Poema
A Anastasia Tsvetéieva
Él era nuestro ángel, nuestro demonio,
nuestro preceptor — nuestro hechicero,
nuestro príncipe y caballero. — ¡Para nosotras,
todo — entre la gente!
Había en él tanta abundancia,
que no sé cómo empezaré.
Lo amamos apasionadamente —
una primavera.
Su solo llamado en el salón –
nos hacía sentir escalofrío,
y nos ardían hasta la locura
los ojos y la frente. Era
como si oscilasen las raíces
del pelo — ¡oh, ese temblor y pavor!
Y el salón se volvía más amplio, y más
angosto – el pecho.
Y los brazos de golpe congelados,
y no sentíamos las piernas.
— ¡Siete veces por semana
ese llamado!
===
Está aquí. ¡Nuestro primero y último!
¡Y el todo que nos pertenece!
¡Ya sale del recibidor! ¡Está
aquí, está aquí!
Vuela hacia nosotras como un ave,
¡él solo vuela a nuestra red!
Y de golpe – deseos de dar vueltas,
de gritar, de cantar.
===
Subimos saltando los tres escalones,
empinada escalerita, hacia nuestro
desván — siempre dorado,
primaveral.
Donde hay un desorden imposible –
donde es como si un trueno hubiera
estallado sobre esa pila de cuadernos
aún con la pluma.
Sobre esa hueste de organillos,
muñecos y fieras de cartón,
rosquillas medio roídas,
calendarios,
cajitas indescriptibles,
con cosas para todos los gustos,
frasquitos vacíos sin corcho,
gargantillas de vidrio.
cuyos enceguecedores racimos
de clinquantes, éclatantes grappes [1]—
resonando enredan los clavos
para los sombreros.
Nos sentamos – miramos – sabemos –
amamos, y sentimos, sin bajar los ojos,
que moriríamos por él, y él —
por nosotras.
Dos corceles, fuego y espuma —
¡Nosotras! — ¡Atrápanos cuando no tengas
pereza! — Hablamos de lo que hicimos
el día de ayer:
de cómo corrimos por el salón
a la noche, a la luz de la luna,
y de cómo y qué le dijimos después,
en el sueño;
de cómo – ¡y ya estamos en éxtasis! –
por nuestro espíritu indomable,
las autoridades del colegio
nos persiguen a las dos;
de que nunca nos casaremos,
— ¡Y así estaremos juntos los tres! —
¡Oh, nunca nos casaremos, antes
que eso – morir!
Cómo nuestra vida hace mucho tiempo
es una mesa de juego: — Vivat!
Por San Juan — en el paraíso, por don
Juan — en el infierno.
===
Como el cráter del Etna, que ha hablado –
es su boca, que ha empezado a hablar.
En respuesta al torbellino y a la tromba,
a la vorágine.
Aquí las maldiciones y el hosanna,
aquí todo se quema y arde. De todo
lo que en el mundo no se ha dicho
él habla.
Nos parecía – que nos hería – de muerte
con los puñales de sus ojos verdes,
trepando como serpiente al diván…
Oh, cuántas veces
con el susurro de una cobra irritada,
maldecía el universo y a nosotras —
y de nuevo se volvía bueno…
casi por una hora.
Ventriloquia — moneda extranjera —
grandilocuencia — ¡Rey de los estafadores!—
Pero desde abajo ya nos informan
que el té está servido.
===
Entre tías de ochenta kilos
él parecía pesar veinte:
tan ligero, vivaz, esbelto, claro,
terriblemente flaco.
Pero no — ¡él no pesa nada!
¡Es angélico – inmaterial – joven!
Su cara, como luna nueva
entre lunas llenas.
Apoyada la barbilla en la mano,
—lee calmo, como son calmas
las tardes. — ¡¿Cómo se puede leer
versos a las tías?!
===
¡Oh, qué amable es, y desde el principio
extremadamente cortés!
¡Cómo, sonriendo, esconde el aguijón
y tras cruzar
sus mágicas manos, sabe
—¡cuidado, vecino! — rendirse
amablemente al tedio
de charlas vacuas.
Pero— ¡sin contenerse y de repente! —
estalla de rebeldía, amenazando
por la frase más inofensiva
con un cuchillo.
Y tras medio segundo ceremonioso,
ya con espuma en la boca, gatillaba.
— ¡Adiós, confort, y adiós pastel
de cumpleaños!
===
Terminó el té. Se alargaron las sombras,
y dejó de ronronear el samovar.
¡De prisa al bulevar Tverskói, fresco,
primaveral!
¡Estamos tan hartos de Baudelaire!
¡Que el viento sople en nuestros rostros!
Cantan las puertas a la Gógol,
chilla el zaguán. —
Con nuestros sombreros de ala ancha
me parece que estamos más lindas…
— Y ese aroma, y ese aroma
de los álamos.
Resplandece el bulevar. Por el sendero,
largos rayos oblicuos. Corren los aros,
tras ellos las piernitas, pelotas
que vuelan
y otras siguen en las redes.
Allí un niño con un gorro “Varego”
sobre un vestido escocés a cuadros
dirige su paso.
Brillan rizos, mejillas, ojitos,
una sirena aúlla y queda ronca.
Chirrían las ruedas de los cochecitos
— chirrido prolongado.—
Allá una madre vigila perspicaz
a su hija con una trenza, como cobre.
Tiene en una mano, un baldecito;
en la otra, un oso.
Un niño con los zapatos agujereados:
¡pobre, aún no ha crecido para usar
gorra con visera de colegio
y cigarrillo!
¡Formen remolinos, rizos, cintas!
¡Lamentablemente no hay vuelta atrás!
Pasan en parejas los estudiantes
entre los niños.
Juega el sol en las alamedas…
—¡Que encantadora y simple es la vida!—
Entre las dos sumamos treinta años:
su edad.
===
¡Oh, cómo contárselos ahora —
catorce — dieciséis años! Caminamos,
nuestro caballero en el medio,
nuestro propio — poeta.
A sus dos lados, como dos sobrepesos,
cada una de nosotras lo mira:
la hendidura de la mejilla, flaca y brusca,
un ojo verde,
el abrupto filo de la barba,
como el filo maligno de un cuchillo,
la nariz afilada y el contorno claro
del cuello.
(¿Quién paseará ahora, bajo la luna dorada,
con nuestro caballero vagabundo?…)
Sobre su incandescente, vampiresca
boca pesada —
los bigotes, que a lo alto
han despegado, semicírculo altanero…
Y lo seguimos mirando de costado
a la cara.
Y allí, en los campos infinitos,
sirviendo a un Zar Celestial,
el tataranieto de hierro de Ibrahim[2]
se incendia con el ocaso.
===
Arde rojo el ocaso sobre todas las cosas,
arden por doquier las cúpulas,
arden las ventanas de nuestro salón
y los espejos.
Desde la negra profundidad del piano
arden racimos de rosas rojas.
— “Soy el caballero de la Rosa y el Grial,[3]
Cristo está conmigo,
pero recorrió conmigo todos los caminos
aquel que está presente aquí también.
Entre el Diablo y Dios estoy
todo dividido.
Dos verdades – dos caminos – dos fuerzas –
dos abismos: ¡Dante y Baudelaire!”
¡Oh, cómo guturaliza a la francesa
la “erre”, qué lindo!
¡Pero, querido, dejarás a Dante
y con él a Baudelaire! A hurtadillas
presionamos las teclas,
una tras otra –
Y los sonidos –el enjambre en una colmena—,
zumban y golpean, ¿quién tenía razón?
Nuestro Caballero de la Rosa vuela
se precipita entre las sillas.
¡Él, casi más viejo que el universo —
es un niño de la cabeza a los pies!
Con el primer acorde de una marcha
¡es todo un soldado!
¡Chu! — ¡Sonido de trompeta! — ¡Chu! — ¡Galope!
¡Toque de tambor! — ¡Chacó! — ¡Al diablo
la inteligencia y al diablo la experiencia!
¡Hurra! ¡Hurra!
Es Aquel cuyos blancos dedos aprietan
corazón y destinos, aprietan todo el mundo.
Viste un uniforme sencillo, verde
y arrugado.
Es Aquel que junto a las torres del Kremlin
permanecía de pie. Con su pequeña estatura,[4]
con cuyos libres colores está pintado
el puente de Arcole.[5]
===
Debían ser pálidos nuestros rostros,
el latir del corazón destroza el pecho.
No hay tiempo para detenerse, ni fuerzas –
para respirar.
Con mágica fuerza sus manos
por las teclas ya están volando.
Resuenan las notas bullentes
como una catarata.
Un circo, candente como el de Sajar,
una multitud de reyes pelirrojos.
Dos orgullos del globo terrestre:
los niños y el león.
Bajo la cúpula — como un zar en su palacio
resplandece la bandera británica.
Después de abrir sus piernas ajedrezadas
cayó el payaso…
Con una capa de lentejuelas multicolores,
bajo la algarabía de las cuerdas tensas,
voló sobre la superficie un adolescente,
¡joven — como la mañana!
— ¡Salud, miladis y milores! —
Y ya la cuerda tiembla tensa
bajo sus pequeñas y firmes
piernas.
Escamado por multitud de estrellas,
—finalizada una ágil pirueta—
sonríe sobre el abismo, elevando
su gorra.
===
El piano ha callado. Un trémulo sonido,
desde algún lugar —en cambio —.
Suena una caja de música,
mi antigua amiga,
todo un siglo hasta la ronquera,
hasta el lamento, ha sonado este trío:
la marcha de los muñecos, el Danubio Azul
y una escocesa.
En el mundo de voces y gobelinos
se abrió un camino secreto: ¡paraíso
de coronas de cabellos dorados!
¡Oh, vals en tres tiempos!
Con el inocente vals, el antiguo vals,
bailaron los nuestros tres primaveras —
En el espejo del frío recibidor—
reflejados.
Así, el salón tres veces rodeando,
—un melancólico junco triple —,
entrábamos volando al reino de blancas
estatuas y viejos libros.
En el estante superior, pardo y de polvo
cubierto, sombrío se posa un búho,
que ha conocido mejores días,
con cara de gato.
En sociedad con el búho relleno
duerme Zeus, ese abuelo incomprendido,
con el que nos asustaban de niñas, diciendo
que comía gente.
Como panales atestados — una fila
de estanterías de libros. Tocó el brillo
las cubiertas apergaminadas de los libros
antiguos.
===
¡Flor de Grecia y gloria de Roma —
tomos innumerables! Aquí —cuánto sol
habremos metido nosotras—
siempre es invierno.
Brillando rosado con el último sol,
abierto de par en par yace Platón…
El busto de Apolo – el plano del Museo[6] –
Y todo – es como un sueño.
===
Ya en todas partes de la casa los postigos
se cierran, golpeando. En el recibidor —
¿donde hace poco fue el incendio? —
ya ni un rayo.
Cada vez menos y menos luz,
cada vez más y más cerca un golpeteo…
La mitad del gabinete se quedó
ciega de golpe.
Todavía con un único ojo turbio
se ve blanca la ventana izquierda.
Pero los postigos golpean — y de golpe
todo está oscuro.
Abnegación — nirvana —
¿Fénixes, qué pasó, cayeron en la red?
¡Sobre los lejanos rodillos del diván
no se queden!
Algo respiraba en un rincón,
y algo temblaba apenitas.
Silenciosa chirrió la puerta,
alguien venía.
O alguien estaba regresando
—nuestras manos estaban heladas —
a nuestra vieja casa encantada,
irreparable.
Mi madre bajo tierra, mi padre en El Cairo[7]…
¡Una mancha más! Ya no hay
nada gracioso en el mundo
que nos dé gracia.
Ya lo comprendimos sin palabras,
que junto al armario hay, blanco, un féretro.
y el corazón, que fue perdiendo las herraduras,
vuela al galope.
===
— “En el mundo es la noche. No tiene estrellas.
En el mundo es el espíritu, es todo – engaño.
Es el mundo. Su nombre — abismo
y océano.
Para quien nade en ese océano —
no hay marcha atrás.
Yo morí en él. — ¡Atrás, Diablo!
¡No toques a los niños!
Y ustedes, niñas desenfrenadas,
con una mente penetrante como el hielo, —
con la locura de todos los milenios,
están en quien canta,
y se lamenta y sufre —
toda la tierra inefable.
Ustedes, rosas, torrentes, aves,
ustedes, álamos —
Lázaros muertos que de la tumba
llaman en la espesura de los tilos,
ustedes, sin quienes hace mucho tiempo
ya habría muerto.
Nuestro mundo — inestable hasta lo ilusorio
sobre sus tres pútridas ballenas —
¡Oh, pájaros de oro! — ¡Violines
en mis manos! —
Con la ridícula falda corta
que visten los dioses — los mundos
que ciegamente se estrechan a mí,
como dos hermanas,
ustedes, cuyo padre está ahora en El Cairo,
cuya madre se ha enfriado y es un rastro —
sepan que en el mundo no hay salvación
para ninguna.
¿Quieren que les quite la venda?
¿Qué les descubra un nuevo camino?”
“No — mejor cuéntenos un cuento
sobre cualquier cosa”…
===
¡Oh, Ellis! — ¡Encanto, juventud, frescura,
inocente y mágico absurdo! ¡Llanto
de ángel! — ¡Rechinar de dientes!
Bailarín sagrado.
Que vive sin la idea del pan de cada día
— con qué y cómo — ¡Lo sabe Dios!
¡Yo no sé si hay Dios en el cielo! —
Pero si lo hay —
ya ahora, en este mundo,
de todo hasta el único pecado
estás liberado por estos
versos míos.
¡Oh, Ellis! — ¡Caballero sin nombre!
¡Hijo del país más celestial!
Contigo abríamos los muros
hacia otra vida…
Dondequiera se hayan empalmado
nuestros siglos, en la soledad de cualquier
desierto, tú – eres nuestro, y nosotras – tuyas.
Por los siglos de los siglos. Amén.
15 de febrero – 4 de mayo de 1914.
(“Hechicero” era el apodo doméstico de Ellis (Lev Lvovich Kobylinski, 1879-1947) poeta simbolista que fue preceptor y amigo de las hermanas Tsvietáieva. El poema fue escrito a causa de la publicación del libro de Ellis Argo (Editorial Musaguet, Moscú, 1914) donde había poemas dedicados a Marina y Anastasia Tsvietáieva)
Caí en este poema buscando otra cosa, y me gustó, así que lo traduje para compartir con nuestro grupo Samizdat, en especial para mi amiga Laura Estrin.
Traducción: Fulvio Franchi
[1] Francés: sonoras, brillantes uvas.
[2] Referencia a la estatua de Pushkin en Moscú, tema que desarrolla Tsvietáieva en su prosa Mi Pushkin.
[3] La rosa (que por su color simboliza la sangre de Cristo derramada en la cruz) y el Grial son elementos recurrentes de la poesía de Kobylinski.
[4] Referencia a Napoleón.
[5] En París, sobre el Sena.
[6] Del Museo Pushkin de Bellas Artes de Moscú, fundado por el padre de Marina Tsvietáieva.
[7] En la primavera de 1909 Iván Tsvietáiev concurrió a un Congreso de Arqueología en El Cairo.
Debe estar conectado para enviar un comentario.