Argolis, entre la mística y el desencanto / María Rosa Maldonado

El trabajo poético de Roger Santiváñez abarca ya largas décadas y su creación en castellano ha conseguido un amplio reconocimiento. Su poemario, Eucaristía, de 2004, le valió el Premio J. M. Eguren de Nueva York. Desde sus inicios se ha revelado como un gran activista cultural, actuando siempre desde una actitud vanguardista y cuestionadora de los cánones tradicionales: participó en La Sagrada Familia (1977), militó en Hora Zero (1981) y fundó el estado de revuelta poética denominado Movimiento Kloaka (1982-1984): “Una vanguardia peruana andesground: el cometa más brillante que pasó volando por el cielo de la poesía latinoamericana de los 80”, según declaraciones del propio Santiváñez. Es, asimismo, cofundador del suplemento cultural y el sello editorial Asalto al Cielo, del Comité Killka (1990) y del Centro Contracultural El Averno (1998).             

Su trabajo poético se fue desplegando desde el conversacionalismo americano, movimiento que se caracteriza por el acrecentamiento semántico y lexical a través de la legitimación poética del mundo de lo cotidiano o familiar. En cierto modo, puede decirse que el conversacionalismo democratizó la expresión poética. Para el joven Santiváñez esto significaba una salida hacia la libertad, una ruptura con las normas impuestas por un sistema coercitivo al que, con carácter de necesidad, debía subvertir, además de la posibilidad de un contacto más directo y familiar con el receptor.   

Pero con Symbol, poemario editado en 1991, Santiváñez rompe con el tono conversacional y despliega  una poesía que privilegia la sonoridad y  complejidad sintáctica, hasta llegar, en Argolis,  a una labor con el lenguaje delineada bajo las características fundantes del neobarroco, entendido éste como la progresiva complejidad en los recursos formales y una temática centrada en la preocupación por el paso del tiempo.  

Argolis, actual Argólida, es una región del Peloponeso, llamada así en honor al constructor del navío en el que cumplieron su destino heroico los “marineros de la nave de Argos”, o sea, los argonautas.

«Ser poeta en mi país conlleva riesgo y lucha. Un poeta en el Perú es alguien raro, distinto, marginal, cuestionador, casi un peligro para las tranquilas y acomodadas conciencias”, dice Santiváñez en la entrevista que le realizara Reynaldo Cruz Zapata. Y nos parece que subyace en estas palabras la convicción de que ser poeta significa acometer un acto heroico. Tal vez un acto de restitución. Si los argonautas arriesgaron sus vidas buscando el vellocino de oro, ¿cuál es el sagrado toisón que busca Santiváñez? La libertad del decir, la de hallar el propio lenguaje, el tono particular de su creación poética.  Realizar el acto de desesperación y anarquismo radical fundante de los principios de la nueva poesía. O, como expone Borges en su cuento Parábola del palacio, encontrar la palara del universo.

El primer poema de Argolis lleva un título muy revelador que nos da una clave para guiarnos en la lectura del libro: Hieros Gamos. Concepto teológico que comparten varias religiones y que se refiere a la existencia de alguna forma de matrimonio sagrado, bodas santas o bodas espirituales. Son estas las bodas del poeta con su propia existencia, con lo sagrado del quehacer poético, con un mundo que emerge como “un divino movimiento”, como “La dicción exquisita que me / Brinda a solas el terso marear”.

Pero, esta sacralidad que vamos a encontrar infusa en los poemas de Argolis, esta “mística elevación”, se ve contrapuesta por la dolorosa convicción del exilio y la pérdida. “Este poema fluyendo en las aguas frente / A mi soledad & es como desear morir”. Nos recuerda la frase de Albert Camus: No hay amor por la vida sin desesperación de vivir”. El amor a la vida siempre es un amor  de indigencia que reclama la ruptura de los límites del yo. Amor y desesperación. Dos elementos amalgamados que van conduciendo a Argolis. Y la van conduciendo por las aguas omnipresentes del mar o del río. Todo, allí, en Argolis,  ocurre cerca de las aguas. “Hoy día las aguas avanzan majestuosas / La corriente marcha segura hacia ninguna / Parte / la maña / Na purísima adoro la naturaleza la / Corriente del río en su soledad & en / La mía la alegría triste”. Mar y río, dos símbolos intensos y pertinentes. El mar, imagen de lo desconocido e inabarcable del subconsciente, para la mística encarna el mundo y el corazón humano en cuanto sede de las pasiones, y, en concordancia con el título del presente poemario, para atravesar el mar es necesaria una nave. La nave de Argolis. En cuanto al río, su atributo es fluir, andar en permanente viaje; pero todo viaje concluye, y, además,  no sabemos hacia dónde nos lleva: & la corriente se va sigue su marcha / Hacia ninguna parte”

El poeta debe pasar por los infiernos en busca del prometido paraíso. Atravesar aquel páramo donde lo humano se perfila en la luz infinita del despeñadero. Pero no despeñarse. El mundo lo necesita para hablar por su boca: “Sólo sé que poesía es mi existencia”. Y esa será su posible salvación.

Lo dicho se condice plenamente con los preceptos del neobarroco: la progresiva complejidad en los recursos formales, una temática centrada en la preocupación por el paso del tiempo y la pérdida de confianza en los ideales abstractos, la atención al detalle, la delicada indagación de lo sensual, a la vez que una profunda conciencia del desengaño, digamos: un pesimismo vital aunque no exento de esperanza. Todo lo cual conlleva a una crisis general de los valores.

¿Debe el poeta renunciar a su arte? El lenguaje engaña, pero a la vez es la única vía posible de conocimiento.

Lo que cambia la palabra y altera el sintagma en Argolis, no es un acto de terrorismo inútil sino más bien de balbuceo -a la manera del discípulo zen que por primera vez alcanza el satori- e indica la fatal imposibilidad de decir lo que se quiere y, a la vez,  la imposibilidad de renunciar a ello.

El muchacho que se declaraba con la mirada continúa manteniendo la vocación de ruptura que lo llevó a la fundación de Kloaka. Así lo entendemos cuando afirma que sin “crisis no hay poesía”.

Y en la crisis, o a pesar de la crisis, nos deslumbra su arrebatada y delicadísima percepción de lo bello en su condición sensorial:

“Gotea la lluvia sobre el agua estancada / & cerca de la orilla cuatro patos silvestres / Balancean dulcemente su tierna soledad”.

O en estos otros versos: “La mañana el río la espuma en la orilla / El viento fuerte revolotea los ramajes adentro / La corriente se / desplaza a una velocidad segura / En este recodo se puede respirar el aire puro / Contemplar la amplitud de las aguas majestuosas”

Aguas majestuosas, aire puro, ramajes, patos silvestres, todo nos conduce a un sentimiento de bodas con la naturaleza. Hieros Gamos. Y en esas bodas vemos, si no un panteísmo, al menos un descenso de lo divino hacia el mundo. Hay una “madreselva ungida”, hay días santos en los que renace la espera dentro del corazón, hay esperanza.

Y hay belleza. Sobre todo la que el poeta le atribuye, incesante, a lo femenino. Dice Santiváñez en la ya mencionada entrevista: “Para mí la mujer es un ser increíble y el motivo principal de la inspiración de un poeta… La imagen de la mujer, la proyección de lo femenino, es para mí un elemento clave en el desarrollo de la vida y de la poesía.”

Tenemos aquí a la Virgen, con su grandeza, sus motivos, a la Virgen cimbrando su hermosura, pero también tenemos a la mujer real y presente, carnal, como en el poema “Lauren en su torre”. La mujer con su sonrisa, con su manera de vestir, con sus hombros perfectos… “Oh my God & ahora te has / Desanudado la hermosa cabellera  / Rubia rizada que cae / Poema fanático de ti Lauren / Todos los días amándote / Con el silencio tan puro / De las aguas en la piscina”

En estos poemas en los que, como ya hemos dicho, prevalece una visión referida a la naturaleza y sus manifestaciones, el autor, con su capacidad para asir el instante, lo espiritualiza y eleva  por encima de su engañosa intrascendencia. Se trata de una concentración que tranquiliza y vacía la mente y la torna abiertamente receptiva a lo que está sucediendo en un lugar y en un momento determinado, permitiéndole  capturarlo en su esencialidad más profunda,

Lo que también está, inevitablemente, es la desamparada felicidad. Oxímoron que descubre una verdad ajena al pensamiento racional: la ambigüedad está ahí, en el centro mismo de la vida, o sea, del corazón del hombre. Entonces, hay que hablar de la oscuridad para llevarla a ser luz. Al paraíso le sucedió la caída.  Pero no hay conciencia del paraíso sin la caída. Ser el extraño, el peligroso, el poeta, es, sobre todo, ser el que lleva la condición de refugiado hasta una tierra desconocida. Desterritorializado voluntariamente por hostil al sistema, todo lenguaje es su lenguaje. Laberintos del infierno y del amor, de la bella incertidumbre de la libertad, de la recurrente pérdida.

En el Guernica lo quebrado viene del mundo, un mundo hecho pedazos por la guerra, en la poesía de Santiváñez lo quebrado viene del yo, ya que sus percepciones y sus enunciados provienen del intento de no hacer el mundo –y la poesía- tal como nos han dicho que se dice y se hace. Límite y exceso, orden y caos, ritmo y repetición, detalle y fragmento, nodo y laberinto, poesía neobarroca; o simplemente poesía.

Argolis es una nave que llega a buen puerto.

*Argolis de Roger Santiváñez / Editorial Leviatán, 2021

Roger Santiváñez nació en la ciudad de Piura, Perú, en 1956. Estudió en la Universidad de Piura y posteriormente Literatura en la Universidad de San Marcos, Lima, obtuvo un doctorado en Temple University, Filadelfia. Es profesor de español en Saint Joseph’ s University, Filadelfia.

Ha publicado los siguientes libros de poesía: Antes de la muerte (Cuadernos del Hipocampo, Lima, 1979), Homenaje para iniciados (Reyes en el Caos/Editores, Lima, 1984), El chico que se declaraba con la mirada (Asalto al Cielo/Editores, Lima, 1988), Symbol (Asalto al Cielo/Editores, Princeton, 1991), Cor Cordium (Asalto al Cielo/Editores, Amherst, 1995), Santa María (Hipocampo & Asalto al Cielo/Editores, Lima, 2001), Eucaristía (Tse-tse, Buenos Aires, 2004) y Amásteis (Altazor, Santiago de Chile, 2007). En 2006, apareció una recopilación casi completa de su obra poética bajo el título Dolores Morales de Santibáñez (Hipocampo & Asalto al Cielo/Editores, Lima). Ha publicado también los libros de prosa poética Santísima Trinidad (Walter Cier/Editor, Lima, 1997), Historia Francorum (Asalto al Cielo, Lima, 2000) y El corazón zanahoria (Sietevientos, Piura, 2002; Fondo de Cultura Peruana, Lima, 2006).