáieva
Carta a Stalin, 27 de agosto, 1940
No le interesaba la política, que veía como una abominación desde el principio y de la que no hay nada que esperar. ¿Qué hacer con la ética en la política?» Y se reía… Estetas que no quieren ensuciar sus blancas manos.
Y antes de su suicidio:
Pido se me conceda el empleo de lavaplatos en la nueva cantina de Chistopol .
«Se trataba de la cantina destinada a los escritores de mayor rango. Lavaplatos de escritores dóciles, deportación, guerra de su amada Alemania contra su amada Rusia.» (Elizabeth Burgos, La última estación)
Una lápida se levanta en su recuerdo. Qué fácil es, para algunos, tratar con los muertos. Palabras sin sustancia aluden al cuerpo ausente. Un cuerpo institucionalizado. Y ella, en vida… Por mis venas no corre sangre, corre alma. (Marzo de 1920)
Marina no está bajo la piedra, bajo las decenas de ramos olorosos que los habitantes de Elábuga le llevan, sofocados por el sol de Tatarstán: un sol de fuego, polar e incandescente. Llegan sus lectores de todos lados. Dicen poemas, leen pequeños y emocionados textos: alguien recuerda a Marina, alguien se recuerda niño, ocho años, “Yo estaba sentado detrás de la ventana de la cocina de mi casa y recuerdo a Marina sentada en el balcón de enfrente, tenía puesta una blusa lila. Estaba pensativa, la mirada perdida ”. El pueblo habla. Todos dicen algo para una Marina que ya no puede escucharlos.
Selma lee un poema corto en una traducción suya al español.
Aplauden: Marina vibra en español.
Yo voy con paso sutil
-Señal de conciencia limpia-
Yo voy con paso sutil,
Y una fuerte melodía-
Dios a mí me fue a poner
En medio de la ancha tierra.
Eres ave, no mujer,
Y por eso- canta y vuela.
(1 de noviembre de 1918)
Luego, alumnos de la Escuela de teatro de Elábuga, dan voz a Tsvietáieva frente a todo el pueblo, al amparo de la sombra dulzona de una pérgola, en mitad de la plaza. Más tarde, Selma, ansiosa de recogimiento, me invita ir a llevarle flores a Marina. Una sospecha: la tumba verdadera está escondida, bajo la sombra preciosa de unos tilos. Es una posibilidad, una hipótesis: la tumba de al lado pertenece a una niña, muerta el 31 de agosto de 1941. Los padres- la sospecha fue pasando de padres a hijos, hasta ser casi una certeza- recuerdan que el día del entierro de la hija, sepultaron también a una escritora, a una poeta que cometió suicidio. La enterraron fuera de la tierra sagrada, cerca, en parcela lindera. Allí se inclinói Selma con su rama de serbal, el árbol preferido de Marina. Un gato dorado que, dicen, vive en el cementerio, duerme durante el día sobre el montículo de tierra, anónimo, sin lápida.
Murlyga:
Perdóname, pero en adelante habría sido todavía peor. Estoy muy enferma, esto ya no soy yo. Te amo enloquecidamente. Entiende que no podía seguir viviendo. A papá y a Alia diles – si los ves – que los amé hasta el último minuto y explícales que caí en un callejón sin salida.(Carta de Tsvietáieva para su hijo, Mur, escrita minutos antes de su suicidio.)
Justo un año antes, en una carta a Vera Merkurieva, en agosto de 1940, le dice:
Ya he escrito lo que tenía que escribir. Es cierto que todavía podría seguir escribiendo, pero puedo también no hacerlo. Además, desde hace un mes, no traduzco nada, sencillamente ya ni siquiera toco mi cuaderno… Los esfuerzos de mis amigos me conmueven, y se agregan a mi sufrimiento. Tengo mala conciencia– de estar aún en vida… Si tuviera diez años menos… pero tal como me encuentro hoy, con mis cabellos grises, no puedo tener la más mínima ilusión: todo lo que ellos hacen por mí, es verdaderamente por mí que lo hacen — y no por ellos mismos… Y eso es muy amargo. Tenía tanta costumbre — de ofrecer.
Querida Marina…


Selma Ancira llevando una flor para Marina, Elábuga, 31 de agosto de 2011
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