
La casa en llamas
Lo poco o lo mucho que hubo:
corazón de ceniza
1
Esta tarde leo a Adorno como si leyera las cartas póstumas de mi padre, si mi padre hubiera sido visionario, célebre y furioso. Lo leo como un secreto familiar se lee en voz alta o se rompe un pacto de palabra. Miro a los costados: la cantidad de papel impreso que tiro a la basura me revuelve el estómago. Pienso: debería ser inversamente proporcional a lo que escribo, o no ser nada. Leo a Adorno. Y mientra tanto repito: Adorno, Adorno, Adorno… como un ronroneo. lo leo espantada, tan espantada que a cada rato dejo el libro y ando por la casa vagando, espantando a las arañas con un plumero. Y vuelvo. A encontrar un mensaje que creo dirigido a mí y, más allá del asombro, bien interpretar por: una cuestión de consanguinidad. (¿?) Léase: leo a Adorno como si recordara (como recuerdo) los acordes de la Tercera Sinfonía de Brahms, que mi padre me asegura que le pedía una y otra vez en la infancia, con Bártok, Górecki y Saint-Saëns, y no las brumas de sinusoidales y los engranajes rotos que de día y noche sí mecían la casa como un barco ebrio en el mar de la musique concrete. Adorno, ¡vaya decorado! ¿Me vas a decir que acaso no sabías que la música hace estragos? ¿Que la música que se escucha en el vientre de la madre no hace mella en el feto que no es sino todo oídos, huevo-sin-cáscara? Importa poco. Esta tarde leo a Adorno como un biólogo lee un programa de forestación artificial en el ojo de un claro de una selva en peligro, en el tercer mundo, en este mundo, cuando la flecha del tiempo clava el cartel en la corteza del árbol: SE ACABO. O como un huérfano cae a pique sobre las fotos de sus muertos en busca de aquello que le desate su pena. O como un minero japonés que apila una piedra, y otra, y otra más. Algunos hablan de la guerra, otros de quién será el soberano. La sombra vengadora está en la sombra y se despereza. Ahí viene. Adorno, Adorno, Adorno: tu nombre es fósforo Fragata prendido al borde de un terremoto de provincia en sucesión perpetua. Dice el testamento: «El único pensamiento no ideológico es el que intenta llevar la cosa misma al lenguaje que está bloqueado por el lenguaje dominante». De noche duermo y sueño con un campo que es una partitura de vacas que mugen cosas que entiendo. Después del saqueo: el pozo está vacío.
(potus)
Theodor W. Adorno: «Crítica de la cultura y la sociedad»
6 Sturm und Traum
und Zeit, tres clowns
Te esperaría roda la vida si tuviera paciencia y amor suficiente para quedarme al otro lado de la línea escuchando versiones Commodore 64 de las Variaciones Goldberg o los Brandenburgueses. Te esperaría (¿cuánto me queda: 39 años, con suerte?) colgada de un rizo hidratado, atada de pies y manos, ligera de cascos, pero no es el caso. Te fuiste cerrando la puerta como quien aprendió la lección y cierra el libro para siempre, como quien se va al extranjero, y yo, que fui tu patria, me quedé en así llamada «reestructuración»: parole parole parole.
Arthur Schnitzler: Traumnovelle.
7 Por delante el equipaje
nada importante
nada que no importe
Me escribe una carta en la que dice ser una ardilla. Le creo: yo misma fui una ardilla un año atrás, corriendo al ras del suelo y sorteando los nudos, las raíces, alerta a la nuez o el fruto caído en ese bosque de árboles más altos que tótems, que gigantes de copas altas como tubas que toman el aire entre flores, bayas o manzanas. Yo fui una ardilla y vi las luces en ese mismo cielo, los halos rojos, rosados, verdes, negros. En el cielo triple: el bajo cielo, la región media y el gran cielo sobre todo. Las luces provenían del polo, venían en estampida, con retardo, ahora un amanecer dorado en medio de la noche, ahora un círculo verde allá, un ojo violáceo, azul marino sobre el blanco de iglú. Cada una con trueno. Yo las vi con mis ojos de ardilla asombrados mirando arriba. Considero que el suceso impregnó mi alma antes de haber modificado mi tan pobre carácter. Lo que diga ahora, que soy mujer, es lo de menos. Muy especialmente algo como: «Esta noche pensá en mí. Pensá que me está pasando lo peor mientras tu cabeza cae, dormida, en la almohada».
Katherine Mansfield: «The modern Soul»
10 yuyo, roca, mojón
a la vera del río que baja
Va a ser un año, mañana. Va a ser un año y yo sigo llevando tu libro como una medalla milagrosa que no pesa en el cuello pero pesa en el más allá. No sé cómo pude. ¿Haciendo caminatas nocturnas por ejemplo por un bosque, por ejemplo por un pueblo de diez cuadras, por ejemplo por una llanura, por ejemplo por una ciudad? Si me voy no miro adelante ni atrás ni al camino: miro mis pies, dos peces albinos. La luna y su reflejo en el agua.
Ryokan: «poemas escritos en chino»
1312 Ah, mi vida…
Estelita.
Estelita de la vereda, con tu banquito de paja
a la sombra y tu tablilla en las faldas, domando palotes,
y los guachos entorno pateando la pelota:
¡Ay, qué definiciones! ¡Qué límpidas
huellas de carretas te harían si te araran
el campito de Venus drogadicta!
Pero tú
tú, picaresca…
Tú ya lo sabías todo
antes del debido tiempo.
Ezequiel Martínez Estrada: Marta Riquelme
13 On y va, maman
Una mujer rusa de cuarenta y pocos siembra su parcela en la estepa. Siembra maíz, habas, chauchas, repollo. Es primavera, se sienta a esperar. La estepa es como un lugar de ventanas abiertas un día de tormenta. Pasan las cabras, los perros de lana, las vacas secas se guardan con el sol en los establos. Amarillo, harina de porotos, sémola, sal, lisa y llana. La mujer espera. De día dobla los pañuelos, hace la camita, zurce las fundas y las medias; cada noche sirve vodka y recita versos de memoria, con un candado cerrado en la mano.
Marina Tsvietáieva: «La verdad de los poetas»
Bárbara Belloc / Espantasuegras, selección.
palo-en-la-cara, 2005
ph/ Pablo La Padula / Arbusto
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