Jorge Luis Borges: Diálogos (II) / Néstor J. Montenegro

 

¿Reconoce diferencias en las aptitudes artísticas de la mujer con respecto al hombre?

 

No.  Bastan en buena ley los nombres de Murasaky, de Colette, de Emily Dickinson, de Christina Rossetti para probar que una mujer puede escribir tan bien como un hombre.  He observado que las mujeres suelen ser más sensatas que los hombres.  Más sensatas y más sensibles.  Tenemos en este país a Silvina Ocampo.

 

¿Y Norah Lange, por ejemplo?

 

Sí.  Prologué en 1924 su primer libro, La calle de la tarde.

 

En nuestros días hay un movimiento que se llama feminista…

 

En el siglo diecinueve, Ibsen asombró a toda Europa con su Casa de muñecas.  En esa comedia, Nora Helmer deja su hogar para vivir su propia vida.  En París tuvieron que agregarle un amante para que esa decisión no fuera un escándalo.  En Londres y en Berlín, hicieron que se arrepintiera y volviera a casa.

Soy, desde luego, feminista.  Es una insensatez no serlo.  En los Estados Unidos, ser feminista es algo que no exige explicaciones.  En nuestra América todavía hay mucho que hacer.  Para un hombre hay algo mágico en todas las mujeres.  Carlos Mastronardi escribió El ámbito de amor de las mujeres.

 

¿Quién fue la precursora del feminismo en la Argentina?

 

 Alicia Moreau de Justo.

 

En su obra hay pocos personajes femeninos, Emma Zunz, Beatriz Viterbo, Juliana, Ulrica…

 

No tengo ningún personaje, ni femenino ni masculino.  Hay autores que crean personajes: Dickens, Balzac, Zola, Jules Romains.  Yo nunca dejé de ser Borges, ligeramente disfrazado, en diversas épocas o países.

Escribí una parábola sobre un hombre frente a una larga pared blanca, que nada nos impide concebir como una pared infinita.  Resuelve dibujar el universo en esa blancura.  Dibuja torres, anclas, martillos, animales, árboles, piezas de ajedrez, balanzas, naipes, relojes, mapas y muchas otras cosas.  Al cabo de cien años, muere, pero en ese instante descubre que esos entrelazados rasgos componen la forma de su cara.

 Tal es el caso de Byron o de Goethe.

 

¿El machismo está muy arraigado en la Argentina?

 

 Espero que ande de capa caída.  Entre mis amigos no hay un solo machista.

 

 ¿Cuáles serían las causas de este arraigo?

 

Se trata de una de las desdichadas herencias que hemos recibido de España.  La amistad de un hombre y de una mujer puede no ser sentimental.

Cuando fui a España  -yo venía de Ginebra-, hacia 1920, asistí a tertulias literarias en Madrid.  Veinte o treinta hombres solos se reunían y no había una sola mujer.  Esa mujer ausente habría bastado para que los hombres no usaran las malas palabras que aprendieron en la escuela primaria.

 

En la actualidad algunos candidatos políticos proponen una nueva legislación sobre el divorcio, ¿qué opina acerca de esto?

 

Yo me casé y me separé al cabo de tres años.  El hecho de que no se admita el divorcio es injustificable.  Proviene, cabe suponer, del influjo de la iglesia católica.

 

¿El aborto debería legislarse?  El problema tiene dos aspectos, el humano y el religioso.

 

Instintivamente lo considero un crimen.  Sé, al mismo tiempo, que ese rechazo corresponde a mi generación. Creo que debe legalizarse; la razón me dice que sí, el instinto que no.  Se dice que el aborto destruye la posibilidad de un Shakespeare; también, la de un Macbeth.

 

¿Qué diferencia hay entre la Biblia católica y la Biblia protestante?

 

Ignoro el texto de la Biblia católica.  Me he criado oyendo las palabras de la versión inglesa, que mi abuela sabía de memoria.  Literariamente es espléndida.  Conserva los orientalismos del original.

Lutero, para que todos lo entendieran, escribe un fuerte castillo; la Biblia inglesa nos da una torre de fuerza.  Lutero escribe el alto cantar; la Biblia inglesa da, como la de Cipriano de Valera, cantar de los cantares

Publicado por Nemont Ediciones / Buenos Aires, 1983