Dos poemas / Ramiro Pelliza

 

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Mirame. Que me vengo revolcando por el suelo. Que vengo solo a los rastrones. Que vos podrías ser el cuerpo que le falta a mi arrastrarse. Pero no. Porque es por vos por quien me arrastro. Y vendrías a eclipsar mi amor por sumar tu cuerpo. Vendrías a transformar este revuelque en una lujuria que no es mía, en algo compartido, que no quiero.

 

Mirame. Yo a vos no te quiero mía. Si no sos yo, que ni te acerques, deseo. No me sirve de nada que seas algo más, un complemento. Para eso me masturbo los por qué hasta encontrarle orgasmos a la ausencia. Yo no quiero extranjeros en el amor. Yo no quiero que me visites como si estuviera enfermo. No me duele nada. O sí, pero el dolor es mío, porque estás toda hecha de ausencia. O sos el hueco que me falta o sos el hueco que me sobra. Pero no podés ser las dos cosas. O sos la ausencia que elimino o sos la ausencia que me encima. Pero nunca una sola.

 

Este dolor que es mío, este dolor sos vos. Yo tengo las dos puntas de este hilo y vos la aguja. ¿De dónde me agarrás el ángel olvidado? ¿En dónde me cosiste la aureola de estar vivo?

 

Es verdad. Porque no me duele absolutamente nada. Y por eso sé que no estoy curado. Porque nunca estuve enfermo. Es imposible que me duela tu no estar. Porque estás clavada en los párpados que miro. Y te miro. Y vos te mirás para adentro. En el lugar en donde había alma, ahí tu cuerpo es un albergue transitorio para mi amor. Es un polvito, un echarte diéresis en donde recluís los huesos. Un pedirle permiso a todo lo que tiene pase libre.

 

Mirame. Que te duela este montón de sombra. Que te acostumbres a que no duela absolutamente nada. Porque en donde está mi alma ya no duele nada. Porque en donde hay dolor sos vos, y no soy yo. ¿Será que mi alma sos vos? Y entonces ya no sé, siquiera, ni cómo decirme que me mire.

 

 

2

 

 

Amor, dale, que se me cansó el salir de sol. Amor, te huelo el corazón y huele a otro.

 

Que me enigmes, puede ser.

Que me sucedan.

 

Vos, que para llegar hasta mi pecho, tuviste que atravesar mi espalda. Por la parte que era ciego, también era sensible, libertadora de tu causa; dolida por quejoso; requerida por vengativo; restauradora de ansias ajenas; Ay, cansadita de siempre lo mismo.

 

Te juro que la luna no tiene entradas, pero cada día somos más los que no podemos salirle. Y es que los ojos multiplícanse cuando uno sueña; que de sueño no cumplido no hay retorno. Vos, soñadora; vos, sueñito.

 

Te acaricio con esta mano de sentirse solo; te sostengo con la fuerza de hombre para abrir tapitas duras. Tengo camellos suspirando en la desidia. Ay, amor, cuánta algarabía en tomar agua y seguir vivo.

 

¿Y este arnés que me sujeta por si me levanto? Dios, que enojarme sea tan prolijo; eso, no.

 

 

 

Ramiro Pelliza / De Llorar en orden (Ediciones En Danza, 2018)

ph/ Jorge Macchi, Dibujo