
Una joya histórica de la lengua portuguesa. El 24 de noviembre de 1966, el periodista y escritor portugués Arnaldo Saraiva entrevistó a Guimarães Rosa, pocos meses antes de su muerte, para el “Diario de Noticias” de Portugal. Tiempo después, la entrevista fue publicada en el libro Conversas com escritores brasileiros (Porto, ECL, 2000).
He aquí el hombre. El hombre que, en menos de 20 años, con su prosa, su estilo, su literatura, sin ayuda de la medicina que, aunque cuida la salud jamás dio genio, conquistó Brasil, Portugal, Alemania, Italia, Estados Unidos… ¿El mundo?
Miren su cuerpo: a pesar de una leve amenaza de obesidad, parece un atleta o el galán que supo ser, o el boy scout de la lengua que todavía es. Sobrio y elegante, distinguido, sonriente, calmo, aristócrata como es propio de un embajador (sino no estaríamos en un salón de Itamarati). Sin pose o gestos artificiales con que otros intentan eludir la mediocridad. El que esperó casi cuarenta años para publicar su primer libro, o mejor dicho, el que avanzó solo por los grandes desiertos de la lengua, no tiene por qué apurarse ni pedir prestado un cuerpo, traje, máscaras.
Ahí está su moño, simétrico e impecable, haciendo juego con los anteojos claros, tan claros que esclarecen aún más esos ojos interrogantes, atentos. Y llama la atención que a un oriundo de Minas, Cordisburgo, a dos pasos (brasileros) de la Itabira de Drummond, le guste, al contrario que al poeta, hablar (por lo menos a primera vista), contar, ser escuchado. Hasta en eso parece ser grande su amor por la lengua. Ni bien me senté ya empezó a hablarme de Portugal y de escritores portugueses…
Guimarães Rosa
A Portugal fui tres veces. La primera en 1938, estuve un día nada más, iba hacia Alemania. La segunda en 1941, pasé quince días en cumplimiento de una misión diplomática que me había sido confiada en Hamburgo. En la tercera, en 1942, estuve un mes y regresé a Brasil a causa de la guerra.
Arnaldo Saraiva
¿Durante esas estadías tuvo relación o acercamientos con algunos escritores?
Guimarães Rosa
No, porque entonces yo no era “escritor” (Saragana, de hecho, recién se publicó en 1946), y lo que más me interesaba era relacionarme con gente del pueblo, entre los que hice algunas amistades. Me gusta mucho el portugués, sobre todo su integridad afectiva. El brasilero es gente muy buena, pero es más superficial, es más arena, en tanto que el portugués es más piedra. Todavía tengo una costilla portuguesa. Mi familia del lado Guimarães es de Tras-os-Montes. En Minas es común ver la típica casa del Miño, pero la región en la que nací era una isla transmontana.
Arnaldo Saraiva
¿Llegó a conocer a Aquilino?
Guimarães Rosa
Lo conocí accidentalmente. Una vez entré a una librería de Chiado, no sé cuál, presumo que era Bertand, y cuando pedí sus libros el empleado me preguntó si quería conocerlo porque estaba ahí mismo. Le respondí que sí, y de esa manera obtuve dos o tres autógrafos de Aquilino, con quien conversé unos instantes. Tiempo después, volví a encontrarlo en el almuerzo que le ofrecieron cuando visitó Brasil. Pero él, obviamente, no me recordaba, porque yo no me había presentado como escritor, y tampoco le hablé del tema.
Arnaldo Saraiva
Sabía que, ya en 1952, en una crónica motivada por su visita a Brasil, Aquilino puso el nombre Guimarães Rosa junto con el de José Lins do Rego, Gilberto Freyre, Graciliano Ramos, Manuel Bandeira, Jorde de Lima y Agripino Grieco, a quienes consideraba “notables escritores y poetas” que en Brasil “estaban escribiendo sobre la lava” que “iba a enterrar la prosodia y la morfología de la lengua madre portuguesa”. Creo que esa fue una de las primeras referencias de usted en Portugal…
Guimarães Rosa
No sabía que Aquilino había hecho esa referencia. Sin embargo, antes de esa, hay una mención del Consulado de Porto, en 1947, no sé quién la hizo. Hubo otra, años después, a menos que me que equivoque, realizada por un hermano de José Osório de Oliveira.
Arnaldo Saraiva
Volviendo a Aquilino: ¿se siente influenciado por él? Por lo menos el crítico minero Fábio Lucas notó algunos puntos de contacto, para nada despreciables, entre su obra y la de Aquilino.
Guimarães Rosa
A mí me gusta Aquilino, sobre todo el de la Aventura Maravillosa, pero no creo que haya recibido de él ningún tipo de influencia, salvo en la medida en que soy influenciado por todo lo que leo. La verdad es que de él, antes de 1941, sólo conocía uno o dos libros, como lamentablemente todavía hoy me sucede en relación a casi la totalidad de escritores portugueses vivos. Y, como sabe, Saragana fue escrito en 1937.
Arnaldo Saraiva
Un mozo de Itamarati entra con un vaso de agua y le pregunta si necesita algo más. Guimâraes Rosa agradece y dice: “Vaya con Dios”, como si fuese un lugareño de Las Beiras o un transmontano. Eso me dio la oportunidad para preguntar: ¿cómo toma o explica el enorme prestigio del que goza en los medios intelectuales y universitarios portugueses?
Guimarães Rosa
En lo que respecta a mí, por aquí, por Brasil, hubo muchos errores que hasta hoy no desaparecen del todo y que, curiosamente, no los hubo en Portugal, o eso parece. Algunos pensaron que yo inventaba palabras a mi gusto o que pretendía tener simples gestos de erudición. Pero lo que pasó es que yo me limité a explorar la riqueza de la lengua tal como era hablada y entendida en Minas, región que tuvo durante muchos años una ligazón directa con Portugal, lo que explica su tendencia arcaizante, más allá de tener un vocabulario concreto y reducido. Tal vez es por eso que hasta el día de hoy tengo una sincera pasión por los antiguos autores portugueses. Una de las cosas que quisiera hacer es editar una antología de algunos de ellos, porque las que existen no están hechas con un criterio moderno. Hace un tiempo descubrí, con gran sorpresa, que el escritor Fernão Mendes Pinto (1509 – 1583) utiliza una palabra que yo uso en el Gran Sertón: “amouco”. Le voy a decir una cosa que nunca le dije a nadie: tal vez lo que más me influenció, lo que más fuerza me dio para escribir, fue la Historia Trágico-Marítima. Ya ve que mis raíces están en Portugal y que, al contrario de lo que pueda parecer, no es tan grande la distancia lingüística que me separa de los portugueses.
Arnaldo Saraiva
Pienso que hasta la inmediata e incondicional adhesión portuguesa a Guimarâes Rosa tiene mucho de transferencia sublimada de una frustración lingüística nuestra, colectiva, que viene por lo menos desde Eça. Pero mejor no desviarse. Me sorprende mucho que no haya citado ningún libro de caballería, ninguna novela bucólica, porque pensaba que de ellos había diversas resonancias en su obra, sobre todo en Gran Sertón: Veredas.
Guimarães Rosa
Sí, leí muchos libros de caballería cuando era chico. Allá por los 14 años, me entusiasmé con Bernandim Ribeiro, después incluso con Camilo. Todavía me siguen gustando los de Camilo, pero a quien releo permanentemente es a Eça de Queiroz. Cuando tengo gripe, parte de la convalecencia es leer Los Mayas; este año ya releí casi todo El crimen del Padre Amaro y parte de la Ilustre Casa de Ramires. A Camilo lo leo como quien va a visitar a su abuelo, y a Eça como quien va a visitar a su amante. Cuando fui a Portugal por primera vez, solamente quería comidas ecianas, qué exquisitez aquellos almuerzos de la Quinta de Tormes. Además, déjeme que le diga que me vuelvo muy materialista cuando pienso en Portugal. Pienso en los buenos vinos, en las excelentes comidas que hay por allá. Tal vez sea por eso que si hay un país al que me gustaría volver es a Portugal.
Arnaldo Saraiva
Que obviamente lo recibirá con los brazos abiertos. Pero todavía permítame una pregunta más: ¿cómo se “encaminó” —y pienso que en su caso esta palabra se ajusta bien— hacia el campo de la “invención lingüística”?
Guimarães Rosa
Cuando escribo, no pienso en la literatura: pienso en capturar cosas vivas. Fue esa necesidad de capturar cosas vivas, junto con mi repulsión física por los lugares comunes, y al lugar común nunca lo confundo con la simplicidad, lo que me llevó a otra necesidad íntima de embellecer la lengua, volviéndola más plástica, más flexible, más viva. Es por eso que no tengo ningún proceso en relación a la creación lingüística: lo que yo quiero es aprovechar toda la riqueza que hay en la lengua portuguesa, ya sea de Brasil, de Portugal, de Angola o de Mozambique, incluso hasta la riqueza de otras lenguas. Por la misma razón, recorro tanto las esferas populares como las eruditas, tanto la ciudad como el campo. Si ciertas palabras bellísimas como gramado (pastizal) o aloprar (enloquecer) pertenecen a la jerga brasilera, y otras como malga (tazón), azinhaga (callejón), azenha (molino) solamente funcionan en Portugal, ¿es esa razón suficiente para que no las use en otro contexto? Porque yo nunca sustituyo las palabras al azar. Hay muchas palabras que rechazo por inexpresivas, y es eso lo que me lleva a buscar o crear otras. Siempre lo hago con el mayor de los respetos y con el alma. Respeto mucho la lengua. Para mí, escribir es como un acto religioso. Tengo muchísimos cuadernos con relaciones de palabras, de expresiones. Acompañé a muchas manadas a caballo, y siempre llevé un cuadernito y un lápiz en el bolsillo de la camisa para anotar todo lo bello que pudiera ser oído, hasta el cantar de los pájaros. Tal vez mi trabajo sea un poco arbitrario, pero si se capta, se capta. A decir verdad, la tarea que me impuse no la puedo hacer solo.
Arnaldo Saraiva
Guimarães Rosa va buscar una foto para mostrarme dónde llevaba su cuadernito de notas, entre el montón, encuentra una carpeta de cartas que se escribió con un traductor norteamericano, y me muestra las dudas y las dificultades que tenía, y el trabajo, la seriedad y la minucia con que las iba resolviendo una por una, escribiendo profundos autoanálisis estilísticos o consideraciones filológicas. Y, mientras tanto, me va haciendo otras confesiones interesantes. Por ejemplo: “Me gustan las traducciones que penetran. La traducción italiana de Cuerpo de Baile me gusta más que la original”. O: “Estoy lleno de cosas que me gustaría escribir, pero el tiempo es poco, el trabajo es lento y la salud tampoco es mucha”. O: “No tengo vida literaria, en general salgo de acá y me voy a mi casa, donde me quedo trabajando hasta tarde”. O: “El próximo año voy a publicar un libro, que todavía no tiene título, con cuarenta relatos” (que fueron publicados cada quince días en un diario de médicos llamado El Pulso donde también se publican cartas para atacarlo o defenderlo ferozmente). O también: “No me gusta dar ni doy entrevistas. Siempre me queda la sensación de no haber dicho lo que quería decir o que lo dije mal, o que creé una mayor confusión y, a decir verdad, no estoy tan seguro de lo que busco o lo que quiero. Con vos hice una excepción…”
Traducción de Omar Vallejos