
Bessompierre
escribe
La amistad de Guy Debord, rápida como una carga de caballería ligera [1].
“La poesía de Guy Debord se hace en las aguas tristes de la desilusión de la verdadera-vida cuyo camino está bloqueado por el paso del espectáculo.”
Bessompierre está en una calle de Arles, la calle Jouvène, y ve pasar a dos personas. Dos cuerpos extraños en el paisaje. Un tipo vestido con “una campera de cuero marrón, recta y pesada como la de los aviadores o la de un miliciano de la guerra de España.” Camina junto a una mujer. Es la primera aparición de Guy Debord y de Alice Becker-Ho. Ahí, en Arles, en la mirada y escucha de Bessompierre. Bessompierre tiene la visión en el oído.
“Este hombre antes de entrar en el país de las sombras, ya era más que una sombra en el paisaje de su época, por haber denigrado el saber de los profesores y mirado el sol por detrás.”
Guy Debord escribió libros del desacato. Ahora hay que leerlo por fuera de la demencia universitaria que trata de aplastarlo. La época pide aplastar a los que como Guy Debord o Henri Meschonnic la desaprueban. Guy Debord exige, como Lucio V. Mansilla, lectores que desacaten. Son escasos. Andan por ahí.
Entonces, Bessompierre oye la visión y la escribe: “este hombre […] parece ser la encarnación de un espíritu extraño a todas las categorías del espíritu que yo había conocido hasta ahora.” Es el primer indicio para aceptar una amistad singular. Sentarse con un tipo extraño a todas las categorías.
Bessompierre introduce su poética en este libro de amistad. Este retrato se hace con el cuerpo en el lenguaje: “Una imagen no es coherente en sí, es la mirada y su organización mental lo que define su coherencia.”
Esta amistad “rápida como una carga de caballería ligera” tiene, además, fechas: “Escribo estas líneas el domingo 28 de junio de 2009, apoyado contra el muro de la pequeña iglesia de Lansac, a algunos metros al norte de Arles, allí donde está grabado en la piedra, a la altura de hombre, la cota de la crecida del Rhône, en la fecha de 1755.”
Pongo el libro de Bessompierre en mi lista de libros de la amistad:
Memorias errantes, de Adolfo de Obieta, La amistad de Beckett, de André Bernold, Albert Ayler -Testimonios sobre un Holy Ghost, bajo la coordinación de Franck Médioni. Es larga esta lista. Un día uno se cruza con un tipo como Guy Debord o Néstor Sánchez y arranca una amistad. Van al café. Y conversan, le ponen recitativo a sus relatos, no se hacen ilusiones, o mejor, las atraviesan. Y recién entonces se entiende la frase de MF: “El café o la selva.” Y esa aventura, si uno no es sordo, te transforma.
Amistad:
“Honorable compadre, quien viera nuestras cartas y comprobase la diversidad que hay en ellas, se sorprendería bastante, porque en un principio pensaría que somos hombres serios, interesados en los asuntos importantes, y que nuestro pecho solo alberga pensamientos honestos y elevados. Pero después, pasando de carta le parecería que somos ligeros, inconstantes, lascivos, y entregados a las cosas vanas. Este modo de proceder, que a alguno le parecerá digno de censura, a mí me parece laudable, porque nosotros imitamos a la naturaleza, que es varia; y quien imita a la naturaleza no merece ser reprendido.” (Nicolás Maquiavelo a Francesco Vettori. Florencia, 31 de enero de 1515).
Las amistades empiezan en algún lugar. Por ejemplo, en la mesa de un restaurante de pescados, La Fuente, pequeño, en otra calle, la que se llama Calade. Un día Bessompierre le pregunta a Guy Debord:
“¿Qué hace usted en la vida?”
Respuesta :
“Soy un revolucionario profesional.” Fiel a la regla de no contar los libros por teléfono, dejo en suspenso lo que sigue. Un día, algún editor que lea, pescará esta perla.
Las amistades se hacen en la conversación. Es un arte.
Escenas en suspenso:
Bessompierre descubre que Guy Debord tiene un banco con respaldo que proviene de la Sorbona.
Alice Becker-Ho y Guy Debord comen a menudo en La Fuente. El restaurante de Bessompierre.
Guy Debord le dice un día: “También tenés razón en continuar.” Bessompierre, años después: “No puedo poner punto final al uso de mis manos.”
Acerca de Guy Debord “Nunca lo oí hablar de su pasado y muy pocas veces de los detalles de su vida reciente.
Tampoco hablaba de sus obras.”
Guy Debord es lector de Malcolm Lowry. Se lo recomienda a Bessompierre. En la lista hay muchos libros más. Entonces, de este retrato se deduce que frecuentar a Guy Debord es leerlo, leerlo es también leer los libros que leía. Es un camino de deseducación, de cualquier educación. Hay libros peligrosos y hay libros que no tocan nada. Bessompierre está intrigado por ese banco con respaldo. Y se “pregunta sobre la relación de Guy con la Sorbona, pero sin atreverme a hacerle la pregunta.” Bessompierre, de alguna manera, responde su propia pregunta: “Guy Debord es un moralista al revés, porque de su pensamiento no emerge ninguna regla para conducir el mundo.” Nada más insoportable que un escritor que no dicta reglas, que no colabora con el poder. Guy Debord nunca educó cuadros dirigentes. Tampoco expertos: “Quien mira siempre, para conocer lo que sigue, no actuará nunca, y así debe ser el espectáculo.” (Guy Debord, Comentarios sobre la sociedad del espectáculo).
La amistad de Guy Debord no es un libro sobre Guy Debord, es un libro con Guy Debord. Y es impresionante la fidelidad de Bessompierre al hombre, a la amistad concreta, y al escritor. No es una celebración de la poesía, es un acto de poema. Un poema que rastrea “los destellos sin retorno” de “esta nueva amistad, que bruscamente surgió en mi vida […].”
Escena la hostilidad: “En la primavera de 1995, durante una exposición de pintura en Béziers, presenté una interpretación del cuadro de Gustave Courbet El Taller con el mismo formato que el original, pero dividido en planos recortados en el espacio.
Sobre la parte derecha del cuadro, en lugar de la figura de Baudelaire sentado, había puesto la de Guy Debord.
Unos días después, en una de mis visitas, encontré la cabeza de Guy Debord atravesada por un agujero en la tela, debido, por cierto, a un golpe de hacha con un objeto cortante.
Agradezco al autor por haberme hecho compartir con Guy Debord la expresión de su profunda hostilidad.”
Con los libros de Guy Debord ocurre, a veces, que la admiración se revierte en hostilidad.
Un Suizo imparcial, que firma un escrito llamado Los errores y fracasos del Señor Guy Debord pone una cita de Swift: “Muy pocos hombres, en sentido estricto, viven el presente, más bien arreglan su existencia para otra época.” Bessompierre pone a Guy Debord en ese presente de ese hacer una amistad. No había otra época. Estaba el café y el restaurante La Fuente y Gérard Lebovici que venía de visita. Después lo asesinaron. Tampoco cuento estas escenas. Son bellísimas. Perlas que ningún mar se tragará. Evocación de gente que le dio la espalda a la época. Se sentó a conversar y no le importó saber cómo sigue esto.
Bessompierre escribe en este libro sucesivos y breves retratos de Guy Debord, es pintor, y tal vez leyó al Cardenal de Retz. Casi en el final del libro, esta miniatura:
“Hay en este hombre un gusto por la cosa sólida, como sus camisas de algodón, la lapicera para escribir y la petaca de whisky que llevaba en el bolsillo interior de su abrigo durante sus viajes. Eso le da una apariencia desfasada en el tiempo, como podemos verlo en las fotos más recientes y que parecen de una época anterior a la de su juventud.”
Bessompierre y Guy Debord se escucharon. Dos tipos que se atreven a no perder la voz. Bessompierre escribe esa reciprocidad.
Hugo Savino
[1] Bessompierre, L’amitié de Guy Debord, rapide comme une charge de cavalerie légère, ed. Les Fondeurs de Briques.