Néstor Sánchez hace James Joyce / Hugo Savino

                                                                          Para Sergio Larriera

“En la poesía, siempre es la guerra.” Osip Mandelstam

“toda vida, como toda octava, tiende a perder la dirección original etcétera.” Néstor Sánchez, Cómico de la lengua.

El verbo hacer en la poética de Néstor Sánchez tiende a un estupor, al estado permanente de pregunta, es el motor que le permitió mantenerse siempre alejado de las tentaciones de ir hacia el centro.  En el centro está el poder. La sociedad que te pesca con ese gancho del que hablaba Cézanne, y te disciplina. Te gramaticaliza. Te hace decir. Te da el libreto y te ordena la sintaxis, te come la voz, y no te deja ir a sintaxero. Y Néstor Sánchez fue un sintaxero. Llevaba el desacato del sintaxero en el sistema nervioso. De movida se puso en huelga ante la sociedad. [Stéphane Mallarme]. Todos sus libros se extraviaron hacia  el margen. Para Néstor Sánchez el lenguaje no dice, hace, afecta. Sirve para vivir. No se escribe sobre, se escribe con. La noción de influencia es un camino: los autores que parecen indicar el camino oscuro e incierto hacia lo que uno busca, y los otros, los que  nos muestran lo que no queremos hacer, influencia no tiene nada que ver con la angustia de las influencias, con imitar, con lo epigonal, influencia es una impregnación, un abrazar, como cuando en una de sus novelas quiere abrazar un cuadro de Willem De Kooning, es un ir hacia. Un dejarse transformar por lo se lee y se escribe y trasformarlo en el mismo movimiento. Saquearlo. Hacerlo contemporáneo. Activo. Y, entre otros, escribió con James Joyce. Alguno de esos otros, es Leopoldo Marechal. También escribió con Macedonio Fernández. Y  Joyce, en la traducción del Ulises que escribió Salas Subirat,  fue para él un “contemporáneo en el extravío”. Y en el desacato. Néstor Sánchez hizo fundamentalmente James Joyce con el capítulo 17 del Ulises. Al que  llamaba el capítulo de las preguntas y respuestas. Si uno lo escuchaba decir “hice tango toda la mañana”, es que se había pasado toda la mañana escuchando la FM Tango. O si se le escuchaba esta otra frase: “ya no hago turf”.  Es que ya había dejado de ir al hipódromo de Palermo. Hacer James Joyce es leer a Joyce y escribir con Joyce. No es dominar la obra de Joyce, es estar en tensión con la obra de Joyce, hacerle preguntas sin respuestas. Arrancárselo al inmenso círculo de lo cultural que impide escribir lo nuevo. Y perderlo, para seguir. Para Néstor Sánchez Joyce no era ninguna ruptura y tampoco el fin de nada. Era la posibilidad de escribir hacia lo que todavía no se conoce. O siguiendo a Charlie Parker, al que cita en Siberia blues, “tocar aquello que por tanto tiempo había oído dentro de mí. Me llené de vida.”  En fin, leer y hacer, y escribir, tramados. Y su noción de valor: “¿Qué quiere decir valor? Convengamos que el valor en sí, el culterano, lo dan los profesores y periodistas. Yo hablo como un tipo apasionado por lo que hace y por lo tanto arbitrario. Cuando uno quiere algo, conocer y convencerme a través de la escritura, cuando lo quiere todo el tiempo, no pide ni da cuartel; y tampoco lo merece.” De una entrevista que le hace otro gran escritor, Mariani, en el año 1969, cuando Néstor Sánchez ya terminó su novela El amhor los orsinis y la muerte.

Así que insisto: el Joyce de Néstor Sánchez es el de la traducción escrita por Salas Subirat.

Breve cuadro de situación: ¿En qué momento aparece la obra de Néstor Sánchez en Argentina? Nosotros dos, su primera novela está fechada en 1964 y fue publicada en 1966.  Mediación de Julio Cortázar. El tango ya había entrado en un cono de sombra, la crítica y la teoría literaria francesa empiezan a imponer su peso. Esa “sordera francesa de los años 60//70 que representa un caso de escuela”, como dice Stéphane Zékian y que “un día será un motivo de estudio entre los especialistas de transferencias culturales”. Esa crítica será uno de los rechazos de Sánchez. Recíproco. Néstor Sánchez, en principio, trae un bagaje que no entusiasma, no cumple los requisitos del “nouveau roman” que tanto entusiasma a los especialistas. Abraza al Jack Kerouac de Los subterráneos. A la beat generation, a Jarry y a Vaché. A Marechal, a su manera única. A René Daumal. El zen. Se va metiendo en el trabajo Gurdjieff. Y el tango, que está en el mito de la ciudad, coagulado en el mito del compadrito, y que Sánchez escribe en veta no populista. El jazz. Se implica demasiado en sus propios libros, llenos de alusiones autobiográficas, desalienta a “los adeptos de la ilusión referencial” (Stéphane Zékian). No compra ninguna muerte del autor. Deja de escribir entre el 74 y el 88, se mete de lleno en el trabajo Gurdjieff, el cuarto camino, vuelve a la Argentina  – después de 18 años, y en el año 1988 publica su último libro, La condición efímera y cuelga la Remington. Como quien dice cuelga el bandoneón. Ningún eco sobre La condición efímera. Salvo una nota muy intensa y muy buena de Fernando Sánchez Sorondo. El resto, silencio y algunas críticas maliciosas. Los ochenta y los noventa, literariamente hablando, es el período de la restauración:  de la tercera persona, de la sintaxis ordenada, el predominio del tema, lo narrativo, la eficiencia narrativa, las provocaciones subvencionadas, la literatura según tal o cual, lo referencial, escribir cada vez mejor y  más de lo que se espera. Era algo así de berreta: el escritor escribe, nosotros los especialistas ponemos el comentario. Los cerrojos se afinan. Sánchez da una entrevista en el año 2000 y analiza la recepción de su obra: “Noté en esa época la misma resistencia que noté después siempre a mis libros. Justamente el propósito ‘poemático’ y el no vincularme a una tradición literaria eran cosas que creaban una especie de desazón en la crítica. No fui ‘bien recibido’, digamos, por la crítica oficial. A mí me obsesionaba lo lumpen, palabra que sufrió una especie de degradación. Ahora ‘lumpen’ es un insulto, pero en mi época tenía una connotación no conformista.” [Conversación con Leonardo Longhi, año 2000]  “Coincido con mi poética, porque soy viejo adherente a la condición lumpen. A la profunda, a la marginal, a la de Charlie Parker, a la de Pichuco, fatalmente Dillinger también.” [Conversación con Selva Echagüe, año 1988] James Joyce, obviamente, entra en esta lista lumpen.

1.

El arranque.

En el comienzo está el tango: “el tango, del que me considero un conocedor profundo, y que me ayudó mucho a discernir.” [Conversación con Selva Echagüe, año 1988]. Cuando le preguntaron por qué había dejado de escribir dio una respuesta definitiva: “Se me acabó la épica”. Y la épica, para Néstor Sánchez es la presentación de hechos legendarios y  hazañas de sus héroes y de las circunstancias reales transformadas por una subjetivación en la lengua, hazañas en  las que estos héroes han participado. Y sus propias hazañas, las de Néstor Sánchez. De las barriales a las guerras del lenguaje. El primer momento épico de Néstor Sánchez es el tango. Digamos: un origen para buscar un funcionamiento. Como despliegue trinitario: música-letra-canto y su extensión al baile. El baile como arte: “Porque así fue como también a vos  empezaron a observarte bailar: el detalle, del pie que se quedaba al salir, la muerte del compadrito como lo quería Santana.” [Nosotros dos].  Entonces: la orquesta y su cantor y el poema de esas líneas cantadas impregnaron la obra de Sánchez.  El lumpen y su vagabundeo, y la muerte del compadrito. Lo que él llama su épica, es decir, los hechos de su vida, como dije, empiezan en algún club de Buenos Aires donde se bailaba tango. Algún club de Villa Crespo.  El club Atlanta, tal vez, ahí baila con Juan Carlos Copes. Guillermo Saavedra es el primero que escuchó ética de fraseo en Néstor Sánchez:  “Nosotros dos es la primera, quizás la única novela de tango. No toma de éste su costumbrismo anecdótico, sino la ética de su fraseo y la agonía existencial de sus protagonistas.”   

Néstor Sánchez es un bailarín de concursos “algo antiguo” como le dijo su novia, que evitaba la moda: cuando empezó a bailar “el tango era un zapateo, era la patada, la cosa, el gancho. Yo todo ese tipos de cosas lo evitaba.” El arranque es como bailarín de tango. Pero ese bailarín, que espera a James Joyce, que se enamora de James Joyce, escucha cada línea que cantan los cantores. Está en tensión con esas letras. Y ya está situado, para el fraseo de Joyce. Y aprende a caminar el tango, a caminar a secas. Como Bloom sabe caminar Bloom en Dublín.  De uno de sus tangos, elijo estas líneas que lo acompañan siempre y que cita en su cuento Diario de Manhattan: “como un fantasma gris llegó el hastío (pausa reflexiva sobre el subrayado) hasta que tu corazón que aún era mío (doble pausa autocrítica) y poco a poco te fue envolviendo (pausa ontológica) y poco a poco te fuiste yendo. Ni una sílaba más.”

Y llega James Joyce. Y ese lector único de Joyce que es Néstor Sánchez ya tiene el oído en el fraseo. Era un encuentro cantado. Mi sospecha es que Joyce ya suena junto a Aníbal Troilo y a Charlie Parker en Nosotros dos y en Siberia blues. Joyce impregna toda su obra. Pero antes, brevemente, contaré el encuentro con Cortázar. Su a Cortázar. Su no a Cortázar. Su , es al Cortázar de Morelli,  al que lee a Alfred Jarry y a Marechal, ese Cortázar que escucha Nosotros dos y que aconseja la publicación, su no es al Cortázar que le sugiere que corrija algunos de sus párrafos, que los haga más legibles. Cito una carta de Cortázar a Paco Porrúa su editor: “En cuanto a Néstor Sánchez, también me alegro de que salga su libro, aunque lamento que no  le haya metido mano más a fondo; los cuelloduristas, los consagrados, los robertogiustistas y los enchufistas de la literatura lo van a agarrar por sus lados flacos y será una lástima. Pero lo bueno del libro es tan bueno que al fin y al cabo no importa demasiado que de a ratos se salga de la pista”. Y Sánchez siguió saliendo de la pista. Un poco más que “de a ratos”. Entró en colisión con el boom, del que siempre dijo que es uno de los momento más bajos de la lengua. La guerra Mandelstam.

2.

Hacer James Joyce

Y llegan, después, el Amhor los Orsinis y la muerte y Cómico de la lengua, y ahí Néstor Sánchez hace James Joyce con toda la libertad que fue acumulando. Acumulación de tocos legendarios. No duda en poner el capítulo 17 al mismo nivel de jerarquía que la orquesta de Aníbal Troilo y su cantor Fiorentino, o Anibal Troilo-Raúl Berón, y junto a uno de los dúos que más afectaron la obra de Néstor Sánchez: Carlos Di Sarli–Roberto Rufino – “Si partimos de la jerarquía angélica que tiene el primer tango de Carlos Di Sarli, con Roberto Rufino a los diecisiete años, si se valora esa jerarquía de esa primera etapa uno se va quedando con muy poco después. La jerarquía es un proceso de pérdida, yo lo vivo, lo padezco.” [Conversación con Selva Echagüe, año 1988]. Joyce le organiza rítmicamente su pasión por los duunviratos. Que se multiplican en su obra. Donde siempre hay dos caminando o conversando.

¿En qué Néstor Sánchez adhiere a James Joyce?

Principalmente en la desconfianza a “las acuosidades del pensamiento y del lenguaje”. 

¿Qué aprende de este capítulo?

A “escuchar la acumulación del pasado en una melodía profunda, antigua, masculina, desconocida.” A poner las ventanas y las puertas para que el lector pueda entrar cada tanto en el hilo que pierde con frecuencia en ese toco de frases e improvisaciones. Como hace Joyce con Bloom y Stephen. Aprende que el sentido se hace y deshace. Infinitamente.

¿Qué cita elige para hacer visible el capítulo 17 en su novela Cómico de la lengua?

Esta: “De la inexistencia a la existencia él venía a los muchos y era recibido como unidad; existencias a existencia él era con cualquiera como cualquiera con cualquiera; ido de la existencia a la noexistencia él sería percibido por todos como nada.”

¿Qué compartía con James Joyce como punto de vista respecto al lenguaje?

Que todo el lenguaje es ordinario. Que en un boliche de Villa Crespo se habla y se subjetiva en la lengua como se hace en un pub de Dublín. Que no hay lenguaje poético por un lado y ordinario por el otro.

¿Qué lo enamoraba de este capítulo?

Que el duunvirato es cómico de la lengua, que todos somos cómicos de la lengua, y que no todos vigilan lo que no conocen.

¿Ismael, su personaje del Amhor los Orsinis y la muerte, el que está citado junto a James Joyce en Cómico de la lengua con esta frase que anotó en alguna libreta: “¿Acaso nada más, cómico de la lengua, vigilo lo que no conozco?”, es el Fantasma de James Joyce?

No tengo ninguna certeza. Sólo la sospecha.

Pero cada lectura me convence y me desconvence. Pero se me ocurre esto y en este lugar preciso: adeptos de los mesías, resígnense, Néstor Sánchez escribió La condición efímera para salir de lo sagrado. Para ustedes, Néstor Sánchez es anatema. Déjenlo. Solo escribió libros no permitidos.   

¿Qué los terminó diferenciando? ¿Y quién de los dos se alejó del duunvirato conversador?

Que Joyce nunca abandonó lo divino, la escritura, su confianza en lo anotado,  y que Sánchez fue tragado por lo sagrado, y abandonó su confianza en lo anotado. Cito de Cómico de la lengua: “sólo contaba […] con lo anotado en la libreta […] sólo contaba con las escasísimas frases anotadas en la penumbra contigua, en la libreta.” Sánchez abandonó el duunvirato, las sirenas de lo sagrado lo encantaron, lo sagrado que según Henri Meschonnic es “el mito de la unión original entre las palabras y las cosas”, le prometieron una expansión del tiempo humano. Ese tiempo que le tomaba la sopa. La frase exacta de Néstor Sánchez a una pregunta sobre la muerte es: “la muerte me toma la sopa.”

¿Qué posición tuvo cada uno en relación a lo divino?

Joyce nunca abandonó el verbo. Siempre estuvo a atento a eso  que dice Spinoza acerca de que “una vida humana no se define por la circulación de la sangre, tampoco por lo biológico, sino por un pensamiento y una historia.” [Henri Meschonnic]. Sánchez abandonó la escritura porque el lenguaje ordinario se le convirtió en “estado de pecado, frente al conocimiento  objetivo.” [Conversación con Selva Echagüe, año 1988] Entonces, lo sagrado, por unos años, fue su jerarquía suprema: “y me sometí rigurosamente al silencio durante catorce años.” [Conversación con Selva Echagüe, año 1988]. El trabajo Gurdjieff contra James Joyce.  Contra lo divino. Néstor Sánchez entró en la disciplina y tuvo que hablar un libreto. Como no era hombre de libreto eligió, como pudo, el silencio. El trabajo Gurdjieff le puso un corsé.

¿Qué nombre los unió en el extravío?

Maimónides. Joyce: lo cita como investigador de la verdad pura, y Sánchez en Cómico de la lengua pone a Maimónides como aquel que “aseguraba, por su parte, que sólo eran divinas las palabras de un sueño cuando resultaba imposible comprobar quién era, en todo caso, el que las había pronunciado.”

Salas Subirat en su traducción del Ulises pone Guía de los indecisos. Hay una edición publicada en Sevilla, traducida por José Suárez Lorenzo como  Guía de los descarriados, y la edición de David Gonzalo Maeso para  Trotta, se tradujo como Guía de perplejos.

¿Qué coincidencia tuvieron respecto a Maimónides?

Ninguno de los dos fue idólatra. Porque ninguno de los dos sacralizó la lengua. Tomo nuevamente a Henri Meschonnic: “Sacralizar directamente la lengua, y todas sus unidades, hasta las letras, es hacer exactamente idolatría, en el sentido definido por Maimónides, rendir culto a lo que ha sido hecho por el hombre.”

¿Cómo se situaron frente a la incomprensión?

James Joyce redobló su camino de lo conocido a lo desconocido soportando “la incertidumbre del vacío”.

Néstor Sánchez multiplicó los encuentros, los cambios de lectura, las preguntas y las sospechas. Nunca se dejó convencer, literariamente hablando.  Y escribió un breve tratado en Cómico de la lengua llamado El uso del vacío.

¿Sánchez se volvió idólatra?

No. Cuando “el lenguaje castiga, no es fácil encontrar palabras para algo que lo ha excedido, a mí en mi poética me excede la vida. Como sentido, como misterio, y evidentísimamente, la muerte, como problemática irresoluble.”  Renunció: ya no pudo  improvisar, en el sentido jazzístico,  las aventuras de su historia con el momento de escribir. Renunció a escribir porque nunca se sometió a sacralizar la lengua.

En el año 1988 después de 14 años de silencio autoimpuesto, de disciplina de socialización e institucionalización, de cederle la gestión de lo divino, del verbo hacer, al trabajo Gurdjieff, volvió a desacato y como era un desertor de muchas naciones, salió de lo encásico Gurdjieff,  y escribió La condición efímera.   

¿Y el mar, ese que abre puerta el éxodo?

Joyce: “Ineluctable modalidad de lo visible: por lo menos eso, si no más, pensamiento a través de mis ojos. Señales de todas las cosas que aquí estoy para leer, huevas o despojos de naufragios marinos, la marea que llega, esa bota herrumbrosa. Verde moco, azul plata, herrumbre: signos coloreados.” Ulises.

Néstor Sánchez: en su breve tratado El uso del vacío: “(el mar verde moco frío otra vez)”. Amago a Joyce.

¿Qué actitud tuvo cada uno respecto a lector?

Joyce escribió para un tipo sentado al otro lado de la mesa llamado James Joyce con la secreta esperanza de que iba a encontrar tipos tan libres como él, hagan lo que hagan en la vida, cualquiera  sea su profesión o no profesión.

Néstor Sánchez escribió libros con la secreta esperanza de escribir el libro que él mismo quería leer, y de ahí, tal vez, salto mata, encontrar un lector extremo al que sacuda el “extraño temblor” de algún poema, y  que se frote a sus libros inagotándolos.

Hugo Savino
Ph / André Kertész, Martinique, 1972