
A los amigos del Grupo Beckett.
… mañana de abril… cara sobre el pasto… sola en el mundo… con las alondras… recomenzar desde allí… volver a partir de… (Samuel Beckett, No yo).
La Boca habla en tercera persona. Deflagración de la voz. Habla desde un fondo. El de la infancia sin defensa. Así como el Narrador de Muerte a crédito habla desde el fondo del trabajo sin defensa. Céline rechaza la tercera persona. Es la voz mentirosa por excelencia. La Narradora de Beckett se agarra a ella. Se enrosca, es lo que encuentra para hablarse. Contarse esos años en que algo le comió la voz. Afirma «su vehemente rechazo a soltar la tercera persona.» Finalmente, sin recurrir a una interpretación, es la voz a través de la cual contará su fracaso.
Ya sabemos que la tercera persona es la persona ausente. Ninguna reflexión al respecto. Únicamente ese señalamiento.
Beckett le abrió un espacio al amateur: «Dudas de amateur, desde luego, de amateur prudente, tal como los pintores lo sueñan, que llega con los brazos a sus costados y con los brazos a sus costados se va, la cabeza cargada con lo que creyó entrever. Qué chiste las preocupaciones del ejecutante, al lado de los tormentos del amateur, al que nuestra iconografía de dos al cuarto atiborró de fechas, de períodos, de escuelas, de influencias, y que sabe distinguir, tan sabio es, entre una aguada y una acuarela, y que cada tanto cree adivinar lo que ama, a la vez que conserva su mente abierta. Porque se imagina, el pobre, que nada de lo que es pintura le debe resultar ajeno.»
Oír ese oído alucinado que habla en tercera persona y hace monólogo. ¿Contradictorio? No sé. Trato de no hacer estética general. En la censura ambiente no es fácil ser un amateur. Y aceptar no saber. Todos los Herr especialistas lo desaniman, lo corrigen. Lessing entra por la ventana.
Desvío la frase de Beckett cuando lee a Proust: «La ecuación beckettiana nunca es sencilla. Lo desconocido también es allí lo irreconocible y elige sus armas entre todo un arsenal de valores.»
No yo parte de un rechazo. Beckett escribe en cada libro su poética del rechazo. Así que si hay decisión de lector, o sea, alguien lejos del sabio cargado de notas al pie, hay que elegir arma entre ese arsenal de valores que el terreno de la profesionalización lectora impone. ¡Ayúdanos Robert Burton!
El amateur también tiene sus rechazos. Si aprendió a dejar atrás las anécdotas, el juego encantador del franeleo con los estetas. Vassari siempre tiene sus garras listas.
No yo puede ser el recitativo de un salto al costado de la generación de alguien que nunca estuvo. Pero no basta con no haber estado, hay que decirlo. Todos te quieren adentro. Y algunos solo quieren estar en un rincón, leyendo lo que quieren. Y un «luego escuchar una vez más…», tratar de escuchar. Pero primero «… reconocerla como suya… la voz como suya… pero con eso una vez más una… una vez más una idea… terrorífica… oh mucho después… brusca iluminación…» Beckett fue hasta esa Iluminación. Le aguantó la mirada.
La voz es « lo íntimo exterior » (Henri Meschonnic).
Y para Beckett es activa como el artista, pero de manera negativa, y si dice algo, lo dice en el ojo del ciclón (Beckett, Proust).
La voz de No yo está en pleno delirio, casi como la de un memorialista que descubre que su mejor interlocutor es él mismo en la otra punta de la mesa, en lucha con el sentido. Que se le hace y deshace, y ese es el intento, soportar esa oscilación, «… no soltar… intentar siempre… no sabiendo qué es… qué es lo que ella intenta…»
Hugo Savino