La frase-justa: la palabra-cuchillo en la obra de Laura Estrin / Nahuel Sánchez

           La literatura hace que la piedra sea más piedra

           Shklovski, Viaje sentimental.

 

 

 

“La literatura viene del futuro”, suele parafrasear Laura a su rusa. Y la literatura de Laura Estrin es una obra que se escribe hoy para ser exhumada y puesta en su lugar luego de que el tiempo se encargue de hacer una justa lectura de su poesía y ponerla en su lugar. Su lugar: la literatura no permitida, la que no pide permiso en el decir de Mandelstam, para avanzar como una fuerza de choque entre tanta basura comercial y estallar como granada de mano en la cara del lector que consume bestsellers de Anagrama y otras multinacionales afines. Junto a Natalia Coluccio, que también empezó a publicar su obra en este siglo, la poesía de Laura Estrin es lo que ella busca en toda literatura: un apax, o sea, un autor, una lengua y una obra única, irrepetible, registrada en una época específica, sin genealogía aparente. La obra de Estrin es (como me escribió en un mail hablando de Natalia Coluccio) “un manantial raro y potente”, y agrego: que entró por la ventana para desatar una ola beligerante de la única guerra que debe combatirse: la guerra ética, la guerra literaria.

 

Tapa de sol y Ataditos son dos libros originales, de una singular fuerza cada uno y por su cuenta, esto es: encima y sobre todo son dos textos distintos entre sí. Lo primero que destaco es que en los poemas (principalmente en Tapa de sol) están presentes (concentradas) las ideas de Laura Estrin sobre la literatura. Se arma una poética de la literatura, de la poesía, de la lectura («uno es lo que lee») en versos cortos, “sintagmas quebrados” (como dice Laura de la prosa de Shklovski), en suma: «una literatura de frases», que es lo que la autora le pide y espera de la poesía.

 

Muchas veces, cada verso es una frase; otras, lo es la estrofa: todo condensado, todo atadito con hilos de sangre que son mundos.  La obra como en un «quedarse para siempre / en una biografía larga» y también: «La poesía es siempre lo que corre», lo que experimenta, lo que dice de esa experiencia, de ese-este-su «Tiempo / único terrible amigo / para siempre». La poesía es lo «insoportable», es la «Hermética de uno», porque para decir algo hay que decirlo bien, con la palabra justa («justo el cuchillo que faltaba» dice el quía (Osvaldo Lamborghini); L. Estrin: «Justo el fin de la aventura»). Además, la autora parafrasea «claro» el decir de los poetas, de «Los nostálgicos». Entonces: «que nos aguanten» y «que entienda el que pueda».

 

Los objetos tejen días, mañanas, noches («Otra vez, los objetos son un consuelo, / mañana voy a estar tan linda…»); los libros y el suelo y las piedras. Y no es un todo-como-si, es un todo así porque así ve Laura con el ojo visionario del poeta («algunos tienen visión y se transforman en visionarios», dijo Nicolás Rosa en una entrevista; nuestra autora, autorreferencial, autobiográfica siempre, se cita y dice: «autores de los ojos»), el ojo lastimado que padece la muerte (un solo cuerpo / para tanta muerte) en la muerte de los demás, de los amigos, pero también en carne propia, esa que tiene que cargar con tanta tristeza, con tanto dolor, angustia de espera, angustia de soledad. Pero como «el tiempo no se arregló» hay que «reír / nunca sonreír» porque «el horror ríe / el dolor ríe» (con salvaje y cristalina reminiscencia en el horroreír de Leónidas), porque «cuando veo la risa / me quedo ahí / porque es versopuro», y no puro verso, claro.

 

Cuando se consigue lo agramatical, la verdad parece (¿parece?) absoluta: «Nadie permanece de ellos». Hay algunas advertencias. A pesar de seguir a Fijman, quien se sobrepone «a todo / con ayuda divina», Estrin apunta: «-ningún loco, para hoy, para mí».

 

Y la repetición, siempre la repetición, aquella sobre la que no se cansa de señalar en sus clases como una de las cualidades más perfectas de la literatura: «un día como otro /que vuelve / que vuelve» y copio (casi) tres estrofas: «ese pozo viejonuevo / cuando uno nunca deja de decirse, / se escribe, se repite. // Releo y es evidente / que sigo un ritmo ya encontrado / pero que vuelve / Siempre el mismo. // Oscurece, miro afuera, / es otranuevavez Parque Chacabuco-ya escrito» (con el guion de la palabra puente de Tsvietáieva).

 

Y al revés de la vanguardia decimonónica, la autora traza una línea que, cuando se cruza, se queda siempre en el medio y no hay vuelta atrás, porque de un lado está la vida y del otro la poesía, y la literatura dice para fijar un sentido a eso primero, materia prima del verso, materia misérrima del sujeto: «Alegría de palabras/tristeza de los cuerpos»; y en la barra, la disyunción que es la escisión, la fractura definitiva (y definitoria) del poeta, que fijó para siempre Libertellla: los escritores que escriben hacen literatura del y/o. Y «a riesgo de horrible metáfora», o sea, a riesgo de salirse del (su) reino de lo literal, escribe verdades como «el judío recuerda / molesta tanto», porque la literatura, cuando es literatura, molesta, «jode las pelotas» (a grito de guerra despotricó nuestra autora en las únicas Jornadas Piglia a las que valió la pena asistir). Y la literatura de Laura Estrin jode porque, y acá uso su frase-cuchillo definitiva, distintiva y definitoria: su literatura dice lo que dice.

 

Nahuel Sánchez

PH/ Alfredo Prior