Elia (XII) / Hugo Savino

Esquinas y rincones del mediodía. Clases trabajadoras y clases peligrosas. Mis lecturas. Mi decorado. Ninguna indiferencia, toda una disposición de los lugares, una atmósfera como diría Gloria. No es lluvia nieve, no, solo llovizna, el sol entra y se va, el azul del cielo se hace gris y otra vez azul, gris azul, festejan un casamiento en el restaurante que está al lado del Cine Roca, los casados, ahí, antes del pecado autorizado, se hacen fotos, mesas largas, paraíso avellanedense, miro con Orlando, somos dos habitués de la esquina, del barrio, estamos ahí, miramos, nos sacudimos la marmota cotidiana de excepcionales, detesto la retórica de la excepción, y somos nosotros los que repetimos los mismos gestos de mosca al azúcar, no ellos, nosotros que vamos de tentación literaria a tentación literaria, aburridos hablantes de ideas generales que no saltan a meteco. Hay que desandar más camino.

La pregunta es siempre por la plata hasta que haya plata. Lo siento si el plano narrativo exigido se pierde. El cacareo de la oralidad de opereta se puso de moda. La sobremesa de la casa de la calle Paláa iba de otra cosa, murmullo del pasado, estaba llena de relatos de las clases peligrosas. La noche de los sicilianos y la noche de los judíos. El uso de la visión del pasado sobre el mantel.   

Bajaba, como todos los días, de Barracas hacia Avellaneda, en armonía perfecta con el paisaje, y su presencia lo sellaba, cruzaba el Puente puro hierro planchas soldadas de las invenciones metalúrgicas. Orlando a patitas hacia la tienda. Por la ventana de un vagón de tren alguien lo miraba caminar, todos los días uno que iba de Constitución a Lanús se fijaba en el cruzante que no lo veía, era una mirada solitaria y sin reciprocidad, del viaducto al puente. Pisaba, o pateaba la vereda de cemento de la vereda del puente, saco gris, camisa blanca, pantalones azules, brazos colgantes de amateur en un museo, zapatos de gamuza –¿quién le confeccionó ese conjunto?–, hijo de algún Talmud. Lo empujaba el viento del noroeste. Algo loco, ido, o concentrado según le daba la mañana, su mejor brújula, ningún rebbe en la familia, solo vendedores ambulantes o tenderos. Vendedores de cantilenas. Como el judío del teatro, tenía mucho embrollo en la cabeza.  Pasa en esta mañana, sol de un mes preciso.

Venía de lo periférico. La idea central de este no-grupo es que no tienen jefe. El único refugio para el herético es la disimulación. Máscara a re-máscara. Polémica con el enemigo: prohibidísima. Prohibídisima también la franela de inclusión, el pedido de reconocimiento, la ratonada de hacerse pasar por alguien, la hermandad de las almas, solo ir de boca cerrada a más boca cerrada.

La ciudad de Avellaneda, que es el corredor, pasando por Barracas, hasta el puerto de salida : Constitución.

Arrancan como escritores de vanguardia, y después, acumulación de mentiras, van a la tercera persona, arrastran a sus pobres fans, que nunca llegan a terminar de leer La prima Bette, muy larga, y un día más allá del otro día, llegan a lo que siempre escribieron: guía Michelin. Vértigo de lugares comunes. O guía o poema. O filosofía o poema. Resisto la evangelización de las hordas de los «valores», de los empujes a pensar. Hordas de pensadores. Todavía lo veo al viejo profesor de francés, me mira como a una pulga advenediza, que es doble pulga, de reojo, pone cara de asco, más o menos me dice que no merezco a Racine. Su discípulo predilecto es un futuro policía del pensamiento que condena a los que no leen el Facundo

Y hay los escritores que se cocinan en la salsa de la marginalidad, en ese murmullo de los fieles, se vuelven tiranos de un estilo, fantasmones que se dejan alcanzar por su propio eco, pedagogos del anti-género, el eco, se lo escuchan todas las mañanas en el espejo, dejaron de leer y nos quieren al pie de su vociferación, perezosos. 

Y hay una mañana oficial y una noche oficial. La no-banda se mueve entre esos dos avisos de la autoridad. Pocos pasos de Avda. Mitre a la calle Vieytes, en cualquier día de septiembre post-doce de la noche, un desgano a aburrimiento, a indiferencia, a un irse indefinido que igual, por ahora, acaba en Barracas. Esa es la rutina. Hoy van de caminata madrugada y Orlando hará camino inverso pasos cansinos de la mañana. En estos días van al revés. La no-banda solo exige discreción. Así que viento casi estepa de esa noche. Un poco raro. Elia acompaña a Lola, siempre la acompaña. Pero hoy, Lola llora, o lagrimea con quejido inaudible. Perdió lo que nunca imaginó que podía llegar a perder. Viento casi estepa confluye a congoja. Y congoja impone apogeo de silencio. Del otro lado está Luis Cardoso, archi-providencial en su espera. Que los lleva a ese otro café abierto veinticuatro horas. Recurrencia infalible a boliche.

Nos medía el espacio, la autoridad. Osip Mandelstam escribió el mejor poema sobre esa condena de metraje. Hizo el mapa del escape y entre otras cosas recomendó dos salidas. Orlando, pecoso refractario, se negó a la intervención de un shadjn (casamentero). Y ahí empezó su teatro. No todo fue tan simple. Hubo citas de Heine. Algún Novalis. Todo esa escobilla de batería para contrarrestar vacilaciones. Matizadas o a veces más acentuadas. Y todos pasamos a estrategia dos salidas. Nos espiritualizamos un poco, o seguimos efecto dharma, o las dos cosas. Más simulación. Llegaba la peste del materialismo histórico. O aprendimos eso del topo: no adaptar nuestro lenguaje al mundo contemporáneo. Surcos de escape. Y no hay que mostrárselos a nadie, ni lo que vimos ni lo que olvidamos, ni lo que leemos, menos que menos, no poner la cabeza en esa guillotina, en ese cotorreo. Apenas viento estremecido.

Más o menos hijos de no-proletarios, de no-sindicados, de no-trabajadores, únicamente de buscavidas de ciudad, camión y toldo, o timbre y ropa a domicilio, y si llueve no se sale y no se cobra. Y recuerden: pueden ir a otro lado. Y además la reventaja de no ser leído es incalculable, nadie te conoce Elia. Los que simulan leer, esos sí que son la peste, llenan el espacio de ideas generales, que caen en el agujero negro de más ideas generales. No hace falta ninguna clandestinidad, ninguna auto-leyenda, basta con ir al café, con no hacer vida social, con no contar nada de lo que leés. La tiña no-lectora quiere achicar la desproporción, te monoreglamenta, según otro de mis dioses.

Elia cruzó el salón vacío y va hasta la cocina del Maipú y pide un sandwich de queso y tomate, tostado. Como siempre. Café doble. Cara de sonámbulo. Cara de nada. Cara de me olvido de todo o de concentrado.

La autoridad también empezó a ser ejercida por los escritores sin obra, una estirpe juzgadora, exigente, que no escribe pero habla, a veces edita, son el filtro, resentidos que pasan por genios de la conversación, aburridos monologantes que sobrevuelan el naufragio.

Cuaderno del fracaso: Elia hace lista. Elia escribe en la libreta cuadriculada. Uno por uno todos los fracasos. No los comunica. Mira a ese tipo raro que pasa siempre a la misma hora por Mitre y Pavón, ¿llega o se va? Toco de pasado. De alguno.

Se hablan, sí, pero para decir algo, nadie en esta mesa, oriundos de ningún lado, le tiene miedo a la papa caliente de la confesión bastarda, pero bastardísima y excluyente.  

Lo dolorosamente sereno flota en el aire de algunas mañanas. La Turca de Roque Juan, la del intento de suicidio, leyenda en la casa de Elia, caminaba por Avda. Patricios hacia California, iba, solo iba, no-suicidada, hasta Avda. Montes de Oca, era otra mañana, toque breve del tiempo, fulgor de la mañana de Barracas.   

Nos sentamos en la mesa del Maipú y oigo en mi cabeza ese toque de olor a kerosén blanco, del calentador en la mesada, Primus o no-Primus, un ovillo de hilo sisal en el cajón de los cubiertos, todo eso lo oí ese día, quería irme, no sé, culpa taimada, ese día era de perderme en la estación Avellaneda. Otro, una tarde, sentados en la cocina, era como reescribir ese poema, sí, lo re-escribíamos, yo traje el recuerdo de los cuchillos desafilados y las migas de pan sobre el mantel de hule, Irma que las sacaba apenas caían, el calentador a media máquina, y siempre la idea de irnos, de desaparecer de todas las miradas.

No era cuesta abajo, no, y no, a esa figura tambaleante, bellísima y arruinada por esos sentimentales y advenedizos, no, esto es una retirada, en regla. Estudiada, confrontada en muchos libros. Ninguno, osea cada uno, osea acá no hay ningún nosotros, era hijo extraño de ninguna tierra. Retirada secretísima.

Rescate de cosas olvidadas.

Nota de Lola: ¿Y si la bestia inclusiva es más poderosa que la desertora? ¿Y si todo este pataleo solo es para integrarse a una casta de la sociedad? No Celia, ella no. Además no hace notas. Pieza de inquilinato, tapadito azul o gris, según el día, correntina no celosa, intimísima de Gloria. 

Escribo lo que no se olvida en el oído, el resto es relato, monotonía del lamento mentiroso.

Nota de Elia: Somos hijos de exiliados de ningún exilio, que no tienen debilidades de tradición: desertores.  Ninguno quiere ser de la Historia, ¿para qué? Solo los alimentó la leyenda. Y desertores en argentino no traducido. ¿Contradictorio? Leer contra search da estas cosas raras, diamantinas, enroscadas.  De cada una de nuestras acciones salió una jerga. Hubo que protegerla. Contra el aburrido entusiasmo de la gente que nunca confronta sus convicciones.

Notícula de Elia: lo mío es ataque y retirada. No hay refugio seguro, hay soplones y hay lectura, pero clandestina, secretísima. No hay naufragio de herederos, no. No hay herederos.

Copiado por Elia de una carta de Irma a Roque Juan : «El sistema de gremios : eso quiere decir que cuando era aprendiza, tuve que aprender totalmente sola para poder convertirme en maestra costurera. Pero los secretos de un gremio no pueden escribirse.»

De familias que se quedaron sin crédito y tuvieron que integrarse a otras bandas errantes, pero errantes de patio de inquilinato a conventillo, de patio de inquilinato a casita, de casita a instituciones, a veces, o a conventillo otra vez. 

Así que sacarse de encima los sermones, quedarse con las  palabras e ideas fuera de época, sin vigencia, lejos del garfio de la profanación. 

Elia vive en las novelas, que son infinitamente nacientes,  que lo alejan de las cenas, las reuniones, las conversaciones y le enseñan a vivir en compartimento estanco, en el secreto, y le enseñan a no abrir la boca y un día descubrió lo lejos que estaba de todos. Una lejanía de incomprensión recíproca.

Elia, niño entre tero y gallina y gallo. Las garzas vinieron después, en las novelas. Las novelas siempre estuvieron ahí. Antes del gallinero. No sé cuándo llegaron.

Y el Paso del Noroeste siempre existió en los sueños de Elia.

No hubo nunca ceremonia de iniciación. Solo llegaron, y se sentaron alrededor de la mesa. Como Celia. Se perdió el origen de cada llegada, quiero decir, la de cada uno, se perdió o nunca hubo interés en ese rastreo, solo estar ahí, sentados, esperando que la mosca se apoye en el terrón de azúcar, hilos de conversación, sueños obstinadamente en dirección Norte. Ni ordo, ni bautismo, ni ordenados, ningún ritual, todas las leyendas estaban en la cabeza, y venían de los libros. Regla de conducta: la lectura. La discreción. Descifrar los misterios. Y aquí, nada podrá serle perdonado al policía del pensamiento. 

De familias no libertas, solo changas, ambulantes, guardapolvo o saco gris de empleados, peonada de ciudad, camiones.

Mujeres que hacen trabajo de aguja de coser.

Toda esta lata mía en argentino no traducido, no narrado, no parodiado, no oralizado como creen que es lo oral, alguien habla y otro copia, corte y confección, eso es lo oral para ellos, esa mentira, y eso los vuelve locos, y entran en estado de celos, cuello entre los hombros, nudo en el estómago de odio, celosos, no les basta con editar, con tener premios, no, quieren que los otros no los tengan, no editen, es la mayor felicidad, no quieren ese pelo de zanahoria en su  gloria barrial, esa caca de paloma en su círculo desmitificador, el aburrido desmitificador, ese policía de la cultura. ¿La razón del celoso? Fácil, simple, no lee, no puede seguir una novela, no pudo nunca, se mintió, se cree poeta, y solo es a-novelesco, no terminó el Ulises y de eso hace una divisa. Es una manía esa, andar por ahí desafiando al mundo con su no lectura del Ulises, y de ahí al odio, tenaz, no leer novela y condenarnos a escuchar ese desafío, esa queja, ese cotorreo a-novela. El cretino desafiante. Su alegría es que yo no edite. Es la cosa artista, los vuelve locos, quieren ser, únicos, se les plantea así, chifladura hamletiana, y están los que dicen que no son, es otra variante de artista esa, tenaz, burlona, no son, la divisa del no soy, Macedonio los puso en la bolsa de la impostura, la frase está en Todo y nada, se creen excepcionales por no ser, se creen algo. Hasta que pasa el primer colectivo y suben, mendigos de un poco de amor poético, velo del reconocimiento.

Y también no perder de vista que uno anda entre fantasmas felices de su virginidad de lectura, orgullosos, sobrevuelan al idiota que lee, yo, lo miran desde arriba, desde la colina de un cretinismo de la ignorancia, metidos en sus sueños de gloria barrial, de una marginalidad de cartón. Que nos buscan para contarnos sus posibles y futuras hazañas verbales o medir lo que escribimos con sus héroes sacralizados en la misma proporción de la inutilidad que tienen para escribir.

No hay que dejarse felicitar por nadie, pero menos que menos por los que saben, el que más sabe es el que mejor miente, el que mejor obedece, solo cuenta la plata que entra en el  bolsillo, el resto es estilo.  

No banda, no grupo, no comuna, solo barra de bastardía, en esa esquina, mesa junto a la ventana, días tras día, en el aprendizaje de callar. Malditos críticos de arte, malditos puritanos del Arte.

Elia: ¿me ves Lola? ¿O mis estupideces te aburrieron? ¿Te hartaron? ¿El patetismo católico de un bautizado en la  Iglesia del Carmen de Barracas?

Los bastardos pueden ser tan hijos de puta como cualquiera. Sobre todo no es romántica la bastardía.

Mesa del café Maipú: ya no más los códigos culturales de la lectura académica, melancólica, triste. Buscar solos y en secreto, nada de la canchereada de la oralidad, de los modelos y esas cosas para escritores seudo-populares, nada de nada, solo leer y escribir notas y cuadernos. Herederos  de un «perdurable odio» medioevo hay que llevarlo a cuesta. Cada uno de nosotros, cada uno solito tu alma, nació servi. De  padres huérfanos de defensores. Y cada uno su oralidad. Y cada uno su sistema de venganza.

Expulsados los cretinos que monopolizan la conversación o  que la interrumpen, aceptados los que hablan con medias palabras. Mantienen compartimento estanco.

Notícula vengativa de Elia: Le perdona el adjetivo «delicioso» a su escritor fetiche y a mí no me deja pasar una. Delicia, delicioso, o airoso, no se las escuché a nadie, esas palabras, a nadie, en la barra de bastardía. Son horribles. 

Basta de modelos, de prosa, de novela, de poema, de relatos, de cómo leer. 

Pipa e´Moco está sentado en la puerta de su cocina, conventillo pegado al galpón Alpargatas. Inquilinato casi gemelo al de Elia. Y obvio:  mate, y una luz que brillaba sobre su cabeza, ropa o vestimenta, lejos del andrajo, muy lejos, ahí, sentado, lejos del viejo con diez bufandas y dos pantalones, medias agujereadas. No, nada de esa figura de viejo entrañable, ningún sentimentalismo, solo es un viejo desertor. ¿De cuántas naciones?

Nota Elia (Cuaderno del fracaso): No estoy a la altura de la inspiración artística, no tengo paciencia para el artista, tan caprichoso, tan necesitado de atención, tan frágil, ese artista tan obstinado, agresivo a veces, melindroso, inquieto, es una inquietud ser artista, todos deberían estar pendientes de ese vate que sufre más que los que sufren. No los entiendo y no me animo a hablar de mis libros, mis monstruos éditos e inéditos que casi todos fingen leer. Entonces, queda claro: no escribo.

Ganas repentinas de putear a muchos de los que conozco. Amigos y enemigos. Amigos, especialmente. No me animo a hacerme una lista. Pero existe. Y la desando, temores, la rumoreo en mi oído, y vuelvo a mi libro encantado, el de las crónicas, y ahí las listas son exhaustivas y los insultos no quedan tímidos intentos de gallo mañanero. Es un ejemplo. Ningún énfasis, ningún esquema, ninguna preocupación literaria, ni un intercambio de ideas, solo esto que se escribe aquí. Y leo Huckleberry Finn, ya que me gustan los desertores.

Ropero, mesa de luz, ventana y árbol más o menos enano que se ve desde la cama, con rama para descanso  de pájaro, de una plaza, cubrecama de cretona impecabilísimo, banquito de cedro hecho en la carpintería de Sarandí de Viento del Noroeste, otra mesa ratona donde se apoya la pava y el mate. Dos fotos de familia. Los fondos del ensueño y de las preguntas. Pieza bastante ordenada, con casi toque a minúscula, o celda de monje, fatalísimo de esos años. Una no conquista infinita.

Hugo Savino

Ph / Zimoun