Me quedé en la provincia o en la poesía o una palabra clave: literatura / Laura Estrin

Me quedé en la provincia o en la poesía o una palabra clave: literatura [1]

“¿Es un inadaptado? Depende. Si ver basura donde hay basura constituye un signo de inadaptación, entonces lo es.”
(Chandler sobre Marlowe)

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Me quedo en la provincia o en la literatura[2] y esta provincia es lo lírico[3] que hago sinónimo de literario y lo entiendo a partir del ritmo y del sentido, eso que dice y canta en un poema. Como en la obra de Damián Ríos, que es de mi misma provincia o como en laprovincialingüística de Raschella, a las que traté en El viaje del provinciano. Además, encima, hablo de lírica pero incluyo en ella lo que pueden llamar antilírica, supuestamente lo que no suena… pero hasta el desadaptado pensamiento y la desvariada teoría de Macedonio suenan como en “Elena Bellamuerte”. Ahí me quedo y entiendo entonces, aún, por provincia la suma de eventual y eterno[4], los elementos con que Baudelaire definía el arte, y no diferencio sustancialmente prosa de poesía. Todo es sentido[5], impresión, voz.

Quedarse en esta perspectiva provincial/literaria, es apresar lo que casi no hay en lo que llaman hoy poesía porque como afirma Christian Ferrer llaman literatura a cualquier cosa por lo que él también anda en pozos de vestigios –para decirlo con uno de sus libros[6].

Repito: La literatura que pienso es de autores que andan en provincias. Lo hizo sentimental Gerchunoff, que no salió muy pronto de Proskurov escribiendo en Buenos Aires (mi) Entre Ríos, lo anotó Mastronardi con su frase exactamente entre-ríos de Luz de Provincia (“Un fresco abrazo de agua la nombra para siempre”), lo gritó Zelarayán en el comienzo de La piel de caballo, con esa voz quizá algo guaraní que sobrevive ahí apretada. Todas esas formas son parte de una localización que los hace insulares y que nos devuelve a Tolstoi y su aldea-mundo. Nada nuevo pero siempre de lo particular a lo general.

La provincia guarda o conserva en el sentido en que Nicolás Rosa decía -mirando pícaro los 90 años de Ana María Barrenechea- que la filología conserva [7] Del mismo modo en que, de nuevo, Mastronardi entendió que al escribir arrimamos tiempo al espacio que es la literatura. Porque la provincia es cuchilla y no colina o loma, como corrigió Manauta en una reedición y como amplió Zelarayán en un verso “pa que entiendan los porteños”[8] mientras Ortiz siempre eligió poner colinas. Entonces recordamos el verso de Osvaldo Lamborghini y afirmamos que la literatura es cuchilla, es el cuchillo que faltaba. Quiero decir: la literatura es la palabra más simple, la más justa y ajustada. La literatura como provincia es fiel como un perro fiel, insistencia y persistencia, quedarse en la provincia es quedarse en lo literal como cuando leemos y nos quedamos con, en, desde, en, entre las palabras. Así, entiendo por poesía a esa palabra hundida, embarrada en lo propio[9], muchas veces usé para eso la frase “la propia inundación” o “la conversación que solo apaga la muerte” -que creo le robé a Barthes.

Te vas a quedar en la provincia – me dijo ese conocedor de hombres que era Luis Thonis (porque yo había leído sobre sus Cuerpos inéditos en el Congreso de Literatura Argentina en Bahía Blanca allá por los 90 y porque escribía en El litoral de Santa Fé) y sí, me quedo en sus “Sonetos a Shakespeare” y en “La vigilia de las estatuas”[10], me quedo en esa lírica, todo lo contrario de la ilusión comunicacional, sin son, neutra de toda vocería intensa, escrita en una lengua en traducción, realismo berreta, objetivismo cualumque. Si quieren lo digo con la historia literaria que marca que después de Baudelaire la poesía lírica fue otra, Baudelaire sabía que los artículos de consumo reemplazaban a los objetos literarios. Quiero decir además que vivimos una época que no es de absolutos sino de componendas por lo que debe ocuparnos, cuando leemos, una teoría de las pasiones porque la literatura es pura concentración, y otra de los valores porque hay una conexión entre consecución artística y ética[11]. 

Vuelvo: La poesía es piedra y luz de provincia porque escribimos siempre el barrio, algo personal, el pedacito de tierra que sabemos mejor, así va en el Capítulo 9 de Arlt, literato, Carlos Correas, así le dice perentoria Tsvietáieva a Rilke: “Soy tu única Rusia”, autora que, además, en el poema “Añoranza de la patria”, gritó que no confundan el resfrío con el llanto. Es decir, literatura alejada de lo interpretativo y cerca de lo sustancial de modo que la poesía que leo y escribo está en ese gurí que pisa en Entre Ríos una ortiga y sale disparado a Corrientes en patas -si sigo la frase de Zelarayán, claro-. Y, de ese modo, esas obras conservan palabras y eras, tiempos de autor, escritura precisa a la que no le sobra ni un sauce.

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En el segmento con que abro la lectura de poetas en Libro de autor, que Eduvim publica en breve, escribo que la poesía es una atmósfera, un clima y un tiempo. Supongo que la rima, el metro y tantos otros elementos que pueden o no estar son músicas exteriores al poema, pero hay un ritmo que corresponde al armónico fluir de imágenes y significados, una musicalidad semántica que constituye a la poesía de cualquier época. Por lo que no la concibo como un género sino como escritura, lo tercero -como quería Marina Tsvietáieva, a la que cito de nuevo. En ese lugar, el poeta está siempre presente, pesa en el poema. Por eso se escribe como se habla, la literatura es una honestidad irremediable –como supuso Néstor Sánchez, ese afán de decirse que lo carcome todo hasta donde lo imaginado es real, aunque una cierta ambigüedad, cerrazón o hermetismo es propio de esta escritura. El poeta, el autor, no es ideólogo, no lo guía ni el optimismo, ni lo bien pensante sino su encastre en el tiempo, su trato con lo contemporáneo y su propia desesperación. El poeta es solo contemporáneo de lo que lee y tiene una política propia, singular, intensísima.

Creo que aún no salimos del vértigo teórico de matar al autor y transitamos una opacidad neblinosa o, más bien, opaca, de afirmar que todos son autores y que todo puede ser literatura. Incluso pareciera que nadie quiere ser solo poeta por lo que todos escriben todo, para ser más precisos, hoy casi  todos son artistas totales[12]: poetas, novelistas, diaristas, curadores, traductores y mil otras residencias sin tierra. Creo que asistimos a una zarabanda cualquierista, mediocre transparencia de ese extremo donde todo cree ser lo mismo. Algunos lo han entendido como postestéticas o fin del arte. Yo más bien pienso que como en muchas otras épocas estamos en el centro de una tormenta de relativismo donde solo se percibe un silencio sucio, el de lo políticamente correcto y una guerra sorda: casi nadie lee, todos escriben. Entonces no veo más que excepciones en medio del pastiche o de la yuxtaposición de ese consenso patitieso. De algunas excepciones me ocupo en Libro de autor.

Por lo que considero literatura de autor a esa piedra de absoluta contundencia, una seguridad, constituida por frases confiadas, sonoras, historia vivida. Allí donde las palabras desarrollan su propio drama, unas en vecindad con otras, lo mismo que pasa con los colores, componiendo así un intercambio rítmico que va siempre un poco más allá. Entonces las frases hacen música de capas simultáneas de sentido, forma múltiple que tritura y anuncia saberes fuertes.

La poesía de la que me ocupo es oscura y próxima, elíptica, no explica porque lo expone todo, es lengua desnuda. Leerla es ver lo inesperado, lo que no tiene destino previsto, lo que nos cambia e incómoda. Lo que no tiene salida o retorno. Leer esta literatura es fracasar en lo social y en lo cultural, sacarse de los modos maniatados de las instituciones y del canon (que hoy llaman mainstream). La literatura que elijo nos deja solos, porque pocos quieren quedarse sin juicio ni tesis (que siempre son previas) ya que esta poesía piensa recién cuando escribe. Es una mecánica, un funcionamiento, esta poesía no guarda ni cuida unidad gramatical alguna. Es la mayor objetividad de lo subjetivo del autor, y hay que aguantar la subjetividad del otro porque hay que aceptarlo como sujeto, bancar sus repeticiones, su sonsonete y sus motivos. Luis Thonis decía que leer era angustiarse, reconocerse y a la vez alejarse sin fin, tal vez en un sentido cercano del drama en que Osvaldo Lamborghini suponía a la literatura como máquina de vaciar.

Puede ser que un modo de la profunda ironía esté a la altura de lo que estos autores hacen, una materialidad y una actitud como el horroreír que proponía, en este caso, Leónidas Lamborghini. Porque el poeta no escribe para el código civil, ni para la beca o el premio, su motor es otro, más grande, viene de un tiempo propio y lo espera todo. La poesía así entendida es parte de una concepción trágica de la literatura, se piensa como una conciencia de lo imposible que de todas maneras puede, una flexión donde la escritura traspone y sabe lo real como Baudelaire que en El pintor de la vida moderna define lo bello y la modernidad en compleja síntesis diciendo: “Lo bello siempre es, inevitablemente, de una composición doble (…). La modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte, cuya otra mitad es lo eterno y lo inmutable.” Lo decía al inicio, lo lírico -lo que Baudelaire llama bello o lo lindo como lo reescribió Leónidas alguna vez- es una contundencia que no tiene precio, por el contrario, se lleva la vida -como le pasó a Pizarnik, a Viel Temperley, a Fijman, a Perlongher, a Kato Molinari y a tantos más.

La poesía no tiene relaciones sociales previstas ni aceptadas, es autosuficiente, es decir que emite y recibe desde la soledad. La poesía así definida, prescinde de deberes exteriores y recibe múltiples destierros. Lo lírico, la música del sentido que el poema trae, excéntrico siempre, destruye muchas lógicas, se vuelve a veces agramatical porque funda lenguas. Esta poesía que elijo es una intensidad cambiante, inagotable y firme, que arma una trascendencia nueva contra cierto nihilismo cool de la falta de valores y de juicio que impera. Es una oferta al azar, sin expectativa, sin proyecto, elude la comunicación rápida aunque tiene una velocidad pasmosa, huye de toda condición conceptual o de interpretación con un capricho de disponibilidad reflexiva. Horizonte que diferencia utilidad social-histórica de funcionalidad artística, su fuerza siempre viene del futuro -como también supo Tsvietáieva.

Cansada de vanguardias y performances que escriben y actúan como si aquellas no hubieran fracasado, defino a la literatura como una modernidad contradictoria o dilemática pero no como una post-escena líquida. Sigo pensando que la verdad, es decir los poemas, son mejores que la poesía, de acá la tragedia[13]. Parece polémico pero es sencillo, polemiza el que tiene poder y la poesía –salvo la oficial que no constituye libro de autor y a la que se la lleva el viento histórico- no lo tiene. La literatura, el arte, lo que llamo lírico, es una experiencia muy singular que solo arma sujetos entreperdidos ya que es camino sin fin y sin permiso, vasto e inútil para la carrera literaria. La poesía es una flecha dentro de la historia que teje y desteje la tradición de lecturas/escrituras en que vive. Su política siempre es la guerra literaria[14]. Y esa es además su ética.

En Libro de autor recorro una serie argentina del último entresiglo, miento, ese hilo es casi enteramente rioplatense -esa provincia que hacemos coincidir con el país entero[15]- y está compuesto por la lectura de obras de Oscar Steimberg, Jorge Quiroga, Claudia Schvartz, Juan Fernando García, Edgardo Pígoli, Agustina Péres y Natalia Coluccio.

Laura Estrin, febrero-marzo 2023 / Presentado en el Instituto de Literatura Argentina (UBA) , durante «Acá Poesía», el 31 de marzo: Poesía: lecturas críticas de las últimas décadas del siglo XX.

Ph / Vivian Maier

[1] Atraso o vengo del futuro, podría ser otro nombre para este trabajo, en parte frase que sobre Goethe dijo Tsvietáieva durante la Primera Guerra. Atraso tiene un sino ideológico reactivo, prefiero entonces los tiempos simultáneos, futuro pasado, como supone R. Koselleck.

[2] La perspectiva provincial que mi libro El viaje del provinciano trabajó puedo decirla con S.Sylvester: “Lo que primero encontré en su poesía es algo que me permitiré designar como una especie de “ley provinciana”, o de percepción “de provincia”. Aclaro que esto no tiene nada que ver con la clásica visión provinciana de las cosas, limitativa y bastante aburrida, sino con algo más sutil, que es el conocimiento próximo de cosas y personas, como si el que habla conociera a los que habla. Tal vez tengo esto en cuenta, y lo detecto, por venir de una provincia (…) No hablo aquí de provincia en el sentido de “municipal y espeso”, según un verso momentáneamente inmortal de Darío, sino de una visión de lo inmediato, en la que subyace la idea de que el mundo es grande, está comunicado, pero el hombre vive en comunidades abarcables, con vecinos que conoce. Esto ocurre incluso en ciudades enormes, a las que uno está obligado a parcializar. La vida actual es necesariamente cosmopolita, por la mezcla que supone cualquier conocimiento y porque no es posible prescindir de una cierta mirada planetaria; y lo provincial significa, hoy más que antes, compromiso con lo próximo, revisión de la tradición propia, conocimiento del entorno y, por consiguiente, propensión por lo concreto: algo que da firmeza y peso a la poesía. La cuestión está, como siempre, en atinar con las proporciones” (Sobre la forma poética).

[3] “Durante mucho tiempo la categoría “poesía lírica” fue sinónimo de poesía, sin más; mentaba la poesía en sí, y un catálogo de asuntos y palabras. Pero en algún momento este reinado dejó de ser único: un aspecto de la modernidad había hecho su entrada para quedarse; y esta convivencia supuso una crisis que con alternativas, intensidades y variantes atravesó el siglo XX y dura hasta hoy. Hoy, más que nunca.” (S.Sylvester, Sobre la forma poética).

[4] “La belleza está hecha de un elemento eterno, invariable, cuya calidad es sumamente difícil de determinar, y de un elemento relativo, circunstancial, que puede ser, si se desea, la época, la moral, la pasión: todo junto o de uno en uno” – escribió Baudelaire en 1863.

[5] Lewis Carroll o uno de sus personajes decía: “cuida el sentido, que los sonidos se cuidarán solos”.

[6] Allí dirá en el sentido que buscamos en Libro de autor: “La autoría pertenece, en cambio, al orden de las decisiones íntimas, puesto que hay autores que nunca han publicado y muchos de los que se prodigan en artículos y libros no lo son”. 

[7] La imaginación es conservadora -dijo Hofmannsthal- pero no conservadora política.

[8] En el poema “Un sueño de día” leemos: El día lanzó puñados de cardenales/rojos y amarillos/sobre las cuchillas/(colinas, pa que entiendan los porteños)/cuchillas sin filo,/ redondeadas,/pero a un pelo de la sangre…”

[9] La literatura/poesía es palabra y se puede agregar toda la crisis que se quiera, desde el Romanticismo de Jena al 2001 argentino, cuando Aira empezó a dejar de ser poemático y se hizo estratégico (de procedimientos y de editoriales y empezó la máquina de hacer chorizos, como la llamamos alguna vez con Jorge Quiroga).

[10] “La vigilia de las estatuas. Alberto Giacometti – Jean Genet”, pp. 25-40. Tokonoma N°6 -Ahira  (https://ahira.com.ar/ejemplares/tokonoma-n-6/)

[11] Baudelaire fue tan moralista como esteta (Hamburguer, 1991). Pero, además, mi posición no es lujo de anacronía sino política literaria que es guerra literaria -y repito incansable a Mandesltam, es soledad sonora, filosa, recuerden que es el cuchillo, la cuchilla, no la colina, lo que falta.

[12] Tomo en parte este sintagma de Groys pero también por la obviedad de que estaríamos en una época de política total, economía total y total mecanización. 

[13] Así puedo entender la afirmación de Meschonnic que trae de la modernidad francesa de Baudelaire de que la poesía es enemiga del poema. 

[14] Además de la reiterada mención a Meschonnic y a Mandesltam para puntuar la guerra literaria, acerco lo de política literaria que siempre refería Nicolás Rosa. “El arte no es político, en primer lugar, por los mensajes y los sentimientos que transmite acerca del orden del mundo. No es político, tampoco, por la manera en que representa las estructuras de la sociedad, los conflictos o las identidades de los grupos sociales. Es político por la misma distancia que toma con respecto a sus funciones, por la clase de tiempos y de espacio que instituye, por la manera en que recorta este tiempo y puebla este espacio… La política del arte no es el ejercicio ni la lucha por el poder sino la configuración de un espacio específico…” (Ranciere, El malestar en la estética).

[15] Siempre que decimos “literatura argentina” solo recorremos la de Buenos Aires –lo dice una provinciana largamente aporteñada que hizo provincianos a los autores que quiso, aunque la poesía es siempre provincial, como dije al inicio.