Apuntes sobre «Elogio del riesgo» de Anne Dufourmantelle / Lucía Mazzinghi

¿Cómo no interrogarse acerca de lo que adviene de una cultura que ya no puede pensar el riesgo sin convertirlo en un acto heroico, una locura pura, una conducta apartada de las normas?

El nombre de la autora de Elogio del Riesgo gana fuerza de mito cuando se conoce la manera en la que murió en el año 2017 al zambullirse en el mar para tratar de rescatar a dos chicos que se ahogaban en una playa de la Riviera Francesa. Los chicos se salvaron, Dufourmantelle no. Tal vez arriesgar la vida sea, para empezar, no morir. Morir en vida, bajo todas las formas de renuncia, de la depresión blanca, del sacrificio. Arriesgar la vida, en los momentos clave de nuestra existencia, es un acto que nos rebasa. Todo acto nos rebasa e incluye el desconocimiento, incluso el de la propia muerte.

El riesgo tal como entiendo que se trata en este libro, es lo que abre un espacio desconocido, mete la cuña, incluye al azar en cada acto cotidiano. Es un instante decisivo, un vértigo, el salto necesario para alcanzar lo que uno se propone de modo consciente o inconsciente.

En un mundo que promueve el riesgo cero, donde existen seguros contra todo y super aseguradoras que aseguran a las aseguradoras que nos aseguran que nada tenemos que temer, que estamos cubiertos, que vivamos y muramos tranquilos, este libro propone ir contra toda evaluación de riesgos a futuro, perder la medida, abrir el gran ángulo e incluir el azar para abrazar el riesgo que implica ser responsables de nuestras vidas. La magnífica invención de una rebeldía dice Annie Le Brun, fuerza de insumisión.

A veces el riesgo es mirar atrás, esa reserva enorme de libertad que anida entre las marcas de la memoria, otras veces es mirar hacia adelante para animarse a decidir y dar el salto. Reír es un riesgo, soñar también y el amor, por supuesto. Elegir, pensar, hablar son un riesgo. Hacer  poemas es un riesgo. Creer y callar. Renunciar a sufrir requiere de mucho valor porque la queja y el sufrimiento a veces nos envuelven en una cantinela conocida y repetida que nos arrulla y adormece.  La vida es riesgo o abstinencia dice Reinaldo Arenas, escritor cubano que sabía del riesgo más que muchos, que escribía sus novelas hasta cinco veces, cada vez que alguien lo traicionaba y le confiscaban los manuscritos él se sentaba nuevamente frente a su mesita supongo que de fórmica y volvía a escribir. Esa era su ética. Su modo de vivir.

Freud le escribía a Jones en mayo de 1914: nuestra sociedad entera se ha encargado del proyecto de una deserotización generalizada, al oponer al deseo la miríada de sus sustitutos. Esta es probablemente una de las principales razones por las que la mayoría parece tan feliz en su esclavitud, así como del moralismo que cada día los confina en ella un poco más. Decir NO es un acto de desobediencia en un mundo en el que la esclavitud se ha vuelto voluntaria. Es un riesgo que uno decide tomar, que implica amigarse con la soledad que subyace a toda elección, el acto es sin garantías, sin aseguradoras que respondan por nosotros.

Ahí donde se espera resignación, decir no y arriesgarse a seguir los caminos del propio deseo aunque eso signifique perderse en la selva oscura.

Ahí donde priman los mandatos y el deber ser, decir no y escribir la voz propia para combatir a los vendedores de somníferos y el comercio de una lengua descerebrada. Ser infieles al deber ser.

Ahí donde nos venden la sensación, decir no y proponer la apuesta por la pasión que siempre incluye el vacío que relanza y al fuego que abrasa y busca. La pasión no es la posesión, es adherir a un movimiento que nos despoja y nos revela a la vez.

Ahí donde se ofrecen fórmulas prefabricadas para el éxito, decir no y animarse a fracasar.

Ahí donde nos quieren controlar, reeducar o envolver con las prácticas narcisistas de la autoayuda, decir no y amigarnos con el azar, con lo frágil, lo abierto, lo imprevisible aunque eso implique andar más desvalidos.

Ahí donde nos empujan a mostrar todo decir todo mirar todo, decir no y descansar en los pliegues del pudor y la intimidad. El secreto resiste al poder, al intento de control.

Ahí donde intentan convencernos de que lo importante es lo que la mayoría persigue, decir no ya que todo acto se realiza en soledad.

Ahí donde exigen totalidades, decir no, y detenernos en la belleza de los detalles, en la ligereza de lo fragmentado, esa casi nada, esa diferencia mínima que nos saca del juego de lo mismo, lo idéntico, la serie.

Ahí donde nos prometen paraísos eternos, decir no porque la libertad y la felicidad no son estados permanentes, sino movimientos de desencadenamiento.   

Ahí donde nos pautan milimétricamente cada hora de nuestra vida para hacer algo útil, decir no. Los momentos arrancados al horario, tiempos fuera de tiempo, para vagar, ensoñarnos, jugar, abrir líneas de fuga, sorprendernos con un descubrimiento y aburrirnos soberanamente. El verdadero tiempo solo puede ser perdido.

Ahí dónde las preguntas siempre toman la forma del por qué, decir no y trabajar sobre el cómo, sobre los funcionamientos, para inventar nuevos caminos en los que nos encontramos con los acontecimientos.

Ahí donde prevalece el intento de un lenguaje funcional y preciso, una comunicación libre de malentendidos decir no y quedarnos del lado del poema, del equívoco, de la palabra que resuena, juega, desliza y recombina y en ese devenir: transforma.

Ahí donde se ejerce la censura, por más sutil que sea, decir no, un no rotundo y después echarnos a reír, soltar unas buenas tintineantes y redondas carcajadas. El poder exige solemnidad, la risa lo desbarata. Descoloca, se cuela, no busca tener la razón, resiste. Es una toma de posición. Una ética. Vivir es una invención arrancada del terror. La risa nos libera de lo que desconocemos de nosotros mismos, no niega el horror: lo atraviesa como un relámpago, lo trasciende, busca una salida. La inventa en un espacio que es orilla, borde, exilio, paseo, risa que salva, deseo que empuja, letra que escribe, palabra que transforma.

Lucía Mazzinghi, Buenos Aires, 2022