
Las cartas que no se envían
no quedan para nadie,
con el correr del tiempo
su ortografía es ilegible.
ACUMULAN PALABRAS OLVIDADAS
dirigidas a seres que,
no vemos más;
Y sin embargo alguna vez
se interesaron en todo.
Por entre los limites de esas cartas,
pasaron hombres y mujeres
de los que no se recuerdan
ninguna señal porque
imprevistamente siguen.
No están aquí y habitan en un
terreno
al que se puede llegar
pero que es un camino
inestable.
Cerca del mar
tiran la línea
donde se juntan
las grutas de luz
que se balancean en el fondo.
Tras el agua
espuma que va esparcida
ondas y burbujas
que llegan pausadamente
a la playa mojada.
Entre las arenas que brillan
las construcciones en el horizonte
anillos en la siesta otoñal.
No están escritas
y remiten al pasado
la letra en aquellas cartas
es irreconocible
nunca cumplieron
a quienes estaban dirigidas
y quedan para siempre olvidadas.
Únicamente un hombre que habla
puede detenerse y buscar
alguna decisión
que hubiera cambiado
lo vivido.
Casi llegamos
nos sentamos donde siempre
y contentos los dos conversamos
sin descanso
todas la tardes.
Se detenían junto a la baranda
mirando la casa
esperando el fin
un movimiento que se producía allá.
Fue durante muchos años
pero no iba a cambiar
y la angustia lo marea
(estuve para que las cosas
puedan suceder de otro modo)
aunque me estaba engañando
entonces envolví
a la soledad de mi cuarto.
Borroneadas con manchas de tinta,
gotas negras derramadas sobre el papel
escritas con manos temblorosas
que se extinguen.
Lo que no está desguardado
no existe, el viento no trae penurias
en este banco de cemento
recorre aquel tiempo
que ya no espera nada,
y ya no se soporta.
Los hechos de cada día continuaban
mientras el río arrastra.
Ya no murmuramos a su lado
(hubo una carta extraviada
que no leyó
que llega a aturdir)
Las habitaciones que frecuenta
son lugares que permanecen,
caen en un vacio
(la pieza al fresco,
la ventana abierta
las ramas del árbol entran
y la avenida disminuye su ritmo)
el transito no corre en la esquina.
Todo se mantiene en un plano oscuro
fijo.
Los minutos son horas
va despacio entre la muchedumbre
no lo acompañan
(volvió una y otra vez
se muda,
el barrio, la fragilidad).
El muñeco
Ella se levanta muy temprano en la mañana, canturreando se perdía en el fondo de la casa. La Santa Rita creía como una enredadera en la pares, llegando al final del sendero de lajas y piedras. Se interrumpe por la medianera. La construyo un vecino que se oculta, entre los helechos. Luego con un balde regaba las plantas que se desbordaban de las masetas.
El leía el diario sentado en la humedad de terreno iluminado por un sol, tan blanco y enceguecedor que hería sus ojos con un resplandor, y volvía visible el rostro.
A veces la mujer lo afeitaba y la espuma cubría casi enteramente la mejilla. Leía en voz alta las noticias, sin que nadie lo oyera. Entonces ella entraba al cuarto en penumbras, le cambiaba de ropa la muñeco descascarado que yacía sobre el almohadón en la cama.
El viejo se reía como si hubiera descubierto algo enigmático, pero evidente. La mujer con una sonrisa asentía, y festejaba las ocurrencias, aunque no le respondía.
El muñeco permanece en la sombra como un ser vivo y quieto.
Ella se paraliza, todas las mañanas desplegando la escena.
El viejo lo trajo de sus viajes o de algún barco, y ahí quedo acostado en el sofá, con sus piernas escamadas.
En cada recuerdo vuelve.
Frente a frente
lo que se olvida
(donde recién se reconoce)
los que siempre lo acompañan
aún están.
Los hechos sin reconstruir
se asimilan entre si.
Todo esta envuelto
en una sensación de dicha.
Los pequeños desmayos
en la noche.
Aunque el día este obligado a continuar.
Lejos permanecen los sueños,
se fue y lo siguieron
una mañana soleada
en el rincón
con ausentes
se reunieron en el bar,
y de pronto se callan.
En esta ciudad,
recluido,
viaja a la casa de un amigo.
Es una aventura,
si el ómnibus deja cerca
nos conviene; muchas veces uno desiste
y termina olvidándose,
pero se termina
maldiciendo el peso de unos bolsos enormes.
Llego hasta una esquina donde hay una parada de micros de larga distancia.
Esperando no dudamos de nada, soy de los primeros en empacar.
Mi compañero de trabajo, que viene del pueblo cercano,
me da conversación.
Es un tipo especial. Festejan mi llegada,
charlamos y reímos. El domingo una vez apareció
llegando a Piracicaba. Los vecinos nos ayudan
tengo continuamente la idea que voy a volver
y esa noche duermo en la terminal.
Se reclina al borde del cordón
o el agua cae en los extremos.
Los ríos recogen a los restos
que se acumulan
el cielo iluminado cerraba con destellos
al surco que llegaba a ver en el medio
de la noche. Se estremeció hasta el cansancio
entonces las voces se oyeron
y caminan juntos
parecían unirse
No hacia falta ninguna señal.
El adiós y la despedida.
Después
los papeles extraviados
ahora están ocultos
como países borrosos
que surgen
de la ciudad hostil
(la vida donde todo fue muy rápido)
hoy se puede decir
que volveré a ver
es lo único.
Mientras la suerte no alcanza.
Los países
las mujeres
los días
(el mar golpeaba las entradas
de los túneles las cuevas
de cielo abierto)
atraviesan la noche
señales intermitentes
o reflejos que el tiempo asienta.
En la multitud
los signos de cansancio,
las costas y las orillas.
La casa junto al río
que pasa dejando un fragor
atenuado por la oscuridad,
desde la habitación
y desde la cocina.
Por su ventana
se pueden ver las hojas de los arboles
y la maleza que rodea
en un arco de luz
del reflector
y el pasto mojado
cerca del pasillo.
El viento cierra las puertas
y el aire es raro
y se quiebra entre las piedras blancas.
El hombre se toma la cabeza
y piensa
las ultimas palabras
preguntan
antes
la ciudad crece,
los rostros de las tierras subterráneas
aturdiendo la calma.
Nadie puede ser.
El péndulo señala las horas
nos despierta durante la siesta
en aquel departamento
antiguo y blanco de la esquina.
Las escaleras en pendiente
(por donde subimos continúan hasta la plaza)
Nuestra casa sigue ahí
entre la muchedumbre.
El clima destemplado
del final de primavera
(a veces frío
a veces cálido
o con nubes que trae lluvia
se precipita)
Rumbo al puerto
cerca de la playa
revolotea una gaviota
se eleva en el cielo
por la costanera
andan transeúntes
que se apuran
en el horizonte
un barco pasa.
Corre de un lugar a otro
sus manos se alzan
hasta las cintas de luz
ella quieta, lo espera
cuando detrás de la puerta
en el umbral
los pasajeros
se mueven y se renuevan
las calles estrechas
en la oscuridad de la noche
tiemblan
a donde una vez
los seres que lo abandonan
son olvidados.
El encuentro de los amantes
(en sitios brumosos)
el paseo arbolado
sobre los tejados del pueblo
como si estuvieran suspendidos
en el aire limpio.
Ellos agonizan
unidos en silencio
mientras atardece.
La brisa y el viento,
cruzan el mar.
Sentados a la mesa del café
la gente oscura y ociosa
esta al borde del mediodía
beben vasos rojizos.
El cielo ausente
mientras llovizna y sale el sol
al mismo tiempo volvemos
caminando lentamente
por la galería
hasta llegar al frente
me aguardan
y ponen su palma en mi hombro.
Una imagen como en la fotografía.
El mar se abre
y el agua toca las piedras
el ultimo soplo se difunde
en este banco de madera
nos detenemos a descansar
una luz cálida en los cuerpos
era el viento en la plaza
los pájaros ahuyentaban la lluvia
que caía sobre el asfalto
mira a los vecinos
y le parecen extraños
las torcazas aletean
cuelgan del techo sogas
mascaras y chucherías
(la pipa humea entre los labios).
Jorge Quiroga
Ph / Michael Kenna / Muelles de Sadakichi, Otaru, Hokkaido, Japón, 2012
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