
«Miklo Zsedely : ¿Trama o no trama?
Jack Kerouac : Lo que escribí hasta ahora. Sr. Húngaro, ha sido lo que vi con mis propios ojos. Es lo que ellos me dijeron sobre mi familia, no solo lo que me dijeron mis locos primos lejanos, sino lo que me dijeron mis viejos tíos cercanos. Y es verdad, amigo. Pero para decirlo tienes que llevar notas, tienes que verificarlo. ¿Quiere decir que tengo que escribir novelas inventadas?»
Pequeña familia perdida en una carretera inexorable viajando en una cafetera. Madre, padre, hijo. Peregrinaciones de vagabundos en el año 1927 con intensa luz del día. Familias perdidas en el trabajo sin defensa. Donde se pierde la juventud.
Hay que leer a Kerouac sin miedo a la literatura.
Las cosas nunca funcionan ni remotísimamente como se esperaba en una familia perdida.
Escribir las noches de otro tiempo, luz de lamparitas amarillas, noches ruidosas de la calle Larimer Street. Se escribe lo que se conoció y lo se conoció en la fábula. Lo que viene como leyenda. Se presiente al secuaz que llega en esas calles perdidas y de paredes de ladrillos rojos donde se refleja el neón. Así como Osip Mandelstam presintió a François Villon en su destino incumplido.
La botella de vino barato es el milagro del clochard Pomeray padre, mientras camina una calle de Denver, en «las noches de antaño», y «alegría salvaje» hasta meterse en el viento de la esquina. El eructo, el rascarse la entrepierna en «el remolino de imágenes caóticas de condenación». Banda de pordioseros de la Edad Media con el vino Thunderbird.
Cody aprende a leer contra la educación, contra un cómo se debe leer. Mira las caras de su personaje de historieta y se va al globo del argumento y, soñador, cree que puede leer la vida en una «enciclopedia microscópica de todos los seres que alguna vez vivieron», y escribirá en su cabeza, en «la inmensidad temblorosa de este universo demente».
La pobreza crapulosa de la infancia y nadie que te diga que todo es efímero – Jack Duluoz escribe las marcas de lo efímero que se vuelve doblemente efímero y sabe que fue menos pobre que Cody, porque Cody ni tenía esos diez centavos para una entrada de cine. Y la ausencia de cine en la infancia es la peor de las ausencias. ¿Más que la ausencia de perro de Néstor Sánchez? Algo que el burgués ínfula educador de mierda nunca sabrá. Con su Adorno bajo el brazo insistirá en el error y escribirá anualmente su reseña de condena a Jack Kerouac.
«Soledad y fantasma diáfano de los días» es el alma de la ausencia de perro y de la ausencia a secas del padre de Cody. Hay ausencia de reto de padre. Hay una presencia de todos en el fondo de un agujero.
Intermitentemente se busca al ausente. Y se lo ve apenas de una vereda a la otra.
Y están los hombres efímeros, que Duluoz ve a través de Cody y de su oído.
Confirmación: «el mundo de imbéciles que no ven el alma en el hombre.» Todos esos mancos de la emoción que se refugian en el patetismo de la estructura o del realismo. En sus aburridos estudios.
Cody mucho después se mirará en «ojos color azulino que cambian con el tiempo.» (Alicia Contursi)
Cody en su escena : Tipos borrachos que «pelean en el fondo del pozo.» Y si estás en el fondo de un agujero tenés que tomar una decisión, o te dejás educar por la caravana sudorosa que te ocultará los mejores libros o uno «se pone a leer libros en la biblioteca» de la esquina. Y así se llega a Proust. Y si se llega a Proust, solo, no se hablará nunca con la voz del amo. «De manera confusa, apacible y patéticamente práctica, este muchacho de quince años estableció su empleo del tiempo para toda la vida».
Paul Claudel: «Es la casa la que contiene y hace los ladrillos, y no los ladrillos los que hacen la casa».
Los novelistas que se hacen gárgaras de post-modernidad, tan intoxicados de especulación filosófica, siguieron rastacueramente todas las reglas del arte de la ficción, finalmente demostraron un gran poder de adaptación a las leyes del género que escriben con esa «rutina exacta» de los miembros del Colegio de la Guerra que describe Clausewitz.
Leer sin maestro es una «decisión de gran idealista». Es una manera del empleo del tiempo. Innegociable. Contra el yugo del trabajo. Contra el elogio del trabajo.
Está ese momento divino del sábado por la noche. El centro del mundo. La alegría rapaz de los quince años. La sala de billar es un puerto de llegada. El contra-trabajo. La contra-ideología. Hay más Proust en el bolsillo del joven Cody que en un ensayo estructuralista. Y para ese Cody pendejo haraposo llega el descubrimiento del poeta americano. Un ritmo. Una manera única. El camino que te lleva afuera del estilo. Para que no te alcance.
Yves Buin: «El solitario va hacia el solitario.»
Kerouac creía en esas notas que tomaba. El poema de un esbozo.
Kerouac: «Las velas están hechas para las Escrituras Santas.»
Y están los celos que surgen de la herida de la soledad sin defensa, esos que nos hacen mirar por la ventana a los tipos con desenvoltura lingüística. Son celos solitarios. De una soledad descuajeringada. Que provocan justamente esos tipos. Cody los mira desde el traje que le regaló Tom Watson. El resentimiento puede nacer en un traje marrón regalado. Así que Cody miró desde lo interior de ese traje como Elia desde el interior del traje color té con leche. Dos trajes en el tiempo. Es una desventaja para toda la vida, pero que al menos no te impide llegar a Proust.
Jack Kerouac a Hal Chase (carta del 19 de abril de 1947: «Por supuesto que mi tema como escritor es América, y es simple, debo saber todo sobre ese tema. ¿Qué es lo que un estudio serio de “la historia del pensamiento” puede aportarle a un hombre resuelto?¿Qué representa el estudio del pensamiento si uno no piensa cosas nuevas por sí mismo? – ¿y cómo pensar cosas nuevas si uno no se apasiona primero por un objetivo nuevo? Bueno, mi objetivo es balzaciano de envergadura – conquistar el conocimiento de los Estado Unidos (el centro del mundo para mí así como París fue el centro del mundo para Balzac) – mi objetivo es conocerlos tanto como conozco la palma de mi mano.»
William Burroughs en una carta a Allen Ginsberg: «Jack ganó gloria y dinero contando la historia de Neal, grabando sus conversaciones, presentándose como su amigo de toda la vida… Sin embargo vendió la sangre de Neal y se llenó de dinero.»
Y John Clellon Holmes sobre Kerouac: «Nunca entendí completamente el hambre que lo roía entonces y no me di cuenta hasta qué punto la desintegración de su casa de Lowell, el caos de los años de guerra y la muerte de su padre lo habían dejado afectado, desarraigado, una naturaleza profundamente tradicional desbaratada y por lo tanto enormemente sensible a todo, arrancado, privado, indefenso, o perseverante: una intención de su naturaleza de corregirse a sí misma a través del acto creativo.» (El gran recordador. Traducción : Milita Molina).
El pasado y sus evidencias desoladoras se recitan en un murmullo secreto. Encerradas en “los avatares del tiempo». Oscuras «como la mezcla de la paleta de un artista después de una corta lluvia, el color oscuro que usan los pintores para expresar la noche, la melancolía, tal vez el mal –».
Jack Kerouac escribe esbozos.
Jack Duluoz ve en su oído que Cody no tuvo una juventud. Tuvo una primera vida. Que no es lo mismo. Entre «vigas herrumbadas y gastadas planchas viejas y negras de puentes ferroviarios detrás de almacenes.» Le pido ayuda a Céline : «El verdadero odio, ese odio viene del fondo, viene de la juventud, perdida en el trabajo sin defensa.» Pero los predicadores compasionales a sueldo de la ideología no leen a Céline, tampoco a Kerouac. Y menos que menos a Varlam Shalamov.
Y está «la pared de ladrillos rojos detrás de los neones rojos» que Cody buscará y verá en otras ciudades. Metido en esa «vida desesperadamente publicitaria» buscando sueños en cada nueva soledad de esa primera vida.
En ensoñaciones de la luz de neón: «Como los héroes de Dreiser». O ver a Miles y a Lee Konitz, juntos, entrando en un bar, como vi a Aníbal Troilo, dos veces, caminando rumbo a Caño 14 con Lita, por Talcahuano. Son las visiones disponibles en la ciudad si uno sabe esbozar. Son las visiones que esperan al que lleva libreta de notas.
El sábado a la noche de la juventud perdida es acecho de melancolía siniestra. Acecho de luz roja reflejada sobre la pared de ladrillos rojos y un papel que pasa volando en el viento de la noche de enero, promesa de nada.
Por una «conciencia de las ciudades como versiones más grandes de Lowell», allí donde están los franco-canadienses, que aparecen en la rememoración, y aquí a la salida de este bar todo eso es masa de tiempo que a veces no se mueve, incluso si uno sabe que eso es falso, pero no es falso, es ese instante clavadísimo de flotación high. De flotación a vuelo, hasta el amanecer.
Cody Pomeray aprende todas máscaras de lo que va del bien al mal – en medio de la noche recontra-noche solitaria «América hizo huesos del rostro de un joven y colocó pinturas oscuras e hizo agujeros alrededor de su cara, e hizo que sus mejillas se hundieran en una pasta pálida y marcó surcos en su frente de mármol y transformó los deseos ansiosos en sabiduría silenciosa y en labios gruesos de no decir nada, ni siquiera a ti mismo en medio de la noche maldita.» Uno ve el desfile de los que van de conciencia crítica a buena conciencia, y el único escudo es esa sabiduría silenciosa y clandestina, a la espera de los pocos secuaces. La clandestinidad y el desacato son ejercicios espirituales y refugio en amago de indiferencia con intervalo a secuaz. Alguna vez hay que dejar el hogar y hacer cuaderno de notas y llegar al carajo de carajo. Es leyenda contra biografía.
Jack Kerouac nunca se dejó encerrar en la biografía. No subió al escenario a tocar la pandereta con los rockeros profesionales. Su única biografía es su leyenda. Leyenda es negación de efusividad crítica, ese monopolio de la palabra, que se come la voz del que escribe, educa, era gente que se postulaba a representarlo, a Jack Kerouac, como los diccionarios de las Academias que quieren el poder de la sintaxis, policía universitaria que pone cerco y estigmatiza la leyenda, mejor los picotazos suaves de la gallina de Tristessa. Sí, hay que dejar el hogar.
Y ahí está el mar. Para el perdido «Duluoz de los Dolores» rumbo a las visiones de Cody. Cody Pomeray y Jack Duluoz, dos cazadores de palabras. Cada palabra que cazaban era un historia, un desacato de viaje. Los lectores de Jack Kerouac somos lectores de esa leyenda, contra los idiotas que buscan el pelo en la leche para difamarlo. Somos politeístas como él. Tenemos varios dioses. Las novelas de Jack Kerouac son el mercado de pulgas del lenguaje.
Un pedido: «Oh lector simplemente sígueme ciego por el infierno ¡y vamos!» Y una reiteración que no es estilo: «todo me pertenece porque soy pobre.»
Ensoñaciones del suburbio raquítico de Brooklyn. Yo soñaba en Avellaneda y se escribía Visiones de Cody. Avellaneda: olores a comida, tiendas, cines. Y, años después, Jack Kerouac me enseñó que «un ferry en la grisura te puede hacer entender el espíritu loco de Jack London.» Kerouac sustrae biografía y suma leyenda de sus dioses.
El crítico Norman Podhoretz era un biógrafo tenaz, sin saberlo, un desmitificador irritado, que nunca se dio cuenta de que Jack Kerouac lo había derrotado en el tiempo. Puso a Kerouac en una bolsa llamada La bohemia inculta. Norman Podhoretz nunca se enteró de que Proust escribió el Contra Saint-Beuve. No es el único. Los cronistas conmemorativos, reseñistas semanales, sin saberlo, siguen su camino.
Henri Meschonnic: «La épica es una relación de intimidad con lo desconocido. Por eso es que parece consistir en algunos relatos. Pero más que viajes, hazañas o la grandeza del héroe, es, como el sentido, la historia, el ritmo, lo que no deja de escapar de sí mismo, y que, a través de cruces, intercambios, recomienzos, lleva a cabo indefinidamente, como el pasado con el futuro, su mestizaje.»
Una frase Kerouac trae otra frase Kerouac. Y eso es la construcción de la épica, relación intimísima con lo que esta en todos los futuros posibles.
Están los salones de billares marrones llenos de hombres, el color marrón. Bar «marrón» con «neones rojos o colorados que brillan en la humareda del salón y reflejan paneles marrones oscuros, la cerveza es marrón, los manteles, las luces son blancas pero amarronadas, el piso de mosaicos también (idénticos mosaicos a los de la barbería donde tuve visiones que miraba).» Kerouac se sienta en uno de esos salones y parece estar ahí para pensar en la humanidad en general, algo así como escribir un tratado sociológico sobre hombres en un salón amarronado, pero no, en realidad esboza a cada uno de esos hombres, se esboza él mismo y sabe que es cada uno de ellos. Es una especie de Montaigne de Denver. Kerouac se desactualiza escribiendo, no se deja leer según los conceptos ahistóricos de la sordera. Sus esbozos son más fuertes que los conceptos de moda.
Finalmente «atrincherado en la visión con la que redescubrí mi alma.»
Y Kerouac no deja de escuchar su pasado, lo escucha con toda la carga de futuro que tiene, en cada uno de los pliegues de imprevisible. El pasado se recuerda con la voz. Con las visiones. Kerouac se escribe en cada rincón de lo que recuerda. Escribe su ritmo, que es su única historicidad.
Una vez comprobada la imposibilidad para él de la cama-Proust, tiene que reinventarse un recordar, «el mundo real es tan vasto, tan inmensamente vasto, que ojalá Dios me hubiera creado más vasto.» Una manera es «el monólogo de toda una vida que se inicia en mi mente.» Que incluye a los secuaces en una mesa en el West End Bar. Los secuaces son a-generacionales. Con ellos siempre se puede esperar «un navío del mundo.»
Pero para eso hay que “renunciar a la ficción» y al miedo.
Jack Kerouac: «La sociedad es un error.»
En 1958 Ferlinghetti se niega a publicar los poemas de Mexico City Blues y San Francisco Blues. Kerouac: «Ferling piensa como Gregory que escribo prosa (como yo mismo lo digo), los versos no hacen al poeta.»
En Kerouac las ausencias murmuran, juegan al billar, se casan en Lowell, como Maggie Cassady o se mueren antes de casarse, o se pierden.
En Visiones de Cody asoma «La nuit es ma femme» (La noche es mi mujer) novela que Kerouac escribió en francés Lowell durante los meses de febrero y enero de 1951, y «la intentona abortiva de reanudar la escritura de Vanidad de Daoulas en la ciudad de los deseos.» Y tampoco dejará de pensar en William Faulkner.
Jack Duluoz viaja hacia Cody. Y un país es una vieja imagen de la infancia de un niño rubio pegado a la madre, a las polleras de la madre en un bar de estación de tren. Un niño maravillado que descubre la visión de un partir. Todo el sueño se concentra ahí. O una chiquita que sueña en un umbral de una casa de una calle. Marcas del origen en la rememoración. Que se transforman.
Hay una escritura Duluoz así como hay una caminata Duluoz. Y hay que hacer algo con las notas. Son apaciguadoras del nudo rítmico del alma (Mallarmé). Pero pueden ser infinitas, hay que llevarlas a libros, hay que escribir novelas se ordena Jack Duluoz.
El poema, la frase está en una ventisca.
Hay que terminar con la reflexión y la paranoia, y con la carga de «novedades artificiales» y asumir lo Dreiser en uno, que no es la influencia, y menos la angustia, es una orilla del lenguaje.
Y Evelyn Pomeray soñada a través de otras mujeres. Camisa holgada, pantalón holgado años cincuenta.
Jack Duluoz se sienta en un taburete de un bar y desde una puerta abierta, luz que ciega, mira, siempre en ese mirar escuchando que hace notas: rápida descripción «playa de estacionamiento detrás de un pequeño porche de cemento – poste – luego campos marrones, alambrados, torres petrolíferas, halo azul, alambres telegráficos, acero negros sin forma, árboles, casas, el Cielo Pacífico sobre Pedro y luego el océano.» Todo está en ese luego. Lleva el incumplido que va de la nota a la novela.
Hugo Savino
ph / Jack Kerouac