No todos escriben / Laura Estrin

Presentación de Emiliano Scaricaciotolli, Mauro Petrillo y Andrea Meikop, Las cosas que te digo, no repitas jamás. La palabra de la mujer en el rock.

Ediciones Disconarios. Colección Portarretratos, 2018.

 

Una experiencia. Una impresión. Escritura.

No escriben todos, escriben algunos entre todos. Porque la escritura es un encuentro. 

Un encuentro como un milagro o un cuchillo, ni prematuro ni tarde. Algo que fulgura cuando lo leemos. Inundación o piedra. 

Emiliano S. y Mauro P. hicieron un libro que es la experiencia de un encuentro. Su libro muestra eso, pura señalización. El genio de la crónica. Un forma amable.

Ellos escribieron un relato donde se dice un encuentro: rock y mujeres, escritura y fotografía. Este libro de largo y buen nombre se compone en los cinco retratos de ese cruce. Son los documentos de un encuentro, un registro. 

Un encuentro milagroso: Emiliano y Mauro escriben lo que vieron, lo que vivieron. El retrato como presentación, sin aparato –como decía Nicolás Rosa, pura patentización, novela directa: Una furgoneta amarilla estaciona -así queda en mi recuerdo su escritura-; un café se estira en la Calle Corrientes. Montaje y desmonte.

Digo que acá hay un libro escrito, no es matar una hormiga con una escopeta, no es ponerse con teorías infusas a devanar ovejas mansas, es enhebrarse a la escasa tradición contemporánea del retrato argentino. El que puede ir de las causeries de Mansilla a los Camafeos de Christian Ferrer, de Ensayos de tolerancia de Correas a Furgón de cola de Hugo Savino. Son las visiones de un autor, siluetas puras.

Los poetas siempre han sentido, en su eterno ser de ofendidos, que nos rodean los belgas –voy yendo con Baudelaire pero puedo decirlo con Luis Thonis: vivimos en un mundo-momento de zombis terminales. 

Emiliano usa siempre eso de zombies y yo le cuento que Osvaldo Lamborghini le dice a Thonis que a esos zombies él los llama “pelotudos atómicos” -Emiliano usa también eso de “atómicos”. Y esos “pelotudos atómicos” -le dijo Lamborghini a Thonis, solo saben girar alrededor del obelisco. Y no crean que con esta retahila nos alejamos de esta presentación: lo que acá digo es que no todos escriben en este mundo-momento de zombies. 

Es evidente, la berretización del pensamiento, la burocratización del decir no diciendo nada inunda. En los libros solo ideas previas de gran imaginación. Parece que siempre andamos entre la verdad de los burócratas, como llamaba Herzog a lo que se pretendía realismo y era matemática políticamente correcta y no crónica.

Y si rodeados estamos de cortesanos y compromisos –como los retrató Dovlátov- es porque de tanto legislar sobre la experiencia y su interpretación se nos han ido perdiendo o escapando los encuentros milagrosos. Hoy casi nadie tiene tiempo de perder el tiempo en una conversación, no es cool co-responder. (Es culo como decíamos en la provincia antes, aunque -como pide David Mamet, ya ni se piense y decida con el culo). 

 

Emiliano y Mauro escribieron, co-respondieron. El único compromiso de un autor es cuidar su instrumento -repitió Fogwill, aquí tenemos un caso. Emiliano y Mauro unieron el decir al tener algo que decir, como cuando anotan: “Los pobres saben divertirse y saben lo que quieren”. 

Puede llamarse ´amor´ a ese hacer, puedo pensarlo además, también, como sentido. Y alrededor del sentido siempre hay guerra.

 

Entonces, aprovechen, no hay mucha de esta escritura entre nosotros, estos documentos no sobran. Porque son libros reales, que vieron, tocaron y escribieron. Una ética. Una justa transposición. Ellos retratan sujetos y nos vuelven lectores de sujetos: una ética (sigo a Meschonnic acá).

Sus retratos tienen una forma precisa, una sintaxis, una figuración precisa, a eso lo llamo escritura o ética. Y la rúbrica de las fotos no es asunto menor. Una patentización, una concreción puntual. Por eso, este libro, antes que nada, es una acción, un hecho. Presenta un mundo, elige una parcela y la da a leer, la escribe.

 

Miren la frase que inicia la primera crónica: “Nunca pude dejar de pensar en absolutos” y luego me regala: “El barrio es una mampostería abigarrada de apuros”. Y allí, así, la crónica no tarda en hacer de ese mundo, historia concreta. Muy puntual anota más abajo: “Odio a las viejas que buscan una película portuguesa horrible de esas que pasan en el Lorca a la tarde, en verano, en este verano. Odio a los estalinistas progres que saludan al tipo de seguridad del CCC como si fuera un obrero de Zanón”.

Y así, el retrato se va haciendo palabra de época, palabra abierta y contundente, como cuando leemos que esos mismos progres le decían ´estipendio´ al miserable sueldo que Emiliano y Mauro cobraban. 

Y la crónica se hace sorprendente encuentro: allí donde una pintura irrepresentable de Marcia Schvartz permite seguir el cuerpo de la música que estas crónicas apresan. Digo que atrapan o apresan porque un singular subtitulado, muy preciso, amable, acompaña estos escritos. La palabra arrima la escena, la captura, la canta.

Repito que hoy no quiero decir mucho más que esto, que están los que escriben y están los escritores, dos cosas distintas. Y los escritores son los que nos vuelven a la potencia de excepcionalidad que la burocracia de las emociones ha apaciguado. Hoy, una burografía triunfa, ahoga la escritura. Pero, en este libro, la crónica puede ponerse en el tercer piso de Puán y decir: “Yo soy muy antigua… Aquí nadie va a defendernos, es un hecho”. Y es exactamente por frases como éstas las que me arrancan el grito de que los buenos libros, los escritos, son los que nos dicen mejor a nosotros mismos.  

Un alemán medio olvidado, Carl Einstein, contemporáneo y suicida de los nazis como Benjamin, había supuesto que las imágenes son focos de energía e intersecciones de experiencias decisivas cuya fuerza insurreccional heredan las obras de arte que por eso mismo tienen una intensa y dramática complejidad. Él  proponía, además, que esas formas, escritura, fotografía, eran los verdaderos compromisos de la historia, porque –agregaba- uno no se puede dar el lujo de pensar en cualquier forma y en cualquier cosa en medio de la catástrofe cotidiana que nos arrasa. Es decir, la escritura de imágenes como contrasistema poderoso. 

También se, por eso su ausencia en la actualidad, que muy pocos aguantan, muy pocos sostienen una escritura que como golpes de martillo nos habla directo, fotografía cuerpos. Muy pocos soportan la escritura como golpe justo, algo inadmisible para toda pacificación académica, periodística e incluso de la diversa institución literaria que nos rodea. 

Por lo que crónicas como éstas,  descripciones como éstas, son lo contrario de esa literatura permitida -como la llamó Mandelstam. Y para escribirla no se puede ser cobarde. 

Recuerden: no todos escriben. Los que escriben crónicas cuentan una historia tensa y tensan la historia, le exigen un milagro, le exigen una revelación imprevista a las cosas. Dicen la historia. De ese modo, sin miedo, Emiliano y Mauro se dejaron llevar por lo que encontraron en las voces que fueron a buscar. Digamos que construyeron un libro sin bibliografía, fruto de una singular conversación, sosteniendo una realidad que no se sacia de una vez. 

Un libro sin teoría, ¡qué osados! Un libro de figuras jóvenes, un libro musical, resultado de una experiencia singular, algo personal, un libro en primera persona. 

Un libro cuyo título, me dicen, es una canción que sigue así: “Las cosas que te digo, no repitas jamás por compasión (y luego…) une tu labio al mío…”, título, insisto, que tal como ellos lo cortaron encierra una secreta amenaza y una fina promesa.

Laura Estrin

 

ph/ Hendiduras de luz/ Osvaldo Decastelli