
Elia, despertar, tomar mate, quedarse en casa, no salir. Esos infinitivos anti narrativos. Mirar por la ventana. A los rabinos que van por la vereda de enfrente, levantan los brazos, hacen gestos, ¿de qué hablan? Reconcentrarse contra el marmota posible, en el horizonte, contra la pereza, contra el mártir, más posible, contra esa tentación a sagrado, no a eso, contra eso, quedarse en ese rincón de la casa con la ventana al patio de macetones y ropa tendida.
Cuaderno de Luis Cardoso. Ahora la llaman por su nombre, Celia. Los lobos, que ya no son fieles, la miran. Es juntadora de miradas. Pero no tira cartas ni lee las manos. Los que no la conocen ya la saludan en el barrio. Como si la hubieran buscado durante mucho tiempo. Nadie se acuerda de cómo llegó. Solo yo, que registro horas, ir y venir, casi todo lo mando a cuaderno, toques. Está escrito en otra novela. De sombra a cuerpo, de una sombra a presencia que el sol pone atravesando Montes de Oca, caja de resonancia de varias Turcas de Avenida Patricios, de varias Mabel, caminatas en el vacío del tiempo, detesto la impostura del vacío del tiempo intemporal, prefiero taconeo provinciano junto a taconeo porteño que se van por Australia a comprar cuaderno y lápiz a la librería y papelería teosófica, donde venden Los quinientos millones de la Begún. (Domingo 12 de junio)
Y el tiempo se puso a viajar en el espacio, unos segundos, contra el cielo azulísimo de algún otro día, a la misma velocidad lenta y patuna de los remolcadores de más al sur, y la mirada de Celia, recuriosa cabeza de pájaro, se abismó, sí, esa es la palabra, en la corriente de aire de esa mañana.
Hoy es gris con toques escarlata, y sale de una lectura, y pego la cara al vidrio de la ventanilla, y la veo a Celia saliendo de la casa de Gloria, tempranísimo, se abrocha el tapadito azul y viene por Australia hacia Montes de Oca, mirada al aire, dura unos segundos, la escena.
Gloria vive en Australia entre Isabel la Católica y España.
Cuaderno de Luis Cardoso. En casi resumidas cuentas éramos un batallón de ingenuos, bendito es el ingenuo para el propagandista, de Biblia o de relato, eterno cuento del tío, y eso salta en el bolsillo, solo ahí se ve, y es algo que todos ven, y todos hacen que no, y miran para otro lado, te van dejando, no te invitan, o hacen que no te escuchan, no sabés muy bien si lo escucharon o no, la idea es que te alucines de no darte bola, de dejarte hablar al aire, la idea es que te gastes y no vayas más, el no se entiende va de uno a otro, se hace consigna, o divisa, es muy desordenado, es un quilombo, es casi a-sintaxis, y cada tanto, así, llega alguien y quiere que evoquemos en un café la juventud de mierda que tuvimos, en esos yugos de fracasados, de caminatas tocamos timbres, ¿qué vendemos en ese pasado?, esa juventud llevada a gloria, esa emoción persiste, les llena la cabeza, la retocan, la reescriben. Y me reprochan no hacer frases equilibradas, bien redactadas. Pero hay que ser rico para escribir así, o más o menos mantenido, o más o menos poeta, o más o menos educado pretencioso. Una lista larga. Los peores, los imbéciles del presente que se creen algo, toda ese largo hilado de frases sabias para no decir nada. Esa clase de cretino es de circulación diaria. Es ese espíritu de venganza que anda en el aire, esa alegría de que Elia no edite nada, que le hagan comer los libros que escribe. Siempre es una alegría el fracaso del otro. Es algo vieja esa alegría. Está en ese rincón de la casita vacía del ser. Seguir en escritura de libros fantasmas. Pordioseros de caminos, salto a feudal. Hoy hay mucho viento y corre más rápido cuando anda por Barracas. (Martes 14 de junio)
Lo que se empobrece por desmemoria, por quedarse mordiéndose la cola, por lo que corresponde, por renegar de lo clueco, del balde de zinc que se quedó en ese rincón de la casa chorizo.
«Oído intrínseco» como dice alguien. Y mi alma intranquila de sueños esperanzados que terminan en nada. Y todos los fiscales de la lectura. Y toda la difamación loro barranquero que vuelve inútil nuestro pasado de conversaciones. Y muy al Norte, adonde voy, casi no se los escucha, ahí resuena un cruce de sonidos, de vibraciones: ¿tren o algún otro crac crac, motos? Es una vieja escena, desaparecida, en un rincón de Barracas al fondo, un restaurante con una barra enorme, y me siento y pido un bife con acelga y ajo, todo salteado, pan, clásico, me quedé ahí, sentado, fue un momento único, pero no sé cómo contarlo, hubo toques de nostalgia, de recuerdos, de presente intenso, de cielo de mediodía, y adentro mar de voces susurradas en una mesa de viejos que comían. Todavía no pensaba que casi todos los escritores que escriben o no escriben, la mayoría no escribe, gritan en el teatro del café, y terminan como pájaros de vitrina.
Celia, antibruja, antimantra, antimoda, solo ese caminar revelado en el parpadeo de la mañana del café.
Colores. Sí. Pero no basta con hablar del gris. Tengo el mío. Y se lo debo a la pintura. Es gris con toques naranja. Esa fue la primera visión. Es un arranque.
Cuaderno de Luis Cardoso: Celia sabía algo: hay gente lengua de víbora, y sobre todo no confiarles nada. No está hecha para el secreto. (Jueves 30 de junio)
Eso tan chico, tan gastado, que es un barrio, el barrio, lo tan chico de estas cuadras, génesis olvidada, engendramiento difuso, ni una geografía de pre-nombres, nadie conoce a nadie, pasar de sonámbulos, legañosos, sin ancestros, para ir rápido, putas inservibles rememoraciones infinitas inacabables e imposibles de eliminar. Gallo de barrio rememora gallina, fatal. Ronda de los perdidos que se inventan parentela y tierras púrpura. También hay color en la rescritura del pasado.
Gloria: «Celia huele siempre a mañana sin olor a sábanas.»
Cuaderno de Luis Cardoso: Elia sufre de un sentimentalismo desplazado. Se come todas las falsas confidencias que andan volando. Se queja de vivir rodeado de gente que no sabe conversar. Loros de la subjetividad absoluta que convoca a veces a esta mesa. (Domingo 3 de julio).
Perros que desladran de a poco en la noche de Barracas. O perderse en el olvido. O salir de todos los teatros berretas. ¿Pero hay que estar en algún lugar? Orlando sacó su sombrero de lluvia gris polvo.
Cuaderno de Luis Cardoso: Elia traduce por monedas. Me hace reír mucho cuando lo veo en esas mesas sabias de traducción, con becados y profesores que le llevan veinte sueldos de ventaja. Pelagato irredimible que habla raro. Con pretensiones de novelista, que se queja todo el tiempo de no tener editor. En esos días inaguantables Lola se levanta y se va. Ya le dije que nunca se sabe qué piensa verdaderamente la gente de lo que uno escribe. A Elia le faltan ejercicios de desconfianza. O de increencia. Cree y cree todos los días. El ridículo se hace el ex-traductor. Como el teatro de los que se llaman no-escritores. O la comedia del intruso. (Miércoles 6 de julio)
Maldita sociabilidad, malditas cartas que hay que responder, malditas franelas.
La pelirroja pelambre de cobre todavía andaba por Avellaneda y una vez por semana iba a la Avenida Patricios. No era pelambre de zorro, así que nunca un piojo, siempre ese aroma a champú, a perfume, a limpio, en esas mañanas grelosas de patio. Eso es la excepción.
Luis Cardoso, celoso y maldito difamador, habla de lo greloso rentista para criticar a mi amigo Enzo que usa saco de corderoy gris azulado gastado, sin los tres botones de cada manga, una camisa celeste manchada, un pantalón azul que se paraba solo cada vez que se lo sacaba. Poco baño. Y siempre con una bolsa.
Así que, no olvidar noción mañana grelosa de patio de inquilinato.
Hoy no hay arranque. No hay inspiración. No hay nada. Nada de nada. O sí, hay citas.
El viento toca las frases. Y se van enroscando en lo que quiero que no se oiga, o en frases clandestinas, para descifrar, botella al mar, figuras de las aventuras que me llegan del fondo del culo del tiempo. Beguneos.
Las ilusiones de Luis Cardoso: tomar distancia de sus escritores favoritos. Cree que así hay barrera a la impregnación. Ingenuo y cagón. Luis Cardoso vive en su cuaderno. Ese cuaderno penoso que abre todos los días con la fecha y el detalle de su actividad. Hoy mate y corrección, mañana mate y corrección. Y, cada tanto, sus estados de ánimo.
Hoy tampoco pasa nada. Hoy tampoco arranco. Por la ventana la veo a Celia que viene arrastrando pies con todo su cuerpo hacia el olvido, sonámbula, todo lo lleva en la cara. Lo errante hacia alguna cueva del tiempo, agujero, si es posible. Pero también, a cuestas, llevaba el olor del amor, de las sábanas del amor quiero decir, rajadura en la universal blancura de la mañana de Barracas. Hoy. Celia, extraviada.
Varios Nortes posibles en la cabeza de Elia. Galaxias.
Un lector, uno solo es posible.
Y está esa carta que Theodore Francis Powys le escribe a un editor que le pide que se describa: «Perdone que no hable de mí de manera más entretenida. Pero le ruego que agregue lo que quiera». Celia lee un libro donde está esta cita. Hacemos lista de los que se autodescriben en solapas llenas de información. Esos que nos meterán en su cotorreo.
Celia camina como un pato de provincia y ese es su encanto explícito. Su pelo renegro y su piel recetrina y sus pies color miel y sus uñas pintadas de rojo en sandalias de verano ya está en la cabeza de los vecinos. Gloria hace tiempo que la lleva en sus sueños, en su cabeza ya no tan clara. En su voz de vendedora de relojes y anillos de la Avenida Pavón y Mitre. Celia agrega sus toques de silencio.
Nota de Elia en una libreta:
Carta de Lola a Elia : «Soy una fanática no puedo elegir.»
Respuesta de Elia: «Gracias, entonces compro los dos libros. ¡Una fanática! ¡tiene el mejor de los oídos, aunque sea sospechosa!»
Padre a quiebra. Pero ya lo escribí en Viento del Noroeste.
Una figura, sacársela al realismo: el extraviado va de empleo miserable a empleo pordiosero. O se queda ahí, estancado, para siempre, un Oblomov a medias, o a veces escribe, o roba, y se llena de plata. O termina paria. Y paria es sin clanes. Tengo que hacer una «vengativa e inapelable lista de las ofensas» recibidas por mi familia y amigos, desde 1903 a la fecha.
Los traidores van de lo irrespetable a la perdición de lo respetable.
Cuaderno de Luis Cardoso. Estoy harto de que escriban mi apellido con z. Pero no puedo hacer nada. Lo veo escrito así y ya sé que ese no escucha nada, prefiere hablar. Me harté de los que prefieren hablar. Hice una lista de exclusiones.
Familia de Elia: sello condenatorio de la derrota. Elia es un solitario desde la cuna. Secreto, compartimento estanco, días de silencio, poca bola, gente por la que no se deja frecuentar. Aspirante a solo, y a errante, a desafectación, como uno de los autores de su sistema politeísta. También es un llorón, se queja de falta de interlocutor (palabra repugnante). Es una pose. Está de moda decir eso. Tiene con quien hablar. Los que se quejan de esa falta, yo mismo, solo quieren hablar ellos. Todo el día. Solo quieren franela. Que los lean, que los editen, que la gente venda su patrimonio para editarlos. Franela.
Calor infame. Sigo con el Nadezhda, tomo III. No puedo, no quiero soltarlo. Es un libro desolador y de un humor del que no hay retorno. Los rusos vivían a merced de los interrogatorios, procesos públicos e interrogatorios. Los apestados eran sometidos a las «asambleas del pueblo». Nadezhda a partir de los cuarenta años se hace pasar por una señora vieja. Así se esconde, se va corriendo, evita los lugares en los que se condenaba a la gente. Sus palabras: exterminio, deportación y redada. Al final le organizan un proceso en la escuela en la que trabaja, dirige la asamblea del pueblo Gloukhov, un especialista en Spinoza. Nadezhda es acusada de perseguir a los jóvenes en sus cursos de gramática. No se queja, solo junta documentos folclóricos. La pregunta de Nadezhda respecto a las personas es: ¿Cómo se comportará este en la próxima campaña contra los lectores de Samizdat? Poco a poco aprendo a hacerme esa pregunta. Y los veo. Después escribe unas páginas sobre Tynianov. A la noche en el teléfono la invasión de la voz falsete. Tipos que nunca olvidan la palabra que querían decir. Autorreferencia lórica que se confunde con autorretrato. Y que se la pasan buscando lectores. Hoy la hice muy larga. (Lunes 25 de julio)
Lo mejor va de boca en boca, discreto, sin levantar la perdiz, bocones abstenerse, acción restringida, círculo restringido, una novela, releer un capítulo de las Memorias, un testimonio perdido en el tiempo, de un tipo perdido en el tiempo, todo en una baldosa, pasos, alguna conversación secretísima, en literatura es difícil mantener una relación consecuente, verdadera. Todos mienten. Pienso con el bolsillo vacío, hoy no pude pedirle plata a Lola, no tengo un centavo. Celia pide dos cafés más y es obvio que paga ella. Me cuenta que lee a un novelista policial que descubrió hace poco y el personaje dice justamente que está seco y que hace calor y que es falso que el calor avive las pasiones, que no, que es al revés, las apaga. Y me pregunta si quiero que me cuente más. Le digo que me la cuente toda. Alma gemela, vida desastrosa, preciso, discreto, caprichoso, nada pero nada inclinado a actividades de grupo, a la vigilancia, a la alcahuetería. La soledad. La conversación, cada tanto. Celia empieza a poner sus citas sobre la mesa. De a poco. Espera los efectos. La cita flota. Si no hay reacción, corta. No sigue. Celia, Celia iba siempre milagrosamente desmaquillada.
La única verdad es que todo el mundo reconstruye su biografía de imbécil potencial. El único nos. Hay que diademar al imbécil del presente, el único ser realizado, ese que huele fracaso y borda y borda biografía y re-biografía. O ser o movimiento.
Padre abandonado, dos veces abandonado en la pendejada de ser alguien. Eterna pendejada burguesa.
Cuaderno de Luis Cardoso. ¿Elia, algún día, vas a soltar ese tono burlón del cagón y envidioso que sos? A la noche cena con Terry. Elia no viene. Está hundido. Hoy está hundido ¿Dónde quedó ese puente, ese barrio, esa plaza, esa catedral, ese pasado que haré o no haré, esa manera, ese sur? (Viernes 2 de septiembre)
Hay un hacer pasado. Lo hacen todos, en esa ventana que daba a Pavón, y ahora acá, en Barracas. Otro café. Otra ventana. Hay un pasado Celia pendiente. Todos, pero uno por uno hacemos este contar pasado episódico que se va a largo, se prolonga, es infinito, metódico y se enrosca.
¿Por qué no nos quedamos todo el día en el café?
¿Y si tampoco quiero tener un plan o pensar en la composición? No quiero.
Cansancios de la angustia al mediodía. Siempre a esa hora fija. Vienen de ahí. De ese fondo de comercio. Los míos tienen nombre. Después pasa, y me voy al café. Acá, en Barracas, encontramos otro. Tenemos nuestra mesa. Frente a la Plaza Colombia. Vemos todo y nos hacemos la ilusión de que nadie nos ve. Ilusión. Solo eso. Café de la Luna. Un rincón. Nuestro. A veces con Celia, los dos solos y ella me cuenta algún pasado. A veces viene Gloria. A veces estamos todos. Era según. Cada uno su secreto. Exit los bocones. Y nos quedábamos sentados, vagos de barrio, a-revolucionarios, a-trabajadores, a-idólatras, ningún arrebato, afuera todo estaba quieto, salvo el viento de septiembre que recorría toda la plaza, y se iba por Montes de Oca hacia Constitución. Celia dijo que ayer hizo parque con Gloria. A la tarde. El cielo estaba grisrojo con gotas de lluvia.
Cuaderno de Luis Cardoso. Príncipes poetas de la falsa gloria y de la falsa modestia que reescriben sus vidas, y no pueden evitarlas, se caen en ese agujero. Cuaderno de notas contra diario trascendente. (Martes 9 de agosto)
Escena de otro siglo: después, bajo los globos eléctricos de las cinco horcas de hierro plantadas irregularmente como estacas en la vereda, se escuchó el movimiento de otras luces, el chapoteo de las herraduras, el zumbido de algún rastrojero.
Hoy práctica de lo neutro. Café solísimo.
El bar estaba tranquilo, justo el zumbido de dos conversaciones en la otra punta, no nos oíamos y no nos mirábamos, o apenas de soslayo. Aislados. El sol de la mañana entra y se queda en un cuadrado, solo, no pide nada.
Luis Cardoso hace cuaderno de insomne, para dormir, ya lo dijo el monstruo, hay que abandonarse un poco, soltar el murmullo, los rencores obstinados y mucho más. Lo entiendo, es difícil soltar todo eso. Es una boludez los sentimientos, tiene razón Luis Cardoso, los sentimientos son como la naturaleza, no te calman si hay sequía, la del bolsillo digo, lo aclaro porque ya casi no hay lectores locos de metáfora, a veces hay que explicar, ser un poco narrativo.
Y si ya es hora de que esos copiones ––esos hijos del agua turbia y del pan nada blanco–– se saquen la careta y empiecen a escribir en serio, como diría Macedonio Fernández. Ya tienen la posteridad, y no nos sirve de nada. Qué la tengan. No creer es muy difícil. Rechazar las mentiras, más difícil. Se puede. Pero hay que leer mucho. O, si no, pueden seguir con ese escribir novela familiar para darse un objetivo en la vida, algo honrado, poético incluso, bajo el disfraz de rompo todo el lenguaje. Pero yo me quedo aquí, sentado. En un rato llega Lola.
Leo ese fragmento sobre las nubes colgadas del cielo, sobre la fragilidad de los soles del Norte, sobre ese canal medio dormido que va en zigzag entre los árboles y que se pierde en el infinito. Solo lo leo releo. ¿Por qué difamar al que relee? ¿Por qué esa mala entraña como decía Irma?
Y llegó ese maldito acuerdo para el olvido, lo pusieron a un costado, un programa, para proteger el decoro de la literatura, como hace siempre la literatura organizada. Hasta hambrearlo.
Hoy, el riachuelo está color azafrán. Pero insistentemente aceitoso. Hoy, la tentación eremita. Hoy, seguramente el ridículo rosario de la queja del fondo de la infancia. Desde la ratonera a la ratonera.
«Y hay vuelo de buitre y re-vuelo de buitre», dijo Orlando en su reaparición. «¿Y si dejamos avanzar mucho al enemigo?». Celia: «¿De qué hablás? No tenemos que apartarnos de nuestras reglas. No hay más.»
Todo académico me va pedir que escriba como su fetiche. Todo escritor academizado me opondrá su libro. Todo escritor que no escribe más, me exigirá que lo siga. Me repudren los ridículos maestros de algo.
La ronda de los días monótonos del que dejó el juego. La ronda de los días de la correspondencia inservible.
Orlando llevaba una gorra gris polvo. Estaba por cruzar el puente hacia Barracas y un canto de coro como campanadas sonaban en la niebla. Ya pasaron todas las horas de ese día, ya son las doce de la noche y el coro lejano raja la tela del silencio, claro como una sola voz, los faroles del Pueyrredón están reamarillos de luz eléctrica.
Hubo un dar empleo de costurera a posibles almas perdidas. Me enteré por andar en lo hemeroteca, en un aviso de un diario del siglo XIX. Isabel, la costurera jefa de Irma, fue a uno de esos avisos para chicas extraviadas de la cabeza y de abajo.. Casa, comida, diez horas de costura. Cuando contrató a Irma ya tenía las palabras que necesitaba y mucho más.
Y sí, a veces hago mi antología de rencores.
Desde ese vagón miraba cómo se perdía el paisaje. Canto susurrado. Llegada a Retiro en blanco y negro, pero sin valija de cartón.
Celia, después de meses y ese minuto en el que entró en el café, totalmente de tapadito gris, con su brazo derecho de saludo, otro segundo para apoyarse contra el marco de la puerta, se remontaba al inicio de las edades, a un pasado remotísimo.
Y un años antes: terraplén y luz de luna sobre el pasto verde justo en ese año del final de la infancia, rememoración silenciosa mientras Celia mira por la ventana la luna raquítica y atorranta de ese día en Barracas.
Lunas atorrantes y árboles pelados de las noches de Barracas en hilo continuo con la noches de Avellaneda. Ronda del viento. Viento gris para los saltimbanquis de la vereda que van por Montes de Oca hacia el río. No hay ningún búho de la noche en este culo de ese mundo.
El ruido de los vagones del tren de carga está siempre ahí, no se lo tragó la historia, no se lo comió la indiferencia, ahora está en los oídos de Celia, yo lo rememorizo y ella escucha. Celia, hoy, pollera y camiseta de tirantes verde turquesa. Y Gloria en algún lugar.
Cuaderno de Luis Cardozo. Leo a Christian Ferrer: destructores de máquinas, ludittas. Nacimos ahí adentro hace cien años. Padre, madre, hermana y hermano y yo. Creo que no se entiende. No importa. Me escribo botella al mar. Copio esta cita: «No había, y no hay aún, audición posible para las profecías de derrotados. La queja de Ben constituyó la última palabra del movimiento luddita, a su vez apagado del quejido de quienes fueron ahorcados en 1813. Y quizás yo haya escrito todo esto con el único fin de escuchar mejor a Ben. Me aferro y tiro de su hilillo de voz como lo haría cualquier semejante que recorriera este laberinto.» (Miércoles 7 de septiembre)
Lagartija en la orilla del Riachuelo del lado de Barracas. ¿O la sueño?
Luis Cardoso peinado para atrás glostora toma su café y mira por la ventana, todos los vagos miran al aire y piensan en el Gran Norte. Es sueño despierto de lejanía con un aguantadero en la otra punta del continente. La noción aguantadero se hizo en la infancia, después la encontré en mi novela preferida siempre en mi bolsillo.
Primero los libros. Segundo, no olerle los pies a otro lector. Que lea lo que quiera. Tal vez un día logremos hablar. Insistencia de viento en las calles vacías del Puente, de uno y otro lado, susurro en el oído, más insistencia de viento sur que barre vereda gris encauste.
Faltan unos meses para el sol de Barracas y los vientos de septiembre. Y así, como otra corriente de aire, me acordé del cuidado con el que acomodábamos la radio en cada mudanza. Frase de alarma: «Cuidado con la radio.», nuestro tesoro, libros y radio.
Ayer el bar estaba casi vacío, el zumbido justo de una conversación, en la otra punta.
Hechos sórdidos que son heridas imborrables. Y lo tacaño de la vida patio de inquilinato. ¿Volver ahí? ¿Otra vez?
Sí, hay un volver para no tentarse a tribuno del pueblo, charlatán del ser, de feria, payaso de la esquina.
Irma iba a Mar del Plata para ver gaviotas. Gaviotas más lobo marino. En Buenos Aires ciudad que te limosnea no hay. Gaviota hambrienta de la orilla del mar, todo el año al acecho de la tormenta, asustada, aletea y se aleja.
Mañana ventosa. Ah, sí, no olvidar, hubo años en que nos limpiamos el culo con papel de diario. Yo no usaba la página de deportes. No quiero que mis amigos sepan esto. Sensibles. Ya están instalados en la buena conciencia. ¿Tuvieron conciencia crítica?
Liebre y conejo o conejo y liebre son sueños de la infancia de historietas, refugio de una imagen no intoxicada. Después Micaela que se fue por ese agujero en la cerca del jardín. De verde quinta sembrada de Sarandí a temblor.
Estrías rojo-gris de las nubes de Barracas por la ventana hacia el Norte. En la mente, y para mí, solo para mí, las vueltas y recontravueltas que me inventaba en la infancia. No había causas, no había que salvar nada, solo había ese rincón con revistas, recortes y lápices y papel canson.
Viejo amigo convertido en enemigo trataré de que no me encuentre lo dejaré difamándome en los cafés de Corrientes y Callao esquina momia del pasado ultraremotísimo esquina de los perdedores rumiadores de venganza. Patético enemigo mío. La hilacha camada seudo-amigos que siempre sirven al que manda. Me sigue buscando roña y yo contesto y nos peleamos por una medialuna de la mañana que es de ayer, una punta de medialuna, nos peleamos con palabras, él quiere que yo escriba sujeto verbo predicado y yo que él haga lo que quiera pero se lo digo con palabras de más palabras no se termina nunca.
Amandina sangre hirviente de telenovela. Usa las lágrimas, teatro invisible, y su mano que se mete por la bragueta llegado el caso. Ella no vacila. Y Elia no estaba a su altura. Dura confesión. El sueño y el terror a las mujeres inconstantes vendrá después. Y será vergüenza interiorísima.
Y el domingo a la mañana llegaban a lo de Bertolucci. ¿Qué tomaban? Todos y cada uno alguna bebida blanca.
Oído metido en las leyendas.
¡El viento! Siempre.
Cuaderno de Luis Cardoso. Carta de Graciela a propósito de figmentum malum: “Malus, a, um quiere decir malo, de mala calidad, malvado. Y figmentum es representación, imagen y también ficción. Así que con un poco de calzador te sirve perfectamente para tu discurso de escritor ofendido por ese rasgo de maldad femenina que querés reprochar. Seguimos.» (Lunes 19 de septiembre)
Esfuerzo a favor del viento del Noroeste o el remar en contra.
«Aunque perdido de vista, caro a la memoria.»
Cuaderno de Luis Cardoso: Orlando confirma que la gaviota de Mar del Plata grazna cuando hay tormenta, se va de la costa hacia el interior, y hace graznido intenso entre truenos de relato. Agua que apenas correo hoy. (Domingo 18 de septiembre)
Su presencia es como sombra huidiza del tren Siete Puentes. Y a más, no es algo clavado en el horizonte, retrocede a más lejos que el infinito, todo a melodrama furtivo.
Leo esos libros que son leyenda, cuento, farsa, epopeya, libros de venganza que no son alusiones, que no son imitaciones, se hablan unos a otros, sueñan con otro lugar, siempre, insistentemente. Nada edificantes. Exageraciones de epopeya. Emigrantes.
Hugo Savino, 2022
Ph / Sebatiao Salgado, The Arctic Ocean around the inupiat village of Kaktovic, 2009