
George Orwell es un autor muy mal conocido, es decir, absolutamente desconocido. El se definía a sí mismo como un «autor político» pero toda su vida y los testimonios, comenzando por los de su mujer Sonia, demuestran que él le tenía horror a la política y que llegó a ella por accidente: fue un encargo que tuvo de un diario para investigar las condiciones de la vida obrera, sumado a su experiencia infantil en un internado que le hizo decir que no hay mayor injusticia para un niño que enviarlo a una escuela donde los otros alumnos son más ricos que él. Quien mejor dio en la tecla fue Bernard Crick que escribió en A Life: «Si Orwell luchaba para que se acorde una prioridad a lo político era para defender los valores no políticos».
Este punto es decisivo en tanto la mayor parte de los escritores militantes del siglo XX han dado prioridad a la política para anular los valores no políticos, en última instancia las libertades elementales. Se diría que ellos experimentan un goce nauseabundo ahí donde Orwell padece horror. También era un modo de combatir la tentación ascética de volverse un santo. El asunto es cómo Orwell llega a ciertas conclusiones que todavía suenan como escandalosas desde su experiencia del colonialismo inglés en Birmania a su retorno final a Inglaterra donde tiene que protegerse con las leyes tradicionales de las difamaciones. Simon Leys retoma estos argumentos en su libro Orwell o el horror a la política y cita en su libro al Abbé Bremond: » Nada es tan misterioso como un alma simple».
Un alma simple: simplicidad, generosidad, inocencia son características que muchos destacaron en Orwell y que son propias de algunas tribus consideradas salvajes. Fue ella la que lo impulsó a incorporarse a la guerra contra el fascismo en España. Ahí conocería el colmo del horror: la mentira totalitaria. No sólo la del fascismo sino de los estanilistas que comenzaron la matanza de los anarquistas de los que formaba parte. Es lo que narra en Homenaje a Cataluña entre dos fuegos. No era el tipo de ingenuidad de Wells que según él era demasiado bueno para comprender lo que se jugaba en el mundo moderno. Tenía predilección por el cuento de Andersen del niño que señala el rey desnudo ante el escándalo de los cortesanos. La suya era la curiosidad de un escolar que poco a poco se deja invadir por las patologías en curso sin sucumbir a ellas, es ahí donde reside la clave de su arte. A ella se debe lo que él llamaba su «brutalidad intelectual» que le hacía decir las cosas de primera mano sin que fuesen legitimadas por autoridades políticas o intelectuales y que consideraba, más que como un defecto, un deber.
Luis Thonis / Publicado en Libros peligrosos, 2013
ORWELL Y LA POLITICA / Luis Thonis
Publicado en Neo club Press, 15 de noviembre de 2015
Ante cualquier programación del espectáculo providencia hay que decir que el mal existe no como un pequeño bien respecto a un gran bien aristotélico, sino ante el axioma de Bodin que abre la política moderna y funda una soberanía sin consenso previo y por el cual el individuo, según Montaigne, no armoniza con los otros ni consigo mismo.
La objeción a todo programa es que el mal existe en el mundo de la forma más vulgar imaginable.
El más omitido de los libros de Orwell es Homenaje a Cataluña, que cuenta cuando se alistó en la guerra del lado antifascista del lado republicano con los anarquistas del POUM, de tendencia marxista y anarquista, disidentes del Partido Comunista Español y del la Internacional Comunista( Komintern). Escribió: “Esto que he visto en España, y lo que he descubierto después, respecto a las operaciones internas de los partidos de izquierda, me han hecho tener horror a la política”.
Orwell vio de primera mano las masacres que hicieron en Cataluña los bolcheviques con los integrantes del POUM, cuando Stalin decidió cambiar de política. A su vez los anarquistas disparaban a todo hombre que llevara sotana. Orwell era socialista: anticolonialista al principio, antifascista después y en plena guerra civil descubrió que la primera tarea del intelectual socialista –no totalitario– era combatir al comunismo. Difamado por los progresistas de entonces, tuvo que refugiarse en la ley inglesa. Es el mejor ejemplo de escritor que desprecia la política pero entiende que debe intervenir en ella para defender los valores no políticos que el horror totalitario destruye sistemáticamente.
Orwell publicará tardíamente Homage to Catalonia, rechazado sucesivamente por los editores “comprometidos”. En cambio, Claude Simon, que lo difama “objetivamente” en sus Geórgicas, recibirá el Nobel de la Academia Sueca: toda una enseñanza de “lectura” que anticipa la mascarada de lo que llamo estado universitario global– que cree que los derechos del hombre los inventaron criminales de masas como Lenin, Castro o Arafat –y donde, como dice Claude Lefort, “el Partido escribe la historia” aun si ya no existe, como un muerto viviente por el cual son hablados los sujetos, espectros de la servidumbre voluntaria.
Simon Leys –menos conocido en la Argentina, donde se toma en serio a un estalinista charlatán como Hobsbawm y una larga lista de negadores de los gulags– hace un análisis detenido en Orwell o el horror a la política, afirmando que la izquierda en general, estalinista, al repudiar a Orwell o reducirlo a lo que queda del Partido regala el mejor de sus escritores, quien dijo:
“Periodismo es publicar lo que no quieren que publiques, todo lo demás son relaciones públicas”.
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