Gris al fondo (VI) / Hugo Savino

La calle de los tilos es la calle de los pájaros y de las sederías y de los bares en las esquinas. Lola patalea, y la llamo «musa estridente»,  frase saqueada hoy a la mañana, más pataleo, toda la pelea es porque, según ella, no sé guardarme para mí esa herida maldita, porque la cultivo, la exhibo a veces. Porque voy fácil a confesión. ¿Farsa de la herida?

Bolsa de los fracasos colgada de un gancho.

Cada no creer choca con el otro no creer. Chancletear de vecinos en la mañana de los negros y de los italianos del post-45. Concentrarse en la acción restringida. No soltarla. 

Tipos agriados que viven de reajustar la épica de los otros. Contra ellos el canto de esa gallina tardía que viene a mi rescate. Fondo de la memoria.

Fortunato Lacámera vuelve inevitablemente a estas novelas o como se llamen, es un volver infinito, vuelve con esas macetas, esos patios, esas ventanas que dan al río. Con sus verdes únicos.  

Los motivos de los días. El amanecer, el mate, la lectura, anotar, mirar por la ventana, hacer cuaderno, más soledad, más encerrarse, más clandestinidad, esa suma, mostrar y no mostrar, contactos furtivos con los pocos locos de metáfora, no esperar nada, la comicidad de las promesas. La curva del aroma de los tilos ancla en el límite un poco antes de llegar a Constitución.

Planchadora, una, otras dos, camisera y pantalonera, y la cotorra  sin oficio. Van caminando hasta Avellaneda. El abogado cogote que vive en Avda. Belgrano y Berutti viste a medida, trajes y camisas y pantalones. Zapatos, en una casa de Reconquista y Corrientes. A veces sale de Avellaneda. Una de ellas, la cotorra sin oficio, va a su casa, ¿casi su gobernanta?, no sé, lo miro desde afuera, y me quedo ahí. ¿Qué tienen en la cabeza?  

Y ese vampiro de todas las mentiras hace su ronda de saqueo.

La noche sorda.

Yo no dejaba de ir al agua amarronada, a las barcazas y remolcadores arrinconados, no podía dejar de mirar hacia atrás, y así me clavaba a ese paisaje, era cornudo de mi memoria. La idea familiar muy en el fondo, inconfesable, piojoso una vez, piojoso para siempre.

Cuaderno de Luis Cardoso. Las imágenes que pasan, que un día se dejan de contar, ya no hay oído, no hay imaginación que la escriba, ese pasar de imagen se va a rincón, a la espera, y ese mirar del chico perdido, esa imagen, caerá en manos de un pequeño burgués burlón encerrado en la imitación. (Martes 3 de enero).

Y el pobre entra de cabeza en las imposturas del que tiene el brazo un poco más largo. Vive en la luz de la creencia. Corre a los brazos de esa momia de bondad. Que le habla en diminutivo. Se tutean en diminutivo. Todo corre en ese magma amoroso. Me harté y me fui. Paso por la librería Teosófica y me compro una novela policial que me recomendó un amigo y ya en la primera página uno de los personajes tiene un Zippo, y descubro que su pasión zippo le viene de esa escena, de acá. Me gusta esa noción de imitación. Te puede llevar a un retiro místico o a la misantropía (mi tentación) o a un exilio. El tipo del Zippo está cerca de un rincón de mugre. Y el que cuenta no tiene teléfono y se le da bien la espera.  

Viento siempre es resonancia.

Piojo a secas o piojo que ensaya su voz no escapa de ser detectado vía rasgos, huellas de heridas o pronunciación infancia pobre en esos salones de damas socialistas. Es la marca en el orillo, frase expurgada de la poesía argentina, prohibida, tachada. Pero está ahí, arranca despacio y se incrusta el sistema del alma, se hace en la infancia, en los rincones de algún patio, de una ventana que da al galpón de bolsas de cacao. Y vuelta a la media luz de la pieza.

Hace mucho que frecuento a gente que hace el papel de honesta. Son siempre la oveja de alguien.

No hacer un hogar, solo irse y no mirar hacia atrás. Irse. Atrás no hay nada. No hay nadie. Hay el teatro de la franela. Sobre todo no tener amigos poetas. Pero hay que tener «un nombre de ciudadano», para esconderse, y no perder el tiempo con los tratos que hacen los otros. Guardarse.  Y olfatear el aire. Sigo agarrado a la novela que leo, subrayo: «Calle sin retorno.» y tres líneas más abajo: «Nadie me buscaba.»

Elegir bares lejanos, perdidos, clavarse en uno, como hago, como hacemos. Y solo saludar a los clientes, nunca eludir esa reciprocidad de saludo. Me gustan lo huevos fritos bien hechos, duros, el pan muy tostado, casi pasado. A las 9 de la mañana, tostadas con queso. Café negro. Ninguna novela policial logró convencerme de comer huevos con jamón a las ocho de la mañana. 

Orlando apostó a ese caballo que le gustó: Mistery Canadá. Como es su costumbre: no dio detalles. Apuesta es apuesta. Redonda, sin partición. No se comparte. Si querés esa comedia, podés ir a la ruleta. Ahí la gente se habla. Orlando no corre detrás del sentimiento. Puta madre a los recuerdos me dijo Orlando hace dos días.

Cuaderno de Luis Cardoso: Lo leí en una novela: «Te conozco desde siempre. Todos tus sentimientos son rencores.» (Miércoles  7 de diciembre)

Tengo que tratar de salir del melodrama de la confesión. El arrinconamiento interior te lleva a blandura, emoción, sentimentalismo.

Cito los murmullos que me escucho. ¿Qué puedo hacer? Es lo mío y lo protejo. De los poetas ratones que quieren premio solo por ser poeta. Piojos del ser.

Nos preparamos, uno por uno, y en secreto para irnos. El pasado no sirve de nada.

Lo mío es al revés, todo lo que aprendí está en la  desobediencia sistemática, sin pérdida. Otro día lo desarrollo. 

Cuaderno de Luis Cardoso. Dante y Elia. Secuacidad recíproca. Son las únicas dos personas que saben aplicar lo que leen en el Cardenal de Retz. Son las únicas dos personas que conozco que saben guardarse un secreto. Hasta olvidarlo. Y son las únicas dos personas que saben cómo ponerle precio a la cabeza de alguien. Por escrito. (Jueves 8 de diciembre)

Sí, hago frases. O hago líneas. Y mierda a los terceros. Tercero te juzga: si no editás, si no ganás plata: se caga de risa interiorísima de tu sequía, hace que te lee, hace que te quiere, hace un fingir y llena la canasta con la bosta rumor transmisible infinitamente. La ronda barrial del rumor.  Pero mi sueño sigue siendo esa línea recta hacia el Norte.

Cada tanto un imbécil del presente, intoxicado del universal reportaje pone el oído en nuestra mesa. Es un policía del pensamiento. Diplomado en visiones del mundo y convertido en pastor.  

La palabra percal vuelve, reaparece, se obstina, viento de corredor de colegio primario. El niño prodigio (yo) tiene zapatos de cuero, su hermana guillerminas, son los ricos del llotivenco, o del patio de inquilinato como dice Irma. Reina de suavizar el campo de figuras. Después, especie de cretino cultural, usa por un tiempo tres adjetivos para intensificar lo que quiere decir, era esa época en la que creía en varias cosas, hasta que una novela le enseñó la mejor figura: para encontrar lo que buscás la pregunta es: ¿dónde está la plata? Rascó ahí y apareció la nada. 

Todo desordenado y entregado como viene. Y apenas entrevisto. Y rápidamente encubierto.

Cuaderno de Luis Cardoso. Hoy: café con esos dos muñecos del arrebato. ¿Cómo salir de la pretensión? No yendo. (Viernes 9 de diciembre)

No fui ese que pudo, no quiero ser ese, solo hubo un nada que perder que sigue flotando contra el ser de los trepas culebreros. Voy de rencor a sopa de zapallo, de sopa de zapallo a marcha, a paso regular hasta la Boca. Una manera de salir de la inmovilidad cerrada, del enojo que viene de lejos. 

Atardecer. Mesa de roble. La misma ventana. Llega Gloria, suspiro ancestral (copiado de alguna novela, seguro), y saludo apocalíptico. Saca su cuaderno y lo pone a su derecha, es como una amenaza. Luis Cardoso mira y su silencio habla hasta por los codos. Todos metidos en la mudez, mirada a la calle, pasa un tipo y mide con el dedo la velocidad del viento, saluda a Gloria y sigue. Nadie le pregunta quién  es. De semi-luz a luces del bar, de atardecer a noche estrellada, de semi-mudez a primeras palabras. Arranca Orlando. Vena talmúdica. Apenas una hora más tarde siguen los toques chiflados. O la divisa Maimónides de la relación. Orlando, hoy, hace tratado. Después, saca también su libreta y nos lee una lista de escritores antisemitas (sé a quién le copia este gesto, él agrega algunos argentinos, me mira fijo, me callo), y lee otra lista de amigos antisemitas. Pienso: casi todos los que nos rodean. Nadie dice nada. Cede la palabra. Empiezan los cruces, la consigna siempre re-actualizada: evitar la auto-complacencia. 

Cuaderno de Luis Cardoso. Nos vamos encerrando en nuestras lecturas, solos, sí, es un decantar de desilusiones de intento de secuaz. Cada uno queda en su órbita. Los que simulan leer no cuentan. Me cruzo con Matilde Gonzalez y me dice que pase más tarde por el negocio. La saludo y sigo hacia el café. Lo veo a Elia en la ventana, callado. Lo mira a Orlando. Hace unos días me dijo que descubrió lo idiota que era. Y se prometió pausas largas de silencio. Las cumple, de a poco, en el café y en el flotar de la mañana, de cualquier mañana, con olas de empleados de sucursales bancarias, peluqueros de clase media, empleados de zapatería, el carnicero, panaderos, creyentes que cruzan la plaza Colombia para entrar en la iglesia, o ir hacia Constitución. Y más lejos, en su cabeza, un tren de vacas que venía del noroeste.(Viernes, 16 de diciembre). 

Ausencia de vates en esta mesa. No ceder al vate criollo, a su tijera corta adjetivo. Vate es maldad por obtusidad de lugar. Vate autorizado por diploma o celebridad o por burlón, vate que rebusca y junta sus alcahuetes. 

Y todavía no llegamos a pieza de pensión. Apenas un sobrevolar. Por ahora motivo evasivo, como viene se va. No es fácil hacer motivo, escribirlo, es caprichoso, pone luces, luciérnagas, bellezas, trampas, engaños, y no, es cartón pintado, simulacro, se va, se escapa.

Ninguno vivía en pensión. Lola ya tenía su cotorro dos ambientes. Gloria casa chorizo cerca de Constitución, unas cuantas piezas. Celia, su pieza en Paláa y Alsina (Avellaneda) en la casa de tía Angela. Cada tanto dormía en una de las  piezas de la casa chorizo o compartía la cama con Gloria para atenuar los ataques de miedo. De enagua a enagua y de ahí a calma.

No se trata de andar a lo furtivo, a la comedia de los sentimientos. No, excursión, sainete, croquis, retrato, aguas abajo, cuento de hadas.

Luis Cardoso mira la taza de café, mira hacia el mostrador, al tipo que toma café de parado, y sé que hay algo de un hacer humillado que le hiere el alma, de cosa no pagada, ese hacer que solo él conoce, esa manera de ir a la traducción, de agarrarla en el huevo, hay algo no saldado, hablo de plata, otra vez me hago la única pregunta que me enseñó esa novela: ¿dónde está la plata? ¿Dónde está guardada? ¿Lata de café, canuto en armario, hueco en la pared, banco? Ahora todo le pasa por la prueba de la traducción a Luis Cardoso. De traductor-transcriptor. O como quieran llamarlo. Cree que todo conspira contra su curiosidad insaciable, y muy molesta. Y cree bien. Lo dejo ahí.

El renacimiento urbano estaba lejos. Todavía había susurro   de chancleteo, sillita y mate en la calle, la palabra abrojo que traía alguno que había pasado el domingo en Ramallo, dignidades rencorosas que hacen ronda en la vereda de la tarde. Y fumaban, y recordaban y remaldecían con la mirada en el océano. Cada uno hacia adentro, respondiendo a la resonancia del otro, viejo asocia desde viejo, piojo le habla a piojo. Algo bueno: ya no se emborrachan con las amabilidades. Orlando se pregunta cómo se llega a ese momento. 

Cuaderno de Luis Cardoso. Hoy: café con escritor del populismo precioso, lleno de rasgos gritones de la autosatisfacción. Escritor consagrado que saca su lista de libros que aconseja leer, siempre los mismos, siempre insoslayables según él, y que lleva como bolsa de papas de una entrevista a otra. (Martes 20 de diciembre)

Más allá, cerca del río, el atardecer, viejos que pasean, o parejas, o provincianos que descubren calles enroscadas y negocios, intermitencia de voces o de gritos que llegan de alguna esquina, el pasado que anuncia cierre, o al revés, ecos del futuro, adoquines sueltos, veredas altas, Gloria que le habla a Luis Cardoso y hace gestos y yo los miro mientras se acercan. 

Los vagos del café, los vagos veteranos digo, los que caen a partir de las cinco de la tarde. Vino o vino con soda o algún coñac o café. Son almas abiertas al tiempo, santos de la pereza, nada de la calle los conmueve, solo quieren ese rincón. No niegan nada, son la negación. Y tienen una canasta del alma llena de rencores. Viejos a-franciscanos, malos ejemplos, ropa olorosa, aroma de patas, pero todo en un apenas. Muecas burlonas al inexistente buen criterio de los humildes. No son viejos del tiempo clausurado. Siguen jodiendo el decoro del prójimo en su memoria de zaparrastrosos. Me olvidé del cinzano con aceitunas.

Lola resopla más crítica: «últimamente ponés esa cara lastimosa y la gente sabe lo que estás pensando.» Blandura de la confesión, mendigo del reconocimiento, de la legitimidad, del no disimulo, tipo que cede a la garrapata de la sentimentalidad.

Cuaderno de Luis Cardoso. La tristeza son ojos fijos a  través de la ventana, silencio, palabras tragadas con el café y ausencia. Sonrisa colgada en el aire. (Sábado 24 de diciembre)

«Está hecho para el momento de torsión, para que funcione bien en el vacío.» La copié en mi libreta de tapas rojo  manzana. Nos criamos en ambientes muy distintos y    nuestra amistad alcanzó su límite. Ahora, montañas de desconfianza, los populistas preciosos viven enroscados en sus mentiras (advertencia de Luis Cardoso). Saqué mi atención de esa rutina de eslóganes literarios y la puse en el vacío del tiempo y comprobé las ausencias, y las escuché. 

Por hoy basta de esta novela. No la archivo, la corro. Mucha roña. Me harté. Pasa Elvira, la planchadora, viene del fondo de los cuarenta, todavía rasca en el vecindario y más allá. Viejos solos que llevan camisas bien planchadas. Celestes. O que usan sábanas, pijamas y calzoncillos planchados. Alejar culebrilla. 

Nota de Lola. Veredas rotas, Citroën verde con pájaro loco pintado en el guardabarros derecho que va de Avellaneda a Barracas y sigue. Elia andaba en esa lata de sardina y no se avergonzaba, cruzaba el puente y se perdía. Obstinado de todos sus perderse, un ejercicio espiritual. (29 de diciembre).

Y todavía llegaban trenes a Constitución con pasajeros que llevaban valijas de cartón. Sobretodos gruesos, y sombrero, o tapados bordó, solitarios en el andén, ese llegar, y ese irse de algún lado para llegar, ese fue y es mi cuento de hadas.  Es Puck en cada uno, vienen al salto de mata, hay que imaginarlo.

Cuaderno de Luis Cardoso. Somos renegados del alma pedagoga. De los aburridos educadores con visiones del mundo. De las voces patentadas que te comen la voz. Elia defiende sus adjetivos, emperrado, caprichoso, a veces, payasadas melancólicas, a veces, la confesión atragantada, a medias, a veces, el recuerdo de la mano que tiembla cuando levanta la taza de café, ese miedo. (Viernes 30 de diciembre)

Aquí, muchos se pierden. Salen por una puerta y ya está. Sé que eso  lo inventó el mejor, abrió ese espacio, y yo lo uso, no odio a los fundadores, no reconvierto mi admiración en odio, entran y salen, y algunos se van. Lidia, la pelirroja, fue un momento, pero se quedó en el fondo de mi memoria, y cada tanto patalea, berrinches lejanísimos, barriales, ni llegan a escribirse, quedan ahí, en ese límite. 

Mierda a la retórica del fracaso. Hay fracaso, hay sequía, hay ausencia, hay pelea, hay dolor que no se pierde, hay conejo que se va por un agujero del alambrado de la quinta de Sarandí.

Hoy volví a Avellaneda, una visita clandestina, crucé el Puente, ya estaba muy oscuro, revisé todas las equivocaciones del año, eran muchas, todos mis berrinches,  todas mis imposturas, todos los falsos amigos, mi poso negro de alma bella también, lo anoto en mi cuaderno. Y anoto mucho de lo que me callé a mí mismo. Tengo que recuperar silencio, enroscarme ahí, sí. Hacer topo

Pasos. Siempre me conmueven los pasos hacia ninguna parte. Hay días, hoy es uno, te los cruzás, cabeza hacia el suelo, gestos a murmullo, gorras de paño, mujeres a batón, pasos afelpados, sin ecos, sin resonancia. Yo los veo. A la deriva. Es arrastre de pie y de alma. Me duele.

Bajo por Avda. Mitre y entro por Pavón. Dante me espera en el café que está frente a la estación, en diagonal. Nadie nos conoce ahí. Me da el sobre y pasamos a otra cosa. Temas barajados: la rabia, la furia, y la desesperación de los paranoicos. Y una vez más acordamos: la mejor estrategia: saber guardar secretos. No nos manejamos con lemas revolucionarios. Solo: no perder el nombre y saber que te robaron algo de tu alma y no se puede contar.          

Volví por la vereda de La Negra, hacia el Puente, acompañado de las ausencias que surgen de la nada y se ponen a flotar.

 Hugo Savino, 2023

Ph / Facundo de Zuviría / Café en Cochabamba y Defensa, 1992