Jorge Luis Borges: Diálogos (I) / Néstor J. Montenegro

ADVERTENCIA

El propósito de estos diálogos es dar a conocer y elucidar las opiniones vertidas por un hombre ético que aportó al país y al mundo la vastedad de su literatura.  Asimismo exponer en forma articulada sus reflexiones acerca de lo acontecido en los últimos años.  Es mi objetivo rectificar las interpretaciones fragmentarias o circunstanciales que distorsionan su pensamiento.

Nuestra generación, que ha vivido a merced durante muchos años, de gobiernos de «facto»,  acosada por miserias, ultrajes, persecuciones y una guerra, ha aprendido el agobiante pesimismo.  Sin embargo, existe la esperanza, o tal vez una manera de creer para seguir viviendo.  Vislumbramos la gestación de una democracia, que de lograrse, nos conduciría hacia la libertad.

Como reflejo de mis deseos hacia el destino de estos diálogos, me permito citar estas palabras del poema  El fin

 

… Bajo la dura suerte

Busca perdido el hombre doloroso

La voz que fue su voz.  Lo milagroso

No sería más raro que la muerte.

Lo acosarán interminablemente

Los recuerdos sagrados y triviales

Que son nuestro destino, esas mortales

Memorias vastas como un continente.

Dios o Tal Vez o Nadie, yo te pido

Su inagotable imágen, no el olvido.

(Jorge Luis Borges, La moneda de hierro)

 

Néstor J. Montenegro

 

 

DIÁLOGOS

I

Borges, ¿qué es la patria?

Tantas cosas queridas.  El joven  amor de mis padres, la memoria de los mayores, los rostros y sus almas, una vieja espada, las agonías, los destierros, una mano que templa una guitarra, el olor de la madreselva, una enciclopedia, las galerías de una biblioteca por las que anduvo Paul Groussac, el sabor de una fruta, la voz de mi padre, la voz de Macedonio Fernández, una casa en la que he sido feliz o en la que he sido desdichado (lo mismo da), un ocaso que ya no tiene fecha, un  daguerrotipo, el arco de un zaguán, el aljibe…

Eso escribí.  La patria es ahora todas las patrias, todos los árboles que me dieron una sombra, todos los libros que he leído para mi bien, todos los hombres de buena voluntad, que serán y fueron y son.

Creo ser un buen argentino, un buen europeo, un buen cosmopolita, un buen ciudadano de esa Utopía, clara y remota, que nos librará de fronteras y de batallas.

 

Ante un fenómeno como la guerra que cumplió un año el 2 de abril, ¿cuál es su reflexión sobre la experiencia que vivió el pueblo argentino?

Ingenua o maliciosamente (opto por el primer adverbio; la mente militar es sencilla) se han confundido cosas distintas.  Una, el derecho jurídico sobre un territorio; otra, la invasión de ese territorio.  Si los militares hubieran consultado a un buen abogado-digamos, al doctor Costa Méndez-  éste los habría disuadido en pocos minutos.

Se obró de un modo histriónico. Se habló de la ocupación de unas islas casi indefensas como si se tratara de la batalla de Trafalgar o de las campañas de César.  Se festejó la victoria cuando la batalla no había empezado.  Muchachos de dieciocho a veinte años, con escasa o nula experiencia, fueron sacados del cuartel, para batirse con soldados.  Adolecemos de la peligrosa costumbre de obrar sin pensar en las consecuencias.  Cualquier cosa puede temerse de un gobierno tan irresponsable como el nuestro.  Un gobierno de aniversarios, de arrestos, de órdenes, de rivalidades, de almuerzos de camaradería, de codicias, de juras de la bandera, de desfiles y de hambre y sed de figuración.

Un gobierno de militares no es menos arbitrario y singular que un gobierno de astrólogos, de escritores, de carpinteros, de diabéticos o de buzos.

Los militares predicaron el odio que ahora se vuelve contra ellos.  No lo comparto; soy capaz de amor pero no de odio.

 

¿Habla usted de invasión?  ¿Se puede llamar invasión cuando se toma parte de un territorio propio?

Es típico de la mente militar pensar en abstracciones, en territorios, y no en seres humanos.  Estos no fueron consultados.  Me refiero aquí a dos mil kelpers y a veintitantos millones de argentinos.  Se cambiaron los nombres de ciudades, se bajó una bandera y se elevó otra, se obró como si se tratara de una conquista.  Con derechos jurídicos o no los habitantes se sentían británicos.  En todo caso debió hacerse un plebiscito, o debería hacerse en el porvenir. El epigrama en prosa rimada  Las Malvinas son argentinas, es culpable de muchas muertes.

Si se hubiera hecho un plebiscito seguramente los kelpers elegirían ser ciudadanos ingleses…

 Es verosímil presuponerlo.  En todo caso, allá ellos.

Fantaseando un poco, si hubiera dependido de usted la decisión de recuperar las islas,  ¿cuál hubiera sido su actitud?

Adolecemos de un casi inhabitado territorio.  ¿A qué dilatar el desierto con dos desiertos más, que nos quedan lejos?

¿Cree usted que se actuó en función de una actitud política?

Temo que sí.  El gobierno militar quería distraer la atención de la gente.  Quería que olvidaran, tan siquiera por un tiempo las desapariciones, la ruina económica y ética.

En el libro «Los nombres de la derrota», Galtieri dice que tenemos más muertos en accidentes de tránsito, que en el caso de la guerra por una causa nacional…

Me lo contaron y creí que se trataba de una broma.  No creo que sea cinismo; son mentes rudimentarias, bastante ingenuas sin dejar de ser pícaras, ya que la ingenuidad y la picardía no se excluyen.  Equiparar las muertes de una guerra a las muertes de los accidentes de tránsito sería, en todo caso, fuerte argumento contra los choferes.

Galtieri pudo haber alegado irrefutablemente, que murieron más en las cárceles que en las islas.  Veinticuatro mil en las cárceles, mil en las islas.

¿Podría definir los motivos del apoyo masivo brindado por el pueblo argentino a la junta militar, en el momento que anunciaron la recuperación de Las Malvinas?

El apoyo público, largamente preparado por las escuelas, fue obra de los diarios, de los discursos, de la radio, de la televisión, y de otros instrumentos de la retórica.

En Turquía, anota Arnold Toynbee, hubo gobiernos de esclavos que podían obrar honradamente, ya que les fueron prohibidas las propiedades.  Fueron eludidas así las declaraciones de bienes que suelen ser falaces.

Se trata de nuestra falta de ética, de nuestra peligrosa costumbre de juzgar un acto por sus consecuencias, no por su íntima raíz.  Se habló de «anticolonialismo» para justificar el acto más «colonialista» que registra la historia.  La derrota y la victoria son circunstancias; lo esencial y atroz es la guerra.

La invasión fue aprobada cuando se la creyó una victoria; cuando se reveló que era una derrota fue condenada.  Debemos obrar de un modo ético; de las consecuencias nada sabemos.  Se ramifican hasta el infinito y tal vez a la larga se complementen.  La derrota militar es el menos de nuestros males.  En el curso de la historia hubo siempre derrotas y victorias.  Nuestro país sufre una derrota económica y, lo que sin duda es más grave, una derrota ética.

¿Qué piensa de la información que se brindó al pueblo durante el conflicto,  por ejemplo la campaña triunfalista que se difundió hasta el día de la derrota?

Se vive al día, se obra y se habla como si no hubiera mañana, se vive en el mero presente como si éste no fuera fugaz.

¿Qué piensa usted del nacionalismo?

Es el mayor de los males de nuestro tiempo.  Desdichadamente para los hombres, el planeta ha sido parcelado en países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de una mitología peculiar, de derechos, de agravios, de fronteras, de banderas, de escudos y de mapas.  Mientras dure este arbitrario estado de cosas, serán inevitables las guerras.

Lógicamente el nacionalismo es insostenible.  Los nacionalistas del Uruguay querían que las provincias argentinas de Santa Fe, de Entre Ríos y de Corrientes fueran uruguayas, ya que alguna vez padecieron el protectorado de Artigas; los nacionalistas argentinos querían la anexión del Uruguay.  ¿Qué pensar de una doctrina que cambia según los colores de un mapa?

En Grecia, donde cada hombre se definía por su ciudad  -Heráclito de Efeso, Apolonio de Rodas, Zenón de Elea-, los estoicos se declararon cosmopolitas, ciudadanos del mundo.  Debemos tratar de ser dignos de ese antiguo propósito.  Se justificarían así los imperios, que abarcaron, o abarcan, muy dilatados territorios y que serían acaso el camino hacia una futura ciudadanía planetaria.

¿Qué otros males señalaría usted?

La injusta y arbitraria distribución de las riquezas espirituales y materiales.  En la República Argentina el Ministerio de Educación está, y siempre estuvo desguarnecido.

¿Cómo librarnos del nacionalismo?

La tarea es difícil.  Como dijo Oscar Wilde, la historia que aprendemos no es otra cosa que una serie de crónicas policiales.  Mi padre solía decir que en este país el catecismo ha sido reemplazado por la historia argentina.  Del culto de Dios o de los santos hemos pasado al culto de los próceres.

Bertrand Russell sugiere que los alumnos estudien la gradual derrota de Napoleón a través de los boletines del propio emperador, para aprender a desconfiar de lo que se publica.  Dijo además que hay que enseñar a la gente a leer los periódicos.  Recuerdo, durante la Primera Guerra Mundial, haber leído los despachos oficiales de cada país.  Los alemanes afirmaban Nuestras fuerzas han ocupado la ciudad X;  los Aliados decían La ofensiva alemana no pasó más allá de la ciudad de X.

 

¿Cree que la anexión de las islas por Gran Bretaña es o fue un ejemplo más del ejercicio de su política colonialista?

 Es un tema jurídico; que opinen los juristas imparciales.  Toda opinión argentina o británica debe ser, de antemano, puesta en duda.

Por lo demás, es raro que hablen de derecho quienes no tienen otro que el que les da el peso de sus armas.  Un golpe militar es evidentemente ilegal.

Un presidente jura respetar la Constitución en el momento mismo en que la viola, asumiendo su cargo.

¿Recuerda el libro de Paul Groussac «Les iles Malvines, Nouvel exposé d´un vieux litige», donde reconoce los derechos argentinos?

 Sí. Parece tener razón desde el punto de vista jurídico, pero, lo repito, lo jurídico es una cosa y otra, lo bélico.  Los militares debieron negociar.

¿Piensa que Gran Bretaña dará a la Argentina la soberanía de Las Malvinas?

El arte de la profecía es difícil y tal vez imposible.  Lo verosímil o en todo caso, lo deseable es que los hombres lleguen, alguna vez, a esa ciudadanía planetaria de la que hablé.  En ese porvenir, ambos nombres -República Argentina, Gran Bretaña- serán, cabe esperar, anacrónicos.

 

Usted dijo en un reportaje que, mientras el general Moore buscaba trabajo en Inglaterra, el general Menéndez veraneaba cómodamente y fotográficamente en la costa atlántica.  Leyó sus declaraciones y se sintió afectado…

Es raro que me haya leído.  No soy un escritor castrense.

Galtieri afirmó que si ganaba la guerra, llamaría a elecciones en forma gradual y él se hubiera presentado como candidato a presidente con la certeza de ganar ampliamente…

El beneficio personal de ser presidente no puede justificar una guerra y la muerte de otros.

 

Como repetición de una serie de conflictos que narra la historia, la guerra estalló aquí, pese a la incredulidad de los argentinos, ¿no cree usted que en los hombres de hoy como en los de ayer subsiste el primitivo deseo de matar?

No he deseado nunca matar.  No soy un hombre violento.  Soy incapaz de odio, pero no de tristeza o de indignación.  El hecho de que se mande gente a morir es menos condenable que el hecho de que se la mande a matar, ya que morir es el destino de todos.

Cuando era joven, pensaba en el suicidio.  Hoy, a los ochenta y tantos años, el tiempo se encargará de suicidarme.  Ya no tengo por qué mover un dedo.  En mis tiempos, todos los jóvenes querían ser el príncipe Hamlet.  Ahora, me he resignado a ser Borges, a seguir escribiendo, aunque me desagrada lo que escribo y también lo que opino.

El público lo admira…

También admiran a los jugadores de fútbol y a los políticos.  Los segundos son más peligrosos que los primeros.  La democracia es, por ahora, nuestra única esperanza; nunca será tan insensata como un golpe de estado.  Sé harto bien que los políticos son hombres que han contraído el hábito de mentir, el hábito de prometer, el hábito de sonreír, el hábito de sobornar, el hábito de estar de acuerdo con cualquier auditorio y el hábito de la profusa popularidad.  Son, creo, un mal menor.

En este momento está la intención de Gran Bretaña de instalar una base de la OTAN en las Malvinas, con armas nucleares.  Se denunció en la ONU.

El gobierno argentino puede jactarse de haber inspirado esa obra.

Es atroz que la fabricación y venta de armas no sean ilegales.  Soy pacifista, al cabo de los años.  Ilustremente me acompañan Juan Bautista Alberdi, que escribió El crimen de la guerra al promediar el siglo pasado; Ruskin, Bertrand Russell, Romain Rolland, Martin Luther King, Hammarskjoeld y Ghandi.  En las escuelas El crimen de la guerra debería ser un libro de texto.

 

Después de la guerra usted publicó un poema en el suplemento del diario «Clarín», Juan López y John Ward…

Son dos muchachos que hubieran podido ser amigos, pero una guerra inexplicable hace que cada uno dé muerte al otro.

También se publicó en el Times…

No sé si tiene algún valor, salvo un valor moral.  Después escribí una milonga que se titula  Milonga del Muerto.  Le ha puesto música Sebastián Piana; la cantará Eduardo Falú.

¿Cuáles serían las consecuencias de una tercera guerra mundial?

Una tercera guerra mundial podría ser la última.  En otras épocas la guerra era un torneo de pequeños ejércitos profesionales, a veces mercenarios, y no amenazaba a toda la población.  Una tercera guerra podría ser el suicidio de todos.

 

En el momento de finalizar el conflicto, usted estaba en el exterior.  ¿Qué se comentaba en los medios extranjeros?

No figuraba en las primeras páginas de los diarios.  En la segunda se leía Bandera blanca sobre Port Stanley.  En Irlanda, donde se detesta a Inglaterra, la guerra se tomó un poco en broma.  Se publicaron fotografías de filas de prisioneros y como epígrafe, la bravata de cierto funcionario:  La última gota de sangre, la última bala.  Las noticias del Líbano taparon las del Atlántico Sur.

¿Qué mensaje daría usted a los generales argentinos derrotados?

 Exigir una investigación rigurosa para que su honor quede limpio.

¿Qué les queda por hacer a las fuerzas armadas argentinas en el futuro?

 Recluirse cada noche en sus cuarteles y abominar de la política.

¿Cuál sería su mensaje para los generales británicos?

Esos generales no requieren consejo alguno.  Cumplieron con su deber: reconquistar las islas.  Sé que a ninguno se le ocurrirá intervenir en la cosa pública.

Repatriaron a diez mil argentinos.

¿Tendría un mensaje para los padres de los soldados muertos?

No un mensaje; un asombrado y dolido pésame.  He sentido mucho esas muertes tan arbitrarias, tan inútiles, en una guerra que hubiera sido tan fácil no inventar.  Merecen la elegía y la lágrima.

 

Publicado por Nemont Ediciones / Buenos Aires, 1983

Ph/ Sara Facio

 

JUAN LOPEZ Y JOHN WARD

Les tocó en suerte una época extraña.

El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de agravios, de derechos, de una mitología peculiar, de antiguas o recientes tradiciones, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos.  Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras.

López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward en las afueras de la ciudad por la que caminó Father Brown.  Había estudiado castellano para leer el Quijote.

El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en un aula de la calle Viamonte.

Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.

 Los enterraron juntos.  La nieve y la corrupción los conocen.

 El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.

J.L.B.