La historia no es una fotografía del pasado, es un acto de reconstrucción colectiva hecho a partir de evidencias, documentos y registros que, además, está sometido a un debate permanente. En este sentido, la historia no es cualquier relato sobre los hechos sucedidos, tiene un estatus de legitimidad dado por el marco intersubjetivo que esos mismos documentos y evidencias permiten establecer. Por lo tanto, la idea de que la historia la escriben los vencedores es una falaz simplificación tanto como que habría otra historia, más justa, escrita por los vencidos. Cuando el gobierno polaco intentó definir por ley qué se puede decir sobre el pasado al pretender que no se debía involucrar a ciudadanos polacos como victimarios vinculados a la Shoah, en la práctica, fracasó porque se golpeó con la enorme cantidad de pruebas y testimonios en contra de tal imaginada santificación.
De la misma forma podemos considerar el caso de David Irving, quien demandó a Deborah Lipstadt porque consideró que esta historiadora lo estaba difamando al acusarlo de negar las evidencias históricas sobre el Holocausto. Irving pretendía que sus enunciados sean reconocidos en su calidad de historiador y por ello perdió el juicio. La corte argumentó que efectivamente Lipstadt tenía razón al afirmar que Irving había distorsionado las evidencias para favorecer su punto de vista negacionista. En otro orden de cosas y para dar más claridad a la cuestión, consideremos un asunto no histórico, la postura de los terraplanistas. Pueden reclamar una y otra vez por la veracidad científica de su punto de vista que niega la esfericidad de la Tierra, por supuesto que tienen derecho a hacerlo, pero no pueden pedir reconocimiento académico ni subsidios de los gobiernos para financiar sus investigaciones, ni que su “saber” forme parte de programas tecnológicos por la razón de que no están dispuestos a someter sus puntos de vista a ninguna forma de refutación. Tenemos claro el desastre que sería para la aviación volar bajo los supuestos de los terraplanistas. Podemos afirmar, entonces que la verdad histórica no se sentencia ni se anula con leyes ni con decretos. Se decide a través de la investigación y el debate.
Sin embargo, la historia puede ser confiscada y moldeada. Lo que sabemos sobre el pasado no nos llega solo a través de la investigación y los escritos de los historiadores y las más de las veces poco sabemos de los conflictos y los debates que se suceden. Para la mayoría de nosotros el conocimiento del pasado proviene de formas narrativas muy diversas que incluyen a la literatura, al cine, el teatro y ciertas conmemoraciones. Poco importa que estas expresiones no respondan a los cánones académicos, a nivel político lo que sentencian es significativo.
En razón de una nueva película, se ha vuelto a debatir sobre el humor y la Shoah. Sin embargo, la controversia parece equivocada cuando no superflua porque El tren de la vida la clausuró al demostrar que allí no había problema alguno. El reparo con La vida es bella no está vinculado al humor, como alguna vez se supuso, sino a su carácter negacionista de lo que el Holocausto ha significado para sus víctimas, para la cultura judía y para todo el mundo moderno. Decimos negacionista en tanto propone una visión endulcorada de lo sucedido en los campos de exterminio como forma de hacer aceptable la Shoah. Es una “mala película” llena de buenos sentimientos y una pobre moralina. Parafraseando a Georges Bensoussan podemos decir que el problema con la película de Begnini y con JoJo Rabitt, recientemente estrenada, es que proponen, bajo cierta estétización humorística, apartar la vista sobre el crimen que pretenden denunciar.
La película dirigida por Taita Waikiki es un relato torpe sobre un niño torpe perteneciente a las juventudes hitlerianas que tiene un amigo imaginario, un patético Adolf Hitler, una madre pop que está vinculada a la resistencia y que esconde a una joven judía en su casa. En la película no hay tragedia, aunque la madre haya sido ahorcada, tampoco hay genocidio. Los nazis son personajes que dan pena por sus tonterías y que, a fin de cuentas, son capaces de redimirse con algún buen gesto. ¿Cuál es el sentido de ese Hitler imaginario que es un necio con forma de clown? Ni es una crítica a Hitler, ni permite pensar su carismático éxito, ni sus persecuciones raciales, ni sus ambiciones militares, ni el régimen totalitario que encabezó. Haberlo comparado con el personaje de Hynkel en El Gran dictador de Charles Chaplin es uno de los fallos más groseros de gran parte de las críticas y que las vuelve sospechosas.
Hemos entrado en un momento histórico en el que la memoria de la Shoah se ha convertido en mercancía incautada para buen nombre de su portador. Libros, musicales, películas, un falso heroísmo y un cruel victimismo horadan la difícil lección histórica de la Shoah y el complejo y arduo camino de redención de las víctimas. Lo ocurrido en Yad Vashem es un doloroso ejemplo de esta última afirmación.
Mientras se estrenaba JoJo Rabitt, en Yad Vashem se desarrollaba el Quinto Foro Mundial del Holocausto y se conmemoraban el 75 aniversario de la liberación de Auschwitz. Allí sucedió lo que no debió haber ocurrido: la verdad histórica terminó por hundirse en un pantano que atrapa a todos y de donde será difícil salir. El periodista Ofer Aderet, del diario Haaretz, lo comprendió con notable claridad cuando en una nota escribió: “Setenta y cinco años después de la liberación de Auschwitz, no nos queda más alternativa que admitir que Israel, el Estado de los judíos, está dispuesto a vender el recuerdo del Holocausto al mejor postor. La última vez fue Polonia, ahora es Putin. Es lamentable, aunque no sorprendente, que ni la precisión histórica, ni el recuerdo de las víctimas ni las lecciones para el futuro impulsen la política de Israel. Los estrechos intereses políticos y diplomáticos determinan su agenda, incluso con respecto a la tragedia de las personas que dice representar”(1).
Tal como sucedió en el año 2018 cuando el entonces primer ministro Benjamín Netanyahu negoció con el gobierno polaco una declaración conjunta en relación con la ley de Defensa de la reputación de la República y de la Nación Polaca. En aquella declaración se falseó la historia y como ejemplo relevante queda el silencio decidido sobre la matanza de Jedwabne que implicó, para el diario Página/12, por un artículo vinculado a aquel hecho, el primer uso de la ley a través de La liga polaca contra la Difamación, un grupo de extrema derecha.
Hemos hablado en la primera parte del presente artículo sobre el problema de la verdad en la historia. Verdad que estuvo ausente en el encuentro celebrado en Jerusalém cuando se sacralizó a Rusia como liberadora de Auschwitz para olvidar el reparto de Polonia acordado en el pacto Ribbentrop-Molotov y de la matanza de Katyn relatada por el director Andrejz Wajda en la homónima película. Este hecho fue reconocido por Yad Vashem a través de una carta explicativa publicada en el diario Haaretz en la cual se afirmaba que: “Lamentablemente, los videos en el evento, y particularmente el que tenía la intención de resumir los puntos clave de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, incluyeron imprecisiones y una descripción parcial de los hechos históricos que crearon una impresión desequilibrada”(2).
Es evidente que hay cuestiones que no se pueden subsumir a las necesidades de la “realpolitik”. Aderet concluye que: “Es difícil ignorar la adulación exagerada que los políticos israelíes le dieron al líder de Moscú. Uno pensaría que él mismo había abierto las puertas de Auschwitz el 27 de enero de 1945. Si el recuerdo de las víctimas del Holocausto y la Segunda Guerra Mundial significaba algo para alguien, deberían haber modulado de alguna manera esos patéticos gestos de respeto, recordando que Putin no fue invitado a una ceremonia de premiación o homenaje a sí mismo, sino más bien a una conmemoración de lucha”(3).
En esta era de la “memoria”, JoJo Rabitt no es una anécdota fílmica. Se suma a una gran producción literaria, cinematográfica, teatral y actos conmemorativos que se constituyen en una particular forma de olvido, en un modo neblinoso de negación. Particular y neblinoso porque portan la gravedad de simular el recuerdo y el compromiso con las víctimas. Para existir, se apoyan en el desmembramiento de la historia. La pregunta final es ¿qué nos queda?
Una vez más, consideremos para responder las palabras del historiador Georges Bensoussan. Son algunas reflexiones entrecortadas pero que pueden abrir un camino de reflexión para decidir aquello que debe perdurar
En 1982 George Steiner señalaba a propósito del libro de William Styron, La decisión de Sophie: “Lo mejor sería callarse. Durante 50 años, durante un siglo o un milenio. Penitencia infligida al poeta, al novelista, al dramaturgo que utilice el nombre de Auschwitz. (…)
A propósito del folletín norteamericano Holocausto, (…) Pierre Vidal-Naquet aludía a “la transformación de Auschwitz en mercancía” (…) Paul Ricoeur consideraba, en cambio, que la ficción era indispensable para el conocimiento de esa historia, que le daba “ojos al narrador horrorizado. Ojos para ver y para llorar (…)”.
… el conjunto de cierto cine de los años 1970 y siguientes se dedicará a transformar la pesadilla en espectáculo. Desde Holocausto (1978) hasta La lista de Schindler (1993) y La vida es bella (1997), toda una serie de filmes indica el ingreso en una “normalización espectacular” (Catherine Coquio) que le hace decir al crítico Michel Ciment que la Shoah había sido “tomada como rehén”(4).
Películas como El hijo de Saúl (2015) o La zona gris (2001) pueden darle la razón a Paul Ricoeur con la salvedad de que todas las otras críticas no pierden nada de su valor. Deberemos ser conscientes de la convivencia obligada de estas contradicciones. Frente a lo sucedido en el Quinto Foro Mundial del Holocausto y, frente al estreno de filmes elogiados como JoJo Rabitt nos queda la advertencia que formulara el historiador Pierre Chaunu: la memoria es una “máquina de olvidar” (5).
Eduardo Wolovelsky
Publicado en Nueva Sión (Periodismo judeoargentino con compromiso)
1. https://www.haaretz.com/israel-news/.premium-israel-sold-the-memory-of-the-holocaust-to-the-interests-of-foreign-nations-1.8439985 [10 de febrero de 2020]
2. https://www.haaretz.com/israel-news/.premium-yad-vashem-apologizes-for-historical-error-at-world-holocaust-forum-1.8481112 [10 de febrero de 2020]
3. https://www.haaretz.com/israel-news/.premium-israel-sold-the-memory-of-the-holocaust-to-the-interests-of-foreign-nations-1.8439985 [10 de febrero de 2020]
4. Bensoussan, G. (2019), La historia confiscada. De la destrucción de los judíos en Europa. Usos de una tragedia., Buenos Aires: Waldhuter. Pp. 302-307.
5. http://revistaayer.com/sites/default/files/articulos/32-11-ayer32_MemoriaeHistoria_Cuesta.pdf [13 de febrero de 2020]