Annie Le Brun evoca a Guy Debord

Revista Brasero:–Lachez tout (Dejen todo) la lleva a Jean-Jacques Pauvert y Appel d´air (Soplo de aire fresco) le hace encontrar a Guy Debord. ¿Puede hablarnos de este encuentro?

Annie Le Brun: Después de haber leído este libro, en el que lo cito como uno de los pocos que «aguantan», Debord en efecto me había escrito diciéndome que «llegó el momento de encontrarnos». Tal como me lo diría luego, estaba en ese entonces completamente solo, al punto de publicar un anuncio en el Times Literary Supplement para encontrar un nuevo editor. Como no obtuvo respuesta, lo puse entonces rápidamente en contacto con Jean-Jacques Pauvert. 

Lo que me gustó de nuestro encuentro es que enseguida fue muy alegre. La primera vez que nos vimos  fue en el bar del Lutetia y luego una o dos veces en la rue du Bac donde vivía en esa época. Después, con Alice, su mujer, partieron hacia Auvergne y nos invitaron a ir a visitarlos. Radovan temía discusiones muy teóricas, pero nada de eso sucedió. Todo lo contrario, desde las 10 de la mañana hasta las 2 o tres de la noche, hablamos de todo y nos reímos mucho. Y, algo que podrá asombrar, la poesía nunca estuvo lejos. Hablamos de Apollinaire, de Breton… La cuestión de la poesía era fundamental para él. Evidentemente, todo había partido de allí pero probablemente un deseo de total control lo había desviado hacia la teoría y la estrategia. Quería ser el dueño del juego, incluso hay un paralelismo entre Vaché / Breton y Chtcheglo y él, que dan testimonio tanto en uno como en el otro de una fascinación por aquellos que dejan todo. 

Después las apuestas fueron diferentes. Para Debord el inconsciente no existía. Algo que entre nosotros fue objeto de discusiones. Siempre el deseo de control. Sin duda es por eso que teorizó la «deriva» e incluso eligió el dejarse llevar intermitente al alcohol, permitiendo atribuir  a otra causa y no a sí mismo las discrepancias que se produjeron luego. También yo vería ahí una explicación a la atracción por la poesía, indisociable del miedo que le producía, me parece, como si temiese no poder «aguantar» el choque lírico, mientras que Breton no dejó nunca de buscarlo, pero con la determinación de no naufragar.

En un momento me propuso hacer algo juntos, ¡disfrutaba con la idea de que eso le iba disgustar tanto a los antiguos surrealistas como a los antiguos situacionistas! Le respondí «por qué no», pero a la vez le previne que debido al descubrimiento de inéditos de Raymond Roussel, me había comprometido con Jean-Jacques Pauvert en una aventura tal vez aún más absorbente que la que había vivido con Sade. Sin duda no entendió que no aceptara enseguida esta colaboración que finalmente no se llevó a cabo. Paradójicamente, había en él un costado «niño perdido» que compartió con algunos otros de esa generación de la posguerra, que hicieron de eso el punto de partida de una suerte de dandismo revolucionario. Es también por eso que los años 50 están marcados por un aumento de interés en Vaché, Cravan y Rigaut, a riesgo de que la locura se convierta en su horizonte, como fue el caso de Rodanski. Se ve entonces muy bien cómo la poesía –concebida y vivida como un absoluto indiscutible, siendo Lautréamont la referencia –tiene una función a la vez determinante y desequilibrante. Me parece que Debord está marcado por esa dislocación. Lo que Rodanski o Chtcheglov van a vivir hasta caer del otro lado. No es indiferente por otra parte que el lirismo de ambos, como el de Debord , bucee en nuevas fuentes, el jazz o el cine. La naturaleza está totalmente ausente de ese lirismo. Es un lirismo de la ciudad como fuerza insurreccional o tentación suicida. Me parece interesante comprobar hoy que la reproducción mecánica de la imagen, tal como Walter Benjamin la definió, tenga allí un lugar considerable.

[Exraido de la enrevista realizada por Rémy Ricordeau y Sylvain Tanquerel aparecida en la Revista Brasero Nº1]

Traducción: Hugo Savino