Juan Abreu: MARIEL / Milita Molina

 

El éxodo de Mariel

 

En la Habana, el 1 de abril de 1980, más de diez mil personas desafían la tiranía de Castro asilándose en la embajada de Perú. Todo comienza con un grupo de cubanos que estrellan un autobús contra la cerca de la embajada de Perú en Cuba. Piden asilo: El gobierno de Perú lo concede. En represalia, Castro retira la custodia de esa misión diplomática, lo que provoca la entrada de más de 10 mil cubanos en apenas cuatro días. Y allí se quedan, firmemente desesperados por salir, esperando un salvoconducto.

Castro decide  la apertura del puente de Mariel para quien quisiera emigrar del país. Cientos de embarcaciones, la mayoría procedentes de EEUU, no tardaron en aprovechar la oportunidad que el gobierno de Castro había ofrecido y se trasladaron al puerto de la isla para transportar a los cubanos que, voluntariamente, elegían emigrar.

Entre abril y septiembre de 1980, más de 125 mil cubanos saldrían del país. Transportados por barco, de manera muchas veces improvisada, llegaron a Florida desde el puerto de Mariel. Alguna embarcación se quedó en el trayecto y sus ocupantes murieron, pero la inmensa mayoría logró su objetivo, sacando de Cuba a los que el mundo conocería a partir de entonces como los «marielitos».

La Revista Mariel

 

El 23 de abril de 1983, en Estados Unidos, nace la revista Mariel.

El consejo de dirección de la revista se componía de Reinaldo García Ramos, Reinaldo Arenas y Juan Abreu. En el consejo editorial, se encontraba además René Cifuentes, Luis de la Paz, Roberto Valero, Carlos Victoria y Marcia Morgado. El respaldo de Lydia Cabrera, así como la presencia de Reinaldo Arenas dentro del Consejo de dirección —en esos años ya internacionalmente conocido—, ayudaron a promocionar la revista.

Arenas explica en su autobiografía que con esa revista lograron realizar un viejo sueño cubano: «La asesora literaria de la revista fue, sin embargo, Lydia Cabrera, quien se brindó de manera entusiasta a ayudarnos. La revista tenía que ser costeada por nosotros mismos, que teníamos que imponernos una cuota y pagarla rigurosamente (…) El primer número salió en la primavera de 1983 y fue dedicado a José Lezama Lima; era el sueño y la ilusión que Juan y yo teníamos desde hacía muchos años, cuando vivíamos en Cuba. Era como el renacimiento de aquella revista que llamamos Ah, la marea y que hacíamos clandestinamente en el Parque Lenin».

Ah, la marea había tenido en Cuba dos números con una tirada de tres ejemplares. En su primer número expresaron sus propósitos sin remilgos: «Hemos venido a realizar nuestra obra (…) Rechazamos cualquier teoría política o literaria que pueda coartar la libre experimentación, el desenfado, la crítica y la imaginación, requisitos fundamentales para toda obra de arte».

Habían decidido buscar  «una vía para expresarse con absoluta libertad». Eso era Mariel. Después de tanta asfixia y vigilancia, ahí estaba la posibilidad de expresarse libremente. «Todos habíamos sufrido el peso del poder de la cultura oficial, la que no admitía la existencia de ninguna otra que no fuera la que propagaban las instituciones y publicaciones culturales del castrismo, la cultura cómplice», manifestó alguna vez el novelista Roberto Madrigal. Esto tuvo como consecuencia inevitable la necesidad de expresar lo que René Cifuentes llamó «una furia por desenmascarar aquel lugar donde todos habíamos sufrido tanto y por expresar la alegría de estar en otro lugar donde podíamos publicar lo que nos daba la gana»

En cuanto a la historia de la revista, Mariel se publicó desde la primavera de 1983 hasta noviembre de 1985 y tuvo ocho números. Un año después, surgió una segunda versión de la revista, en este caso bilingüe, titulada Mariel Magazine, realizada por Reinaldo Arenas, Juan Abreu y Marcia Morgado, que también perduró durante dos años.

En la primavera de 2003, Reinaldo García Ramos editó, con la asistencia de Marcia Morgado y Juan Abreu, una edición especial de Mariel por el vigésimo aniversario de la revista. En este número, la sección «Confluencias» (dedicada a grandes autores cubanos no reconocidos dentro de la Isla) fue destinada a Reinaldo Arenas.

En un reportaje televisivo cuyos datos no podría ahora precisar, Cabrera Infante dice algo contundente y veraz: “No hay nada tan reñido con la literatura como la sociología”

Es por eso que salvo esta breve noticia para orientación de los lectores, no nos interesa acá ningún análisis sociológico sobre El éxodo de Mariel. Es la literatura la que nos convoca. Nos apela la urgencia de una escritura que empuja y arremete contra otra cerca: la del lenguaje. En el lenguaje es siempre la guerra, como escribe Meschonnic.

Hay muchos textos maravillosos en la Revista Mariel. Personalmente quedé impactada por el texto de Juan Abreu titulado precisamente Mariel.

Me comuniqué con el autor pidiéndole su autorización para publicarlo en Cuarta Prosa y le pregunté si quería escribir algunas líneas para presentar su texto escrito casi treinta años atrás. Abreu concedió la autorización de inmediato y con una humildad digna de los grandes agradeció que nos interesáramos por su escrito. Y en cuanto a escribir algunas palabras preliminares, su respuesta fue -para mi gusto-, perfecta:

“Creo que el texto habla por sí mismo. Yo no diré nada más.”

Y es así: todo está acá.

Milita Molina, 2018

 

M A R I E L

 

                                                                                                Para todos los que no lo lograron

… fluían, en una corriente alucinada, desesperada… fluían, desde todos los puntos de la isla, desde el más remoto bohío, desde la loma más pelada, desde la más estrecha y perdida guardarraya, fluían, desde la más desolada desolación desde el hambre más aceptada y habitual abandonando la urgentísima citación militar, atiborrándose en las terminales de trenes por las que raramente cruza un tren (repleto), formando colas como animales sin remedio, pero esperanzados, bajo el sol temible en las terminales de ómnibus, sin hacer caso de las órdenes que ya circulaban prohibiendo el acceso a la capital, fluían… desde las costas, tostados y angulosos, desde los ríos, dúctiles y deseosos, mansos como truchas, desde los arrozales delgados y furiosos nerviosos como gallinuelas, desde los inmensos cañaverales tiznados y dulces y doloridos…

reclutas y cabezas de familia en busca de un frigidaire después que corten un millón de arrobas, mujeres que no tienen más que un blumer y niños que no saben lo que es una manzana o un mamey, cobardes que vendieron a todo el que pudieron por comer mejor, y luego se retractaron, putas verdaderas y putas falsas, viejos especializados en contarles a los nietos a qué huele y qué es un turrón de jijona, flacos y gordos fuertes y débiles y hasta trovadores que se cansaron de «dar trova»… todos, fluían desde las tierras orientales, desde las planicies centrales, desde los valles occidentales y desde las calles capitalinas, fluían, estudiantes y soldadores, carteristas y profesores de marxismo, recién nacidos y viejos decrépitos, saludables y enfermos, cristianos y ateos, deportistas egresados y lucidos ingresados… fluían desde las oficinas de los más encumbrados y exclusivos ministerios, desde los organismos de la más estricta confianza, despojándose de los uniformes por los que (segundos antes) afirmaban eran capaces de morir, dejando en cualquier esquina los alfa romeo por los que se humillaron, fingieron y estafaron durante años abandonando los puestos de trabajo sin tener en cuenta la «sanción» que hasta ese momento los retuvo allí, soltando los machetes, dejando de cortar y apilar la caña a ritmo de millonarios, dándole un beso al hijo y diciéndole vuelvo enseguida, besando madres que nada entendían de esa precipitación de esa fiebre para ellas siniestra porque hacía desaparecer la poca estabilidad que les quedaba… esa fiebre… que abarcaba la isla, que parecía haberse apoderado de todo, hasta del paisaje… fluían… los árboles soltaban las hojas a un ritmo desacompasado, los troncos chillaban las paredes de las casas sudaban; y las cazuelas, las cucharas, el fogón viejo y ansioso, la cafetera vacía, las losas rajadas, el techo manchado por las goteras emitían quejidos incalificables, entonaban letanías de muerte, cantos de desesperanza… los barrios, se transfiguraban, daban saltos como extensos animales de esos de la noche pero esta vez dando el rostro… las ciudades, los pueblos aplanados por el sol, requemados, de súbito temblaban y pegaban saltos contra el cielo que también se desplegaba, se deslizaba como un agua e iba a precipitarse sobre el mar… fluían… el cielo, por un momento cómplice, le hacía guiños, con las muecas más increíbles le indicaba un punto que bullía en la noche ( ahora es la noche) un punto situado después de Mantilla, después del Caballo Blanco (¿alguien en el mundo, en el universo puede ignorar dónde está el Caballo Blanco?) un punto que es Cuatro Ruedas, en el que las colas, los tumultos son enormes, donde la gente en grupos desde las esquinas, desde debajo de los árboles, apoyados en los postes del alumbrado público, susurra y espía y espera por el que sale… ¿qué te dijeron?… ¿te dieron el pasaporte?, ¿te aceptaron, eres lo suficiente escoria o maricón? (recuerda que tienes que ser pasivo, si no, no te dejan ir)… ¿lo suficiente puta, tortillera irreversible, ladrón o cualquier cosa que no sea un esclavo atildado?… si no, no te dejan ir… pero tú no te detienes ni un segundo, pasas por entre la muchedumbre que duda y te incorporas a la fila, llegas a donde el policía le muestras tu «carta de libertad» (6 meses en una granja por faltar 3 veces al trabajo) mientes y le dices que estuviste más de un año, si no, no te dejan ir, que siempre has vivido en estado predelicitivo de vagancia, que eres un vago empedernido, y la carona del tipo se contrae en un gesto clásico de mentecato con poder y la mano se alza y te devuelve el papel, y sigue, conformando un ademán que te parece único… por allí… te dice… y entonces el oleaje irrumpe en las naves terriblemente iluminadas, barre las mesas en las que los policías te llenan y rellenan toda clase de documentos, donde confeccionan expedientes para continuar la persecución cuando ya no estés aquí donde te hacen fotografías a color en unas máquinas modernísimas que solo la policía tiene y que le vendió el enemigo, mesas, en las que te dan un pasaporte y un papel donde afirman que estuviste en la embajada peruana (cosa que es falsa)… pero es ridículo hablar de cosas falsas aquí…el oleaje…y te empujan dentro de un grupo entre aterrado y eufórico que atenazando los pasaportes espera los ómnibus, como ganado, bajo las miradas de perdonavidas de los policías que custodian, que cuidan que ni uno solo de nosotros transponga las barreras amarillas… allí, espero, es de madrugada y siento un vacío enorme en el estómago y a mi izquierda veo a Esquilo sentado en un cajón destartalado, envuelto en un peplo mugroso y enfangado…me acerco a él y me siento en la hierba húmeda… el cielo deja caer un agua y una blancura… viejo, le digo, y el rostro de mi madre serenísimo se expande frente a mí, borra las naves y todo ahora es un páramo infinito por el que desde los ojos de ella irrumpe el mar tronando… y me sube un dolor, pero me lo trago, lo aplasto y contengo… viejo, le digo… y el tono de la voz del niño al despedirse adquiere repercusiones antiquísimas y me acaba, y el sonido es un monstruo desmedido que me condena a verlo y soportarlo sin que me destruya de una vez… y el dolor se precipita nuevamente sobre mí, pero no, esta gente no me va a ver llorar… viejo, le digo, qué hago, con estos árboles que empiezan a cantar… los bichos, viejo, los bichos, míralos entonar esa música que me reconoce y ampara, mira la noche como se contonea y me invita, mira cómo crece la noche… y esta es mi noche viejo, ¿te das cuenta?, mira el olor de esta tierra, este perfume, esta espuma en el aire que me posee y que estoy a punto de dejar… el mar, viejo, el mar, ¿lo has visto?… y al volver el rostro hacia mí es las noches griegas, el cielo de Eleusis, el ponto inabarcable y el perfume de su tierra y sus cabellos son palacios, coros y semicoros, muchachos… Que estas palabras penetren en tus oídos y lleguen a la planta tranquila del alma. Lo que sucedió, ya lo sabes, lo que debe suceder, pregúntaselo a tu odio. Es necesario llegar al fin con ánimo inalterable*… me dice… mientras el ómnibus traquetea y los huevos se estrellan rítmicamente en los cristales, voy absorto contemplando la cinta brillante de la carretera que resplandece delante… mi madre desde el sillón verde me mira y cuando desciendo en el Mosquito me dice… Sálvense ustedes, sálvense ustedes que son jóvenes… y entonces es que puedo sobrepasar el registro, el palpar del policía, la cola y la otra cola, la colchoneta sucia sobre las rocas… es que puedo callarme y asentir cuando el oficial nos da instrucciones acerca de lo que debemos decir al llegar a la Florida… mientras, la mujer que es mi madre abre los ojos y la marejada comienza, se precipita y me alza, y me conduce hasta el puerto escoltado por las chimeneas humeantes de la termoeléctrica hasta el interior de la nueva nave o barraca o lo que sea en la que la gente se mueve ansiosa porque están ya a la vista los barcos, el mar de barcos, lanchas, yates, camaroneros, esquífes o botes de motor, miles de casas flotantes y brillantes (colores, colores) que son la única esperanza, quizás la última, seguramente la última, que significan (si llegas al fin a poner un pie en ellas) que dejarás de ser un esclavo, que significan, la oportunidad de volver a ser una persona, que son botes simplemente y no unidades de avanzada de la revolución en los mares, botes con gente que son gente simplemente y no heroicos combatientes de la revolución en los mares del mundo… botes… gentes… y el susurramiento lo conduce al puerto, lo abandona en el polvo junto al muelle del que un policía lo para de una patada y lo hace entrar en la línea… ¡la línea maricones!… y aferra el pasaporte y un número, el número que le da acceso al Capitán McGee y en medio de la confusión ve a Esquilo deslizarse en una embarcación cercana… y ya el silencio del padre, empuja, inyecta, hace arrancar el motor y en un revoloteo de espumas, suavemente, nos apartamos de la costa (la terrible costa de barrotes hasta el cielo, el infierno) y la mirada del hijo abandonado, de todos los niños abandonados… (usted se puede ir pero el niño no, dijo el policía) guía la nave y enturbia los ojos de los tripulantes del guardacostas, y provoca una momentánea interrupción en los equipos de comunicaciones y no pueden captar el mensaje en el que se ordena que lo paren, que lo apeen, que lo detengan, que impidan su salida como sea… el guardacostas se hace a un lado gris y el torpe del comunicador trata de solucionar el misterioso desperfecto y el Capitán McGee alcanza las aguas profundas y se desliza raudo empujado por los padres que corren sobre la superficie azulísima, y ya la tropa de perros muertos (envenenados por los vecinos) se unen a la comitiva y correteando y ladrando alegremente impulsan el barco sobre el oleaje a una velocidad inaudita y sus amores chillan (los míos) desde la costa dando la alarma, gritando a los soldados que es él, él, que no lo dejen ir, que lo prefieren aquí aunque sea entre rejas, y saltan sobre los arrecifes vociferando… pero ya las viejas furiosas que dicen ser mis abuelas muertas se han unido a los que empujan, aferradas a los mástiles, hacen aumentar la velocidad y revoloteando sobre la nave desvían los disparos de las cañoneras y de las torpederas que alertadas nos persiguen, inauguran una esfera reluciente traslúcida y protectora que envuelve  el barco y hacen resbalar sobre ella los disparos… y las mujeres que eran lo juraron sus amores inmortales para siempre y todas esas cosas se despetroncan a gritos en la costa sobre los arrecifes emblanquecidos por la espuma…y ya, llegan los aviones… descienden vertiginosos por el espacio impasible del cielo y bombardean y lanzan cohetes rusos y ametrallan con balas rusas y los estómagos de los pilotos brincan llenos de carne rusa… ¿pero qué puede una bomba rusa, un estómago lleno de carne rusa contra ellos?… porque ya el niño ha aparecido, vistiendo un traje de flecos y una gorra con una pluma, enarbolando su cuchillo y su grito de guerra corta de un tajo el Mig – 23 (el último, el más perfecto ingenio destructor de la aviación rusa) lo hace rebanadas y lo tira contra el mar que lo engulle con una risa mientras que el barco que no se ha detenido se adentra cada vez más en las oscuras aguas del golfo… ahora los aviones disparan contra el niño, pero esa piel es invencible, intocable, indestructible y él continúa destrozando los brillantes aparatos e interceptando lanchas torpederas y echándolas a pique contra los chillidos de aprobación y los aplausos de los esclavos que huyen y de las viejas que se zambullen en las aguas y salen lanzando plumas desde sus largas alas… y es entonces que… susurrante, parte fundamental de la ceremonia de la fuga, el árbol brota del mar, de las inabarcables profundidades surge, rojo como nunca lo vi antes se despliega sobre la inmensidad del océano y cubre el cielo de llamaradas que son sus hojas (tus hojas) que crujen y descienden y que son una misma cosa que el mar… árbol de la infancia tu eres el mar… cuando la nave se introduce en la masa roja de sus hojas tibias y conocidas que nos reciben y nos cubren salvándonos, empinándome sobre la popa, allá, entre el gemido de millones de esclavos que claman y la esperanza siempre renovada de esos millones de esclavos, veo, intermitentemente, pues el lomo de las olas los cubre y los descubre rítmicamente, las torres de las chimeneas que escupen el cielo, los gritos y la desesperación del puerto.

Juan Abreu  / Miami, enero, 1983

* Esquilo, Las Coeforas

JUAN ABREU (La Habana, 1952) llegó a Estados Unidos por Mariel en Mayo de 1980. Ha publicado, entre otras obras Garbageland (Mondadori, 2001); Gimnasio (Poliedro, 2002); Orlán Veinticinco (Mondadori, 2003); Cinco cervezas (Poliedro 2005); Diosa (Tusquets 2007); A la sombra del mar (Editores Argentinos, 2016); Debajo de la mesa. Memorias (Editores Argentinos, 2016)  El pájaro (bokeh, 2017). De sexo, (Hypermedia (2017); Rebelión en Catanya (Hypermedia, 2017). Su obra ha sido traducida al alemán, francés, italiano y catalán. Reside en Barcelona.