Venezuela / Cinco poetas

Cinco voces de la poesía venezolana contemporánea: María Clara Salas, Edda Armas, Yolanda Pantin, Verónica Jaffé y Gabriela Kizer. Voces cercanas, referenciales, de poetas nacidas entre la década de los años cuarenta y los sesenta del siglo XX. En los poemas seleccionados por sus propias autoras es posible seguir el hilo de la voz de la lírica de Venezuela escrita por mujeres y la personalísima de cada una de ellas. Poesía que escarba la interioridad, de registro y anotaciones de largas travesías, decantada, poesía que dialoga con voces otras, atiende paisajes ancestrales, traducciones, el país, atravesada por la luz, lo sagrado, que no elude lo frágil y lo mínimo y resguarda la memoria. Poesía diversa que converge y se encuentra en el tramado que la sostiene.
Bep

María Clara Salas

1

Renacer es el nombre del bar  a la vuelta de la esquina.

Se mantiene abierto gracias a los vecinos,

necesitan el rumor de las conversaciones y del humo.

Enciendo velas en los altares de los corazones vacíos.

De las fracturas nacen cantos, plegarias, alharacas.

Se suprimen las cuerdas

de una tensión que se rebela contra la muerte.

Dilapidar el tiempo no es el deseo.

2

El azar es aliado

de  la navegación sin ruta.

Contengo el aliento hasta donde puedo,

después respiro sobre las sombras.

Mis semejantes son tan opacos como yo,

conocemos el lenguaje de las piedras,

el alarido silente, las despedidas.

Sí, despídete,

aprende de una vez,

las estrellas saben hacerlo,

también los fantasmas que aparecen sobre las aguas

Ese antojo repentino de caminar sobre el agua

aparece después de las tormentas.

3

Cierro los ojos para no ver los días como una red,

el barro y las ramas rotas avisan.

¿Hasta cuándo estaremos aquí? Sin alimentos no se puede subsistir.

Niños y  ancianos juegan sobre el puente.

Nadie los prepara para esto.

No pueden alejarse ni quedarse.

4

¿Quién me iba a decir que te encontraría un día como hoy?

Siéntate, tienes mucho que contar.

¿Resultó fácil que los ángeles te levantaran del suelo?

¿Qué aspecto tienen las realidades invisibles?

Escuchas y hablas con una voz que no es de aquí.

¿Puedes  protegerme?

¿Serás la suave brisa que espero?

Mueve los remos, hazme llegar con rapidez a la orilla,

cierra las ventanas de mis ojos, cántame canciones de cuna.

5

No he venido a callar, pero he dado demasiadas vueltas a las  cosas  para

no pasar este límite o el otro.

Me  detienen paisajes dejados por tu mano

para estremecernos de piedad y olvido.

Intento recoger dos hemisferios en uno,

plegarlos sin dañar sus encajes.

María Clara Salas, Caracas, 1947. Doctora en Filosofía egresada de la Universidad Central de Venezuela.  Autora de los libros: La Discordia de Babel/Cantábrico. Kálathos Ediciones. Madrid, 2021. Ritual de bosques. Dcir Ediciones, Caracas, 2015. 1606 y otros poemas. Edición de autora, Ex Libris, Caracas, 2008. Un tiempo más bajo los árboles. Monte Ávila Editores, Caracas, 1991 «Premio Municipal de Poesía Ciudad de Caracas 1991» y «Premio CONAC de Poesía Francisco Lazo Martí» 1992.  Linos. Fundarte, Caracas, 1989. «Premio Bienal de Poesía José Rafael Pocaterra 1986. Introducción a la hermenéutica. Ediciones Universidad Nacional Abierta. Caracas, 1999. “Premio Consejo de lnvestigaciones de la Universidad Nacional Abierta”.

Edda Armas

Elegir confronta

                                En tus labios se forman palabras desconocidas

                                y lo invisible gira en torno a ti suavemente.

                             Antonio Gamoneda

Tal vez toque elegir entre el viso de los labios

al hablar o el silencio que los sella,

para que los malos entendidos cesen.

Los desencuentros son armas fatales.

Peor que tragar la raíz de la mandrágora

es la opacidad del alma que no se comunica.

Carnero blanco, al comparecer en la tregua

de nuestras angustias,

confrontados sin certezas de la escucha.

Irremediable atasco en aquellas preguntas,

que la desconfianza y la incertidumbre

arrastran, instalan, perpetúan.

Elegir confronta,

y sé, qué de estar aquí, fueses tú, estrategia.

Quien las extenderías sin rabia, con soluciones,

apaciguándolas en el blanco estar.

Salva el ala

                                        Zumba la luz, dardos y alas.

                                        Octavio Paz

Amarrado el frío

a la boca

he abierto

he cerrado

Sé de las horas

de incertidumbre

al vestir la pesadilla

y ¿dónde estabas tú

a esa hora pequeña?

Salva el ala y sé

el rapto

lo real al sentirlo

Sé lirio

si a su lado te reclama

y sele fiel

al ala que te salva.

Alas de navío

Hace falta una cáscara mayor para compaginar las ausencias.

Hablabas de irte. Quizás la mandarina con gajos desiguales

no sea tan perversa. Debajo de su dulce apariencia confabula

la acidez en su concavidad, al igual que en el ovario o en el gajo

de la toronja. El ritmo interior marca la onda, tamiz del mirar de

quien contempla lo cotidiano, la minúscula apariencia por debajo.

Dardo de lo que elegimos. Elecciones. Razonar cada paso dado.

En esos días sospechaba que si confesaba debilidades te perdería.

Miedo al adiós. Ácido enquistado. Talón de Aquiles. Alas de navío.

Mostré al ser sereno in-violentable. Recordé haber leído: las rupturas

con la gente que uno ama siempre son definitivas. Rodar siendo.

Y en las líneas de las manos buscaba el patrón, algún acertijo-ala

ante la soledad del cuerpo. Inminente partida. Parto antes que tú.

Travesía

I

Vuelven los días a roer espacios amables donde tendernos.

La ruina no asoma aún la tenaza que abriría labios al después.

Igual que tú retengo el aliento al soplar la flor y la vela.

Despedirte con el tacto ardoroso en el viaje al lomo del camello.

Hendidura del arenal que el viento no demorará en borrar.

Silencio franco, este dormir cruzado e imaginário, junto a ti.

Retos que le forjan alas a lo inseguro.

II

Podrías despertar sobre la superficie del hielo y ver desvanecer

el muro que sujeta los miedos. Dejar de preguntar sobre lo inútil:

aprender jugando las formas ingeniosas del verbo. Experimentar

la pequeña luz en lo más íntimo de los sucesos.

III

Sucede, empuja y arrima el sentimiento. Cede el susurro ante la

inclemencia del gesto. Solitarios. Trepa otro lugar con la voz quien

llega. Supongamos que aún no lo oímos entre la espesa capa que

a diario nos cae encima. Sucede. Tula, la gata, permanece aquí,

a mi lado inmóvil, mientras escribo. No es acertijo. Es partitura

del instante lo que veo, lo que siento, lo que percibo, lo que sumo,

lo que respondo, lo que leo en los tuits. Es el día a día, punzante

y agotador. La franja del verde debería entrar por las ranuras.

Orificios del aquí y ahora, respiraciones cruzadas en esta travesía.

Radio de la bicicleta

Tengo prisa de sentarme a escribir las historias paralelas,

una a una, desatando cuerdas de principio a fin.

La bicicleta se detiene, oigo voces lejanas. Rodamos por el

lado de adentro de la acera, cuando la vida se fuga.

Me detengo a comprar una docena de mandarinas, acelgas

y una caja de cerillas. Armo la hoguera con olores de lo cítrico,

el limón con agua, tomado a diario, depura la sangre.

Tantas veces repetimos las historias, los errores, la mirada

por provocarse, cereza roja, mal de ojo, arena en el zapato,

el retorno. Cercados por la ardiente necesidad del otro.

Tantos días reescribiéndolas que la tinta ha manchado

los dedos. Mano en el bolsillo. Diente roto. Palabras en

la punta de la lengua. ¿Qué nos impide terminarlas?

Tantos años sin atrevernos a cambiar la ruta. Niña mayor

estás cansada. Coloca el puente. Muéstralo. Insiste. Rasga.

Rompe el límite, la distancia, la soga. Transparencias

del rostro. De la lengua. Del mar interior que busca fuga.

Serás real. Filo de la navaja. Paseas los alrededores,

merodeas, hincas los tenedores en la pulpa del melón.

Casi todo se mueve como el radio de la bicicleta.

Algo ocurre. Los días parecen eternos con su silencio

en la ocurrencia de este juego que se interrumpe.

Rasguño. Mutilación. Un blanco espacio donde moverse

uno con uno, uno tocando y reconociendo sus orillas,

sus ajíes, aunque sea desesperadamente solitario.

El tiempo siempre resulta insuficiente. Escribes. Lo borras.

Win Wenders registra el estado de las cosas desde la cúspide

de las catedrales colgado de las alas inservibles en el lento

recorrido de una escena a la otra.

Hilachas. Borradores desechados. Cicuta en la escena.

Das el paso más allá de cierto punto, hollando rastros

en el pasaje de lo incierto.

Alejarse es acercarse lateralmente al núcleo. Ser la vena.

(Versión inédita)

Morada ónix

                             La piedra piedra y signos a donde vuelvo

                             allí y simplemente allí.

                              Minerva Margarita Villareal

No cabría en ese punto otra alma.

En el fronterizo, aunque impalpable punto

axial entre una rosa y una espina

abre la esfera donde permanecerás tú,

Minerva Margarita, fiel a los ríos con

sus lobos y al ojo tenaz.

No cabría en ese punto otra alma a las

maneras del agua con herida luminosa.

Aunque aérea, al referirte, la nombro

morada ónix por su brillo volcánico

pulida con alianzas de brújula solar.

Tomo la rosa huyéndole a la espina.

Tu voz en cercanías: laude a mi oído, me advierte

que bajo la condición del cielo no hay nada qué hacer

e invocó el milagro de nubes lanzadoras de lumbre

que acorten distancias en el periplo de los recuerdos.

Líneas sonoras son tus versos alabando a Santa Teresa.

Repaso la intensidad a la hora calmada de los espejos

dejando colar a los escualos, jaguares y panteras.

Entro allí y salgo otra, afianzada al compartir raíces

frutos y piedras de la tierra ígnea del verbo.

Las nubes copulan a lo alto de los árboles con tu misma fe.

Sentirlo da la templanza, alejándome de la feroz tristeza.

Despliego ahora con menuda luz la espiritualidad del rezo.

Giraluna de tantas latitudes de los salmos en tu palabra.

para MMV. In memoriam

Edda Armas. Psicóloga Social. Poeta con más de 17 títulos publicados entre 1975 y 2022, los recientes Talismanes para la fuga (Vaso roto, Madrid, 2022) y Fruta hendida (Kalathos Madrid, 2019). En 2019 la editorial Pre-Textos le editó en España la antología Nubes. Poesía hispanoamericana con 291 autores. Premio Municipal de Poesía Alcaldía de Caracas 1995 por Sable, Premio XIV Bienal Internacional de Poesía J.A. Ramos Sucre 2002 por En bicicleta, y la Orden Alejo Zuloaga Universidad de Carabobo por su obra literaria y aporte al país como gestora cultural. Figura en antologías de España, Italia, Francia, Colombia, Ecuador y Perú. Ha participado en festivales poéticos en Europa y América. Dirige la Colección de poesía venezolana Dcir ediciones. Reside en Caracas.

Yolanda Pantin

Adentro

Érase un dios

que fue

en faenas de soga

domado,

con sangre y

sal, con espuelas,

el brío

atemperado.

De la penumbra

guardada,

en los recintos

donde fue

adorado,

pasó

con bridas

de cuero

a morder

los bocados.

Sobre el asombro

el horror,

de la belleza

el olvido,

todo

lo que supuso

un hálito

divino,

fue

enterrado.

Y ahora,

por la extensión

de la tierra,

va sobre el dios

un hombre

que hizo de un dios

su esclavo.

                                     Para Santos López

El jardín

Todas las puertas

se han ido cerrando.

Una voluntad

que no cede

y busca

descuidos

de los carceleros.

Las puertas de los cuartos,

las del patio,

las puertas de las neveras,

la puerta que comunica

una casa con la otra.

Todas cerradas con candado,

salvo la puerta que abre al jardín.

El vallado

Por esas partes

de la casa,

ese atrás

abandonado,

sus costados,

el frente

hacia el jardín,

alrededor,

dos veces,

tres,

del vallado,

vamos

las hermanas

con él.

Guerrero

El alma

de esta casa vive

detrás

de los retratos.

Es un dragón

albino.

No se inmuta

cuando nos cruzamos

porque está

protegido.

La verdad

Si una despierta

al oído

escucha la respuesta

compasiva.

Ellos hablan

por la vela

que titila.

Sueño

En mi línea ancestral

hay un caballo.

Niños

con los potrillos

y niñas

por alcanzarlos.

Hay una niña

que fue

en el fondo

con los caballos

desbocados.

Cubierta

la grupa

por la manta

que recoge el sudor

de su entrega;

la cabeza

con

una capucha

tapada;

halcón

que fue

de praderas,

soberbio

sueño

hecho cuerpo,

el caballo

va delante

de los fieles

hasta su liberación.

Yolanda Pantin Nació en Caracas en 1954. Estudió Letras en la Universidad Católica Andrés Bello. Poeta, ensayista, editora, autora de libros para niños.

Ha publicado los siguientes poemarios: Casa o Lobo (1981), Correo del Corazón (1985), La Canción Fría (1989), Poemas del Escritor (1989), El Cielo de París (1989), Los Bajos Sentimientos (1993), La Quietud (1998), El Hueso Pélvico (2002), Poemas Huérfanos (2002), La Épica del Padre (2002), País (2007), 21 caballos (2011), Bellas Ficciones (2016), Lo que hace el tiempo (2017).  En 2014 la editorial Pre-textos publicó País, poesía reunida  1981-2011.

En 1989 recibió en Caracas el Premio Fundarte de Poesía. Fue becaria de la Fundación Rockefeller en Bellagio Study Center. En 2004 recibió la Beca Guggenheim.

Por el conjunto de su trabajo recibió en 2015, en Aguascalientes, México, el premio Poetas del Mundo Latino “Víctor Sandoval”, y en 2017 en Madrid, España, obtuvo el XVII Premio Casa de América de Poesía Americana. En 2020 recibió en Granda, España, el Premio Federico García Lorca.

Verónica Jaffé

1

Seis pájaros silvestres por persona en el planeta habría,

es decir, cincuenta billones para los siete que somos.

Acá tengo seis guardianes tropicales,

como decía Canetti que tenía, en vez de un ángel,

para cuidar de olvidos y fragmentos o cálida memoria:

loro verde, guacamaya, colibrí, tucán, quetzal, flamenco.

Quizás sea excesivo el gesto, inútil 

pretensión para este 

mi cacofónico cartón,

poema de la guarda, cacatúa.

2

Al gato muerto

Algo sobre lo tenue del alma, su peso,

se inscribe en este silencio.

Algo sobre mi fragilidad animal

Recuerda su ronroneo.

Leído años después, quizás esta sea su

mejor coda: 

“La poesía es un gato muerto … No se puede imaginar una presencia más ausente, una grandeza más humilde, un terror más tierno.” Mircea Cărtărescu

3

Al vacío, al vaso, a vasijas rotas

a pedazos de blanco, de culpa velada,

que esconde el animal espanto

de lo extinto como imagen,

que se borra en la sombra y el olvido,

el blanco es lo contrario del vacío,

contiene ríos del silencio.

4

Esta es la enseñanza

del maestro: la pequeña

lechuza voltea hacia atrás 

pero entrecierra los ojos:

es demasiada la luz

al calor de la luna.

(‘Traducido’ de un grabado de Hiroshige Utagawa (1797-1858)

5

Un muerto no muerto, 

un animal gris de 

muy largo cuerpo,

un miedo no miedo,

un escarabajo

de miles de patas

me acosaban.

Pero el escondite detrás del cercado

que me ofreció un tímido poema 

fue suficiente.

Al menos 

por un tiempo.

6

Del dique casi seco,

de la ruina, sí, y del 

país perdido soñé. 

A la mañana supe

que no era 

sueño.

El arte de la huida

Arte es lo que queda 

de una religión en ruinas,

creí entender de una lectura.

En esta escritura 

no hay arte ni forma 

de creencia o entendimiento.

Quizás algo de esperanza

en encontrar la fuite, o su sentido,

fugaz lagartija entre las ruinas.

Verónica Jaffé, Caracas, 1957.  Es licenciada en Letras con PhD en Literatura Alemana por la Universidad de Munich. Ha publicado los poemarios: El arte de la pérdida (1991), El largo viaje a casa (1994) y La versión de Ismena (2000). Los ensayos: El relato imposible (1991), Metáforas y traducción o traducción como metáfora (2004). Los poemas visuales: Sobre Traducciones (2010), Friedrich Hölderlin: Cantos Hespéricos. Traducción y versiones libres (2016) y La metáfora, fluida (2019). Su obra plástica incluye collages, acrílicos sobre lienzos, cartones o maderas y grabados.

Gabriela Kizer

Pavesa

Cuando una mujer se afinca sobre el perfume —único suelo—; cuando

comienza a dejar de mirarse las manos como si contuvieran marcas de un

espejismo en otra sed; cuando deja de decir —opaca, obscena—; cuando una

mujer comienza a devolverse —joya entre los sueños— a sus vestidos raídos;

cuando quisiera apaciguarse lejos del metal que la llama de malas

anunciaciones; cuando una mujer se despereza, aturdida y coqueta frente a

nadie… cierra las cortinas y los postigos, acuérdate del cuerpo que nunca se

desprende, de la mudez con que sustrajiste la noche y la absorbiste en pupilas

desasidas y negras, y de cómo has tenido que entenderte cada vez,

endemoniada, con un lugar en el mundo.

Amagos

El paso que no damos

No nos salva ni ofrece el infierno.

No deja escuchar coros angélicos,

redentores o emisarios

de algún mal destino

que cumple en el orden celeste

la tierra no prometida.

Venga, ya es hora de rendirse y rendir cuentas

sin que la fantasía del juicio final

quiera llenarnos de trompetas los oídos.

Habrá quien haga, allá arriba,

una enumeración de culpas.

Pero abajo, aquí, donde nos duele,

¿puede algún golpe de pecho redimirlas?

Quizá debamos aprender la mirada

con que las bestias se reponen y se ocultan

de tanto no saber cuánto han matado

y cuánto muerto en lo que aman.

Quizá debamos vivir arrodillados.

Quizá así he vivido.

Pero ahora estoy de pie.

Precariamente de pie como lo estamos todos

para decir siempre las míseras palabras

que no alcanzan.

Escucha.

Los lestrigones y bárbaros que te encadenaron

no fueron creación mía, aunque hice uso de ellos.

Diré lo mismo de las Circes y ballenas.

Mas de qué nos sirven los mitos y las bestias

si, como dices, esta historia no es un poema.

Habría que tomarle el pulso a la musa

que se instala en el sofá, de pronto,

para preguntar si de esta vuelta a la manzana

han quedado fotografías

o abrazos detenidos y apretados

por cuyo recuerdo

provocara escuchar algún bolero

o embriagar la pérdida de la felicidad

que no se tuvo,

o decir, por Dios, qué falta haces.

Y es esto lo peor, que sí haces falta.

Pero nunca supimos ni sabremos, creo,

andar por la pulpa sin roerla

y tragarnos su amor enteramente,

al modo en que las frases se vacían,

se callan o intercambian,

y se pierden.

Tal vez el asunto estaría en llegar al final,

al punto en que ni una sola palabra

pueda moverse de su sitio.

Sólo que ya estamos en ese punto.

El paso que no damos —según sabiduría popular—

sería algo así como la peor batalla,

aquella que no se libra.

Pero para quienes las han librado todas…

Guayabo

En una vida

deben escribirse pocos poemas de amor.

Sólo cuando el corazón anuncia algún presentimiento difícil,

cuando ya no sabemos si en medio de un mal sueño

seremos despertados por un beso

o pasaremos de largo hacia un sueño peor,

sólo ante un minuto que oscila

es dado escribir algo breve y conciso,

que no salga muy fácil.

Por lo demás

sólo rezamos cuando creemos que estamos a punto de morir,

pero creer ya es algo.

En falso

Filiación

Tu abrigo, madre, de cachemira gris

encontrado al azar sobre algún mueble

como a los tres, como a los seis,

como a los once años.

Tu abrigo, madre, para llevárselo a la cara,

para estrujar tan ávida, tan suavemente

aquel olor.

Tu abrigo, madre, de cachemira gris

para encontrárselo así como al azar

sobre este pulso que atraviesa mi ser

tan negro, madre, tan tuyo

o de los hijos

de los hijos de los hijos

que aún son entrañable apetencia de sangre,

piedrecitas

que agradecerá el mármol nuestro.

Tu abrigo, madre…

Shabat

La cara de Raquel bajo la rigurosa sábana

ya no era Raquel

ni siquiera sin hermanas,

sin torta de miel,

sin el alma apostada a la primicia

de algún casamiento afortunado.

En el brazo que asomaba

bajo la manga de la bata azul

—no levanten la sábana—

había otro plato servido.

La abuela murió un sábado en el sueño de Dios.

Hubo que vigilarla hasta que él despertara

—los difuntos recientes temen a los espíritus

y quieren regresar—.

Pero la abuela y la muerte tenían tiempo

secreteando historias del otro mundo.

Como uña y sucio fueron cubriendo los espejos

hasta que no se supo quién estaba en el rostro de quién.

La abuela murió un sábado en el sueño de Dios.

Quedaba postergado el laborioso trasiego entre los mundos,

la premura, tu pobre viaje de siempre;

quedaba postergado suponer que había camino escarpado

o brecha que tomar o cualquier cosa

que no fuese tu migaja de cuerpo todavía,

aunque sin sueño propio, abuela, ya sin sueño.

A tu lado, no pude sino repasar la puntada

que se fue dando sobre ti,

pero no pude separar tus rasgos de tus rasgos,

no pude sino saber que no debía verte,

que estábamos las dos sin ojos para la vida, abuela,

bajo la sábana de tu niñez que me escondía

en el juego y la risa, y en el miedo

¿quién nos da un rostro?,

¿quién desgarra nuestra triza de origen?,

¿qué mano diestra nos prepara

para el barro gustoso, para el cambio,

sin acicalamiento, abuela,

quién nos da un rostro?

Yo quisiera traer la vieja arcilla

de las manualidades escolares,

endurecer esta tela con yeso,

reintentar la máscara invariablemente agrietada,

un rictus capaz de decir la quietud de tu sangre.

Pero tu sangre avanza como avanza la tarde,

pero tu sangre avanza como en coro.

Bidones de sangre tibia te contienen en sueños.

No es materia para modelar.

No haremos mundo con esto.

Sólo rezo, sólo canto, sólo arrullo

bajo la rigurosa sábana.

Ríos

Que no hubo Sena, Támesis, Moldava.

Que faltó un chapuzón en el río Prut

al cual atribuir una fiebre reumática

y el debilitamiento progresivo del miocardio.

Que ningún caudal hizo a la tierra edificable,

ni dejó pasar la historia, los pensamientos;

ni reveló la transparencia sonora de la realidad.

Que lo que hubo fue lenguaje cenagoso, ríos sin nombre

en los que se pegaban los corronchos de las piernas

o amenazaban con eso y daba espanto.

Que transcurrieron horas anudándolas

en la piscina la Culebrita

porque de perderse la cola de sirena

cada vez que pongas los pies en el suelo

sentirás un terrible dolor.

Que aguardaba por mí la poción químicamente pura

a cambio de besos sostenidos, apretados contra las piedras,

rodeados de culebras de agua dulce reclamando la voz.

Que pudo haber sido más leve la creciente,

el ruido de los rayos cayendo tan cerca de la curiara;

el agua picada, tan repleta de pirañas.

Y si la curiara se vuelca tan sólo trata de alcanzar la orilla.

¿Cuál orilla? Si las pirañas buscándome las piernas,

con hambre vieja aguas abajo.

Pero deja el desaliento, corazón,

todavía nos queda el pericardio.

Océano y Tetys riñeron para toda la vida

con el único fin de darle estabilidad al mundo.

¿Qué vas a pedir tú?

Ofrece tu pesar al Aqueloo

y recuerda la belleza con que Sófocles

cantó a sus sombras oscuras.

Recuerda el río de Heráclito, las metamorfosis de Ovidio,

los ríos en que entramos y no entramos.

Y cómo somos y no somos los mismos.

Gabriela Kizer, Caracas, 1964. Es licenciada en Letras por la Universidad Central de

Venezuela (1986) y magister en Literatura Latinoamericana Contemporánea de la

Universidad Simón Bolívar (1993). Es profesora asociada, jubilada de la Escuela de Artes y

de la Maestría en Literatura Comparada de la Universidad Central de Venezuela (1993-

2021). Ha publicado cinco libros de poemas: Amagos (Monte Ávila Editores, Caracas,

2000), Guayabo (Ediciones Arte Dos Gráfico/Ediciones Esta Tierra de Gracia, Bogotá,

2002), Tribu (La cámara escrita, Caracas, 2011), Pavesa (Ediciones Letra Muerta, Caracas,

2019, escrito a comienzos de la década de los noventa) y En falso (Visor, Madrid, 2022). Ha publicado también la biografía de Ida Gramcko para la Biblioteca Biográfica Venezolana, «El Nacional» (Caracas, 2010) y Mucho más que un número, biografía de Hedy Katz, sobreviviente de Auschwitz (Libros del Fuego, Caracas, 2019).