Susana Szwarc: El libro (no) de los Salmos / Walter Romero

En este libro (no) de los Salmos. Ese NO escande todo el poemario, como una señalética gráfica que se interpone al orden del discurso para crear así poesía, y bifurcarse o irse del plano de la tradición o de la doxa. Un NO en posición parentética, como quien indica que en esa negación  y entre  signos, sólo es posible esta colección de no himnos, de no oraciones para hacer de la negatividad un triunfo.

No de los salmos, el salterio entonces será pagano pero no tanto, mezcla especies o subespecies poéticas y discursivas, pero juega con seriedad con el tono posible de las cantos no de alabanzas, con las no imprecaciones, con lo no lamentos, con las no acciones de gracias ni comunitarias ni individuales.

Las escrituras lo indican, luego del libro de Job vienen los salmos, como quien nos señala que Susana Szwarc ya emprendió en sí el derrotero de Job y ahora salma. Pero como en el enigma bíblico, a quién adjudicar estos no salmos apartados pues de la tradición hebrea o davídica pero invocando austeramente ese legado.

Es ancestral el canto que invoca Szwarc en este libro, el más difícil de sus textos. Como si un aliento antes que nada sumerio, babilónico o asirio encumbrara los versos y les diera esa pátina dorada que Proust decía, tomando ese color de los cuadros flamencos, esa pátina dorada homogénea y única que se imprime a toda una obra y le da una uniformidad de obra maestra.

No de los salmos en la tradición que Szwarc recoge como hebrea, casi craquelando la lengua en su dicción bíblica. Este libro no de los salmos se abre con un pliegue, casi deleuziano, doblar la hoja, ajarla, hacerle muescas, orejas, plegar el hilo del discurso o sin más, como tanto le gusta a Susana, cortarlo en su mejor momento como si en ese gesto se fundara una salmodia propia.

Craquelar la lengua; no orar, plegar más bien, que la letra salga entrecortada, como si a la voz se le infligiera un rarísimo melisma, un balanceo cortante que es son poético y plegaria, o no.

Plegar plegaria.

La letra debe leerse entrecortada como con el aliento en el medio; como si el salmista hubiese emprendido el camino de meter en cada sílaba la lágrima. Pero, cómo no ahogarse si el sintagma se quiebra, si el verso es verso a condición de su rotura constante, dónde hay emanación o largo aliento si Susana interpone ese no que indica que allí no, a salvedad de ese no como presupuesto es que que es posible la poesía. Sólo en la concomitancia del verbo con el canto, los términos se avecinan, se aglutina por temor a tanto corte: allí donde ojo es vecino de hoja y vid, de vida y aja de hojea.

Si la voz craquela, el verso criquea restos en la boca, qué hace la boca en la imprecación, qué articulación merece, parece preguntarse este conjunto de poemas, los más difíciles de Susana luego de haber pasado por las hazañas de un Job.

Hasta parece que escribiera con el deseo de que el lápiz se rompa por la punta, no hay notas que salgan de mi minas demasiado afiladas, hay que escribir doce Susana con lo que queda, cuando ya no le queda punta al lápiz o se ha quebrado, ahí emprenden su canto estos no salmos.

Viene a decirnos Susana que la soga no se hilvana, los no salmos son letra descascarada, letras que se sueltan en el aire para desmarcarse de la frase. Entonces, de nuevo, nos preguntamos, dónde está lo poético si el discurso en sus hilos ha sido abolido, si el sintagma implosiona, si la frase se craquela, si las palabras nudos en la boca. A veces, casi a modo de señuelo, la voz intenta una desiderata como quien dijera en la tradición antigua una doxología o una bendición:

Llaves (de la memoria)

Que no se cansen los árboles
de darme su sombra
de darte
su sombra
-su viento.

Que no canse su mecer
de cuerpos
que leen
¿qué leen?
para que –otra vez-
mis ojos tus ojos
repasen  el cielo
lean
azul
azul celeste
azul eléctrico
tremendamente  gris
también mi voz te diga

te vuelva a decir
te envuelva su moverse

Que la palabra se asome
asombre
cada vez

que todo eso
que tanto
porque sí
nos habla.

En la poesía hebrea se sabe que los salmos son más que un himno, son casi el estado emocional de todo un pueblo: concisión, rotura y elipsis, renunciar a completar los nexos entre ideas para que las palabras sueltas, en su engarce alterado, encuentren en el oyente lo que el poeta expresamente no consignó en el texto. Aquí vienen muy mezclados los cantos con las lamentaciones, los himnos con las oraciones, los poemas de inscripción con los versos sapienciales, las letras contemplativas con las voces sapienciales, las súplicas con los cánticos de una doctrina que Susana Szwarc se inventa y nos inventa: en esa modulación hasta hay graznidos, cercas de las moras, lenguas gansando para que puje el habla o el pan se destrence.

Al estirarla sobre una mesa, como quien hace el pan, la masa verbal se desgrana, en esa fragmentación, en  los hiatos de esa masa que no leva todavía, la letra hace hueco: “Llamea más la letra/se rompe se deshace/se resbala de la mesa/¡pan!”

La letra eclosiona en sus adentros. Szwarc lo pide como ruegan los salmistas: “Que la letra atesore su pasar de largo”. Hay gestos desparramados en este poemario como quien regala simulacros: la letra craquelada, la letra estirada sobre una mesa como quien amasa el pan y lo desgaja, algo que en la boca ocupa el lugar donde se habla y se articula: porque siempre hay salmodia y salterio. Susana escribe como quien vitupera, pero con un terrón (yo diría más bien con un terror) de azúcar en la boca.

Canciones no de amor para indicar que si la poesía no está en el verso, en el sintagma, en la sílaba sagrada; si la poesía ha desaparecido de la letra, entonces en sus signos como flecos, algo anida. Szwarc escribe con las diéresis, las comas, los dos puntos, los signos de pregunta: “punto y coma, el que no se escondió” (se embroma)

Escribir es embromar, entonces. Es en el acto de plegar donde la letra se esconde. La poesía vive pues del escamoteo de esa letra, que se desmarca, se mueve se oculta, se mete entre paréntesis, se corta, se moja, se amasa hasta su desaparición misma y cuando se pretende en un acto de absoluta imposibilidad volver a juntar en sus pedazos, flaquea.

La pretensión de estos no salmos es el rescate de la letra escondida, la letra del todo escamoteada: hay pedacitos de letra arrugadas que de deshacen en sonidos: “la idea cae en el vaso que se resbala se golpea en las ramas y se parte en pedacitos como de lluvias como de letras llenas de cielo.

Hacia el final, la salmodista ya no impreca ni implora, ya hizo del pliegue un embrujo que “a-som-bra”, que “ta-jea”. Lo que fue alguna vez un no canto se ha vuelto pura trepidación. Como Bartleby la salmista no enmudece pero esboza, ante lo poético: preferiría no anotar, no mirar. Es disidente esa voz que hacia el final, como quien está terminando un canto antifonal (“una y otra vez y otra más”) decide sólo en los pliegues desplegar. Sólo en los cortes, hay poesía que por ende es no salmo, no  alabanza, no himno, no lamento.

Barraban

Pero al final, como un sulfuro, un amasijo de signos y un relato y un deseo y un himno, claramente entrecortados: “Que las asadoras de castañas/no mueran cada vez”

Walter Romero, 2025
Leído el 21 agosto de 2025  en la sala Pugliese del CCC durante  la presentación de «El libro (no) de los Salmos» de Susana Szwarc,  publicado por Editorial Hiperiòn
Ph / Hiroshi Sugimoto, Metalocus