Entre el abismo y los volcanes/ Lucía Mazzinghi

(A partir de la lectura de No se encadenan los volcanes y Sade: un bloque de abismo de Annie Le Brun).

Donastien Alphonse Francoise de Sade, más conocido como el Marqués de Sade o el Divino Marqués escribe 120 días en Sodoma durante su encierro en la Bastilla, en hojas de papel de 11 cm encoladas entre sí para no interrumpir el chorro, la catarata de palabras que registra con letra microscópica en ambos lados de ese rollo de 12,10 metros de largo durante 37 días seguidos bajo la luz temblorosa de una vela. Completamente solo, inclinado sobre esas hojas, absolutamente mandado a la escritura, desgrana su catálogo de pasiones, construye su fortaleza aislado de todo. Dicen que es por mi bien. Divina frase, en la que se reconoce el lenguaje ordinario de la imbecilidad triunfante. ¡Por el bien de un hombre lo exponen a volverse loco, por su bien destruyen, le escribe a su mujer desde la cárcel.

Mientras escribo esto se me vienen a la cabeza Casanova dejándose crecer una uña para usarla como pluma mojándola en un líquido hecho de jugo de arándanos en la cárcel de Venecia, Celine derrumbado sobre la mesa de madera de una cárcel danesa, escuchando toda clase de sonidos y ruidos zumbándole dentro de la cabeza mientras le escribe cartas a Lucette o a su editor, Kerouac con ojos vidriosos tecleando a lo loco, pasando libretas bajo la luz de una vela en un cuchitril en la ciudad de México o en el baño de Neal Cassady en San Francisco o en un cuarto helado del departamento de Joyce Johnson en New York.

Cabe cada tanto hacerse la pregunta sobre qué es la libertad.

En Vincennes, en la Bastilla, en Charenton, Sade tuvo 27 años para ejercitar su pluma y dejar infinitas palabras, cartas, obras de teatro, novelas, diarios, panfletos, lo que sea, lo que venga. Encarcelado por la monarquía, por Robespierre y por Napoleón, nadie, ningún gobierno fue capaz de soportar semejante grado de libertad, semejante agravio contra la moral y la hipocresía reinantes, contra la religión, contra el carnaval de la guillotina, contra la exaltación de las almas de rata que pululaban libremente por Francia. ¿Qué tiene en su poder? Una ética feroz. Aunque lo encierren, aunque lo amenacen con cortarle la cabeza, aunque lo traten de loco, él no renuncia a sus principios. El tocador sadiano y su posición ética. Si a mi libertad le asignan, como dices, el precio del sacrificio de mis principios o de mis gustos, entonces podemos darnos un adiós eterno, porque antes que sacrificarlos sacrificaría mil vidas y mil libertades, de tenerlas.

Entre lo monstruoso y lo banal, ahí se mueve Sade: puede terminar de escribir unas páginas de 120 días… con los crímenes más atroces descriptos hasta el más mínimo detalle y acto seguido pedirle por carta a su mujer que le lleve a la cárcel medio kilo más de colorete, pero no el que tiene yeso, colorete del bueno más dos pares de guantes de becerro, iguales a los que le llevó la semana anterior. Esto es algo que fascina en él: que mantenga la contradicción, que reúna los opuestos, que nada le impida seguir.

Leerlo te enferma, te descoloca. Hace que nos pensemos a nosotros mismos desde otro lugar, con otras referencias. ¿Qué parte de nosotros toca? ¿Con qué nos confronta? ¿Sobre qué fondo inquietante burbujeamos? Nos conduce hasta el borde del abismo del que no queremos ver ni saber nada y ahí nos deja para que hagamos algo con eso. Sade ataca nuestros trucos, la inagotable necesidad de justificarnos, las mil maneras de travestirse que encuentra nuestra ferocidad. Hay volcanes más esclarecedores que el decoro estético o filosófico dice Le Brun. Y más adelante remarca la importancia que tienen los espejos en la obra de Sade, la puesta en escena, el teatro: yo y el mundo en su ilusión recíproca a través del prisma del deseo (que es el que introduce el vacío en la fórmula, el deseo es previo a la moral e incluso a la representación). La realidad no es más que teatro. Su escritura muestra con precisión la inadecuación que existe entre las fantasías más extremas y los medios a su alcance para materializarlas, poniendo siempre en acto el movimiento del deseo, satisfacción, desfallecimiento y vuelta a empezar.

En el corazón de su dispositivo de reflejos está el cuerpo.

Y la furia insaciable por representar lo que supuestamente no puede ser representado. Esa búsqueda mueve todo. Como cuando querés pintar mil veces un tipo de luz entrando por la ventana o describir una escena memorable o ponerle palabras al horror o al dolor punzante de la angustia. Algo siempre se escapa. Sade nos conduce a esa otra escena donde el vacío es indisociable de la energía capaz de manifestarse en ella.

Furor del cuerpo, furor de la mente, para Sade la libertad es impensable sin ese rechazo a lo impensable. No se encadena a los volcanes dice Le Brun. Sade pasa por el tamiz del cuerpo todos los principios, creencias, sentimientos e ideas. Todas las ideas –incluso las de la revolución: libertad, igualdad y fraternidad- evaluadas a la luz del cuerpo para mostrar que no hay idea sin cuerpo ni cuerpo sin idea y que el deseo es una fuerza siempre en movimiento.

Construye un mundo a partir de lo que ha sido puesto al margen del mundo, con todo lo que se rechaza socialmente.

El escándalo de pensar a partir de la singularidad, el escándalo de proclamar allá por el mil setecientos y pico que esa singularidad determina la concepción del mundo que cada uno tiene. Y que de la singularidad se desprende la idea de la diversidad, el refinamiento de la diferencia. No comés los 600 platos que te ofrecen en un magnífico banquete. Elegís algunos y desechas los demás, los dejas de lado –sin declamar contra el resto, aclara- ya que otro puede venir y elegirlo. Se amplían los límites pero se elige. Y siempre que se elige, algo se pierde.

No tenemos ni idea de lo que nosotros inventamos dice Sade. La libertad se hace infinita en la escena en la que cada cuerpo encuentra su espacio imaginario, esto va en la dirección contraria a cualquier ideología, a cualquier religión. El fanatismo los reúne en la trinidad eterna de la estupidez, la ignorancia y el prejuicio. Sade invita a cada uno a reapropiarse del inquietante esplendor del teatro de las pasiones propias.

Sabe que esta solo pero esto no parece importarle, escribiendo como quien revienta un caballo, como quien revienta el tiempo. Escritura en diferencia máxima. Contra todo. Despiadadamente solo.

Es cierto que hago como los dogos y cuando veo toda esa jauría de cuzcos y de perritos ladrando tras de mí, levanto la pierna y los meo en las narices.

Esta revolución del pensamiento se desarrolla en el lado oscuro de los 120 días de Sodoma, que a su vez se desarrolla en una cabeza encarcelada para enrollarse en un rollo de papel destinado a meterse en una botella cualquiera lanzada al mar y desde ahí arrojarnos al vacío intolerable de nuestra libertad.

Lucía Mazzinghi, 2022

Man Ray, Flowers, 1934