Proust contra la decadencia (Introducción) / Józef Czapski

Este ensayo sobre Proust fue dictado el invierno de 1940-1941 en un frío refectorio de un convento desafectado que nos servía de comedor de nuestro campo de prisioneros en Griazowietz, en la URSS.

La falta de precisión , el subjetivismo de estas páginas, se explica en parte por el hecho de que yo no poseía ninguna biblioteca, ningún libro referido a mi tema, y de que desde septiembre de 1939 no había visto ningún libro francés. Lo que me esforzaba por evocar con una exactitud relativa era únicamente recuerdos sobre la obra de Proust. Esto no es un ensayo literario en el verdadero sentido del término, sino más bien recuerdos sobre una obra a la que debía mucho y que no estaba seguro de volver a ver en mi vida.

Éramos cuatro mil oficiales polacos apiñados en diez o quince hectáreas en Starobielsk, cerca de Jarkov, desde octubre de 1939 hasta la primavera de 1940. Habíamos tratado de reanudar cierto trabajo intelectual que debía ayudarnos a superar nuestro abatimiento, nuestra angustia, y a defender nuestros cerebros de la herrumbre de la inactividad. Algunos de nosotros nos pusimos a preparar conferencias militares, históricas y literarias. Nuestros amos de entonces consideraron aquello contrarrevolucionario, y algunos conferenciantes fueron deportados inmediatamente con dirección desconocida. De todos modos, estas conferencias no se interrumpieron sino que fueron maquinadas con mucho cuidado.

En abril de 1940, todo el campo de Starobielsk fue deportado en pequeños grupos hacia el norte. En ese mismo momento se evacuaron otros dos grandes campos, el de Kozielsk y el de Ostachkov, en total quince mil personas. De estos prisioneros, los únicos que después se encontraron fueron apenas cuatrocientos oficiales y soldados  agrupados en Griazowietz, cerca de Wologda, el año 1940-1941. Éramos setenta y nueve de Starobielsk, de cuatro mil. Todos nuestros otros compañeros de Starobielsk desaparecieron sin dejar rastro.

Antes de 1917, Griazowietz era un lugar de peregrinación, un convento. La iglesia del convento estaba en ruinas, demolida con dinamita. Las salas estaban llenas de armazones, de literas apestadas de chinches, habitadas antes de nosotros por prisioneros finlandeses.

Sólo ahí recibimos, tras numerosas instancias, el permiso oficial para nuestros cursos, a condición de presentar siempre su texto a censura previa. En una pequeña sala, abarrotada de compañeros, cada uno de nosotros hablaba de lo que mejor se acordaba.

La historia del libro era contada con un raro sentido de evocación por un bibliófilo apasionado de Lwów, el doctor Ehrlich; la historia de Inglaterra y la historia de las migraciones de los pueblos fueron objeto de las conferencias del abate Kamil Kantak de Pirísk, ex redactor de un periódico de Gdansk y gran admirador de Mallarmé; de la historia de la arquitectura nos hablaba el prfesor Siennicki, profesor de la escuela Politécnica de Varsovia, y fue el teniente Ostrowski, autor de un excelente libro sobre alpinismo, y que había hecho numerosas ascensiones a los Tatras, al Cáucaso y a las Cordilleras, quien nos hablaba de América del Sur.

Por lo que a mí se refiere, di una serie de conferencias sobre la pintura francesa y polaca, así como sobre la literatura francesa. Tenía la suerte de estar convaleciente tras una grave enfermedad, eximido de todos los trabajos duros; salvo los de lavar la gran escalera del convento y pelar papas, era libre y podía preparar tranquilamente esas charlas de la tarde.

Aún sigo viendo a mis compañeros amontonados bajo los retratos de Marx, Engels y Lenin, agotados después de trabajar con un frío que alcanzaba los 45 ° bajo cero, que escuchaban nuestras conferencias sobre temas tan alejados de nuestra realidad de aquel momento.

Yo pensaba entonces emocionado en Proust, en su cuarto sobrecalentado de paredes de corcho, que se habría sorprendido mucho y quizá emocionado al saber que, veinticinco años después  de su muerte, unos prisioneros polacos, tras toda una jornada pasada en la nieve y el frío, que a menudo llegaba a los 40 ° bajo cero, escuchaban con intenso interés la historia de la duquesa de Guermantes, la muerte de Bergotte y todo aquello de lo que yo podía acordarme de ese mundo de preciosos descubrimientos psicológicos y de belleza literaria.

Quiero dar aquí las gracias a mis dos amigos, el teniente W. Tichy, en la actualidad redactor de la versión polaca de Parade en El Cairo, y el teniente Imek Kohn, médico de nuestro ejército en frente italiano. Fue a ellos a quienes dicté este ensayo en nuestro gélido y apestoso comedor del campo de Griazowietz.

La alegría de poder participar en un esfuerzo intelectual que nos demostraba que aún éramos capaces de pensar y de reaccionar a cosas del espíritu sin nada en común con nuestra realidad de entonces, nos coloreaba aquellas horas pasadas en el gran comedor del antiguo convento, extraña escuela donde revivíamos un mundo que entonces nos parecía perdido para siempre.

Sigue resultándonos incomprensible, por qué precisamente nosotros, cuatrocientos oficiales y soldados, nos salvamos, de quince mil camaradas que desaparecieron en alguna parte por debajo del círculo polar y en los confines de Siberia. Sobre este fondo lúgubre, aquellas horas pasadas con recuerdos sobre Proust y Delacroux me parecen las  horas más felices.

Este ensayo no es más que un humilde tributo de reconocimiento hacia el  arte francés, que nos ayudó a vivir durante esos pocos años en la URSS.

Józef Czapski / Proust contra la decadencia, Conferencias en el campo de Griazowietz / Ed. Siruela, 2012.

Traducción: Mauro Armiño

Józef Czapski (Praga, 1896-Maisons-Laffitte, 1993), nacido en el seno de una familia de la aristocracia polaca, pasó su infancia en Bielorrusia y estudió Derecho y Bellas Artes. Fue uno de los pocos oficiales del ejército polaco que pudo escapar de la matanza de Katyn en 1940, pero inmediatamente fue hecho prisionero. Su libro Memorias de Starobielsk constituye un emocionante testimonio de su estancia en los campos de prisioneros de la URSS. Como pintor, fue el principal animador del movimiento kapista, formado por estudiantes que reaccionaron contra la pintura polaca clásica y que expusieron en París entre los años 1924 y 1933. Después de la Segunda Guerra Mundial, vivió en Maisons-Laffitte, donde colaboró con Kultura, revista literaria de la diáspora polaca en el exilio.

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