Jorge Luis Borges: Diálogos (IV) / Néstor J. Montenegro

¿Recuerda la casa en que nació?

 

Una casa igual a todas las otras.  Pienso en el penúltimo año del siglo diecinueve, en 1899.  Recuerdo el llamador de bronce, la puerta de calle, las ventanas de rejas, la puerta cancel, los dos patios, el aljibe, las habitaciones, el alto cielo raso, la azotea de ladrillo.  Años después supe que en el fondo del aljibe había una tortuga.  En Montevideo ponían un sapo.

 

¿Qué es la ironía?

 

 Una cosa que aprecio y agradezco y de la que soy del todo incapaz.

 

¿Qué es la humildad?

 

En mi caso, una forma de lucidez.  Prefiero, como los japoneses y los chinos, que los otros tengan razón.  Detesto las polémicas.

 

Borges, ¿qué es la esperanza?

 

Una virtud que puedo dar a los otros, que no tengo.

 

¿Qué es la libertad?

 

No sé si existe.  En todo caso el libre albedrío es una ilusión necesaria para seguir viviendo, para insistir en esa mala costumbre, la vida.

 

¿Qué es la justicia?

 

La equidad.  Le daré un ejemplo.  He sido secretario de redacción de ciertas revistas.  He insistido siempre en que se pagara determinada suma por un ensayo, determinada suma por un relato, determinada suma por una nota, sin tener en cuenta la firma.  En la revista Los Anales de Buenos Aires hemos abonado idéntica suma a Eduardo González Lanuza, que era entonces desconocido, y a Juan Ramón Jiménez, famoso.

Podría asimismo contestar con una de las Evangélicas de Almafuerte:

Solo pide justicia, pero será mejor que no pidas nada.

 

¿Teme usted la muerte?

 

No la temo, la espero.  Espero ser aniquilado y luego olvidado.  Mi padre siempre dijo que quería morir cuerpo y alma; comparto esa esperanza y esa impaciencia.

En los Salmos de la Escritura (90, 10) se lee que los días de nuestra edad son setenta años; por eso Dante pudo escribir

           Nel mezzo del cammin di nostra vita

 

para significar treinticinco.  Ya me ha quedado muy atrás la cifra que aconseja David.  Los hindúes creían que la edad normal es cien años. Para justificar ese parecer, Schopenhauer alega que morir de una enfermedad no es menos accidental que morir ahogado o devorado por una fiera y que, sólo después de haber cumplido un siglo, el hombre cesa bruscamente, sin agonía.

 

A pesar de la ceguera usted sigue escribiendo.

 

¿Qué otra cosa me queda?  Escribir es un acto no menos grato que viajar o leer.

 

¿Existe la felicidad?

 

Si en todos los idiomas de la tierra existe la palabra, es verosímil que también exista la cosa, siquiera a modo de esperanza o nostalgia.  A veces, al doblar una esquina o al cruzar una calle, me ha llegado, no sé de dónde, una racha de felicidad.  La he recibido con humildad y agradecimiento, y no he tratado de explicármela, porque sé que a todos nos sobran razones de tristeza.

Un escritor inglés  -Boswell o Hudson-  dijo que había iniciado muchas veces el estudio de la filosofía, pero que siempre lo había interrumpido la felicidad.  ¡Qué grato ser interrumpido por la felicidad!  (Claro está que el estudio de la filosofía puede ser una de las formas de la felicidad.)

 

¿Cómo nació en usted la vocación de escribir?

 

No recuerdo una etapa de mi vida en que yo no supiera leer o escribir.  Si alguien me hubiera dicho que esas facultades son innatas, lo habría creído.  Nunca ignoré que mi destino sería literario.  Siempre estaba leyendo o escribiendo.  La biblioteca de mi padre me parecía gratamente infinita.  Las enciclopedias y los atlas me fascinaban.  Ahora comprendo que mi padre despertó y fomentó esa vocación.  Leer y escribir son formas accesibles de la felicidad.

 

¿Qué siente un creador cuando escribe?

 

Carlyle pensaba que toda obra humana es deleznable, pero que su ejecución no lo es.  Escribir es siempre un placer, más allá del valor de lo que se escribe.

 

Concluyendo estos diálogos, quisiera hacer una breve acotación, creo que es el primer libro de Borges, donde sus reflexiones, sus ideas e inquietudes de la realidad argentina, no han sido fraccionadas ni tergiversadas…

 

Es verdad.

Preveo que la publicación de estas páginas puede crearme enemigos.  La popularidad (que nunca he buscado) y la impopularidad son el anverso y el reverso de una misma moneda.

 

Publicado por Nemont Ediciones / Buenos Aires, 1983

ph / Sara Fascio